Jorge Faljo
Xi Jinping el presidente de China recién ofreció reducir la producción de acero y carbón de su país. Lo hizo al inaugurar la reunión del G20, a la que acudieron representantes de 34 países, en buena parte jefes de estado.
El ofrecimiento es que China bajará la producción de acero en 150 millones de toneladas anuales en los próximos cinco años. Además, en un periodo que va de tres a cinco años, cerrará minas de carbón con una capacidad de 500 millones de toneladas y reestructurará toda esa industria para bajar la producción en otros 500 millones de toneladas de carbón al año.
Tales metas de reducción de producción de carbón y acero forman parte, dijo Xi Jinpin, de una estrategia de ajustes de la oferta a la demanda. Lo planteó como la contribución de su país al problema mundial de sobreproducción; aparte de subrayar un historial de importantes incrementos de la demanda de su población y la de su país por artículos del exterior. De manera conveniente olvidó que su país vende mucho más de lo que importa y en ese sentido contribuye fuertemente al problema.
En ese encuentro en que todos pregonaron su lealtad al libre mercado, la oferta de China es producir menos por una decisión de política interna y no porque el mercado se lo imponga. Entonces ¿por qué lo hace?
Básicamente porque el mundo está enojado con China por sus estrategias de producción y comercio que le han permitido no solo sobresalir en la competencia comercial sino apabullar y destruir a sus competidores. Eso es justo lo que viene ocurriendo en el caso del acero donde el incremento de la exportación china ha llevado al cierre o disminución de la producción de Europa, India, Estados Unidos y México. Esos cierres y el desempleo generado crean un resentimiento que amenaza traducirse en medidas proteccionistas que afectarían a ese país y a los grandes consorcios internacionales.
Así que Xi Jinpin trata de disminuir ese resentimiento y podría decirse que es el éxito en demasía lo que lo obliga a ser prudente.
No hay secreto en la estrategia china. En lo financiero el país es un exportador de capitales. Ciertamente una paradoja, que un país pobre le preste a uno rico. Pero con eso consiguió que otros países tuvieran dinero para comprarle y encareció los dólares para su propia población. De ese modo amarró el crecimiento de su demanda interna a su propia producción al mismo tiempo que conquistaba el mundo con su producción alentada por su moneda barata.
China acepta la entrada de capitales externos productivos, que le llevan tecnología, pero restringe a los capitales especulativos. Sigue, además, una estrategia de substitución de importaciones bastante efectiva que la convierte en compradora de materias primas e insumos, pero no de manufacturas. China es un país que se sigue llamando comunista pero ha creado un capitalismo peculiar, con alta intervención del estado y bajo una orientación nacionalista.
El notable avance de este país es visto con ambivalencia por el resto del mundo. Su alto ritmo de crecimiento lo convirtió en un importante demandante de granos básicos, minerales, materias primas e insumos que contribuyeron a sostener la producción y los ingresos de muchos otros países. Sin embargo como potencia exportadora de manufacturas ha contribuido a expulsar del mercado a las industrias de otros países, incluso entre las potencias.
Habrá que ver si lo que ofrece Xi Jinpin es suficiente y oportuno.
No lo creo porque el proceso electoral norteamericano, ha permitido al electorado expresar su rabia por la estrategia neoliberal que los ha empobrecido. Lo que va a obligar al gobierno norteamericano a presionar a sus aliados para que le den preferencia en sus importaciones. Solo así podrá enfrentar el desafío chino, relanzar su industria y satisfacer las demandas de su población.
Para México será de la mayor importancia definir su papel económico en relación a los Estados Unidos, sobre todo si ese país modifica su rumbo económico. Podemos quedar como competidores de sus trabajadores, es decir rivales y equiparados con China. O, por lo contrario, podemos redefinirnos como aliados económicos que apoyen una nueva estrategia en beneficio de la producción de ambos países y de sus respectivas poblaciones.
Trump propuso, ante Peña Nieto, cinco acuerdos. El número cuatro fue mejorar el TLCAN y elevar los salarios de los trabajadores de los dos países; el cinco fue conservar la producción de manufacturas y los empleos en “nuestro hemisferio”. Con esas propuestas, el Donaldo cambió su discurso anti México, así fuera de momento, para proponernos una estrategia de cooperación que le haga frente a la competencia de China y, dijo, del resto del mundo.
Además de que la visita fue una pifia ha sido un error no agarrar de la lengua a Trump y aterrizar esas dos propuestas. En lugar de ello se las ignoró hasta hace poco, cuando la secretaria de relaciones exteriores, Claudia Ruiz Massieu, se encargó de responder que no nos conviene renegociar el TLCAN, y que será mejor avanzar al Acuerdo Transpacífico. Un acuerdo que Trump rechaza tajantemente.
No es entendible que si se invita a Trump porque se teme que gane la presidencia norteamericana no se escuchen sus propuestas y se las deseche sin más. Habría sido mejor esperar a que perdiera.
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