Jorge Faljo
La celebración del Día Internacional de la Mujer el próximo 8 de marzo tiene una tradición mundial centenaria. Sin embargo, nunca en México había tenido la importancia que tendrá este año debido al hartazgo que provocan las múltiples formas de violencia cotidiana que sufren las mujeres en sus trabajos, en la calle y hasta en sus casas.
El asesinato infame, de la mayor crueldad y asociado al abuso sexual, del que ha sido víctima una niña de apenas siete años ha provocado estupor e indignación. Ha sido como la gota que derrama el vaso; pero antes que ella hubo muchas otras gotas criminales que colmaron la paciencia de las jóvenes universitarias. En estos crímenes brutales se han sintetizado los extremos de desintegración social y familiar a los que hemos llegado.
De esta descomposición social y de la inseguridad somos víctimas todos, sea porque la sufrimos directamente o porque tenemos que abandonar el desenfado, cambiar de hábitos y vivir en estado de alerta.
Pero hay de víctimas a víctimas; en la población más vulnerable se acumulan los golpes y sufrimientos de todo tipo. Los que genera la pobreza, el hacinamiento, la mala e insuficiente alimentación, el no tener para comprarle zapatos a los niños, la permanente falta de dinero y las necesidades básicas insatisfechas.
Y la población más vulnerable, son las mujeres, las adolescentes, las niñas.
El día internacional de la mujer no ha sido, en su larga historia, un día de celebración, sino de luchas encabezadas por mujeres combativas, en su mayoría de izquierda, socialistas y comunistas. A las mujeres no se les concedió, sino que tuvieron que pelear por el derecho a votar, a tener propiedades y a poder heredar; tuvieron que pelear por el derecho a tener trabajos remunerados, a estudiar y a ser profesionistas. Hoy pelean por obtener salarios iguales a los de los hombres cuando realizan las mismas actividades, a obtener ascensos asociados a sus méritos y capacidades.
Pelearon también para decidir con quién casarse; y ahora a la planeación familiar, que todavía les niega la iglesia católica; y a decidir sobre su propio cuerpo en el caso de embarazos indeseados.
La legitima protesta de las mujeres no debe verse como la respuesta a algo que solo las afecta a ellas. Hay que colocar el sufrimiento de las mujeres en un contexto más amplio: el de la desintegración de la familia que surge del modelo económico.
En las últimas décadas el deterioro del ingreso de los trabajadores, el abandono del campo y el proceso de desindustrialización, es decir la quiebra de la producción campesina y de las medianas y pequeñas empresas urbanas, hizo que millones, sobre todo hombres, emigraran a los Estados Unidos. Abandonaron el trato cotidiano con sus parejas e hijos, aunque mantuvieron lazos afectivos a distancia y siguen enviando dinero a sus familias.
La cruel ruptura de millones de familias deterioró la transmisión de padres a hijos de valores esenciales asociados al trabajo honesto, al respeto a los mayores y a las mujeres. La orfandad es cruel y se convirtió en semilla de crueldad social.
Pero el golpe a la familia no se limitó a la emigración. Los mexicanos pasamos a tener uno de los salarios más bajos de América Latina, más bajos que en Centro América y, al mismo tiempo las mayores exigencias laborales.
Según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico los trabajadores mexicanos son los que más trabajan, con un promedio de 2,148 horas al año; el promedio en los 34 países de esa organización es de 1,734 horas al año; en Francia el promedio es de 1,520 horas y en Alemania de 1,363. La diferencia es fuerte; los mexicanos trabajan el equivalente a 10 semanas más que el promedio en los otros países.
Al mismo tiempo vivimos un deterioro salarial acelerado. Cierto que tras un deterioro brutal del 80 por ciento en cuatro décadas en los últimos años mejoró un poco el salario mínimo. Pero es impresionante que de 2010 a 2018 se perdieron 2.5 millones de empleos que pagaban más de tres salarios mínimos. El empleo que se incrementa, el que paga menos de dos salarios mínimos, es en general precario, inseguro y explotador.
No he cambiado el tema. El deterioro de los ingresos ha reducido enormemente la posibilidad de que la familia se mantenga con un solo trabajador. Ha forzado la entrada de las mujeres a un mundo laboral explotador, al mismo tiempo que tienen que seguir realizando las tareas domésticas; y esto no es una gran victoria.
Ocurre un incremento insoportable de presiones que obstruyen la convivencia con hijos y parejas y aumentan las tensiones, e incluso la violencia intrafamiliar.
De manera generalizada en todo el mundo la gente vive más años. Es el resultado de las vacunas, de una mejor alimentación, de acceso a agua potable, de una vida más sana, segura y, posiblemente, feliz. Pero no en México en los últimos años. En el año 2000 la esperanza de vida de los mexicanos fue de 74.73 años y en 2015 de 74.71 años. Mientras la población del mundo mejoraba su situación, aquí empeoraba.
Como le llamen, modernidad o neoliberalismo, el caso es que el modelo económico y social que seguimos tiene como principales víctimas a los trabajadores, a las familias y, sobre todo a las mujeres.
