El error de diciembre
Faljoritmo
Jorge Faljo
Se conoce como “error de diciembre” a lo ocurrido en diciembre de 1994 cuando los grandes capitales decidieron reconvertirse a dólares y salirse apresuradamente del país. Ello provocó una fuerte, desorganizada y supuestamente inesperada devaluación. La crisis fue muy traumática para todos nosotros y todavía la recordamos con horror.
No es ese error, el de 1994, el que me preocupa, sino el de diciembre de 2012. Para explicarme recordaré lo ocurrido antes y después de 1994.
Al llegar Salinas de Gortari a la presidencia teníamos una balanza comercial positiva. Exportábamos algo más de lo que comprábamos fuera del país. Pero seis años más tarde, en 1994 tuvimos un déficit de 18. 5 mil millones de dólares –mmd.
Esto fue posible por una política de privilegios al gran capital financiero. En 1993 se logró atraer al país 33 mmd de inversión externa, once veces más que cinco años antes. Solo que 29 mmd eran de capital no productivo, meramente atraído por una tasa de interés superior a la media internacional.
Así, con endeudamiento externo informal (sin contrato, con la posibilidad de retirarse en cualquier momento), se sobrevaluó al peso, se incrementaron las importaciones y se controló la inflación. Al costo de quebrar cientos de empresas y de mayor desempleo. Fueron años de crecimiento masivo de la emigración.
El problema fue que en 1994, asustados por la situación política (dice Banxico), ya no llegaron suficientes capitales volátiles. A lo largo del año se agotaron las reservas y al final del año el mercado impuso una drástica devaluación. Quedó en evidencia que la anterior prosperidad era una burbuja endeble.
Con la escasez de dólares y la devaluación del peso, el gran déficit comercial de 1994 se convirtió en un buen superávit de 7 mmd en 1995. Visto en la perspectiva de la población eso significó menos productos y encarecimiento; un golpe brutal al bienestar de la mayoría.
No obstante también se dieron avances notables en algunos frentes. México se convirtió por unos años en una potencia exportadora. En 1994 exportamos 61 mmd y en 1997 110 mmd. Un incremento de 80 por ciento es solo tres años. Y lo que más creció no fue el petróleo o la maquila, sino la manufactura nacional. Del 94 al 97 la participación mexicana en las importaciones norteamericanas subió del 7.4 al 10.4 por ciento. Éramos una potencia emergente que se ganaba el mercado norteamericano.
¿En qué condiciones se dio este autentico, aunque efímero, milagro mexicano? Había mucho en contra. No había crédito, inversión productiva o capitales externos. Buena parte de la industria tenía dificultades para abastecerse internamente de insumos intermedios. También jugó en contra la política pública. En medio de la severa crisis y el sufrimiento de la población el gobierno siguió las recomendaciones neoliberales y redujo su gasto.
Lo peor fue que se acentuó la opresión salarial. De 1987 a 1996, según Banxico, la productividad media del trabajo manufacturero creció un 68 por ciento; pero nada de este incremento favoreció a los trabajadores. Por el contrario, los salarios reales se redujeron. La política económica estaba radicalmente en contra de la ampliación del mercado interno.
Pero hubo elementos a favor. En primer lugar la paciencia de la población ante la adversidad. Luego la rápida reacción de empresarios y trabajadores para reactivar parte del gran potencial productivo adormilado. Se elevó substancialmente el uso de las capacidades productivas que ya existían; se reactivaron hasta talleres que ya habían cerrado. La devaluación fue traumática pero nos hizo internacionalmente competitivos de un día para otro y abrió grandes espacios para la substitución de importaciones.
Lamentablemente esta historia tiene un mal final. No aprendimos. Unos años más tarde regresamos al esfuerzo en atraer capitales volátiles y fortalecer el peso. Hemos pasado por doce años de estancamiento, quiebra de empresas y desempleo.
Pero eso sí, el capital financiero se ha visto ampliamente beneficiado y somos un centro de atracción mundial de capitales improductivos. Incluso se dice (El Financiero, 26 de marzo) que tenemos la moneda más fuerte del mundo. ¡qué desgracia!
Tenemos una moneda muy sobrevaluada mientras que China, por ejemplo, la tiene muy subvaluada. Con una moneda cara no somos competitivos, no crecemos, no podemos elevar salarios, las empresas no son rentables. La entrada abundante de capitales, el dólar barato y las importaciones crean la impresión de “estabilidad”, ya sin bienestar, sin empleo y con mucha violencia.
Necesitamos otro traspié, una devaluación que nos haga competitivos. Solo que ahora de una manera controlada; con una política anti cíclica de gasto público que alivie el trauma; conservando las reservas para importaciones estratégicas; con un decidido impulso y protección a la producción y el empleo nacionales.
El error de diciembre del 2012 fue no haber aprovechado la oportunidad para el cambio.
Los invito a reproducir con entera libertad y por cualquier medio los escritos de este blog. Solo espero que, de preferencia, citen su origen.
domingo, 31 de marzo de 2013
martes, 26 de marzo de 2013
El camino chipriota
El camino chipriota
Faljoritmo
Jorge Faljo
Chipre es una isla del tamaño de Puerto Rico con alrededor de un millón de habitantes. Se encuentra en el mar mediterráneo a unos 70 kilómetros al sur de Turquía y 105 de Líbano. Cerca de un 80 por ciento de su población habla griego y el resto turco. Se independizó de Inglaterra en 1960 pero en 1974 se separó violentamente en dos territorios y comunidades.
Aunque formalmente la República de Chipre tiene la soberanía sobre toda la isla en los hechos solo gobierna un 63 por ciento de este territorio; donde viven cerca de 800 mil greco chipriotas.
Es un país pequeño, de alto nivel de vida, integrado a la Unión Europea y su moneda es el euro. Su prosperidad se basaba en una economía de servicios financieros y turísticos, con un importante desarrollo inmobiliario. Exporta cítricos y prácticamente no tiene industria.
Sus matrimonios civiles exprés atraen europeos que quieren casarse en un lugar hermoso y a miles de parejas al año que no pueden casarse en su propio país por restricciones religiosas. Si algún día Israel acepta el matrimonio civil y entre personas de distinta religión las alcaldías chipriotas sufrirían un duro golpe económico.
Este pequeño paraíso sufre una crisis que conmociona a toda Europa. Chipre se aventuró a convertirse en un centro financiero regional. Operó como un paraíso fiscal que atrajo grandes capitales, sobre todo rusos, y los empleó para financiar no solo su propia expansión inmobiliaria y consumo interno sino, en particular, a los bancos griegos. Toda una receta para entrar en problemas.
La crisis en Grecia le provocó importantes pérdidas. La caída del turismo europeo se asoció a una fuerte caída en los precios inmobiliarios (como la “crisis del ladrillo” en España). Sus bancos tienen pérdidas por más de 17 mil millones de euros –mme-, sobre un total de 88 mme de depósitos.
El gobierno de Chipre no tiene más capacidad de endeudamiento. No puede salvar a sus bancos y menos les puede cargar este costo a sus ciudadanos. Así que pidió ayuda a la Unión Europea y al FMI.
Solo que estos pusieron un límite de 10 mme a su apoyo y el resto, dijeron, tendría que salir de una quita a los propios cuentahabientes. El presidente de Chipre se opuso rotundamente, pero terminó por aceptar. Sin embargo en el parlamento chipriota, en medio de discursos nacionalistas, no hubo un solo voto a favor de lo que se considera una imposición de Alemania.
De manera urgente el gobierno se lanzó la semana pasada a obtener financiamiento de otras fuentes. Pidió dinero a Rusia a cambio de derechos a la explotación de yacimientos de gas. No lo obtuvo. Nacionalizó los fondos de pensiones pero estos no dan más de 500 millones de euros. La Iglesia Ortodoxa Chipriota ofreció sus bienes, pero el gesto es más simbólico que efectivo.
Los bancos de Chipre llevan varios días cerrados para evitar la fuga de los depósitos. No hay transacciones electrónicas y la gente se forma frente a los cajeros para sacar un máximo de 100 euros por día. Los supermercados no tienen dinero para reabastecerse y todo empieza a escasear.
