Aire a la Iglesia y a la política.
Jorge Faljo
Como típico albazo se aprobó en la cámara de diputados una reforma al artículo 24 constitucional que establece “el derecho a la libertad de conciencia y de religión” y a “practicar individual y colectivamente, tanto en público como en privado, las ceremonias, devociones o actos de culto respectivo, siempre que no constituyan un delito”.
El proceder reflejó la disposición del aparato priista a disciplinarse. Resulta paradójico que al impulsar el derecho a la libertad de conciencia individual, necesariamente asociada a la reflexión, al debate y a la defensa de las convicciones personales, se destacó notablemente su ausencia.
Falta aún la aprobación del Senado y de una mayoría de los congresos estatales; pero es el momento de explorar los impactos previsibles de este cambio constitucional. Uno es la posibilidad de practicar actos de culto en prácticamente cualquier espacio público o privado; otro es la entrada de la iglesia católica como un actor principal al espacio mediático, sobre todo radio y televisión; finalmente se desdibuja la distinción entre religión y política al grado de que curas, monjas o pastores evangélicos podrían ser candidatos de elección popular.
Estoy convencido de que el primer impacto será altamente conflictivo. Una cosa es el derecho a la libertad de conciencia y religión, que es indiscutible en toda sociedad democrática. Y otra muy distinta es que este derecho se traduzca en apropiarse de espacios públicos. Será un peligro que en la práctica este derecho dependa de autoridades menores, cada una con sus propias convicciones. Hacer una misa en el patio de la escuela pública dependerá en mucho de si el director o directora es católico, evangélico, ateo o practica el vudú. Cualquiera que sea su respuesta ante una solicitud de este tipo creará conflictos entre la escuela y su entorno comunitario e incluso al interior entre maestros y entre alumnos. Una verdadera papa caliente.
Lo mismo puede decirse en otros casos: ocupar una plaza central, bendecir obras públicas o hacer ritos religiosos en edificios públicos. No se diga el colocar imágenes permanentes de este tipo. Cuáles serían las condiciones de equilibrio entre los derechos de distintos ciudadanos si alguien exige que junto a la virgen se coloque a Ganesha, a Babalú o a Benito Juárez. ¿Qué haremos frente al acoso religioso? La respuesta es clara: la libertad de conciencia de todos solo se protege cuando ciertos espacios no son ocupados por nadie.
Por otra parte parece más viable que la iglesia católica se convierta en un activo agente mediático en radio y televisión. Trataría así de recuperar su influencia en las conciencias y poder político.
La iglesia se sabe enormemente disminuida, irrelevante, e intenta algo arriesgado. El cambio legal abre paso al absurdo; un posible incremento substancial del poder mediático de la iglesia en medio de la mayor declinación de su influencia espiritual e incluso de su prestigio moral.
La gran mayoría de los que se declaran católicos lo son solo en términos de eventos sociales esporádicos: bautizos, bodas, entierros y similares. No más del seis por ciento van a misa los domingos; poquísimos se confiesan alguna vez. Prácticamente todas las parejas católicas practican alguna forma de anticoncepción prohibida por la iglesia. La mayoría de las mujeres que abortan se declaran católicas. Para la gran mayoría su religión es un rito social sin influencia práctica en su vida cotidiana.
¿Qué podría intentar la iglesia? No creo que se proponga prohibir los cementerios públicos, el registro civil, la practica de otras religiones, el divorcio o los anticonceptivos. No es broma; contra todo esto peleó y perdió. Solo le queda su actual estrategia, atacar minorías vulnerables y hacerse de la vista gorda ante los pecados de su feligresía.
Tal vez lo peor para la iglesia no es su nula influencia en el comportamiento de “sus” católicos sino su pérdida del control de la imaginería sobre el más allá y los seres invisibles. El Papa intentó satanizar a Harry Potter, una obra que en otros tiempos habría llevado a la hoguera a su autora y a sus lectores. Finalmente prefirió evitar un enfrentamiento que evidentemente perdería. La televisión y el cine están saturados de historias del más allá, seres angélicos o demoniacos, propuestas espirituales sin matriz religiosa. Compiten abiertamente en lo que era el campo exclusivo de las religiones establecidas.
Si la iglesia gana espacios mediáticos tendrá que ser muy cuidadosa en sus mensajes porque pasarse de la raya no haría sino irritar a una sociedad moderna.
Sus aliados políticos la invitan a ocupar un espacio mediático que le niegan a las universidades, las organizaciones sociales y las comunidades. Pero lo sepan o no actúan también desde una posición frágil. El sistema político mexicano falla en su respuesta a lo que con todo derecho demandan los mexicanos: seguridad; crecimiento y empleos; bienestar familiar y social; un gobierno eficiente y buenos servicios públicos sobre todo de salud y educación.
Al acercarse mutuamente las elites política y eclesiástica crean una impresión de poder pero las exigencias populares de bienestar en esta tierra ya no las distraen con ofertas en el otro mundo. No se hagan ilusiones.
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