Este próximo 8 de marzo muchas mujeres marcharán en un gran número de ciudades del mundo. En México será especialmente importante que se hagan notar y exijan un mejor trato. Lo merecen a lo grande. Porque no se trata de conseguir pequeños símbolos de aprecio, una flor, un perfume, sino de cambiar el rumbo de México. Veamos con respeto sus demandas; porque lo que necesitan ellas, lo necesitamos todos. Si las mujeres triunfan, triunfamos todos.
Los invito a reproducir con entera libertad y por cualquier medio los escritos de este blog. Solo espero que, de preferencia, citen su origen.
domingo, 23 de febrero de 2020
domingo, 16 de febrero de 2020
Y su nieve ¿de limón?
Jorge Faljo
El prestigiado Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas –IMEF-, acaba de emitir un amplio documento, que para los aficionados del beis bol se diría que se volaron la barda. Abordo el escrito en cuatro partes:
• Primero, un diagnóstico que básicamente señala que estamos mal; en 2019 hubo recesión y para este año el crecimiento esperado es de apenas del uno por ciento.
• Después sugieren generalizar el IVA al 16 por ciento, con excepción de una canasta de consumo estrictamente básica, y reducir el impuesto sobre la renta corporativo del 30 al 23 por ciento.
• Prosiguen con un discurso, cuento de hadas, sobre la adopción voluntaria por parte de las empresas de un nuevo enfoque de responsabilidad social y ambiental.
• Y por último quieren mecanismos de participación empresarial, prácticamente co-gobierno, en la toma de decisiones más importantes, por ejemplo, finanzas e inversión en infraestructura.
El IMEF maquilla como propuesta con enfoque social este documento y presenta una posición empresarial radical, fuerte, en la batalla ideológica sobre la estrategia de crecimiento que debe adoptar el país.
Pueden identificarse tres grandes grupos ideológicos en México: los que piensan que hay que acrecentar las capacidades, sobre todo financieras, del gobierno en un modelo liderado por el libre mercado y con un gasto que favorezca a la iniciativa privada, es decir la estrategia de las últimas décadas; Otro gran grupo son lo que creen que requerimos un estado fuerte, rector de la economía, que fortalezca la producción industrial y del campo, el mercado interno y el bienestar colectivo; y, por último, los que piensan que vamos bien y solo hay que seguir combatiendo la corrupción.
El IMEF se alinea con las grandes agencias internacionales en que hay que elevar impuestos. México tuvo, en 2018, una captación fiscal del 16.13 por ciento del PIB según OCDE, mientras que el promedio de ese grupo de 34 países fue del 34.26 por ciento. Somos, como se dijo desde la CEPAL, un paraíso fiscal para las grandes fortunas. Por cierto, que también fuimos en 2018 el país de la OCDE con menor gasto social; un 7.5 por ciento del PIB mientras que el promedio fue de 20.1 por ciento.
Sin embargo, IMEF propone elevar impuestos de manera muy distinta a lo que sugieren agencias internacionales como las mencionadas: no un impuesto sobre la renta más progresivo, donde los muy ricos paguen un porcentaje significativo, o a las grandes herencias y fortunas. No, lo que propone IMEF es que todos paguemos el IVA en más bienes y servicios. Algo fundamentalmente regresivo, es decir donde los que menos tienen pagan más que los muy ricos por la sencilla razón de que a los pobres y a la enorme mayoría se nos va todo el ingreso en el gasto del mes. Mientras que una minoría ocupa en el gasto mensual una pequeña porción de sus altos ingresos; el grueso va a acrecentar su fortuna.
IMEF quiere que el gobierno gaste más en inversión contratada con empresas privadas, así que propone generalizar el IVA; pero al mismo tiempo quiere reducir los impuestos que pagan las empresas. En su documento presenta el cuadro sobre el índice de desarrollo humano de las Naciones Unidas, pero está de adorno porque no nos dice que la captación fiscal y el gasto social en otros países son mucho más altos en su porcentaje del PIB.
Al IMEF le resulta imposible no reconocer lo que ahora se dice en todos los grandes organismos internacionales y encuentros de las cúpulas dirigentes de la economía y la política: que el libre mercado nos deja una herencia de estancamiento e inequidad. Por lo cual, si propone un cambio de fondo, el cambio del pensamiento empresarial.
El caso es que la propuesta fiscal del IMEF le pega al consumo de la mayoría y le da mayores ganancias a los corporativos empresariales. Pero le resulta imposible no reconocer lo que ahora se dice en todos los grandes organismos internacionales y en los encuentros de las cúpulas dirigentes de la economía y la política: que el libre mercado nos deja una herencia de estancamiento e inequidad extrema, con millones, en México en la miseria y el hambre.
Entonces habría que preguntarse ¿en dónde se encuentra el supuesto enfoque social? Y la respuesta es sorprendente; en la transformación a fondo del pensamiento y comportamiento empresarial.
Siguiendo el nuevo discurso de las elites mundiales IMEF dice que es necesario generar nuevos modelos de participación que eviten los extremos ya sea del libre mercado o de la intervención estatal. Capitalismo con enfoque social. Y sobre esta vertiente se explaya.