Entretanto el parlamento expidió leyes apresuradas para el control de transacciones financieras. Se teme que al reabrir los bancos la gente y los grandes inversionistas intenten masivamente sacar su dinero. Ya es legal limitar las transacciones. Es decir que se ha creado, como en la crisis Argentina, un “corralito” en el que el dinero se encuentra atrapado.
Tras duras negociaciones y no encontrar alternativas finalmente Chipre aceptó imponer una quita de 30 por ciento a los depósitos superiores a 100 mil euros. De otro modo los bancos quebrarían con incluso mayores pérdidas para los inversionistas. Habría tenido que abandonar el euro y poner en circulación de otra moneda. Todo en condiciones de emergencia y de manera muy traumática.
Los inversionistas y ciudadanos están impactados de que por vez primero se cargue los costos de un rescate a los cuentahabientes y dueños de capitales. Hasta ahora se convertían en deuda pública que pagaban los ciudadanos. Como nuestro Fobaproa.
Tal vez lo que provoca mayor azoro es que esto no fue la exigencia de una izquierda radical, sino de los grandes defensores del capital financiero: el Banco Central Europeo, el gobierno alemán, el FMI. Hay que entender que la situación es grave para haber llegado a este punto.
Después de décadas de apropiarse de los incrementos de productividad sin elevar salarios (o reduciéndolos) y pagando cada vez menos impuestos, el capital financiero industrial se encuentra enormemente sobredimensionado en medio del empobrecimiento creciente.
El agotamiento de la capacidad de endeudamiento de las economías industrializadas (gobiernos y ciudadanos) acabó con su fuente principal de ganancia. La recesión de las economías reales, el deterioro productivo asociado a la falta de poder de compra, ha cerrado también el espacio para la inversión productiva.
Ahora descubrimos que la globalización, tenía una cabeza de oro en la ganancia financiera, un torso de bronce en un aparato productivo monopólico, pero unos pies de barro en la codicia que le impide generar capacidad de demanda, en la población y en los gobiernos, para las enormes capacidades productivas existentes.
Grandes capitales están llegando a México en busca de refugio y ganancias financieras. Su entrada abarata el dólar y facilita el crédito al consumo con lo que crean una pequeña bonanza. En contrapartida erosionan los fundamentos de la economía real, el aparato productivo pierde competitividad y rentabilidad, las empresas quiebran y se fortalece el desempleo.
Avanzamos cada vez más rápido por el camino chipriota y lo vamos a pagar muy caro; tal vez en este mismo sexenio.
Faljoritmo
Jorge Faljo
Chipre es una isla del tamaño de Puerto Rico con alrededor de un millón de habitantes. Se encuentra en el mar mediterráneo a unos 70 kilómetros al sur de Turquía y 105 de Líbano. Cerca de un 80 por ciento de su población habla griego y el resto turco. Se independizó de Inglaterra en 1960 pero en 1974 se separó violentamente en dos territorios y comunidades.
Aunque formalmente la República de Chipre tiene la soberanía sobre toda la isla en los hechos solo gobierna un 63 por ciento de este territorio; donde viven cerca de 800 mil greco chipriotas.
Es un país pequeño, de alto nivel de vida, integrado a la Unión Europea y su moneda es el euro. Su prosperidad se basaba en una economía de servicios financieros y turísticos, con un importante desarrollo inmobiliario. Exporta cítricos y prácticamente no tiene industria.
Sus matrimonios civiles exprés atraen europeos que quieren casarse en un lugar hermoso y a miles de parejas al año que no pueden casarse en su propio país por restricciones religiosas. Si algún día Israel acepta el matrimonio civil y entre personas de distinta religión las alcaldías chipriotas sufrirían un duro golpe económico.
Este pequeño paraíso sufre una crisis que conmociona a toda Europa. Chipre se aventuró a convertirse en un centro financiero regional. Operó como un paraíso fiscal que atrajo grandes capitales, sobre todo rusos, y los empleó para financiar no solo su propia expansión inmobiliaria y consumo interno sino, en particular, a los bancos griegos. Toda una receta para entrar en problemas.
La crisis en Grecia le provocó importantes pérdidas. La caída del turismo europeo se asoció a una fuerte caída en los precios inmobiliarios (como la “crisis del ladrillo” en España). Sus bancos tienen pérdidas por más de 17 mil millones de euros –mme-, sobre un total de 88 mme de depósitos.
El gobierno de Chipre no tiene más capacidad de endeudamiento. No puede salvar a sus bancos y menos les puede cargar este costo a sus ciudadanos. Así que pidió ayuda a la Unión Europea y al FMI.
Solo que estos pusieron un límite de 10 mme a su apoyo y el resto, dijeron, tendría que salir de una quita a los propios cuentahabientes. El presidente de Chipre se opuso rotundamente, pero terminó por aceptar. Sin embargo en el parlamento chipriota, en medio de discursos nacionalistas, no hubo un solo voto a favor de lo que se considera una imposición de Alemania.
De manera urgente el gobierno se lanzó la semana pasada a obtener financiamiento de otras fuentes. Pidió dinero a Rusia a cambio de derechos a la explotación de yacimientos de gas. No lo obtuvo. Nacionalizó los fondos de pensiones pero estos no dan más de 500 millones de euros. La Iglesia Ortodoxa Chipriota ofreció sus bienes, pero el gesto es más simbólico que efectivo.
Los bancos de Chipre llevan varios días cerrados para evitar la fuga de los depósitos. No hay transacciones electrónicas y la gente se forma frente a los cajeros para sacar un máximo de 100 euros por día. Los supermercados no tienen dinero para reabastecerse y todo empieza a escasear.
Entretanto el parlamento expidió leyes apresuradas para el control de transacciones financieras. Se teme que al reabrir los bancos la gente y los grandes inversionistas intenten masivamente sacar su dinero. Ya es legal limitar las transacciones. Es decir que se ha creado, como en la crisis Argentina, un “corralito” en el que el dinero se encuentra atrapado.
Tras duras negociaciones y no encontrar alternativas finalmente Chipre aceptó imponer una quita de 30 por ciento a los depósitos superiores a 100 mil euros. De otro modo los bancos quebrarían con incluso mayores pérdidas para los inversionistas. Habría tenido que abandonar el euro y poner en circulación de otra moneda. Todo en condiciones de emergencia y de manera muy traumática.
Los inversionistas y ciudadanos están impactados de que por vez primero se cargue los costos de un rescate a los cuentahabientes y dueños de capitales. Hasta ahora se convertían en deuda pública que pagaban los ciudadanos. Como nuestro Fobaproa.
Tal vez lo que provoca mayor azoro es que esto no fue la exigencia de una izquierda radical, sino de los grandes defensores del capital financiero: el Banco Central Europeo, el gobierno alemán, el FMI. Hay que entender que la situación es grave para haber llegado a este punto.
Después de décadas de apropiarse de los incrementos de productividad sin elevar salarios (o reduciéndolos) y pagando cada vez menos impuestos, el capital financiero industrial se encuentra enormemente sobredimensionado en medio del empobrecimiento creciente.
El agotamiento de la capacidad de endeudamiento de las economías industrializadas (gobiernos y ciudadanos) acabó con su fuente principal de ganancia. La recesión de las economías reales, el deterioro productivo asociado a la falta de poder de compra, ha cerrado también el espacio para la inversión productiva.
Ahora descubrimos que la globalización, tenía una cabeza de oro en la ganancia financiera, un torso de bronce en un aparato productivo monopólico, pero unos pies de barro en la codicia que le impide generar capacidad de demanda, en la población y en los gobiernos, para las enormes capacidades productivas existentes.
Grandes capitales están llegando a México en busca de refugio y ganancias financieras. Su entrada abarata el dólar y facilita el crédito al consumo con lo que crean una pequeña bonanza. En contrapartida erosionan los fundamentos de la economía real, el aparato productivo pierde competitividad y rentabilidad, las empresas quiebran y se fortalece el desempleo.
Avanzamos cada vez más rápido por el camino chipriota y lo vamos a pagar muy caro; tal vez en este mismo sexenio.
lunes, 25 de marzo de 2013
Extractivismo petrolero ¿y mis nietos?
Extractivismo petrolero ¿y mis nietos?
