Jorge Faljo
La celebración del Día Internacional de la Mujer el próximo 8 de marzo tiene una tradición mundial centenaria. Sin embargo, nunca en México había tenido la importancia que tendrá este año debido al hartazgo que provocan las múltiples formas de violencia cotidiana que sufren las mujeres en sus trabajos, en la calle y hasta en sus casas.
El asesinato infame, de la mayor crueldad y asociado al abuso sexual, del que ha sido víctima una niña de apenas siete años ha provocado estupor e indignación. Ha sido como la gota que derrama el vaso; pero antes que ella hubo muchas otras gotas criminales que colmaron la paciencia de las jóvenes universitarias. En estos crímenes brutales se han sintetizado los extremos de desintegración social y familiar a los que hemos llegado.
De esta descomposición social y de la inseguridad somos víctimas todos, sea porque la sufrimos directamente o porque tenemos que abandonar el desenfado, cambiar de hábitos y vivir en estado de alerta.
Pero hay de víctimas a víctimas; en la población más vulnerable se acumulan los golpes y sufrimientos de todo tipo. Los que genera la pobreza, el hacinamiento, la mala e insuficiente alimentación, el no tener para comprarle zapatos a los niños, la permanente falta de dinero y las necesidades básicas insatisfechas.
Y la población más vulnerable, son las mujeres, las adolescentes, las niñas.
El día internacional de la mujer no ha sido, en su larga historia, un día de celebración, sino de luchas encabezadas por mujeres combativas, en su mayoría de izquierda, socialistas y comunistas. A las mujeres no se les concedió, sino que tuvieron que pelear por el derecho a votar, a tener propiedades y a poder heredar; tuvieron que pelear por el derecho a tener trabajos remunerados, a estudiar y a ser profesionistas. Hoy pelean por obtener salarios iguales a los de los hombres cuando realizan las mismas actividades, a obtener ascensos asociados a sus méritos y capacidades.
Pelearon también para decidir con quién casarse; y ahora a la planeación familiar, que todavía les niega la iglesia católica; y a decidir sobre su propio cuerpo en el caso de embarazos indeseados.
La legitima protesta de las mujeres no debe verse como la respuesta a algo que solo las afecta a ellas. Hay que colocar el sufrimiento de las mujeres en un contexto más amplio: el de la desintegración de la familia que surge del modelo económico.
En las últimas décadas el deterioro del ingreso de los trabajadores, el abandono del campo y el proceso de desindustrialización, es decir la quiebra de la producción campesina y de las medianas y pequeñas empresas urbanas, hizo que millones, sobre todo hombres, emigraran a los Estados Unidos. Abandonaron el trato cotidiano con sus parejas e hijos, aunque mantuvieron lazos afectivos a distancia y siguen enviando dinero a sus familias.
La cruel ruptura de millones de familias deterioró la transmisión de padres a hijos de valores esenciales asociados al trabajo honesto, al respeto a los mayores y a las mujeres. La orfandad es cruel y se convirtió en semilla de crueldad social.
Pero el golpe a la familia no se limitó a la emigración. Los mexicanos pasamos a tener uno de los salarios más bajos de América Latina, más bajos que en Centro América y, al mismo tiempo las mayores exigencias laborales.
Según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico los trabajadores mexicanos son los que más trabajan, con un promedio de 2,148 horas al año; el promedio en los 34 países de esa organización es de 1,734 horas al año; en Francia el promedio es de 1,520 horas y en Alemania de 1,363. La diferencia es fuerte; los mexicanos trabajan el equivalente a 10 semanas más que el promedio en los otros países.
Al mismo tiempo vivimos un deterioro salarial acelerado. Cierto que tras un deterioro brutal del 80 por ciento en cuatro décadas en los últimos años mejoró un poco el salario mínimo. Pero es impresionante que de 2010 a 2018 se perdieron 2.5 millones de empleos que pagaban más de tres salarios mínimos. El empleo que se incrementa, el que paga menos de dos salarios mínimos, es en general precario, inseguro y explotador.
No he cambiado el tema. El deterioro de los ingresos ha reducido enormemente la posibilidad de que la familia se mantenga con un solo trabajador. Ha forzado la entrada de las mujeres a un mundo laboral explotador, al mismo tiempo que tienen que seguir realizando las tareas domésticas; y esto no es una gran victoria.
Ocurre un incremento insoportable de presiones que obstruyen la convivencia con hijos y parejas y aumentan las tensiones, e incluso la violencia intrafamiliar.
De manera generalizada en todo el mundo la gente vive más años. Es el resultado de las vacunas, de una mejor alimentación, de acceso a agua potable, de una vida más sana, segura y, posiblemente, feliz. Pero no en México en los últimos años. En el año 2000 la esperanza de vida de los mexicanos fue de 74.73 años y en 2015 de 74.71 años. Mientras la población del mundo mejoraba su situación, aquí empeoraba.
Como le llamen, modernidad o neoliberalismo, el caso es que el modelo económico y social que seguimos tiene como principales víctimas a los trabajadores, a las familias y, sobre todo a las mujeres.
Este próximo 8 de marzo muchas mujeres marcharán en un gran número de ciudades del mundo. En México será especialmente importante que se hagan notar y exijan un mejor trato. Lo merecen a lo grande. Porque no se trata de conseguir pequeños símbolos de aprecio, una flor, un perfume, sino de cambiar el rumbo de México. Veamos con respeto sus demandas; porque lo que necesitan ellas, lo necesitamos todos. Si las mujeres triunfan, triunfamos todos.
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