Hay que hacer lo de costumbre, fomentar de manera decidida la inversión empresarial, solo que ahora, a cambio, las empresas se enfocarán en la creación de valor compartido. Supuestamente dejaría de ser su prioridad única el interés de los accionistas, la rentabilidad, para que en adelante la empresa adopte los intereses de su entorno; los de sus proveedores, clientes y la comunidad en que se encuentra.
Pero no se detiene aquí la fantasía, en adelante, las empresas evolucionarán del mero enfoque filantrópico caracterizado por donaciones a causas sociales y del de responsabilidad social, con miras a reducir impactos negativos, hacia una visión de creación de valor compartido en la que, al incorporar los intereses del entorno, los intereses sociales y ambientales, mejorarán el estado del mundo.
IMEF plantea la necesidad de cambio que muchos compartimos, pero para ello, además de una propuesta fiscal claramente antisocial, nos propone una quimera, la adopción voluntaria por parte del empresariado de la responsabilidad de mejorar el mundo en todos sentidos.
Partiendo de esa fantasía IMEF propone la creación de un Consejo Fiscal Independiente, apartidista, formado por expertos fiscales como ellos (que casualidad). También quiere que sea creado un instituto o agencia de planeación y gestión de la infraestructura con visión transexenal y participación multisectorial que supervise y dé seguimiento a los proyectos en operación evitando que el país se reinvente cada seis años.
Es decir que bajo el manto del conocimiento financiero experto y el apoliticismo quieren co-gobernar.
Así, ¿o de limón?
El prestigiado Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas –IMEF-, acaba de emitir un amplio documento, que para los aficionados del beis bol se diría que se volaron la barda. Abordo el escrito en cuatro partes:
• Primero, un diagnóstico que básicamente señala que estamos mal; en 2019 hubo recesión y para este año el crecimiento esperado es de apenas del uno por ciento.
• Después sugieren generalizar el IVA al 16 por ciento, con excepción de una canasta de consumo estrictamente básica, y reducir el impuesto sobre la renta corporativo del 30 al 23 por ciento.
• Prosiguen con un discurso, cuento de hadas, sobre la adopción voluntaria por parte de las empresas de un nuevo enfoque de responsabilidad social y ambiental.
• Y por último quieren mecanismos de participación empresarial, prácticamente co-gobierno, en la toma de decisiones más importantes, por ejemplo, finanzas e inversión en infraestructura.
El IMEF maquilla como propuesta con enfoque social este documento y presenta una posición empresarial radical, fuerte, en la batalla ideológica sobre la estrategia de crecimiento que debe adoptar el país.
Pueden identificarse tres grandes grupos ideológicos en México: los que piensan que hay que acrecentar las capacidades, sobre todo financieras, del gobierno en un modelo liderado por el libre mercado y con un gasto que favorezca a la iniciativa privada, es decir la estrategia de las últimas décadas; Otro gran grupo son lo que creen que requerimos un estado fuerte, rector de la economía, que fortalezca la producción industrial y del campo, el mercado interno y el bienestar colectivo; y, por último, los que piensan que vamos bien y solo hay que seguir combatiendo la corrupción.
El IMEF se alinea con las grandes agencias internacionales en que hay que elevar impuestos. México tuvo, en 2018, una captación fiscal del 16.13 por ciento del PIB según OCDE, mientras que el promedio de ese grupo de 34 países fue del 34.26 por ciento. Somos, como se dijo desde la CEPAL, un paraíso fiscal para las grandes fortunas. Por cierto, que también fuimos en 2018 el país de la OCDE con menor gasto social; un 7.5 por ciento del PIB mientras que el promedio fue de 20.1 por ciento.
Sin embargo, IMEF propone elevar impuestos de manera muy distinta a lo que sugieren agencias internacionales como las mencionadas: no un impuesto sobre la renta más progresivo, donde los muy ricos paguen un porcentaje significativo, o a las grandes herencias y fortunas. No, lo que propone IMEF es que todos paguemos el IVA en más bienes y servicios. Algo fundamentalmente regresivo, es decir donde los que menos tienen pagan más que los muy ricos por la sencilla razón de que a los pobres y a la enorme mayoría se nos va todo el ingreso en el gasto del mes. Mientras que una minoría ocupa en el gasto mensual una pequeña porción de sus altos ingresos; el grueso va a acrecentar su fortuna.
IMEF quiere que el gobierno gaste más en inversión contratada con empresas privadas, así que propone generalizar el IVA; pero al mismo tiempo quiere reducir los impuestos que pagan las empresas. En su documento presenta el cuadro sobre el índice de desarrollo humano de las Naciones Unidas, pero está de adorno porque no nos dice que la captación fiscal y el gasto social en otros países son mucho más altos en su porcentaje del PIB.
Al IMEF le resulta imposible no reconocer lo que ahora se dice en todos los grandes organismos internacionales y encuentros de las cúpulas dirigentes de la economía y la política: que el libre mercado nos deja una herencia de estancamiento e inequidad. Por lo cual, si propone un cambio de fondo, el cambio del pensamiento empresarial.