Jorge Faljo
Lo que dijo el Presidente Peña Nieto sobre el petróleo debería ponernos a temblar. Las reservas probadas del país ascienden al equivalente a 10 años de producción. Suavizó el golpe sumando las reservas probables y las posibles con las que el cálculo sube a 30 años de producción. Es decir que escarbando hasta el fondo del barril estamos cercanos al final de nuestra tan mal aprovechada bonanza petrolera. Lo que será traumático para nosotros y sobre todo para nuestros hijos.
Muchos alegan que las reservas probables y posibles son fantasiosas; que están infladas y que el golpe se acerca más a los 10 que a los 30 años. En cualquier caso urge una reflexión de fondo e ir cambiando el rumbo desde ahora. No podemos ignorar que tarde o temprano vamos a chocar con pared.
Civilización y energía van de la mano. No es lo mismo el mero uso de la musculatura humana, que aprovechar la fuerza de los animales, la de las corrientes de agua, del viento o la que brindan las celdillas fotoeléctricas, las centrales nucleares o las termoeléctricas.
Pero ninguna de estas fuentes de energía es comparable con el petróleo por su abundancia, la fuerza que libera y lo relativamente barato que ha sido hasta ahora. Esto ha permitido crear sobre esta base una economía industrial centrada en el uso masivo del transporte individual y el transporte a largas distancias de personas y bienes, incluidas el agua y el manejo de desechos. Esto que podría sonar celebratorio debiera ser también una señal de alarma. Hemos construido una gran civilización sobre un producto no renovable que hemos gastado irreflexivamente.
Le llevó millones de años a la naturaleza producir una fuente de energía que la humanidad consumirá en un chispazo de tan solo 140 años. De la masificación del automóvil iniciada hace un centenar de años hasta, nos dicen, mediados de este siglo. ¿Y luego qué?
Recientemente vi en YouTube un documental que ayuda a la reflexión. Se trata del impacto en Cuba de la reducción a la mitad de sus importaciones petroleras al derrumbarse el sistema soviético. De 1989 a 1992 redujo en 35 por ciento la producción, en particular la agropecuaria. En ese periodo de hambre los cubanos redujeron su peso corporal en nueve kilos en promedio. La electricidad se racionó a unas horas al día. El transporte se desquició y la gente perdía horas cada día para transportarse al trabajo o la escuela.
El documental es norteamericano y fue hecho por un grupo interesado en prever un futuro con energía limitada. Hace a un lado las consideraciones políticas para revisar una experiencia premonitoria de lo que va a ocurrir en todas partes.
Cuba se vio obligada a transitar hacia una agricultura orgánica, con bajo uso de combustibles y químicos e intensiva en mano de obra. Se difundió el uso masivo de la bicicleta e inició una reconfiguración urbana para reducir las distancias entre viviendas, empleos y escuelas.
Al igual que los gringos que estudian el fenómeno no pongo a Cuba como ejemplo de lo que hay que hacer, sino como advertencia de lo que va a ocurrir. Y me preocupan dos cosas. Lo primero es que en México hemos avanzado mucho más en la dependencia energética. Lo segundo es que estamos ante una enorme inequidad generacional; padres habituados al derroche energético y nuestros hijos condenados a una transición traumática.
¿Qué hacer? Plantearnos de inmediato medidas que alejen el horizonte de agotamiento del petróleo a, por lo menos 50 o 60 años. El doble o más de las actuales previsiones. Esto significa actuar de inmediato en dos planos.
Hay que iniciar la transición gradual pero decidida hacia una sociedad de bajo consumo energético en particular en materia de producción agropecuaria, transporte y manejo de agua.
No nos engañemos con la idea de que otras fuentes de energía alternativas pueden substituir al petróleo. No es así. Las alternativas son importantes porque nos permitirán sobrevivir con un uso energético racionado; pero no pueden sustentar el actual nivel de derroche. Incluso lo previsible es que el precio del petróleo se elevará de precio conforme nos acercamos a su agotamiento y eso hará inviables muchas prácticas actuales.
Lo segundo es priorizar a nuestros hijos y guardar para ellos lo más posible de nuestras reservas. Eso implica lisa y llanamente dejar de exportar petróleo. Lo que nos lleva a la necesidad de un cambio de modelo económico.
Analicemos críticamente el impacto real de tener petróleo abundante. México destaca por el bajo nivel de cobro de impuestos. Mientras Brasil recauda el 29.7 por ciento de su Producto Interno Bruto –PIB-, Argentina llega al 26 por ciento y aquí nos quedamos en el 9.6 por ciento. Si le sumamos el tributo petrolero este porcentaje sube al 17.2 por ciento. Muy por debajo de la media latinoamericana y mundial.
No se enoje amigo lector; yo sé que Ud. y yo, que somos causantes cautivos, pagamos muchos impuestos. Sin embargo la conclusión es inevitable; el petróleo ha servido para que los muy ricos y las grandes empresas no paguen los impuestos que les corresponderían en cualquier otro país.
Lo segundo que ha hecho el petróleo es convertirnos en un país importador. Dos ejemplos: en 2011 tuvimos un déficit comercial de 46 mil millones de dólares con China e importamos 10 millones de toneladas de maíz. No aprovechamos bien nuestros recursos ni en la agricultura ni en la industria. La riqueza fácil del petróleo nos hace importadores para beneficio del gran comercio y perjuicio social. Esa riqueza se traduce en desempleo y pobreza para las mayorías.
Así que propongo lo que no sugieren ni la izquierda ni la derecha: abandonar la política de máxima producción de petróleo para pasar a una política de conservación del recurso. Estados Unidos compra petróleo que inyecta bajo tierra, en minas de sal, como forma de aumentar sus reservas estratégicas. Nosotros no necesitamos hacer eso, nos basta dosificar su extracción, limitar exportaciones y transitar a formas de producción y de vida de bajo consumo energético. Es decir, prepararnos desde ahora para facilitarles la transición a nuestros hijos.
Jorge Faljo
Lo que dijo el Presidente Peña Nieto sobre el petróleo debería ponernos a temblar. Las reservas probadas del país ascienden al equivalente a 10 años de producción. Suavizó el golpe sumando las reservas probables y las posibles con las que el cálculo sube a 30 años de producción. Es decir que escarbando hasta el fondo del barril estamos cercanos al final de nuestra tan mal aprovechada bonanza petrolera. Lo que será traumático para nosotros y sobre todo para nuestros hijos.
Muchos alegan que las reservas probables y posibles son fantasiosas; que están infladas y que el golpe se acerca más a los 10 que a los 30 años. En cualquier caso urge una reflexión de fondo e ir cambiando el rumbo desde ahora. No podemos ignorar que tarde o temprano vamos a chocar con pared.
Civilización y energía van de la mano. No es lo mismo el mero uso de la musculatura humana, que aprovechar la fuerza de los animales, la de las corrientes de agua, del viento o la que brindan las celdillas fotoeléctricas, las centrales nucleares o las termoeléctricas.
Pero ninguna de estas fuentes de energía es comparable con el petróleo por su abundancia, la fuerza que libera y lo relativamente barato que ha sido hasta ahora. Esto ha permitido crear sobre esta base una economía industrial centrada en el uso masivo del transporte individual y el transporte a largas distancias de personas y bienes, incluidas el agua y el manejo de desechos. Esto que podría sonar celebratorio debiera ser también una señal de alarma. Hemos construido una gran civilización sobre un producto no renovable que hemos gastado irreflexivamente.
Le llevó millones de años a la naturaleza producir una fuente de energía que la humanidad consumirá en un chispazo de tan solo 140 años. De la masificación del automóvil iniciada hace un centenar de años hasta, nos dicen, mediados de este siglo. ¿Y luego qué?
Recientemente vi en YouTube un documental que ayuda a la reflexión. Se trata del impacto en Cuba de la reducción a la mitad de sus importaciones petroleras al derrumbarse el sistema soviético. De 1989 a 1992 redujo en 35 por ciento la producción, en particular la agropecuaria. En ese periodo de hambre los cubanos redujeron su peso corporal en nueve kilos en promedio. La electricidad se racionó a unas horas al día. El transporte se desquició y la gente perdía horas cada día para transportarse al trabajo o la escuela.
