Jorge Faljo
Hace un par de días el gobernador de Tabasco le dijo al presidente Peña Nieto que su estado requería un trato particular en el presupuesto público del 2017 debido a que por su vinculación con la actividad petrolera estaba siendo particularmente afectado por la caída del precio del petróleo.
A lo que el presidente respondió que ante un entorno internacional adverso el gobierno tenía que hacer un agresivo ajuste presupuestal. La ecuación es, en la perspectiva del presidente, sencilla. Cómo ocurriría con cualquier familia que tiene una caída en el ingreso no se puede seguir metiéndole a la tarjeta, dijo, cuando los ingresos se caen y le corresponde al gobierno apretarse el cinturón, y actuar con sentido de responsabilidad.
Habría que suponer que el presidente y su secretario de hacienda le están dando esta respuesta, o similar, a otros gobernadores, funcionarios públicos y representantes de los intereses afectados por el recorte presupuestal. Que no son pocos e incluso podemos decir que este ajuste nos golpeará a todos los mexicanos. Decir que el gobierno se ajusta el cinturón es una figura retórica; en los hechos nos lo ajusta a los demás.
Podríamos empezar señalando que el paquete presupuestal presentado por la SHCP recorta en 14.8 mil millones el gasto de salud y en 31.6 mil millones el de educación. De modo que lo previsible es un mayor deterioro de los servicios de salud traducibles en semanas o meses de espera para una consulta especializada, ausencia de medicinas y materiales de curación y rechazo de pacientes en emergencia. Y en cuanto a educación seguirá el deterioro de las escuelas mal fabricadas por los contratistas privados, sin agua potable, con baños que no funcionan, con goteras, mal equipadas y con maestros acosados para culparlos del abandono de la educación.
Lo mismo ocurre en rubros de inversión. Reducir en 25.5 mil millones de pesos el presupuesto agropecuario, aunque caracterizado por un desempeño ineficiente o altamente selectivo, nos va a alejar de la meta comprometida de conseguir la seguridad alimentaria en el 2018. Aunque con cinismo podríamos decir que igual el gobierno no pensaba cumplir ese compromiso oficial de generar dentro del país el 70 por ciento de nuestros alimentos básicos. Así que seguiremos importando el grueso de nuestra alimentación.
El recorte en comunicaciones y transportes, medio ambiente, energía y otros implican también deterioro de servicios, de inversiones y empleo, de niveles de vida, que le pegarán a la población y no a los que dicen apretarse el cinturón.
La racionalidad sencilla; se le tiene que quitar al gasto público para pagar los intereses de la deuda del sector público federal que de diciembre de 2012 a mediados de este año creció de 403 a 481 mil millones de dólares. Podríamos decir que tenemos que aguantar la resaca después de la fiesta. Solo que la van a sufrir sobre todo la mayoría de los que no bailaron.
Durante décadas hubo muchos que insistimos en que no podíamos dejar asuntos tan vitales como la alimentación en manos del mercado. Pero la respuesta tecnocrática era tajante: es más barato importar que producirlo internamente. Y cierto que parecía más barato sobre todo porque se pagaba con los dólares fáciles adquiridos mediante la venta país.
La táctica fue general; lo que no se vendió al extranjero lo dejamos sin apoyo, sin posibilidad de crecer, lo dejamos destruirse.
El problema no se limita a la caída del precio del petróleo. De acuerdo al documento que presenta el paquete presupuestal en el primer semestre de este año las exportaciones no petroleras se redujeron en 3.9 por ciento. Y lo que sostiene la economía es el consumo privado; y lo que sostiene al consumo privado es el aumento del crédito. Con esto bastaría para decir que la estrategia económica hace aguas.
Todo el esfuerzo globalizador a la mexicana se orientó a exportar; lo que se producía en México y aquí se consumía no importaba y por tanto no les importó deteriorar el ingreso de los mexicanos hasta arrinconarlos en la miseria. Ahora nos estamos quedando como el perro de las dos tortas; perdimos la que teníamos para comprar un escaparate de modernidad y este se derrumba debido, en parte, a la crisis internacional.
Pero el verdadero absurdo del paquete presupuestal es que no plantea salida alguna al problema de fondo; simplemente espera que la economía norteamericana se recupere y el año que entra se recupere el sector exportador. Lo que es más probable es que no ocurra esto y que en la siguiente oportunidad el banco central norteamericano si eleve la tasa de interés. Entonces aquí habría que apretarnos el cinturón por partida doble: para pagar más intereses y para comprar más caro lo importado.
Es el momento en que debemos revisar opciones de salida. Las hay, siempre las ha habido. Crecer hacia adentro, fortalecer el mercado interno debe dejar de ser mera retórica. Requiere mejorar los ingresos de la población, movilizar las capacidades de producción existentes y protegerlas; reducir importaciones es algo a lo que ya nos obliga el derrumbe del modelo. Hay que conducir esta transformación bajo la rectoría de un estado fuerte y nacionalista. En lugar de correr el riesgo de que nos revuelque feamente el cambio desordenado.
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