jueves, 4 de julio de 2013

El verano egipcio

El verano egipcio

Faljoritmo

Jorge Faljo

Hace un par de años, en el 2011, el pueblo egipcio se lanzó a las calles para demandar la salida de un presidente que se había mantenido treinta años en el poder apoyado en la corrupción económica, el fraude electoral y la represión. Algunos consideramos que más allá de estos problemas, de por sí graves, la rebelión era un cuestionamiento al modelo económico. Es decir a la falta de empleo, al estancamiento económico, a la concentración monopólica de la producción y a la destrucción de las pequeñas y medianas empresas “históricas”.

Aquella insurrección destacó por su carácter esencialmente pacífico. Uno de sus momentos determinantes ocurrió cuando ante concentraciones de cientos de miles de manifestantes en la ya legendaria plaza Tahrir de El Cairo el ejército se abstuvo de disparar.

Dicen en el anecdotario de esta revolución que los tenientes y capitanes, buena parte de ellos de familias militares por tradición, ubicados en sus tanques frente a los manifestantes llamaban desesperadamente… a sus padres pidiendo consejo. Las respuestas de sus familias y el dialogo entre estos mandos medios creo el consenso interno de que no dispararían. Esa fue tal vez la diferencia entre las masacres de Libia y Siria y el cambio esencialmente pacífico de Egipto.

Poco después, en lo que fueron las primeras elecciones democráticas de su historia, el pueblo egipcio eligió como presidente a Mohamed Morsi, el candidato de la hermandad musulmana. Eligieron a un representante del clericalismo en lo que para muchos dentro de Egipto y en el extranjero fue una gran decepción.

¿Cómo es que un pueblo liderado por la juventud educada, bien comunicada en las redes sociales y deseosa de un cambio profundo elegía al que parecía ser un representante del pasado? La pregunta es real, vale la pena reflexionar en ella y más adelante trataré de dar una respuesta posible.

El caso es que el gobierno elegido por el pueblo resultó por un lado muy piadoso, autoritario en la imposición de la moral musulmana y muy poco activo en lo que importa a la mayoría, un nuevo tipo de desarrollo económico en el que todos tengan cabida.

Así que de nuevo el pueblo egipcio se ha levantado y esta vez de una manera sorprendente. Los cálculos oficiales del ejército egipcio sobre el número de manifestantes del domingo pasado van de los 14 a los 18 millones de personas. Nunca antes se había visto algo así; cada plaza, cada avenida importante, de cada ciudad grande, mediana y pequeña se llenó al tope de manifestantes exigiendo la renuncia de Morsi.

Nuevamente el ejército egipcio ha hecho algo inusitado. Entiende que no debe reprimir, pero además ha lanzado un ultimátum a las partes diciendo que tienen hasta el miércoles para llegar a un acuerdo, a un camino de solución.

No es nada fácil. Morsi se considera el gobernante legítimo, electo por el pueblo en elecciones democráticas. Solo que sus votos a favor fueron menos de los que ahora le piden la renuncia. Los que están en contra dicen que ha traicionado a la revolución, que no sabe gobernar. En este juego de poderes y legitimidad la neutralidad del ejercito tiene una fuerza enorme; el gobierno deberá negociar o dimitir.

De nuevo Egipto nos plantea una gran incógnita sobre su futuro inmediato. También nos obliga a pensar que la democracia no es un asunto meramente electoral cada varios años; se requieren mecanismos de contacto permanente entre gobiernos y pueblos, una democracia cotidiana.

Vuelvo a la pregunta; ¿por qué eligieron a Morsi? Después de mucho pensarlo creo que la respuesta es que el pueblo egipcio se plantea la demanda más revolucionaria posible: vivir como de costumbre.

Las elites egipcias arrastraron a su pueblo a la vorágine del cambio en nombre de una modernidad que supuestamente se justifica a sí misma. Abrieron el país al comercio internacional, a competir con el exterior; sacrificaron a los que llamaron improductivos, en particular a los pequeños y medianos productores. Obligaron a la emigración de los jóvenes y desintegraron comunidades y familias. Impusieron una modernidad cruel, el progreso a golpes, el uso de las nuevas tecnologías no para sumar bienestar, sino para destruir y expulsar del mercado, de la producción y del empleo a muchos.

Finalmente el pueblo egipcio se cansó de esa modernidad e hizo una revolución suspirando por el pasado; por vivir en paz, en comunidad y familia, por producir en sus pequeñas y medianas fábricas y talleres; en sus pequeños lotes de tierra; en que haya trabajo para todos sin tener que emigrar al extranjero o a la gran ciudad; en vivir modestamente pero con confianza en el futuro. Vivir como de costumbre, como antes.

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