El documental es norteamericano y fue hecho por un grupo interesado en prever un futuro con energía limitada. Hace a un lado las consideraciones políticas para revisar una experiencia premonitoria de lo que va a ocurrir en todas partes.
Cuba se vio obligada a transitar hacia una agricultura orgánica, con bajo uso de combustibles y químicos e intensiva en mano de obra. Se difundió el uso masivo de la bicicleta e inició una reconfiguración urbana para reducir las distancias entre viviendas, empleos y escuelas.
Al igual que los gringos que estudian el fenómeno no pongo a Cuba como ejemplo de lo que hay que hacer, sino como advertencia de lo que va a ocurrir. Y me preocupan dos cosas. Lo primero es que en México hemos avanzado mucho más en la dependencia energética. Lo segundo es que estamos ante una enorme inequidad generacional; padres habituados al derroche energético y nuestros hijos condenados a una transición traumática.
¿Qué hacer? Plantearnos de inmediato medidas que alejen el horizonte de agotamiento del petróleo a, por lo menos 50 o 60 años. El doble o más de las actuales previsiones. Esto significa actuar de inmediato en dos planos.
Hay que iniciar la transición gradual pero decidida hacia una sociedad de bajo consumo energético en particular en materia de producción agropecuaria, transporte y manejo de agua.
No nos engañemos con la idea de que otras fuentes de energía alternativas pueden substituir al petróleo. No es así. Las alternativas son importantes porque nos permitirán sobrevivir con un uso energético racionado; pero no pueden sustentar el actual nivel de derroche. Incluso lo previsible es que el precio del petróleo se elevará de precio conforme nos acercamos a su agotamiento y eso hará inviables muchas prácticas actuales.
Lo segundo es priorizar a nuestros hijos y guardar para ellos lo más posible de nuestras reservas. Eso implica lisa y llanamente dejar de exportar petróleo. Lo que nos lleva a la necesidad de un cambio de modelo económico.
Analicemos críticamente el impacto real de tener petróleo abundante. México destaca por el bajo nivel de cobro de impuestos. Mientras Brasil recauda el 29.7 por ciento de su Producto Interno Bruto –PIB-, Argentina llega al 26 por ciento y aquí nos quedamos en el 9.6 por ciento. Si le sumamos el tributo petrolero este porcentaje sube al 17.2 por ciento. Muy por debajo de la media latinoamericana y mundial.
No se enoje amigo lector; yo sé que Ud. y yo, que somos causantes cautivos, pagamos muchos impuestos. Sin embargo la conclusión es inevitable; el petróleo ha servido para que los muy ricos y las grandes empresas no paguen los impuestos que les corresponderían en cualquier otro país.
Lo segundo que ha hecho el petróleo es convertirnos en un país importador. Dos ejemplos: en 2011 tuvimos un déficit comercial de 46 mil millones de dólares con China e importamos 10 millones de toneladas de maíz. No aprovechamos bien nuestros recursos ni en la agricultura ni en la industria. La riqueza fácil del petróleo nos hace importadores para beneficio del gran comercio y perjuicio social. Esa riqueza se traduce en desempleo y pobreza para las mayorías.
Así que propongo lo que no sugieren ni la izquierda ni la derecha: abandonar la política de máxima producción de petróleo para pasar a una política de conservación del recurso. Estados Unidos compra petróleo que inyecta bajo tierra, en minas de sal, como forma de aumentar sus reservas estratégicas. Nosotros no necesitamos hacer eso, nos basta dosificar su extracción, limitar exportaciones y transitar a formas de producción y de vida de bajo consumo energético. Es decir, prepararnos desde ahora para facilitarles la transición a nuestros hijos.
lunes, 18 de marzo de 2013
Economía Social y Solidaria
Economía Social y Solidaria
Jorge Faljo
La Organización de las Naciones Unidas convoca a un encuentro, en Ginebra, Suiza, sobre Economía Social y Solidaria: Su Potencial y sus Límites. Es un evento modesto que me llama la atención porque refleja un interés internacional creciente por las formas alternativas de producción y consumo. Definir su potencial y límites es precisamente la gran pregunta, sobre todo ahora cuando las economías centrales parecen orientarse al abismo.
Bajo el nombre de economía social y solidaria se cobijan distintas formas de organización. Voy a intentar describir sus tipos principales para señalar lo que creo que no ha funcionado, lo que ha servido un poco y lo que, a pesar de todo, tiene un enorme potencial.
Menciono en primer lugar a las organizaciones basadas en la propiedad colectiva de los medios de producción. Para el caso de México habría que hablar del ejido colectivo, la propiedad comunitaria (cuando se administra de manera colectiva) y el cooperativismo. Son formas de organización fracasadas en todo el planeta; incluso en países socialistas que les dieron mucho apoyo.
Entre las causas de su fracaso se encuentra la influencia de una administración politizada y conflictiva o bien la creación de una burocracia rapiñera. Lo que me recuerda que los directores ejecutivos de las 500 empresas más grandes del planeta tienen ingresos de decenas de millones de dólares al año (con un promedio de 13 millones en 2011). Se debate a nivel internacional como dar mayor poder a la colectividad de inversionistas para hacer lo que hoy en día no puede: controlar los enormes sueldos y prestaciones que se asignan sus ejecutivos incluso cuando las empresas tienen mal desempeño.
Lo que digo es que cada burocracia lucha por crear su propia esfera de poder y privilegio lo mismo en el capitalismo que en las empresas sociales.
Pero es tal vez más importante el hecho de que la propiedad y manejo de medios de producción ha perdido importancia en un mundo donde lo relevante es la capacidad de controlar al mercado. Ejemplo: la forma de propiedad de la tierra perdió importancia cuando el estado dejó de regular la comercialización de granos. Una nueva ingeniería del mercado (apertura de fronteras, sobrevaluación de la moneda, canales de comercialización monopólicos) excluye a buena parte de los productores de la comercialización y de la producción. Dicho más breve, sin CONASUPO dejan de ser funcionales.
Una segunda forma de economía solidaria es el “comercio justo”. Consiste básicamente en que algunos grupos, generalmente de clase media, aceptan pagar un sobreprecio para ayudar a cierto tipo de productores. Los beneficiados pueden ser, por ejemplo, agricultores locales, cafeticultores indígenas, mujeres productoras o artesanos africanos cristianos, por ejemplo. En este caso es importante la “imagen” del grupo y la convicción de los consumidores para hacer un gasto “ético”
Esto se puede asociar a algunas campañas de publicidad que intentan convencernos, en contra de nuestro bolsillo, de consumir productos locales, regionales o nacionales. Son formas de solidaridad que no crecieron mucho en los momentos de auge y que ahora con las crisis centrales y el apriete del cinturón de las mayorías no ofrecen un potencial de expansión considerable.
Menciono en tercer lugar a las organizaciones para el intercambio reciproco. Aquí no importa la forma de propiedad y de organización de la producción. No se propone una solidaridad unilateral de los más acomodados en favor de los más pobres. Lo que se intenta es crear un “servicio de comercialización” adaptado a los productores excluidos.
Se busca que aquellos que tienen bienes y servicios que ofrecer (o el potencial de producirlos), pero que no los pueden vender en el mercado convencional, puedan comerciar entre ellos mismos. A muchos “pobres” les sobran cosas: a unos les sobra frijol, a otro maíz, plátanos, cebollas o naranjas. A otros más les sobran cacharros de barro, materiales de construcción, muebles, ropa o zapatos. Todos pueden producir pero no vender. Impera el absurdo; abunda lo invendible y al mismo tiempo estos productores no tienen ni para comer.
Las organizaciones para el intercambio entre productores excluidos del mercado globalizado han proliferado sobre todo en el mundo anglosajón. Pero tal vez la experiencia más impactante fue la proliferación de miles de clubes de trueque que involucraron a varios millones de argentinos durante los peores años de su crisis de principios de este siglo. A ello se sumó la circulación de “patacones”, monedas complementarias emitidas por los estados, ciudades y municipios.
Ambos, clubs de trueques y patacones atendían al mismo problema de fondo. El mercado convencional no permitía que millones que tenían bienes y servicios disponibles pudieran venderlos y después comprar. Estaba paralizada la compra venta y eso empobrecía a todos.