El caso es que la propuesta fiscal del IMEF le pega al consumo de la mayoría y le da mayores ganancias a los corporativos empresariales. Pero le resulta imposible no reconocer lo que ahora se dice en todos los grandes organismos internacionales y en los encuentros de las cúpulas dirigentes de la economía y la política: que el libre mercado nos deja una herencia de estancamiento e inequidad extrema, con millones, en México en la miseria y el hambre.
Entonces habría que preguntarse ¿en dónde se encuentra el supuesto enfoque social? Y la respuesta es sorprendente; en la transformación a fondo del pensamiento y comportamiento empresarial.
Siguiendo el nuevo discurso de las elites mundiales IMEF dice que es necesario generar nuevos modelos de participación que eviten los extremos ya sea del libre mercado o de la intervención estatal. Capitalismo con enfoque social. Y sobre esta vertiente se explaya.
Hay que hacer lo de costumbre, fomentar de manera decidida la inversión empresarial, solo que ahora, a cambio, las empresas se enfocarán en la creación de valor compartido. Supuestamente dejaría de ser su prioridad única el interés de los accionistas, la rentabilidad, para que en adelante la empresa adopte los intereses de su entorno; los de sus proveedores, clientes y la comunidad en que se encuentra.
Pero no se detiene aquí la fantasía, en adelante, las empresas evolucionarán del mero enfoque filantrópico caracterizado por donaciones a causas sociales y del de responsabilidad social, con miras a reducir impactos negativos, hacia una visión de creación de valor compartido en la que, al incorporar los intereses del entorno, los intereses sociales y ambientales, mejorarán el estado del mundo.
IMEF plantea la necesidad de cambio que muchos compartimos, pero para ello, además de una propuesta fiscal claramente antisocial, nos propone una quimera, la adopción voluntaria por parte del empresariado de la responsabilidad de mejorar el mundo en todos sentidos.
Partiendo de esa fantasía IMEF propone la creación de un Consejo Fiscal Independiente, apartidista, formado por expertos fiscales como ellos (que casualidad). También quiere que sea creado un instituto o agencia de planeación y gestión de la infraestructura con visión transexenal y participación multisectorial que supervise y dé seguimiento a los proyectos en operación evitando que el país se reinvente cada seis años.
Es decir que bajo el manto del conocimiento financiero experto y el apoliticismo quieren co-gobernar.
Así, ¿o de limón?
jueves, 13 de febrero de 2020
De que llega, llega
Jorge Faljo
De acuerdo al subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, y al director general de epidemiología de la Secretaría de Salud, doctor José Luis Alomía Zegarra, la llegada del coronavirus a México es inevitable. Solo que como en el son de la negra, no sabemos cuándo.
Fue en un mercado de alimentos exóticos, donde se vendían armadillos, murciélagos, perros, ratas, víboras y similares, donde el virus tuvo una mutación y adquirió la nueva capacidad que le permitió infectar a algunos clientes. Así que los primeros se contagiaron por los animales del mercado; pero inmediatamente ellos mismos empezaron a transmitir el patógeno a otros seres humanos.
La infección ocurre por las microgotas de saliva que todos expulsamos al estornudar, toser, hablar y comer. Estas llegan a las mucosas de la boca, nariz u ojos de otra persona y la contagian. No entra a través de la piel, pero si se transmite al saludar de mano, y posiblemente sobreviva unas horas en algunas superficies. Para prevenirlo, además de evitar la cercanía con posibles contagiados, hay que lavarse muy bien y con frecuencia las manos y nunca, nunca, tocarse la cara después de saludar o tocar superficies sospechosas.
Las personas que sospechan de haberse infectado deben usar tapabocas para no contagiar a otros. Aunque lo mejor es aislarse completamente. El tapabocas común y corriente no sirve para evitar la entrada de microgotas en el aire porque obliga a aspirar más fuerte y el aire entra por los lados. Y un tapabocas de nivel sanitario es caro y no lo encontrará en ningún lado. Sin embargo el tapabocas es útil como recordatorio de que no hay que tocarse la cara.
Algo que dificulta mucho detener la expansión de la enfermedad es que es transmitida por gente que todavía no tiene síntomas; que no se han dado cuenta de que están enfermos; o que sus síntomas son moderados y piensan que se trata de una gripa cualquiera. Son estas personas las que prefieren cumplir con sus deberes en el trabajo o la escuela y continúan una vida normal sin darse cuenta de que son portadores y contagian a otros.
Por ello, para contener la expansión del coronavirus, se tomaron medidas muy drásticas, del tipo que solo puede imponer un régimen autoritario a una población disciplinada. Más de cincuenta millones de chinos están encerrados en sus casas en la provincia de Hubei y su capital Wuhan. Miles de drones vigilan las calles y siguen e incluso les dan instrucciones a los salen a la calle. Solo se permite que una persona de cada familia salga cada cinco días para abastecerse de agua y alimentos.
El aislamiento en Hubei es masivo y universal; en otros lados es selectivo para enfermos confirmados y potenciales. Es la manera en que se intenta detener esta enfermedad.
