domingo, 28 de marzo de 2021

Migración y causas raíz

 

Jorge Faljo

Una nueva oleada de migrantes está llegando a la frontera norteamericana para encontrarse con las puertas cerradas. Durante décadas la mayoría de los que deseaban entrar a los Estados Unidos eran mexicanos, pero ahora son sobre todo centroamericanos que llegan de mucho más lejos, atravesando hasta cuatro fronteras y en las peores y más peligrosas condiciones posibles.  

En su travesía enfrentan criminales y autoridades, frecuentemente coludidos para aprovechar el gran negocio de guiarlos, transportarlos, venderles protección o extorsionarlos.

Los republicanos quieren culpar a Biden de la nueva oleada migratoria. Sea porque que el nuevo presidente norteamericano presenta una nueva imagen más compasiva y humana, o simplemente porque abandona las formas más brutales de la anterior administración, el hecho es que ha renovado la esperanza de los migrantes. Eso a pesar de que la nueva administración declara y hace efectivo un nuevo cierre de su frontera.

Sin embargo, la realidad demuestra que la adversidad del viaje y las puertas cerradas no logran desalentar las dos fuerzas mayores que determinan la migración: la expulsión y la atracción.

Del lado expulsor se encuentran algunos de los peores efectos del cambio climático: huracanes y sequía. De acuerdo al Programa Mundial de Alimentos -PMA-, cuatro países de Centroamérica, precisamente El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua, están siendo azotados por graves hambrunas causadas por la crisis económica desatada por el Covid-19 y los desastres naturales, en particular dos huracanes asestaron, en 2020, un duro golpe a millones de personas que antes no padecían hambre. Ahora el PMA acaba de hacer un llamado urgente para dar asistencia alimentaria a 2.6 millones de personas. Un 15 por ciento de los entrevistados por esta agencia en enero pasado estaban haciendo planes para emigrar.  

No solo no existen mecanismos de asistencia social adecuados a la magnitud del desastre natural y sanitario, con su correspondiente pérdida de empleos; lo que hay es un contexto de violencia criminal de pequeña y gran escala. Pandillas que extorsionan y destruyen cualquier pequeña iniciativa de negocio. Por otra parte, la inequidad y la concentración extrema de la riqueza asociada a autoritarismos y represión; incluso colusiones de alto nivel con el tráfico de drogas.

En paralelo a los factores de expulsión existe una poderosa fuerza de atracción hacia los Estados Unidos. Más de 800 mil hondureños, 1.6 millones de salvadoreños y un millón de guatemaltecos han logrado establecerse y trabajar en los Estados Unidos. Sus remesas son el mayor mecanismo de asistencia social para sus familias y equivalen al 23 por ciento del Producto Interno Bruto –PIB-, de Honduras, el 20 por ciento en El Salvador y el 14 por ciento en Guatemala.

Los mensajes que reciben los migrantes son contradictorios. En Centroamérica la radio y la televisión transmiten mensajes del gobierno norteamericano diciendo que la frontera no está abierta; que no se muevan, que podrán solicitar su entrada a los Estados Unidos desde su propio país. Una posibilidad que cerró Trump.

Pero hay otros mensajes. Los de los ya asentados en los Estados Unidos y los de unos 25 mil migrantes que esperaron durante dos años, o más, su trámite migratorio en el lado mexicano de la frontera y que ahora están siendo aceptados para continuar este proceso del lado norteamericano. Ellos alientan con su ejemplo, con sus remesas y con sus mensajes, a que otros se sumen a la larga y peligrosa marcha. Además, los polleros pregonan los beneficios de su negocio.

Paradójicamente y con un nuevo tono, menos brutal y hasta amable, algunos resultados son similares a los anteriores. Estados Unidos hace una excepción al cierre de su frontera y acepta a los menores de edad con el argumento de que sería muy cruel devolverlos a la inseguridad de México.  Eso hace que algunos padres y madres se separen de sus hijos con la esperanza de que sean enviados con familiares dentro de ese país y que más tarde puedan reunirse. Es decir que ocurre una nueva separación, ahora voluntaria, de las familias.

El gobierno de Trump aprovechó los datos que llevaban los menores para revisar la situación de sus parientes y en algunos casos expulsarlos; sembró pánico y dificultó la reunificación familiar. Esperemos que se abandone esta práctica y que los menores lleguen a sus destinos.

Por nuestra parte, México cerró su frontera sur con el argumento de impedir la difusión del Covid lo que de inmediato fue seguido del anuncio del envío de 2.5 millones de vacunas norteamericanas. Lo que ha levantado sospechas de un intercambio de favores, acordado o implícito, que de nuevo coloca a México como barrera en el paso de los migrantes.