En Argentina la instrumentación masiva del intercambio reciproco (ellos le llamaron trueque) se originó en la movilización social. No obstante es una experiencia recuperable como política pública. Para dar un ejemplo de este potencial cambiemos de región del mundo.
Grecia ha visto caer su producto interno bruto en un 25 por ciento en cinco años de terrible crisis. Buena parte de la población tiene bienes y servicios que ofrecer, muchos otros, movidos por la desesperación, intentan regresar a la producción agropecuaria, pesquera y artesanal de productos básicos. El problema es que no hay intercambio posible cuando nadie tiene euros en la bolsa. Esta población necesita mecanismos de intercambio para lo mucho que pueden ofrecerse unos a otros. Y esto puede ser instrumentado desde el espacio público.
Las ciudades, municipios e incluso el gobierno nacional debieran emitir una o más monedas paralelas que inyecten poder de compra entre la población pero condicionado al intercambio en reciprocidad. Dinero (cupones o vales) para comprarle al vecino y que este le compre a otro vecino hasta integrar un mercado social y solidario. Promover el intercambio de lo disponible como política nacional permitiría el aprovechamiento de vastísimas capacidades paralizadas por la crisis rampante. Sería una de las formas más eficientes de uso de la escasa capacidad de gasto público.
Creo que es una vía de solución de transición para Grecia y para el mundo. Con algo de suerte y empeño construiría las bases organizativas y políticas para, como en Argentina, facilitar la evolución a un modelo económico más incluyente.
Mi última reflexión es para señalar lo paradójico de llamar “alternativas” a las formas de organización con las que la población intenta poder seguir produciendo, consumiendo y viviendo con su esfuerzo, con sus recursos y tecnologías. Solo que el mercado cambió y ya no los deja.
Jorge Faljo
La Organización de las Naciones Unidas convoca a un encuentro, en Ginebra, Suiza, sobre Economía Social y Solidaria: Su Potencial y sus Límites. Es un evento modesto que me llama la atención porque refleja un interés internacional creciente por las formas alternativas de producción y consumo. Definir su potencial y límites es precisamente la gran pregunta, sobre todo ahora cuando las economías centrales parecen orientarse al abismo.
Bajo el nombre de economía social y solidaria se cobijan distintas formas de organización. Voy a intentar describir sus tipos principales para señalar lo que creo que no ha funcionado, lo que ha servido un poco y lo que, a pesar de todo, tiene un enorme potencial.
Menciono en primer lugar a las organizaciones basadas en la propiedad colectiva de los medios de producción. Para el caso de México habría que hablar del ejido colectivo, la propiedad comunitaria (cuando se administra de manera colectiva) y el cooperativismo. Son formas de organización fracasadas en todo el planeta; incluso en países socialistas que les dieron mucho apoyo.
Entre las causas de su fracaso se encuentra la influencia de una administración politizada y conflictiva o bien la creación de una burocracia rapiñera. Lo que me recuerda que los directores ejecutivos de las 500 empresas más grandes del planeta tienen ingresos de decenas de millones de dólares al año (con un promedio de 13 millones en 2011). Se debate a nivel internacional como dar mayor poder a la colectividad de inversionistas para hacer lo que hoy en día no puede: controlar los enormes sueldos y prestaciones que se asignan sus ejecutivos incluso cuando las empresas tienen mal desempeño.
Lo que digo es que cada burocracia lucha por crear su propia esfera de poder y privilegio lo mismo en el capitalismo que en las empresas sociales.
Pero es tal vez más importante el hecho de que la propiedad y manejo de medios de producción ha perdido importancia en un mundo donde lo relevante es la capacidad de controlar al mercado. Ejemplo: la forma de propiedad de la tierra perdió importancia cuando el estado dejó de regular la comercialización de granos. Una nueva ingeniería del mercado (apertura de fronteras, sobrevaluación de la moneda, canales de comercialización monopólicos) excluye a buena parte de los productores de la comercialización y de la producción. Dicho más breve, sin CONASUPO dejan de ser funcionales.
Una segunda forma de economía solidaria es el “comercio justo”. Consiste básicamente en que algunos grupos, generalmente de clase media, aceptan pagar un sobreprecio para ayudar a cierto tipo de productores. Los beneficiados pueden ser, por ejemplo, agricultores locales, cafeticultores indígenas, mujeres productoras o artesanos africanos cristianos, por ejemplo. En este caso es importante la “imagen” del grupo y la convicción de los consumidores para hacer un gasto “ético”
Esto se puede asociar a algunas campañas de publicidad que intentan convencernos, en contra de nuestro bolsillo, de consumir productos locales, regionales o nacionales. Son formas de solidaridad que no crecieron mucho en los momentos de auge y que ahora con las crisis centrales y el apriete del cinturón de las mayorías no ofrecen un potencial de expansión considerable.
Menciono en tercer lugar a las organizaciones para el intercambio reciproco. Aquí no importa la forma de propiedad y de organización de la producción. No se propone una solidaridad unilateral de los más acomodados en favor de los más pobres. Lo que se intenta es crear un “servicio de comercialización” adaptado a los productores excluidos.
Se busca que aquellos que tienen bienes y servicios que ofrecer (o el potencial de producirlos), pero que no los pueden vender en el mercado convencional, puedan comerciar entre ellos mismos. A muchos “pobres” les sobran cosas: a unos les sobra frijol, a otro maíz, plátanos, cebollas o naranjas. A otros más les sobran cacharros de barro, materiales de construcción, muebles, ropa o zapatos. Todos pueden producir pero no vender. Impera el absurdo; abunda lo invendible y al mismo tiempo estos productores no tienen ni para comer.
Las organizaciones para el intercambio entre productores excluidos del mercado globalizado han proliferado sobre todo en el mundo anglosajón. Pero tal vez la experiencia más impactante fue la proliferación de miles de clubes de trueque que involucraron a varios millones de argentinos durante los peores años de su crisis de principios de este siglo. A ello se sumó la circulación de “patacones”, monedas complementarias emitidas por los estados, ciudades y municipios.
Ambos, clubs de trueques y patacones atendían al mismo problema de fondo. El mercado convencional no permitía que millones que tenían bienes y servicios disponibles pudieran venderlos y después comprar. Estaba paralizada la compra venta y eso empobrecía a todos.
En Argentina la instrumentación masiva del intercambio reciproco (ellos le llamaron trueque) se originó en la movilización social. No obstante es una experiencia recuperable como política pública. Para dar un ejemplo de este potencial cambiemos de región del mundo.
Grecia ha visto caer su producto interno bruto en un 25 por ciento en cinco años de terrible crisis. Buena parte de la población tiene bienes y servicios que ofrecer, muchos otros, movidos por la desesperación, intentan regresar a la producción agropecuaria, pesquera y artesanal de productos básicos. El problema es que no hay intercambio posible cuando nadie tiene euros en la bolsa. Esta población necesita mecanismos de intercambio para lo mucho que pueden ofrecerse unos a otros. Y esto puede ser instrumentado desde el espacio público.
Las ciudades, municipios e incluso el gobierno nacional debieran emitir una o más monedas paralelas que inyecten poder de compra entre la población pero condicionado al intercambio en reciprocidad. Dinero (cupones o vales) para comprarle al vecino y que este le compre a otro vecino hasta integrar un mercado social y solidario. Promover el intercambio de lo disponible como política nacional permitiría el aprovechamiento de vastísimas capacidades paralizadas por la crisis rampante. Sería una de las formas más eficientes de uso de la escasa capacidad de gasto público.
Creo que es una vía de solución de transición para Grecia y para el mundo. Con algo de suerte y empeño construiría las bases organizativas y políticas para, como en Argentina, facilitar la evolución a un modelo económico más incluyente.
Mi última reflexión es para señalar lo paradójico de llamar “alternativas” a las formas de organización con las que la población intenta poder seguir produciendo, consumiendo y viviendo con su esfuerzo, con sus recursos y tecnologías. Solo que el mercado cambió y ya no los deja.
domingo, 10 de marzo de 2013
El nuevo Pepe Grillo.
El nuevo Pepe Grillo.