China ha sorprendido al mundo construyendo dos hospitales modernos, de mil y mil 600 camas en un par de semanas. Aún así no son suficientes. Se calcula que la tasa de mortalidad es algo menor al 2 por ciento de los enfermos comprobados. Pero es de 3.1 en Hubei donde se concentran los enfermos y los servicios de salud son muy insuficientes; pero la tasa de mortalidad es de solo 0.16 por ciento en el resto de China donde hay muy pocos enfermos y reciben mucha mejor atención.
En todo caso la cifra de enfermos severos es alta, de alrededor de 15 por ciento y la población de alto riesgo son los mayores de 65 años, con diabetes, obesidad, presión alta, asma, problemas broncopulmonares y/o renales.
Aquí en México nos encontramos en una transición en el sistema de salud que en algunos aspectos parece caótica. Hay que esperar que en el caso del coronavirus ya se hayan diseñado los protocolos de atención y se tengan disponibles los recursos financieros y hospitalarios para reaccionar y tratar con rapidez a los primeros casos.
El coronavirus no es peor que la influenza que sufrimos en el 2009 o la que ocurre cada invierno. Pero hay dos diferencias relevantes: el coronavirus se transmite con mayor facilidad, de manera exponencial, y todavía no se cuenta con una vacuna para prevenirlo. Así que, aunque sea menos letal, si infecta a más gente puede provocar muchas muertes; tal vez no más que el dengue u otras enfermedades cuya información ya no es novedosa.
Pero hay otros flancos donde el coronavirus está pegando. A raíz de esto China ha visto reducido su consumo de diésel, gas avión, gasolinas y petróleo en general y eso ha provocado una caída de cerca de un 20 por ciento en el precio de venta de la mezcla mexicana de petróleo. Y eso nos pega en las finanzas, que son el punto flaco de Pemex y este gobierno.
Además, Wuhan y toda Hubei son un importante enclave industrial que ha dejado de producir numerosos componentes industriales, por ejemplo, autopartes. Esto ha llevado al cierre de casi todos los fabricantes de automóviles dentro de China, a otros en Corea del Norte y pone en riesgo, si continúa o empeora la situación, de que en dos o tres semanas se agoten piezas necesarias en distintos sectores industriales.
No es claro si hay o se prevé un impacto de este tipo en México. No sería difícil dado que nuestra industria es básicamente de ensamble, con muchos componentes orientales.
Pero el verdadero gran riesgo que nos plantea el coronavirus es asocia al comportamiento social de nuestra población, que en mucho dependerá de la información disponible.
Otros países nos dan indicios al respecto. En China escasean medicamentos y antibióticos a los que falsamente se les atribuyen propiedades curativas. En la costa oriental de Canadá y Estados Unidos se han agotado los tapabocas porque los compra gente que no los necesita. Caso curioso, en Hong Kong hay desabasto de papel higiénico. Un comportamiento social atípico porque piensan que se puede acabar algo necesario puede generar desabastos absurdos que a su vez crearían mayor inquietud.
Es vital diseñar una estrategia de información transparente, confiable y veraz en la que colaboren las instituciones de salud y los grandes medios; no hay peores propagadoras de mitos que la incertidumbre y la desconfianza.
De acuerdo al subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, y al director general de epidemiología de la Secretaría de Salud, doctor José Luis Alomía Zegarra, la llegada del coronavirus a México es inevitable. Solo que como en el son de la negra, no sabemos cuándo.
Fue en un mercado de alimentos exóticos, donde se vendían armadillos, murciélagos, perros, ratas, víboras y similares, donde el virus tuvo una mutación y adquirió la nueva capacidad que le permitió infectar a algunos clientes. Así que los primeros se contagiaron por los animales del mercado; pero inmediatamente ellos mismos empezaron a transmitir el patógeno a otros seres humanos.
La infección ocurre por las microgotas de saliva que todos expulsamos al estornudar, toser, hablar y comer. Estas llegan a las mucosas de la boca, nariz u ojos de otra persona y la contagian. No entra a través de la piel, pero si se transmite al saludar de mano, y posiblemente sobreviva unas horas en algunas superficies. Para prevenirlo, además de evitar la cercanía con posibles contagiados, hay que lavarse muy bien y con frecuencia las manos y nunca, nunca, tocarse la cara después de saludar o tocar superficies sospechosas.
Las personas que sospechan de haberse infectado deben usar tapabocas para no contagiar a otros. Aunque lo mejor es aislarse completamente. El tapabocas común y corriente no sirve para evitar la entrada de microgotas en el aire porque obliga a aspirar más fuerte y el aire entra por los lados. Y un tapabocas de nivel sanitario es caro y no lo encontrará en ningún lado. Sin embargo el tapabocas es útil como recordatorio de que no hay que tocarse la cara.
Algo que dificulta mucho detener la expansión de la enfermedad es que es transmitida por gente que todavía no tiene síntomas; que no se han dado cuenta de que están enfermos; o que sus síntomas son moderados y piensan que se trata de una gripa cualquiera. Son estas personas las que prefieren cumplir con sus deberes en el trabajo o la escuela y continúan una vida normal sin darse cuenta de que son portadores y contagian a otros.