Lo más importante en este mar de sufrimiento humano, es que se retoma la idea de atender a las “causas raíz” de la migración. El gobierno de Trump puso oídos sordos a esta propuesta de México confiado en que la crueldad y el muro les permitiría ignorar el problema. Biden está enviando una delegación de alto nivel para “desarrollar un plan de acción efectivo y humano para el manejo de la migración.” También ofreció 4 mil millones de dólares para atender las causas raíz de la migración.

El monto no es realmente substancial si consideramos que en este año las remesas hacia Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua podrían alcanzar los 26 mil millones de dólares.

Solo que no se trata simplemente de contar con más dinero; se requiere un cambio cualitativo. Una mayor entrada de dólares no atendería a las causas raíz. El problema es el estilo de globalización.

Los cuatro países mencionados son exportadores crecientes de alimentos mientras que en paralelo incrementan su dependencia de las importaciones de granos básicos. En conjunto importan el 50 por ciento de su consumo de cereales, legumbres y oleaginosas; 57 por ciento en el caso del maíz.

Han seguido el modelo típico que coloca las inversiones públicas y privadas en la producción de exportación manejada por las elites locales y las empresas extranjeras, al tiempo que descuidan las capacidades de producción de los más pobres. Paradójicamente las remesas, al hacer más accesibles los dólares y abaratarlos, facilitan la importación de alimentos y bienes que antes era posible producir internamente y que ahora se importan. En condiciones de dólares baratos y fronteras abiertas los pequeños y micro productores campesinos e indígenas ya no pueden competir con lo importado y cunde el desempleo.

Solucionar las causas raíz requeriría una revolución en el modelo económico de estos países. Hacer que los dólares de las remesas puedan convertirse en inversión productiva que fortalezca la autosuficiencia en lugar de meramente incrementar las importaciones implica un cambio de enorme magnitud. La nueva lógica iría en favor de la reactivación y el fortalecimiento de las capacidades de la pequeña producción; lo que solo puede hacerse en un mercado administrado, regulado en su relación con el exterior y en su funcionamiento interno.

Implica una fuerte injerencia gubernamental que para ser positiva tendría que acompañarse de un salto a la democracia y a la participación social. Intentos que en el pasado generaron guerras civiles y golpes de estado aprobados desde los gobiernos norteamericanos.

La migración, contra la que vociferan los republicanos en los Estados Unidos coloca a la administración de Biden entre la espada y la pared. Tal vez eso impulse un cambio en la actitud norteamericana hacia Centroamérica que apoye la transformación requerida.

O tal vez no.

domingo, 7 de marzo de 2021

Pandemia, empobrecimiento y derechos ciudadanos

 Jorge Faljo

El golpe de la pandemia ha sido tan generalizado, contra la humanidad entera, que paradójicamente se está convirtiendo, sin dejar de ser brutal, en una incipiente experiencia democratizadora.
La enfermedad ha puesto al descubierto nuestras peores debilidades. Baste mencionar la tremenda desigualdad económica entre países y personas, donde coexisten la acumulación extrema de riqueza, con el hambre y las carencias más elementales; un sistema alimentario que nos ha hecho gordos, mal nutridos, plagados por enfermedades crónicas y con baja capacidad de respuesta inmunológica; esquemas de investigación médica y estructuras sanitarias orientadas a los que mejor pueden pagar.

Decimos que es mejor prevenir que remediar, pero como humanidad y como países hemos preferido vivir el presente deseando que los riesgos no lleguen a materializarse antes que prepararnos para ellos. Ahora, con el cambio climático se nos acumulan los efectos de la impreparación y es cada vez más evidente que los costos de prevenir habrían sido mucho menores que los de remediar a medias.
La pandemia era un riesgo anunciado y ahora que se materializó como hecho real no solo no habíamos tomado las precauciones debidas, sino que la respuesta ha sido desordenada, los mensajes contradictorios y el comportamiento global poco solidario.
En este contexto la pandemia ha hincado sus dientes donde más nos duele; se ensaña en los más vulnerables y abre más las brechas entre los que logran conservar un empleo y los que lo pierden; entre los que tienen ahorros y los que viven al día; entre los que se alimentan bien y los que no; entre los países con sistemas sanitarios y de seguridad social eficientes y los que meramente los simulan.

Hay otro aspecto paradójico. Debido a que el impacto del Covid-19 es realmente universal, ha obligado a tomar medidas novedosas que rompen los esquemas ortodoxos del individualismo egoísta y son los embriones de una evolución que puede ser muy positiva, si sabemos preservarla y construir sobre ella. Se trata de una revolución ideológica que modifica la relación entre gobiernos, libre mercado y ciudadanos.