Jorge Faljo
Giuseppe Piero Grillo es un actor cómico italiano, ya sesentón, que adoptó un sobrenombre que recuerda al personaje que representaba a la buena conciencia de Pinocho. Desde cierta perspectiva tuvo sus mejores momentos en los años ochentas, cuando participó en tres películas y en programas de televisión muy populares. Hábil para el monologo su fuerte era describir sus viajes por otros países comparando de manera simpática o burlona la diferencia de costumbres.
Gradualmente se fue enfocando en la sátira de los políticos italianos y en fuertes críticas a sus actos de corrupción, siempre sin temor de acusar, con sus nombres a individuos y empresas del más alto nivel. Lo que terminó por cerrarle las puertas de los medios masivos además de no pocas demandas por difamación.
Esto le obligó a dar un giro a su carrera y enfocarse a la actuación en teatros. Lo que le dio la libertar para reforzar su humor caustico centrado en la crítica política. Cayó prácticamente en el olvido hasta que “descubrió” a principios de este siglo el poder de las redes sociales.
Su blog se convirtió en un gran éxito; uno de los diez más leídos en mundo y al parecer el de mayor importancia de los no escritos en inglés (está en italiano). Ahí presenta datos y críticas a la colusión política y empresarial en Italia y, crecientemente, propuestas transformadoras de la política y la economía italiana. La seriedad de su esfuerzo es subrayada por el dialogo abierto con personajes tales como premios nobel de economía.
El número de seguidores de su blog lo llevó a la idea de crear clubs de amigos ubicados en cada localidad y a facilitarles los encuentros personales en espacios públicos. La idea fue otro éxito que sustentó la creación, en 2009, del movimiento político de las “Cinco Estrellas”.
A la cabeza de esta organización participó en las elecciones parlamentarias italianas de fines de febrero pasado. Su campaña fue totalmente ignorada por los medios; se difundió en internet, en los clubes del movimiento y en sus presentaciones personales.
Para sorpresa de todos, su agrupación que él define como un no-partido, con no-estatutos y el mismo cómo no-jefe, obtuvo 8.5 millones de votos, el 25.5 por ciento del total y fue el partido más votado. Aunque las dos coaliciones clásicas, de centro y derecha, obtuvieron más votos y lo dejan como tercera fuerza política.
De cualquier modo el resultado ha sido una bomba política para Italia y, de hecho para toda Europa. Su agrupación es una incógnita; sus candidatos no hicieron campaña y son desconocidos. Fueron elegidos en las células del movimiento y representan posiciones “alternativas” de todo tipo. No ha construido una real organización interna y se desconoce el grado de influencia del mismo Grillo sobre los legisladores que el llevó al poder.
Italia es una democracia parlamentaria; eso quiere decir que el parlamento elige por mayoría al poder ejecutivo, su primer ministro. Gobernar requiere hacer coaliciones y en este momento ni la coalición de izquierda ni la de derecha pueden por si solas alcanzar la mayoría necesaria para gobernar. Necesitan a los nuevos legisladores del movimiento “Cinco Estrellas”. El panorama es incierto pero la decisión de un buen número de votantes es clara: queremos otra cosa.
Grillo representa la tercera etapa de la crisis que asola a Europa.
La primera etapa fue la financiera. Prácticamente todos los gobiernos del continente llegaron a sus límites de endeudamiento, sus tasas de interés se elevaron notablemente ante el temor de los financieros de no poder cobrar. Se intenta, sin lograrlo, pagar mediante un duro apretón de cinturón sustentado en elevar impuestos, despedir empleados, reducir gastos sociales y bajar salarios.
En la segunda etapa el apretón se tradujo en una baja de la demanda que golpeó duramente al aparato productivo; desde el menor uso de las capacidades instaladas, hasta el cierre de empresas enteras. Todo ello con despidos y reducciones salariales. Lo que tenemos como característica central es el incremento del desempleo masivo y el empobrecimiento general. No tiene perspectivas de solución, sobre todo en un modelo en el que la prioridad es pagar a los extorsionistas financieros.
La tercera etapa es la de la insurrección social. Esta se manifestó primero en las periferias de Europa, el norte de África y el mundo árabe. Pero llegó a los países más desarrollados del planeta en oleadas crecientes, cada una más fuerte que la anterior. Motines violentos en Grecia, “indignados” en Europa, el movimiento del 99 por ciento en Estados Unidos y las marchas masivas en todos lados.
El triunfo de Giuseppe Grillo en Italia traslada lo que era un movimiento callejero a un espacio de poder dentro del gobierno. Eso hace temblar a toda Europa y preguntarse abiertamente: ¿pueden surgir otros Grillos?
Después de que la crisis financiera logró imponer gobiernos y políticas abiertamente a favor del capital financiero la situación parece empezar a revertirse. El cambio en Italia abre la posibilidad de pasar a una cuarta etapa conducente a la transformación democrática del modelo.
El movimiento “Cinco Estrellas” plantea lo esencial: una política anti austeridad. Ya es hora de que los enormes avances en productividad de las últimas décadas beneficien a las mayorías y no sean tan solo factor de acumulación para unos cuantos.
Proponen una semana laboral de veinte horas, no pagar el agio financiero y salirse de la moneda común. No son locuras. Son propuestas viables y de hecho las únicas que ofrecen vías de salida a la crisis europea y mundial.
Desempleo y empobrecimiento tienen al mundo al borde de la insurrección social. Lo peor es el absurdo de la situación; tenemos los mayores niveles de productividad de la historia de la humanidad y tal vez los más bajos de competitividad, al grado de llevar a la quiebra, tan solo en Europa, a miles de empresas envidiablemente productivas.
Es hora de cambiar y ojalá y sea como en Italia, por la vía de fortalecer la participación democrática y empezar a plantear que hay soluciones verdaderas.
Jorge Faljo
Giuseppe Piero Grillo es un actor cómico italiano, ya sesentón, que adoptó un sobrenombre que recuerda al personaje que representaba a la buena conciencia de Pinocho. Desde cierta perspectiva tuvo sus mejores momentos en los años ochentas, cuando participó en tres películas y en programas de televisión muy populares. Hábil para el monologo su fuerte era describir sus viajes por otros países comparando de manera simpática o burlona la diferencia de costumbres.
Gradualmente se fue enfocando en la sátira de los políticos italianos y en fuertes críticas a sus actos de corrupción, siempre sin temor de acusar, con sus nombres a individuos y empresas del más alto nivel. Lo que terminó por cerrarle las puertas de los medios masivos además de no pocas demandas por difamación.
Esto le obligó a dar un giro a su carrera y enfocarse a la actuación en teatros. Lo que le dio la libertar para reforzar su humor caustico centrado en la crítica política. Cayó prácticamente en el olvido hasta que “descubrió” a principios de este siglo el poder de las redes sociales.
Su blog se convirtió en un gran éxito; uno de los diez más leídos en mundo y al parecer el de mayor importancia de los no escritos en inglés (está en italiano). Ahí presenta datos y críticas a la colusión política y empresarial en Italia y, crecientemente, propuestas transformadoras de la política y la economía italiana. La seriedad de su esfuerzo es subrayada por el dialogo abierto con personajes tales como premios nobel de economía.
El número de seguidores de su blog lo llevó a la idea de crear clubs de amigos ubicados en cada localidad y a facilitarles los encuentros personales en espacios públicos. La idea fue otro éxito que sustentó la creación, en 2009, del movimiento político de las “Cinco Estrellas”.
A la cabeza de esta organización participó en las elecciones parlamentarias italianas de fines de febrero pasado. Su campaña fue totalmente ignorada por los medios; se difundió en internet, en los clubes del movimiento y en sus presentaciones personales.
Para sorpresa de todos, su agrupación que él define como un no-partido, con no-estatutos y el mismo cómo no-jefe, obtuvo 8.5 millones de votos, el 25.5 por ciento del total y fue el partido más votado. Aunque las dos coaliciones clásicas, de centro y derecha, obtuvieron más votos y lo dejan como tercera fuerza política.
De cualquier modo el resultado ha sido una bomba política para Italia y, de hecho para toda Europa. Su agrupación es una incógnita; sus candidatos no hicieron campaña y son desconocidos. Fueron elegidos en las células del movimiento y representan posiciones “alternativas” de todo tipo. No ha construido una real organización interna y se desconoce el grado de influencia del mismo Grillo sobre los legisladores que el llevó al poder.
