lunes, 12 de mayo de 2014

Economía: prohibidos los videntes

Faljoritmo

Jorge Faljo

Durante los últimos meses, y arreciando en los últimos días, se ha dado una intensa discusión sobre las expectativas de crecimiento económico para este año. Todo empezó con la Secretaría de Hacienda afirmando que este año vamos a crecer un 3.9 por ciento. Desde el principio pareció una afirmación optimista pero conforme avanza el año parece cada vez más fuera de lugar.

Hace unas semanas la Asociación Nacional de Tiendas de Autoservicio revelaba una caída neta del consumo del orden del 5.4 por ciento en las ventas (en tiendas comparables). Estos y otros datos de fuentes privadas fueron descalificados por Hacienda para insistir en que mantenía su previsión de crecimiento.

Desde el sector privado se hacen otros cálculos, inferiores a los de Hacienda. Los economistas de varios bancos y agentes financieros (Banorte, HSBC, Scotiabank, Moody´s, Base y otros) hablan de debilidad de sectores como el de la construcción y de un impacto negativo de las medidas fiscales. Prácticamente todos ajustaron sus previsiones de crecimiento cercanas al 3.3 por ciento a cifras entre el 2.7 y el 2.9 por ciento.

Entretanto los analistas del sector privado encuestados por el Banco de México recortaron su previsión de crecimiento del 3.09 al 3.01 por ciento. Resaltaron en este caso la debilidad del mercado interno, la inseguridad, la política fiscal que se está instrumentando y el elevado costo del financiamiento, entre otros.

El Fondo Monetario Internacional calcula el crecimiento de México para este año en un tres por ciento. El Banco de México acaba de reducir su expectativa del rango del 3 al 4 por ciento al rango del 2 al 3 por ciento.

Hacienda entretanto sostiene su previsión del 3.9 por ciento en una especie de apuesta en la que se juega su credibilidad ya algo deteriorada porque el año pasado dijo que creceríamos un 3.4 por ciento y terminamos en un mísero 1.2 por ciento.

Dicen que predecir es difícil; sobre todo el futuro. Pero todos parecen entrarle alegremente a un juego que cada vez parece más… bizantino.

Se dice que cuando los turcos rodeaban Constantinopla, la capital del imperio bizantino, el emperador, los obispos y la elite se ocupaban en discutir cuanto pesaba un ángel, si eran o no hermafroditas y cuántos de estos seres espirituales cabían parados en la punta de un alfiler. Ahora se habla de discusiones bizantinas cuando se pierde el tiempo en asuntos sin sentido y no se atienden los peligros inminentes.

Predecir cuanto vamos a crecer es como dejar el asunto en manos del destino; además se limita la discusión a un asunto meramente cuantitativo. Lo que habría que discutir son los cambios de fondo, cualitativos, que requiere la economía. Banco de México fue claro al decir que incluso si se crece al 3 por ciento eso no será suficiente para generar empleos y bienestar.

Entretenidos en las adivinanzas causó impacto que el INEGI diera cifras reales de lo que si ocurre. Cifras que casi todos interpretan como señales de que estamos en recesión económica. Al parecer ya solo Hacienda no lo cree.

Por mi parte le doy mucho más peso a los datos firmes del pasado que a las adivinanzas. Llevamos décadas de estancamiento y empobrecimiento debido a políticas que no se modifican. La Comisión Económica para América Latina señala que somos uno de los dos únicos países en los que el salario mínimo del 2012 fue menor al del 2007.

Las reformas estructurales primero prometieron bienestar inmediato y ahora dicen que siempre no; que se tardará y a fin de cuentas dependerá de otras cosas. El asunto es que la economía no marcha y la sociedad se ve cada vez más maltratada y empobrecida. Habría que reconsiderar el diagnóstico y plantearse otro tipo de discusión, ya no de meros números sino de cambios cualitativos mucho más efectivos.

Desde la trinchera del Distrito Federal el jefe de gobierno, Miguel Mancera, convoca a un debate nacional sobre la política de salarios mínimos. Señala que la estrategia de devaluarlos para conseguir competitividad internacional ha fallado y que tal vez lo que se requiere es elevarlos substancialmente para crear un mercado interno fuerte. Incluso se discute ahora la posibilidad de que mediante un nuevo marco jurídico el Distrito Federal pueda determinar su propio salario mínimo local. Una idea que se expresó en esta columna tal vez por vez primera.

Aprovecho para repetir propuestas. Hay que imitar las políticas de creación monetaria de otros países. Imprimir más dinero y que con eso el Banco de México compre la deuda pública interna del gobierno de México (Fobaproa y otras) y nos libere de ese yugo. Como le hacen los Estados Unidos, Japón y recién lo aceptó Europa.

Urge diseñar una política industrial que puede ser únicamente nacional o en el contexto del TLC. En cualquiera caso el cambio de fondo sería equilibrar el comercio con China; podemos hacerlo solos o invitar a acompañarnos a los Estados Unidos y Canadá. Sería una oportunidad para que México les haga una propuesta que sin duda encontrará aliados entre muchos ciudadanos de esos países.

Hay que reactivar todo el aparato productivo; esto puede ser una fuente de riqueza y bienestar inmediata, movilizadora del trabajo de millones y con muy bajos requerimientos de inversión. Es un enorme potencial productivo que puede volver a operar en un contexto de mercado redefinido por el estado.

Dado el fracaso ya innegable de la globalización hay que volver la mirada a lo que funcionó bien antes de este periodo nefasto. Hay que reconstruir un estado fuerte, que sea verdadero rector de la economía y reasuma sus responsabilidades constitucionales en relación a garantizar el bienestar de la población. Un ejemplo sería tomar en serio el derecho humano a la alimentación.

Es mejor abandonar dogmas, regular el intercambio externo y el mercado interno y fortalecer la base social del estado que observar cómo se desmorona la gobernabilidad, la economía y la sociedad.

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