lunes, 21 de abril de 2014

Putin: Un patriotismo a la rusa.


Faljoritmo

Jorge Faljo

Rusia es el país más grande del mundo y uno de los que tiene menor densidad de población. Sus 17 millones de kilómetros cuadrados, más de ocho veces el tamaño de México, contrastan con tan solo 143 millones de habitantes concentrados en la parte europea. Eso deja a todo el norte de Asia como una zona muy poco poblada y con las mayores reservas energéticas, minerales, de agua dulce y recursos forestales del planeta. Una riqueza que muchos anhelan tener al alcance.

Los pueblos tienen memoria histórica, y en el alma del pueblo ruso existen traumas que provienen de lo más grave que puede ocurrir. Haber estado al borde de la muerte como individuos e incluso como pueblo. Una sensación de que para sobrevivir se requiere de audacia.

Rusia perdió entre 26 y 43 millones de habitantes en la segunda guerra mundial. El cálculo suena muy incierto pero es explicable. Durante décadas esta mortandad fue un secreto de guerra para no revelar el estado de debilidad en que quedó. Además entre 12 y 15 millones de muertos no fueron por causas directas sino asociada a la guerra: como el hambre.

Pero hay otra herida, mucho más cercana y también muy grave. Es la que corresponde al periodo muy traumático de disolución de la Unión Soviética.

Hacia 1985 el sistema de planificación burocrática ya no funcionaba debido a que sus excesos de control impedían el desarrollo de iniciativas personales y locales. El presidente Gorbachov inició un periodo de transformación estructural incluía la apertura al exterior, el retiro de apoyos a sectores y empresas de baja productividad y la apertura política interna (Perestroika y Glasnot). Con ello se aceleró el final del comunismo centralizado.

A fines de 1991 se declaró la disolución de la unión de las trece repúblicas socialistas; lo que se plasmó simbólicamente con el traspaso de los códigos de lanzamiento de los misiles nucleares del presidente soviético al presidente de Rusia el 25 de diciembre de 1991.

Rusia pasó de ser una economía socialista a una del más salvaje capitalismo. Yeltsin, presidente de Rusia de 1991 a 1999 instrumento un choque económico centrado en la liberación de precios y la privatización en gran escala. Por ejemplo, y esto es verídico, el más grande y lujoso hotel de Moscú fue privatizado a un precio inferior al valor del candelabro que colgaba en el vestíbulo de entrada.

Y aún más importante: en 1995 se vendió la empresa petrolera Yukos al ruso Mikhail Khodorkovsky en menos del uno por ciento de su valor real. De burócrata socialista pasó a tener una fortuna calculada en 72 mil millones de dólares. Se privatizó a precios de regalo el 70 por ciento de los bienes públicos de lo que había sido una gran nación. Los beneficiarios fueron una docena de oligarcas que pasaron a controlar la economía, los medios y la política del país.

La gran promesa del periodo fue que la privatización, la liberalización económica, la llegada de capitales externos y la asociación con empresas internacionales de alta tecnología crearían empleos y bienestar generalizado. Pero esta historia ya la conocemos y la estamos viviendo.

Simplemente no se materializó aquel engaño y el resultado fue que la economía rusa se autodestruyó a menos de la mitad de su tamaño previo. Algunas de las riquezas privadas más grandes del planeta se crearon en medio del cierre de empresas y la pérdida de millones de empleos. Los ingresos de la población se hundieron a un nivel de mera supervivencia. Más de 30 millones de rusos subsistían en los noventa con menos de 50 dólares al mes y en 2002 más de cuarenta millones sufrían desnutrición. Se incrementó la mortalidad y la vida media de los rusos se redujo en cinco años; lo que se compara a un periodo de guerra o hambruna.

La caída de la economía y el desmantelamiento del estado ruso abrieron la puerta a una oleada de cambios de gobiernos pro rusos a pro norteamericanos en la esfera de interés ruso (Polonia, Serbia, Hungría, Rumanía, Libia, Checoeslovaquia) o incluso en países que eran parte de la Unión Soviética (Estonia, Letonia, Lituania, Ucrania, Kyrgistan, Uzbekistán, Tadjikistan. Buena parte de estos países se inscribieron en la OTAN, la alianza militar entre Europa y los Estados Unidos e incluso en ellos se establecieron bases militares norteamericanas. Sin olvidar las invasiones a Irak y Afganistán y el asedio a Irán y Siria.

En 1999 ascendió al poder Vladimir Putin, un desconocido que parecía estar en buenos términos con los oligarcas pero que poco a poco fue instrumentando un cambio fundamental. Uno por uno arrestó o expulsó a los grandes oligarcas. En 2000 a Guzinsky, que controlaba los medios privados; en 2003 a Khodorkovsky que había comprado la gigantesca empresa petrolera y planeaba venderla a la Chevron y Exxon norteamericanas sin consultar al gobierno. De hecho la estrategia de los oligarcas era abrir las inmensas riquezas naturales del país a sus asociados externos.

Pero Putin se les atravesó en el camino con una estrategia de recambio de los oligarcas por otros grandes capitalistas que pueden conservar sus riquezas de origen sospechoso siempre y cuando se subordinen al interés del estado ruso y a sus mecanismos de intervención en la economía.

Este cambio de modelo dio lugar al periodo de alto crecimiento económico de 1999 a 2008; (con crisis en 2009 y crecimiento moderado después), que sustentó una importante recuperación de los niveles de bienestar. La desilusión de la etapa de neoliberalismo salvaje, quedó atrás y la mejora económica reforzó la popularidad de la nueva estrategia.

Vladimir Putin enfrentó los grandes poderes fácticos de Rusia y consiguió revertir el modelo oligárquico extranjerizante. Hay que ser claros; no digo que su modelo es democrático, igualitario, transparente y honesto. Pero hay un cambio radical por el hecho de ser un capitalismo ruso más que globalizado, dirigido por un estado fuerte que ha sido capaz de conseguir crecimiento económico y trasminar sus beneficios a la mayoría de la población.

Para un pueblo que se ha sentido al borde de la desaparición la exigencia se reduce a lo elemental: El patriotismo. Y Putin se ha revelado en el momento oportuno de la historia como el líder que encarna una característica clave: un patriotismo audaz que puede enfrentar a los poderes fácticos internos, contener a los internacionales y evitar la desintegración nacional.

Cierto que en el discurso occidental, el de Europa y los Estados Unidos, la confrontación en torno a Crimea y Ucrania se plantea como la defensa de valores democráticos y de libre mercado. Sin embargo en la perspectiva rusa el tema es más elemental: sobrevivencia.

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