Por ello, para contener la expansión del coronavirus, se tomaron medidas muy drásticas, del tipo que solo puede imponer un régimen autoritario a una población disciplinada. Más de cincuenta millones de chinos están encerrados en sus casas en la provincia de Hubei y su capital Wuhan. Miles de drones vigilan las calles y siguen e incluso les dan instrucciones a los salen a la calle. Solo se permite que una persona de cada familia salga cada cinco días para abastecerse de agua y alimentos.
El aislamiento en Hubei es masivo y universal; en otros lados es selectivo para enfermos confirmados y potenciales. Es la manera en que se intenta detener esta enfermedad.
China ha sorprendido al mundo construyendo dos hospitales modernos, de mil y mil 600 camas en un par de semanas. Aún así no son suficientes. Se calcula que la tasa de mortalidad es algo menor al 2 por ciento de los enfermos comprobados. Pero es de 3.1 en Hubei donde se concentran los enfermos y los servicios de salud son muy insuficientes; pero la tasa de mortalidad es de solo 0.16 por ciento en el resto de China donde hay muy pocos enfermos y reciben mucha mejor atención.
En todo caso la cifra de enfermos severos es alta, de alrededor de 15 por ciento y la población de alto riesgo son los mayores de 65 años, con diabetes, obesidad, presión alta, asma, problemas broncopulmonares y/o renales.
Aquí en México nos encontramos en una transición en el sistema de salud que en algunos aspectos parece caótica. Hay que esperar que en el caso del coronavirus ya se hayan diseñado los protocolos de atención y se tengan disponibles los recursos financieros y hospitalarios para reaccionar y tratar con rapidez a los primeros casos.
El coronavirus no es peor que la influenza que sufrimos en el 2009 o la que ocurre cada invierno. Pero hay dos diferencias relevantes: el coronavirus se transmite con mayor facilidad, de manera exponencial, y todavía no se cuenta con una vacuna para prevenirlo. Así que, aunque sea menos letal, si infecta a más gente puede provocar muchas muertes; tal vez no más que el dengue u otras enfermedades cuya información ya no es novedosa.
Pero hay otros flancos donde el coronavirus está pegando. A raíz de esto China ha visto reducido su consumo de diésel, gas avión, gasolinas y petróleo en general y eso ha provocado una caída de cerca de un 20 por ciento en el precio de venta de la mezcla mexicana de petróleo. Y eso nos pega en las finanzas, que son el punto flaco de Pemex y este gobierno.
Además, Wuhan y toda Hubei son un importante enclave industrial que ha dejado de producir numerosos componentes industriales, por ejemplo, autopartes. Esto ha llevado al cierre de casi todos los fabricantes de automóviles dentro de China, a otros en Corea del Norte y pone en riesgo, si continúa o empeora la situación, de que en dos o tres semanas se agoten piezas necesarias en distintos sectores industriales.
No es claro si hay o se prevé un impacto de este tipo en México. No sería difícil dado que nuestra industria es básicamente de ensamble, con muchos componentes orientales.
Pero el verdadero gran riesgo que nos plantea el coronavirus es asocia al comportamiento social de nuestra población, que en mucho dependerá de la información disponible.
Otros países nos dan indicios al respecto. En China escasean medicamentos y antibióticos a los que falsamente se les atribuyen propiedades curativas. En la costa oriental de Canadá y Estados Unidos se han agotado los tapabocas porque los compra gente que no los necesita. Caso curioso, en Hong Kong hay desabasto de papel higiénico. Un comportamiento social atípico porque piensan que se puede acabar algo necesario puede generar desabastos absurdos que a su vez crearían mayor inquietud.
Es vital diseñar una estrategia de información transparente, confiable y veraz en la que colaboren las instituciones de salud y los grandes medios; no hay peores propagadoras de mitos que la incertidumbre y la desconfianza.
domingo, 2 de febrero de 2020
Micro potencias de desarrollo; el caso Oaxaca
Jorge Faljo
Oaxaca ha destacado en una peculiar competencia, la de obtener recursos de programas federales orientados al desarrollo social, rural y ambiental. Recuerdo un caso particular, de hace años, en el que funcionarios de la Comisión Nacional Forestal -Conafor-, encontraban que Oaxaca obtenía una tajada desproporcionadamente grande de los recursos de un programa de reforestación. Se llevaba algo así como la tercera parte del presupuesto destinado a todo el país. Lo que no parecía justificable y era difícil de explicar.
Parte de su preocupación era que pudiera pensarse que tenían un sesgo o simpatía desmedida por Oaxaca. No era así.
Los recursos de ese programa se distribuían mediante el mecanismo usual empleado por la mayor parte de las entidades y programas orientados al medio rural. Usado, por ejemplo, por las secretarías de agricultura, medio ambiente, reforma agraria, desarrollo social, la Conafor y otras.
El mecanismo ha sido lanzar una convocatoria en internet llamando a la presentación de proyectos. Estos, según la dependencia y programa, podrían ser productivos, de reforestación, enfocados en áreas naturales protegidas. Existen innumerables programas con este tipo de orientación general que podría llamarse de desarrollo rural.
