lunes, 19 de mayo de 2014

¿Que le duele a Mr. Google?

Faljoritmo

Jorge Faljo

La Corte de Justicia de la Unión Europea, que no es cualquier juzgado, sino el máximo tribunal de Europa, tomó una decisión que está cimbrando al internet, empezando por google.

Resulta que un ciudadano español demandó “ser olvidado”, una expresión del derecho a la privacidad que ya existe en la ley europea. Concretamente pidió que google no presente en su servicio de búsqueda la información de que en 1998 tuvo dificultades financieras al grado de que se le embargó una propiedad luego subastada para cubrir un adeudo. Hoy en día cuando alguien teclea su nombre en google surge de manera prominente aquel fantasma del pasado que, en su opinión, lo desprestigia y le dificulta seguir adelante en sus negocios.

La suprema corte europea determinó que el derecho de esta persona a la privacidad es superior al derecho del público a conocer esa información. Para tomar esta decisión consideró que esa información era vieja y poco relevante a la situación presente del demandante.

De ese modo los jueces reafirman que incluso si los servidores y la empresa son norteamericanos, si prestan servicios en sus países tendrán que cumplir sus leyes. Tiene grandes implicaciones porque han abierto la puerta a que muchos otros, que pueden ser millones, le soliciten a google que elimine de su buscador información personal que estaría en una categoría similar: obsoleta y poco relevante para el público, pero de alguna manera ofensiva para la privacidad del afectado.

No es fácil plantear ese tipo de demanda; para empezar tiene que contratar un abogado. Sin embargo la idea es que más adelante google y similares diseñen un proceso automatizado para atender este tipo de solicitudes.

Ante ello han surgido los defensores del derecho a la información que se oponen a lo que consideran censura del internet. Sobre todo porque no se pone en duda que la información sea verdadera. No obstante el asunto de fondo es ¿hasta dónde llega el derecho a saber sobre las vidas ajenas? Se requiere una respuesta cuidadosa porque ahora es posible saber demasiado sobre cualquier persona y lo peor es que internet no olvida.

Un asunto paralelo al derecho a ser olvidado es, en mi opinión, el derecho a cambiar de opinión o a olvidarse uno mismo de lo que hizo antes. Centenares de millones, tal vez con algo de imprudencia, colocan en las redes sociales fotos y mensajes que revelan mucho de sí mismos en un momento dado de sus vidas. Datos que tienen el potencial cada vez mayor de ser vistos por quienes no imaginaban: la pareja, los amigos, los jefes y socios del futuro.

Creo que para todos debe existir el derecho a borrar la información que han colocado en Facebook, twitter o un blog. Cierto que lo hicieron de manera voluntaria pero eso no significa que no puedan cambiar de opinión y de manera también voluntaria desaparecerlo. Hasta un delincuente una vez cumplida su condena tiene derecho a una nueva vida.

Porque habría de guardarse y ser accesible a cualquiera con un poco de maña tecnológica las fotos de aquel loco viaje a Acapulco, o el mensaje de despecho al romper una relación amorosa. Yo lo comparo al derecho legal a no inculparse uno mismo.

Un estudio reciente sobre las políticas de privacidad de las empresas de internet acaba de informar sobre los contratos que aparecen en la pantalla antes de poder hacer uso de un programa y que detallan sus reglas de uso. Para empezar sirven para que la empresa se proteja haciendo que el usuario ceda el uso de su información. Google y otras muchas empresas adquieren el derecho a recopilar información sobre los sitios visitados en internet, las fotos o videos vistos; incluso acceder a la cámara de video de la computadora, a conocer la imagen de la pantalla, a saber la ubicación precisa del usuario, las redes que emplea, su calendario de eventos y docenas de cosas más. Todas ellas relacionables con los datos personales del usuario.

La reciente noticia del hackeo por un periodista de los mensajes telefónicos de un príncipe inglés, de su novia y de sus amigos, revela lo que es posible hacerle a cualquiera en el marco de las nuevas tecnologías.

La pérdida de privacidad se facilita porque la gran mayoría de los usuarios acepta sin leer, de un solo teclazo, cualquier cosa que digan las reglas de la empresa. El estudio mencionado dice que el norteamericano promedio tendría que emplear unas 180 horas para leer todos los permisos originales y las modificaciones que acepta en el curso de un año. Peor; tendría que saber derecho para entender los alcances de lo que acepta.

Algunos de esas reglas son divertidas, o espeluznantes. Una compañía de internet puso en sus reglas que el primero en enviar un mensaje a cierto correo recibiría mil dólares. El premio lo reclamó un usuario cuatro meses después; lo que le sirvió para asegurarse que sus usuarios no leen las reglas.

Otra compañía estableció su derecho a inspeccionar la máquina del usuario en cualquier momento y en cualquier lugar donde se encontrara. Lo que ciertamente no hace; y el fundamento legal es más que dudoso. Las hay que prohíben el uso inmoral de su programa; sin que sea claro que es moral o inmoral desde su punto de vista. No faltan en esas reglas errores de “corta y pega”; un programa prohibía a sus usuarios transportar su computadora en avión; otros deslizan frases absurdas. Lo que significa que no solo los usuarios no los leen; al parecer tampoco sus ejecutivos.

El derecho a la privacidad no puede existir en el contexto de miles de contratos de uso hechos a modo; se requieren leyes de tipo general que sean irrenunciables.

Borrar información personal que no es de interés público no será fácil. Implica rediseñar programas, contar con procedimientos automatizados y personal que atienda esas demandas. Se afectaría un mercado de datos personales calculado en 250 mil millones de dólares anuales.

Pero tal vez lo más importante para muchos de nosotros sea nuestro derecho a la privacidad. Afortunadamente la corte europea ha decidido que el derecho al olvido es importante y debe hacerse efectivo.

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