Italia es una democracia parlamentaria; eso quiere decir que el parlamento elige por mayoría al poder ejecutivo, su primer ministro. Gobernar requiere hacer coaliciones y en este momento ni la coalición de izquierda ni la de derecha pueden por si solas alcanzar la mayoría necesaria para gobernar. Necesitan a los nuevos legisladores del movimiento “Cinco Estrellas”. El panorama es incierto pero la decisión de un buen número de votantes es clara: queremos otra cosa.
Grillo representa la tercera etapa de la crisis que asola a Europa.
La primera etapa fue la financiera. Prácticamente todos los gobiernos del continente llegaron a sus límites de endeudamiento, sus tasas de interés se elevaron notablemente ante el temor de los financieros de no poder cobrar. Se intenta, sin lograrlo, pagar mediante un duro apretón de cinturón sustentado en elevar impuestos, despedir empleados, reducir gastos sociales y bajar salarios.
En la segunda etapa el apretón se tradujo en una baja de la demanda que golpeó duramente al aparato productivo; desde el menor uso de las capacidades instaladas, hasta el cierre de empresas enteras. Todo ello con despidos y reducciones salariales. Lo que tenemos como característica central es el incremento del desempleo masivo y el empobrecimiento general. No tiene perspectivas de solución, sobre todo en un modelo en el que la prioridad es pagar a los extorsionistas financieros.
La tercera etapa es la de la insurrección social. Esta se manifestó primero en las periferias de Europa, el norte de África y el mundo árabe. Pero llegó a los países más desarrollados del planeta en oleadas crecientes, cada una más fuerte que la anterior. Motines violentos en Grecia, “indignados” en Europa, el movimiento del 99 por ciento en Estados Unidos y las marchas masivas en todos lados.
El triunfo de Giuseppe Grillo en Italia traslada lo que era un movimiento callejero a un espacio de poder dentro del gobierno. Eso hace temblar a toda Europa y preguntarse abiertamente: ¿pueden surgir otros Grillos?
Después de que la crisis financiera logró imponer gobiernos y políticas abiertamente a favor del capital financiero la situación parece empezar a revertirse. El cambio en Italia abre la posibilidad de pasar a una cuarta etapa conducente a la transformación democrática del modelo.
El movimiento “Cinco Estrellas” plantea lo esencial: una política anti austeridad. Ya es hora de que los enormes avances en productividad de las últimas décadas beneficien a las mayorías y no sean tan solo factor de acumulación para unos cuantos.
Proponen una semana laboral de veinte horas, no pagar el agio financiero y salirse de la moneda común. No son locuras. Son propuestas viables y de hecho las únicas que ofrecen vías de salida a la crisis europea y mundial.
Desempleo y empobrecimiento tienen al mundo al borde de la insurrección social. Lo peor es el absurdo de la situación; tenemos los mayores niveles de productividad de la historia de la humanidad y tal vez los más bajos de competitividad, al grado de llevar a la quiebra, tan solo en Europa, a miles de empresas envidiablemente productivas.
Es hora de cambiar y ojalá y sea como en Italia, por la vía de fortalecer la participación democrática y empezar a plantear que hay soluciones verdaderas.
lunes, 4 de marzo de 2013
Primero competitividad, luego productividad, Sr. Presidente
Primero competitividad, luego productividad, Sr. Presidente
Jorge Faljo
En su discurso en la Confederación de Trabajadores de México, nuestra conocida CTM, el Presidente Peña Nieto planteó como una de sus principales metas nacionales la de lograr un México prospero que sea un entorno de oportunidad y desarrollo para todos.
Para ese propósito se hace fundamental elevar la productividad entre los mexicanos. No basta, añadió, mantener esta inercia de crecimiento que es insuficiente para asegurar mayores oportunidades de empleo.
Se trata de generar empleos bien remunerados, bien calificados, que deparen a cada trabajadores mejores condiciones de vida al amparo de una seguridad social que espera, dijo, que hagamos realidad en los próximos meses. Habló también de un sistema que asegure mínimos de bienestar para todos los mexicanos como acicate de la productividad y para desarrollar ese país que todos queremos.
Dentro del ideal del México prospero se encuentra también el generar condiciones óptimas para atraer mayores inversiones, para desarrollar más infraestructura y elevar la competitividad.
La oferta de inclusión y prosperidad no fue solo para los trabajadores ahí representados, en la asamblea de la CTM; fue para todos los mexicanos, en particular los jóvenes que, en sus palabras, son un bono demográfico por su edad, su número y su aptitud para trabajar.
El reto planteado a si mismo por el presidente es enorme. De una Población Económicamente Activa –PEA-, de 56.8 millones, solo 30.1 millones tienen empleo formal y seguridad social. Lo comprometido implica crear otros treinta millones de puestos de trabajo en los próximos seis años; es decir, unos cinco millones al año durante seis años.
Basta hacer cuentas y mencionar estas cifras de nuestra realidad para que piensen que la tarea es imposible. Ciertamente la inercia de los pasados quince años obligaría a pesimismo. No obstante el señalamiento presidencial de que la inercia es insuficiente abre una rendija a la posibilidad de plantearnos algo distinto; un cambio substancial en la estrategia económica.
Retomemos esta posibilidad en su nivel más básico pero al mismo tiempo substancial. El mensaje nos habla de dos factores esenciales: elevar la productividad y la competitividad. Solo que ambas no necesariamente van de la mano y en este caso el orden de los factores si altera, substancialmente, el producto.
Estoy convencido de que plantearnos como esfuerzo central elevar la productividad nos condena al fracaso; por lo contrario empezar por elevar la competitividad tiene un enorme potencial. Me explico.
La productividad constituye una relación entre insumos y esfuerzo por un lado y la generación de producto, sean bienes o servicios por el otro. Producir más con el mismo número de horas trabajadas, con menos desperdicio de materia prima o empleando menos electricidad, serían ejemplos de incremento de la productividad.
Hablar de productividad nos introduce en la forma concreta de operación de una unidad de producción (sea taller, fábrica o despacho). Es un hecho ubicado en el campo de la microeconomía y tiene que ser atendido empresa por empresa. Depende de múltiples factores en cada caso, desde las capacidades gerenciales, las de los trabajadores, la maquinaria y equipos, el acceso a servicios (transporte, agua, electricidad, comunicaciones y más).
La productividad evoluciona sobre todo mediante flujos de inversión (nuevas tecnologías y equipos, capacitación) que permiten a la empresa provechar mejor sus recursos. Y la inversión es posible cuando hay rentabilidad y ahorro que se puede traducir directamente en mejoras o que sustenta la atracción de financiamiento para ello (sin rentabilidad presente o futura no hay crédito).
Por otro lado la competitividad es sobre todo un asunto macro. Depende de las condiciones del mercado, de la competencia nacional o internacional (determinados por el grado de apertura comercial y los aranceles a las importaciones. Depende, cada vez más, como nos lo dice a gritos la información internacional, de la paridad cambiaria. Con una moneda cara se pueden comprar divisas baratas e importar mucho; con una moneda débil los dólares son caros y las importaciones también. El consumo se dirige a la producción interna.
La productividad es un asunto microeconómico sobre el que el gobierno tiene muy poca capacidad de incidir directamente. Hacer infraestructura o proporcionar buena educación puede apoyar en realidad a muy pocas empresas y lo hace de manera contraproducente. Cuando estas pocas elevan su productividad se apoderan de una mayor tajada de un mercado que no crece y el resultado es la quiebra de sus competidores. Inutilización de capacidades productivas, desempleo y empobrecimiento. El modelito económico que ya conocemos.
Por el contrario, la competitividad puede ser un asunto macro donde el gobierno puede incidir de manera inmediata y decisiva, con efectos masivos. Recordemos el explosivo incremento de las exportaciones de 1995 a 1997 que sustentó el rápido crecimiento general de la económica de 1995 al 2000. Este imponente avance de competitividad no fue producto de la mayor productividad sino de cambios (algunos indeseables y no mitigados) en el contexto de mercado y en las relaciones internacionales. Crecimos en esos años sin inversión en infraestructura ni al interior de las empresas, sin financiamiento disponible, con las cadenas productivas dislocadas.