El mecanismo institucional usual enfrenta problemas; para empezar no está al alcance de todos enterarse de una convocatoria en internet. A partir de ello hay que cumplir los requisitos de la invitación, pagar a un técnico o despacho para la elaboración de un proyecto que parezca viable, todo ello respaldado por los papeles legales de la comunidad, ejido o grupo. Esto requiere acuerdos y liderazgos adecuados dispuestos a correr el riesgo de que a fin de cuentas esos esfuerzos no fructifiquen.
Por ello en ocasiones los proyectos escasean o tienen una mala factura. Bajo este mecanismo se han inyectado ingentes recursos públicos en proyectos fracasados.
El reparto centralizado de recursos es controvertido, sobre todo desde la óptica de la burocracia local que con frecuencia considera que su mejor conocimiento de los personajes y organizaciones locales les permitiría una mejor asignación de recursos. Una opción que fue satanizada desde la administración de Vicente Fox al temer la burocracia local tuviera lealtades priistas y dirigiera los recursos a organizaciones de ese partido. Por ello decidió centralizar en extremo la asignación de recursos.
Pero volvamos al tema de inicio. El caso es que Oaxaca ha sido una potencia generadora de proyectos de desarrollo rural; los que pueden ser productivos, de reforestación y, en general los aprovechables por campesinos.
Lo que inquietaba a los directivos de un programa de reforestación, era ¿cómo es que Oaxaca, siguiendo las reglas del juego, lograba acaparar con sus proyectos una proporción desmedida de recursos? Esto es un mero ejemplo de una capacidad que considero significativa y que es aplicable tanto a este programa como a muchos otros, de diversas entidades públicas que también concursan sus recursos.
La explicación de fondo es que Oaxaca tiene 570 municipios y de ellos 418 se rigen por usos y costumbres indígenas. Lo cual contrasta con que los otros 30 estados del país tienen, entre todos, 1,888 municipios. Un promedio de 63 municipios por entidad.
Los municipios de Oaxaca se distinguen por su pequeñez demográfica; el promedio estatal es de 7 mil habitantes por municipio. Pero esta cifra es mucho menor para los 418 municipios de usos y costumbres. En el extremo 30 municipios tienen menos de 420 habitantes cada uno.
Estos municipios funcionan con sus propios mecanismos de toma de decisiones; sean asambleas comunitarias, consejos de ancianos y otros. El sistema en su conjunto permite una buena representación de cada pueblo indígena, incluso los grupos más pequeños.
Los micro municipios indígenas de Oaxaca tienen una doble característica: la toma de decisiones es muy cercana a los intereses de su población indígena y campesina; y gracias a que son estructuras de gobierno reconocidas, que reciben algunos recursos públicos, han desarrollado capacidades técnicas para, por ejemplo, elaborar proyectos (productivos, forestales y de otros tipos), que son competitivos en las convocatorias de las entidades federales.
Conjuntar democracia participativa es la clave de la potencia Oaxaqueña para generar proyectos y atraer recursos.
Desconcentrar la toma de decisiones públicas y acercarse a la población local es hoy en día el mantra de los organismos internacionales como Banco Mundial, CEPAL u OCDE. Va de la mano con el planteamiento de democracia participativa que hace el Plan Nacional de Desarrollo de esta administración. La conclusión es que sea en los pueblos, comunidades, ejidos, municipios que ellos definan la ruta de su propio desarrollo.
El país no ha marchado en ese sentido en los últimos 40 años. La Ley de Derechos de los Pueblos y Comunidades Indígenas del Estado de Oaxaca, es un garbanzo de a libra. Esta Ley fue emitida en 1998, tras años de consultas, negociaciones y preparativos.
La tendencia nacional ha sido restar capacidades y poderes a las comunidades, ejidos y municipios y substituirlos por decisiones centralizadas. Es un esquema que muestra fallas múltiples: deterioro de la cohesión social, incapacidad para tomar acuerdos y hacerlos cumplir, deterioro del medio, creciente inseguridad y violencia. Y es que el gobierno central, sea de derecha o izquierda, no puede substituir a los mecanismos de gobernanza local.
Es hora de revertir el camino. Así que, de plano, propongo Oaxaqueñizar a todo el país. Promovamos, donde sea viable los micro municipios rurales; institucionalicemos estructuras de gobierno sub municipales, recuperemos y respaldemos al ejido y a las comunidades como nivel de gobierno.
De lo que se trata es de institucionalizar la descentralización de la toma de decisiones y las capacidades locales para diseñar su propia ruta de desarrollo. Hagamos viable la democracia participativa como motor del desarrollo y del cambio impulsado desde abajo.
Oaxaca ha destacado en una peculiar competencia, la de obtener recursos de programas federales orientados al desarrollo social, rural y ambiental. Recuerdo un caso particular, de hace años, en el que funcionarios de la Comisión Nacional Forestal -Conafor-, encontraban que Oaxaca obtenía una tajada desproporcionadamente grande de los recursos de un programa de reforestación. Se llevaba algo así como la tercera parte del presupuesto destinado a todo el país. Lo que no parecía justificable y era difícil de explicar.
Parte de su preocupación era que pudiera pensarse que tenían un sesgo o simpatía desmedida por Oaxaca. No era así.
