martes, 24 de julio de 2012

Los dos caminos


Los dos caminos
Jorge Faljo
Los nuevos gobiernos de España y Francia están mostrando sus respectivos caminos, y sus consecuencias.
El pueblo español, desencantado con un gobierno “socialista” que seguía políticas neoliberales, votó por la derecha. Llevó al poder a un partido que le prometía, por lo menos, no elevar el IVA y no imponer la carga de la crisis a sus ciudadanos. Tales promesas se fincaban en la convicción de que un gobierno de derecha sería la mejor garantía para los inversionistas y, por tanto, obtendría crédito barato.
No resultó. El gasto social originado en el desempleo, la reducción de ingresos fiscales por una economía real en deterioro, el rescate bancario, las crisis de deuda de los gobiernos regionales, entre otras, colocan a España contra la pared.
Las tasas de interés que debe pagar el gobierno español se han elevado hasta más allá del 7 por ciento de interés a 10 años, lo que se considera prácticamente impagable. Los últimos datos indican que tendrá serias dificultades para obtener los 26 mil millones de euros que debe refinanciar en lo que resta del año. La situación española es tan grave que la calificadora Moody’s ha puesto en “perspectiva negativa” a Alemania, su principal prestamista.
El ministro de finanzas anuncia que no hay dinero en sus arcas y el gobierno de  Mariano Rajoy ha decidido subir impuestos a la población. Sube el IVA del 18 al 21 por ciento. En algunos rubros sube notablemente, por ejemplo los libros escolares que pagaban el 4 ahora pagarán el 21 por ciento generalizado. También ha reducido salarios públicos, en algunos casos por tercera ocasión y ha eliminado el aguinaldo de fin de año.
La disminución del consumo, del empleo y de la producción son evidentes.  Así que no es de extrañar que el jueves pasado cerca de 800 mil españoles volvieran a salir a protestar en decenas de ciudades. Un grupo literalmente apaleado ha sido el de los mineros del carbón que piden un subsidio que permita mantener 35 mil empleos. Bastaría, dicen, una pequeñita parte de lo que usa para salvar a los banqueros españoles y, en el fondo, alemanes.
La situación político social se calienta y se expresa de maneras a veces extrañas. Hace unos días en una estación policiaca de Madrid cerca de un centenar de sus vehículos amanecieron con las llantas ponchadas. Fueron sus policías, descontentos con su baja salarial y la eliminación del aguinaldo.
En Francia el gobierno de Hollande sigue otro camino. Anuncia que el grueso de la población habrá de conservar su nivel de vida; que está decidido a lo que sea necesario para proteger a su industria y que los sectores muy prósperos deberán elevar su contribución al alivio de la deuda pública. Rápidamente ha instrumentado la elevación de impuestos a las clases altas.
Duplicó el impuesto sobre los fondos propios de los bancos y sobre los dividendos pagados a sus accionistas. Elevó también de manera importante el impuesto a las fortunas que excedan los 1.3 millones de euros fiscalizables (algo más de 20 millones de pesos). Redujo la exención fiscal por herencias a 100 mil euros por heredero (95 por ciento de las herencias seguirán sin pagar impuestos). Eliminó los limites superiores al pago de impuestos; ahora entre más se tiene más se paga. Para el 2013 se plantea elevar a 75 por ciento el impuesto sobre los ingresos superiores al millón de euros anuales (unos 16 millones de pesos).
Las tasas de interés de Francia se redujeron. La semana pasada llamó la atención una colocación de deuda gubernamental a una tasa de interés negativa; es decir que los inversionistas estuvieron dispuestos a pagar porque el gobierno francés les guardara su dinero.
No obstante bancos y ricos instrumentan campañas contra la política impositiva francesa a la que llaman expropiatoria. El hecho es que España se hunde y Francia sale a flote.
No está lejos el momento en que aquí también tengamos que decidir por uno de esos dos caminos. Las deudas gubernamentales (federal, estatal, municipal) crecen de manera insostenible y también la del país en su conjunto. Hasta ahora se han disimulado gracias, lamentablemente, al endeudamiento de PEMEX de un lado y los dólares que llegan por venta de empresas, remesas de dólares, entradas del narco y capitales volátiles e improductivos.
Pero la senda del endeudamiento y la improductividad llega a su final y obliga, ya nos lo anunciaron, a la reforma fiscal, laboral, energética y otras. Además, en el horizonte hay otro nubarrón. Todo parece indicar que la sequía de nuestros proveedores del norte se traducirá en una oleada de incrementos al precio de los alimentos (maíz, forrajes, huevos, carne, leche, pan).
Eso en un contexto de creciente fragilidad político social. Las instituciones se deslegitiman día con día y la población se divide entre la resignación, la desesperación y la manifestación del descontento. Pero crecen sobre todo los últimos. Más allá de las demandas inmediatas por limpieza electoral y democracia efectiva se encuentra el trasfondo de un modelo económico en agonía.
Las decisiones de los próximos años serán difíciles. Una de dos. Le cargamos el muerto a los consumidores, los trabajadores y la pequeña y mediana producción. Y nos hundimos. O, con un estado fuerte por su legitimidad, protegemos el empleo y las capacidades de demanda de la población y, sobre todo, cambiamos las reglas para promover el aprovechamiento de todos los potenciales productivos. Gran industria y pequeño taller incluidos. 

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