Crecimos insisto, con casi todo en contra excepto dos elementos fundamentales: una paridad competitiva y un nuevo margen de rentabilidad del esfuerzo productivo (lamentablemente no traducido en mejoras salariales y fortalecimiento del mercado interno).
Elevar la productividad es labor tenaz de años; elevar la competitividad puede ser una decisión gubernamental de un día para otro. Fortalecer la productividad en el actual contexto es imposible excepto para algunos pocos ejemplos de vitrina y sin incidencia en los niveles de empleo y el bienestar. Por aquí no avanzamos a la competitividad.
Pero lo contrario, elevar la competitividad por la vía de modificaciones audaces al contexto económico y mercantil nos llevaría en pocos años a elevaciones substanciales de la productividad. Como meros enunciados plantearé cuatro medidas de competitividad:
Paridad competitiva que nos lleve a obtener un superávit en cuenta corriente. Es decir que podamos exportar lo suficiente para pagar lo que compramos y, también, los intereses de la deuda acumulada.
Política industrial centrada en abatir el déficit comercial con China, en reintegrar cadenas productivas internas y en el uso pleno de capacidades instaladas. Incluso las obsoletizadas en los últimos años por la apertura comercial y el encarecimiento artificioso y especulativo del peso. Hay que ponerle aranceles al dumping chino sustentado en la subvaluación de su moneda.
Un enorme sector social de la economía que se haga cargo ofrecer la canasta básica de los mexicanos sobre la base de la reactivación de capacidades productivas y el amarre de los incrementos de la demanda popular a la oferta social. Para ello se instrumentaría un amplio esquema de cupones, a la manera de los “food stamps” norteamericanos que vinculen demanda mayoritaria con oferta social.
Jorge Faljo
En su discurso en la Confederación de Trabajadores de México, nuestra conocida CTM, el Presidente Peña Nieto planteó como una de sus principales metas nacionales la de lograr un México prospero que sea un entorno de oportunidad y desarrollo para todos.
Para ese propósito se hace fundamental elevar la productividad entre los mexicanos. No basta, añadió, mantener esta inercia de crecimiento que es insuficiente para asegurar mayores oportunidades de empleo.
Se trata de generar empleos bien remunerados, bien calificados, que deparen a cada trabajadores mejores condiciones de vida al amparo de una seguridad social que espera, dijo, que hagamos realidad en los próximos meses. Habló también de un sistema que asegure mínimos de bienestar para todos los mexicanos como acicate de la productividad y para desarrollar ese país que todos queremos.
Dentro del ideal del México prospero se encuentra también el generar condiciones óptimas para atraer mayores inversiones, para desarrollar más infraestructura y elevar la competitividad.
La oferta de inclusión y prosperidad no fue solo para los trabajadores ahí representados, en la asamblea de la CTM; fue para todos los mexicanos, en particular los jóvenes que, en sus palabras, son un bono demográfico por su edad, su número y su aptitud para trabajar.
El reto planteado a si mismo por el presidente es enorme. De una Población Económicamente Activa –PEA-, de 56.8 millones, solo 30.1 millones tienen empleo formal y seguridad social. Lo comprometido implica crear otros treinta millones de puestos de trabajo en los próximos seis años; es decir, unos cinco millones al año durante seis años.
Basta hacer cuentas y mencionar estas cifras de nuestra realidad para que piensen que la tarea es imposible. Ciertamente la inercia de los pasados quince años obligaría a pesimismo. No obstante el señalamiento presidencial de que la inercia es insuficiente abre una rendija a la posibilidad de plantearnos algo distinto; un cambio substancial en la estrategia económica.
Retomemos esta posibilidad en su nivel más básico pero al mismo tiempo substancial. El mensaje nos habla de dos factores esenciales: elevar la productividad y la competitividad. Solo que ambas no necesariamente van de la mano y en este caso el orden de los factores si altera, substancialmente, el producto.
Estoy convencido de que plantearnos como esfuerzo central elevar la productividad nos condena al fracaso; por lo contrario empezar por elevar la competitividad tiene un enorme potencial. Me explico.
La productividad constituye una relación entre insumos y esfuerzo por un lado y la generación de producto, sean bienes o servicios por el otro. Producir más con el mismo número de horas trabajadas, con menos desperdicio de materia prima o empleando menos electricidad, serían ejemplos de incremento de la productividad.
Hablar de productividad nos introduce en la forma concreta de operación de una unidad de producción (sea taller, fábrica o despacho). Es un hecho ubicado en el campo de la microeconomía y tiene que ser atendido empresa por empresa. Depende de múltiples factores en cada caso, desde las capacidades gerenciales, las de los trabajadores, la maquinaria y equipos, el acceso a servicios (transporte, agua, electricidad, comunicaciones y más).
La productividad evoluciona sobre todo mediante flujos de inversión (nuevas tecnologías y equipos, capacitación) que permiten a la empresa provechar mejor sus recursos. Y la inversión es posible cuando hay rentabilidad y ahorro que se puede traducir directamente en mejoras o que sustenta la atracción de financiamiento para ello (sin rentabilidad presente o futura no hay crédito).
Por otro lado la competitividad es sobre todo un asunto macro. Depende de las condiciones del mercado, de la competencia nacional o internacional (determinados por el grado de apertura comercial y los aranceles a las importaciones. Depende, cada vez más, como nos lo dice a gritos la información internacional, de la paridad cambiaria. Con una moneda cara se pueden comprar divisas baratas e importar mucho; con una moneda débil los dólares son caros y las importaciones también. El consumo se dirige a la producción interna.
La productividad es un asunto microeconómico sobre el que el gobierno tiene muy poca capacidad de incidir directamente. Hacer infraestructura o proporcionar buena educación puede apoyar en realidad a muy pocas empresas y lo hace de manera contraproducente. Cuando estas pocas elevan su productividad se apoderan de una mayor tajada de un mercado que no crece y el resultado es la quiebra de sus competidores. Inutilización de capacidades productivas, desempleo y empobrecimiento. El modelito económico que ya conocemos.
Por el contrario, la competitividad puede ser un asunto macro donde el gobierno puede incidir de manera inmediata y decisiva, con efectos masivos. Recordemos el explosivo incremento de las exportaciones de 1995 a 1997 que sustentó el rápido crecimiento general de la económica de 1995 al 2000. Este imponente avance de competitividad no fue producto de la mayor productividad sino de cambios (algunos indeseables y no mitigados) en el contexto de mercado y en las relaciones internacionales. Crecimos en esos años sin inversión en infraestructura ni al interior de las empresas, sin financiamiento disponible, con las cadenas productivas dislocadas.
Crecimos insisto, con casi todo en contra excepto dos elementos fundamentales: una paridad competitiva y un nuevo margen de rentabilidad del esfuerzo productivo (lamentablemente no traducido en mejoras salariales y fortalecimiento del mercado interno).
Elevar la productividad es labor tenaz de años; elevar la competitividad puede ser una decisión gubernamental de un día para otro. Fortalecer la productividad en el actual contexto es imposible excepto para algunos pocos ejemplos de vitrina y sin incidencia en los niveles de empleo y el bienestar. Por aquí no avanzamos a la competitividad.
Pero lo contrario, elevar la competitividad por la vía de modificaciones audaces al contexto económico y mercantil nos llevaría en pocos años a elevaciones substanciales de la productividad. Como meros enunciados plantearé cuatro medidas de competitividad:
Paridad competitiva que nos lleve a obtener un superávit en cuenta corriente. Es decir que podamos exportar lo suficiente para pagar lo que compramos y, también, los intereses de la deuda acumulada.
Política industrial centrada en abatir el déficit comercial con China, en reintegrar cadenas productivas internas y en el uso pleno de capacidades instaladas. Incluso las obsoletizadas en los últimos años por la apertura comercial y el encarecimiento artificioso y especulativo del peso. Hay que ponerle aranceles al dumping chino sustentado en la subvaluación de su moneda.
Un enorme sector social de la economía que se haga cargo ofrecer la canasta básica de los mexicanos sobre la base de la reactivación de capacidades productivas y el amarre de los incrementos de la demanda popular a la oferta social. Para ello se instrumentaría un amplio esquema de cupones, a la manera de los “food stamps” norteamericanos que vinculen demanda mayoritaria con oferta social.
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