Los recursos de ese programa se distribuían mediante el mecanismo usual empleado por la mayor parte de las entidades y programas orientados al medio rural. Usado, por ejemplo, por las secretarías de agricultura, medio ambiente, reforma agraria, desarrollo social, la Conafor y otras.
El mecanismo ha sido lanzar una convocatoria en internet llamando a la presentación de proyectos. Estos, según la dependencia y programa, podrían ser productivos, de reforestación, enfocados en áreas naturales protegidas. Existen innumerables programas con este tipo de orientación general que podría llamarse de desarrollo rural.
El mecanismo institucional usual enfrenta problemas; para empezar no está al alcance de todos enterarse de una convocatoria en internet. A partir de ello hay que cumplir los requisitos de la invitación, pagar a un técnico o despacho para la elaboración de un proyecto que parezca viable, todo ello respaldado por los papeles legales de la comunidad, ejido o grupo. Esto requiere acuerdos y liderazgos adecuados dispuestos a correr el riesgo de que a fin de cuentas esos esfuerzos no fructifiquen.
Por ello en ocasiones los proyectos escasean o tienen una mala factura. Bajo este mecanismo se han inyectado ingentes recursos públicos en proyectos fracasados.
El reparto centralizado de recursos es controvertido, sobre todo desde la óptica de la burocracia local que con frecuencia considera que su mejor conocimiento de los personajes y organizaciones locales les permitiría una mejor asignación de recursos. Una opción que fue satanizada desde la administración de Vicente Fox al temer la burocracia local tuviera lealtades priistas y dirigiera los recursos a organizaciones de ese partido. Por ello decidió centralizar en extremo la asignación de recursos.
Pero volvamos al tema de inicio. El caso es que Oaxaca ha sido una potencia generadora de proyectos de desarrollo rural; los que pueden ser productivos, de reforestación y, en general los aprovechables por campesinos.
Lo que inquietaba a los directivos de un programa de reforestación, era ¿cómo es que Oaxaca, siguiendo las reglas del juego, lograba acaparar con sus proyectos una proporción desmedida de recursos? Esto es un mero ejemplo de una capacidad que considero significativa y que es aplicable tanto a este programa como a muchos otros, de diversas entidades públicas que también concursan sus recursos.
La explicación de fondo es que Oaxaca tiene 570 municipios y de ellos 418 se rigen por usos y costumbres indígenas. Lo cual contrasta con que los otros 30 estados del país tienen, entre todos, 1,888 municipios. Un promedio de 63 municipios por entidad.
Los municipios de Oaxaca se distinguen por su pequeñez demográfica; el promedio estatal es de 7 mil habitantes por municipio. Pero esta cifra es mucho menor para los 418 municipios de usos y costumbres. En el extremo 30 municipios tienen menos de 420 habitantes cada uno.
Estos municipios funcionan con sus propios mecanismos de toma de decisiones; sean asambleas comunitarias, consejos de ancianos y otros. El sistema en su conjunto permite una buena representación de cada pueblo indígena, incluso los grupos más pequeños.
Los micro municipios indígenas de Oaxaca tienen una doble característica: la toma de decisiones es muy cercana a los intereses de su población indígena y campesina; y gracias a que son estructuras de gobierno reconocidas, que reciben algunos recursos públicos, han desarrollado capacidades técnicas para, por ejemplo, elaborar proyectos (productivos, forestales y de otros tipos), que son competitivos en las convocatorias de las entidades federales.
Conjuntar democracia participativa es la clave de la potencia Oaxaqueña para generar proyectos y atraer recursos.
Desconcentrar la toma de decisiones públicas y acercarse a la población local es hoy en día el mantra de los organismos internacionales como Banco Mundial, CEPAL u OCDE. Va de la mano con el planteamiento de democracia participativa que hace el Plan Nacional de Desarrollo de esta administración. La conclusión es que sea en los pueblos, comunidades, ejidos, municipios que ellos definan la ruta de su propio desarrollo.
El país no ha marchado en ese sentido en los últimos 40 años. La Ley de Derechos de los Pueblos y Comunidades Indígenas del Estado de Oaxaca, es un garbanzo de a libra. Esta Ley fue emitida en 1998, tras años de consultas, negociaciones y preparativos.
La tendencia nacional ha sido restar capacidades y poderes a las comunidades, ejidos y municipios y substituirlos por decisiones centralizadas. Es un esquema que muestra fallas múltiples: deterioro de la cohesión social, incapacidad para tomar acuerdos y hacerlos cumplir, deterioro del medio, creciente inseguridad y violencia. Y es que el gobierno central, sea de derecha o izquierda, no puede substituir a los mecanismos de gobernanza local.
Es hora de revertir el camino. Así que, de plano, propongo Oaxaqueñizar a todo el país. Promovamos, donde sea viable los micro municipios rurales; institucionalicemos estructuras de gobierno sub municipales, recuperemos y respaldemos al ejido y a las comunidades como nivel de gobierno.
De lo que se trata es de institucionalizar la descentralización de la toma de decisiones y las capacidades locales para diseñar su propia ruta de desarrollo. Hagamos viable la democracia participativa como motor del desarrollo y del cambio impulsado desde abajo.
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