Quedó demostrado que si ante un problema de magnitud global se asignan los recursos suficientes, lo que requiere voluntad pública y política, es posible hacerle frente. Me refiero en particular, como ejemplo destacado, a la capacidad para desarrollar vacunas con una velocidad sin precedentes; lo que no había ocurrido porque otras epidemias no afectaban a los más pudientes.

Pero lo que quiero destacar que ya no se cuestiona que las vacunas deberán llegar a todos en todas partes. Cierto que en un mundo caracterizado por la inequidad económica y social eso no está ocurriendo de manera pareja. No obstante, el problema de la asignación de vacunas tiende a ser visto como de circunstancias y temporalidad al mismo tiempo que se expande la idea de que existe un derecho básico, humano, de que, aunque sea más tarde que temprano, todos tienen derecho al tratamiento adecuado.

No deja de haber cierto egoísmo en esa idea. Sabemos que mientras haya países y grupos de población en los que la pandemia permanezca surgirán nuevas variantes que le generarán problemas a todos los demás.

Incluso en los países de más exacerbado individualismo, además del derecho a recibir la vacuna de manera gratuita se ha establecido el derecho a no ser expulsado del hogar, a seguirse alimentando y al consumo elemental. El mejor ejemplo es los Estados Unidos que han impuesto una moratoria en el pago de la renta y transferencias monetarias sin contrapartida a buena parte de la población.

A diferencia del pasado los gobiernos de todo el mundo en lugar de salvar a las empresas están salvando a los ciudadanos; son los garantes del derecho a la salud a la vivienda, a la alimentación, al empleo. La cosa no es pareja y la transición no se da sin fuertes discusiones políticas. Pero el cambio hacia la exigencia de que los estados cumplan con nuevas responsabilidades en beneficio de los individuos es indudable.

Ocurre también a nivel internacional en relación al papel de los organismos públicos internacionales como la Organización de las Naciones Unidas, la Organización Mundial de la Salud, la Organización Mundial del Comercio, el Fondo Monetario Internacional y otros. Se espera mucho más de ellos, se exige el cambio de reglas y en paralelo se les fortalece como las instituciones y mecanismos de los cuales esperamos mejor distribución de vacunas y avances hacia una mejor gobernanza global.

La revigorización generalizada de lo público crea un nuevo equilibrio respecto a la operación de los mercados. Estos últimos siguen siendo la base de operación de las economías y las sociedades. Pero ahora destaca el papel de los gobiernos como grandes generadores de dinero inyectado en las economías; como reguladores y asignadores de incentivos a las empresas; como proveedores de transferencias a la población, en efectivo y en servicios públicos.

No es un mero fortalecimiento de los Estados; es sobre todo un reconocimiento de los derechos de los ciudadanos.
Lo dijo la CEPAL hace un año; la responsabilidad de enfrentar la pandemia y sus consecuencias es de los gobiernos.

En México la responsabilidad y la tarea por hacer son enormes. Hay mucho que repensar. En papel hemos aceptado y nos hemos comprometido con derechos esenciales, como el derecho a la salud y a la alimentación saludable. Pero no cumplimos en el pasado y la situación es cuestionable en el presente.
Somos el país con mayor grado de sobrepeso de la población en el mundo y con mayor reducción de años de vida como consecuencia de sus enfermedades asociadas.

Tenemos una de las mayores proporciones de población en pobreza y pobreza extrema de América Latina. De acuerdo al último informe, Panorama Social de América Latina 2020 de la CEPAL la pobreza extrema en México creció de 10.6 por ciento de la población en 2018 a 18.3 por ciento en 2020.

Con un añadido preocupante. CEPAL hace el cálculo considerando la incidencia de las transferencias de recursos del gobierno a personas vulnerables. Sin estas transferencias la población en pobreza extrema se habría elevado a 18.4 por ciento. Si vemos el impacto en la pobreza total esta subió de 41.5 por ciento en 2018 a 50.6 por ciento en 2020, con o sin transferencias.

México destaca, lamentablemente, por un alto nivel inicial de pobreza y pobreza extrema; por un mayor impacto negativo de la pandemia; por un histórico bajo porcentaje de gasto social y por su permanente ineficacia.

Hay que pasar de hacer proyectos para los pobres sumisos a trabajar con los pobres; sobre todo con los pobres organizados y exigentes.

Cierto que la herencia del pasado es muy pesada; pero hay mucho que reconsiderar en el presente.