domingo, 8 de enero de 2017

Reconstruir un país chatarra

Jorge Faljo

Les deseo lo mejor para este año que inicia. Pero no olvido aquel consejo de esperar lo mejor y prepararse para lo peor. Hemos empezado el año con el pie izquierdo. Hace mucho que perdimos el camino y ahora sufriremos las consecuencias.

El gasolinazo se empezó a gestar hace muchos años. De acuerdo a la base de datos de PEMEX en noviembre de 2006 sus refinerías produjeron 459.6 miles de barriles diarios –mbd- de gasolinas; en 2012, último año del sexenio anterior la producción fue algo menor, 401.8 mbd. En 2014 el promedio bajó a 379.4 mbd, y, el colmo, en noviembre de 2016 fue de solo 253.8 mbd.

Más de 10 años de caída de la producción de gasolina señalan que el problema no es coyuntural. No solo no ampliamos la capacidad de refinación; sino que se dejó deteriorar la que existía a un grado extremo.

No se trató de un mero descuido sino de una estrategia sustentada por el interés de abrirle espacio a los negocios privados. Pretextos no faltaron; el principal de ellos fue que era más barato importar que producir. PEMEX fue sobreexplotado y sus recursos, que fueron abundantes, substituyeron el cobro de impuestos a los grandes capitales y corporaciones. El país ha sido, hasta la fecha, un paraíso fiscal, con ingresos públicos no petroleros menores al 13 por ciento del PIB.

El neoliberalismo se caracteriza por su ideología anti gubernamental; desde el poder destruye las instituciones del estado. Y, en este caso, incluso las capacidades del país. La política neoliberal no solo deterioró la infraestructura de PEMEX, sino que nos ha dejado muy mal equipados y desorganizados para los tiempos que se avecinan en otros sectores como el de la producción industrial y la de alimentos.

La “lógica” neoliberal empezó por arrasar las empresas manufactureras que crecieron al amparo del modelo de substitución de importaciones. Se las tachó de ineficientes, protegidas por el paternalismo del estado y no competitivas. Ahora somos un país maquilador que importa hasta electrodomésticos sencillos.

Se destruyó a las instituciones que impulsaban el desarrollo agrícola y ganadero. Instituciones públicas como el INMECAFE, FERTIMEX, CONASUPO y otras propiciaban la explotación de tierras de baja producción, arraigaban a la población en el campo y contribuían a la seguridad alimentaria de la nación. Su desaparición se tradujo en la emigración de millones, una enorme descomposición familiar, hijos dejados al garete y como carne de cañón de la violencia. Nos convertimos en importadores de cerca de la mitad de los alimentos que consumimos.

Nos disque modernizamos creándole alta rentabilidad a las inversiones extranjeras y al gran capital. Con ello llegaron los dólares y las importaciones que destruyeron buena parte de la producción interna.

Ahora el mundo ha cambiado; sobre todo nuestro “socio”, los Estados Unidos. Los nuevos vientos son de proteccionismo. La nueva lógica es sencilla; si compites y no ganas, ya no compitas. Nos cuesta trabajo entenderlo y abandonar la religión neoliberal.

Sin embargo urge abandonar la ilusión del libre mercado. Ese espejismo nos costó muy caro; sacrificamos producción, empleos y bienestar y lo que se construyó fue un sector globalmente competitivo pero esencialmente parasitario. Que ahora se encuentra amenazado desde el exterior.

Los nuevos y graves riesgos que plantea el cambio de política de nuestro vecino obligan a reflexionar sobre la fragilidad en que nos encontramos y que no es sino culpa nuestra. Sin ilusiones obsoletas tenemos que replantearnos reconstruir el país y el estado en torno a un nuevo ideal de integración económica y social interna. Aspectos “olvidados” como el bienestar de la población, el arraigo y el empleo, la seguridad en rubros básicos de la producción y el consumo y, sobre todo la paz social deben ser prioritarios. Y eso requiere lo que señala la constitución, la rectoría de un estado fuerte y capaz.

El descuido de la capacidad de refinación debe ser corregido a la brevedad posible al tiempo que se reafirma la responsabilidad del estado en cuanto a la seguridad energética. No es aceptable lavarse las manos diciendo que ahora es el mercado el responsable de lo que ocurra. Para el pueblo de México la responsabilidad es y seguirá siendo del gobierno. Sobre todo cuando la realidad refleja un engaño de fondo, previsiones incorrectas, falta de capacidad para gobernar o vil corrupción.

Si un gasolinazo es grave, un tortillazo, entendido como incremento inaceptable de los precios de los alimentos, sería mucho peor. Lo grave es que en este rubro la irresponsabilidad ha sido tanta o más que en el caso de los energéticos. Se prometió solemnemente en el plan nacional de desarrollo y en declaraciones subsecuentes que en el 2018 tendríamos seguridad alimentaria. Entendida como la producción interna de al menos el 70 por ciento del consumo de los principales granos del consumo alimentario.

No solo no los producimos sino que ahora exportar la producción alimentaria será una fuerte tentación. Incluyo a hortalizas y verduras. Es decir que el pueblo de México, con salarios de hambre, tendrá que competir con los consumidores del exterior para comprar incluso lo que se produce internamente. No es aceptable.

Se requieren medidas urgentes de recuperación del ingreso y las regulaciones necesarias para remendar y levantar al sector de la producción, el campesino, que puede y quiere hacerse cargo de la seguridad alimentaria nacional.

La pregunta ya no es como competir; ahora hay que plantearnos como no competir para reactivar la producción, el empleo y asegurar el consumo interno de todo lo esencial. El neoliberalismo convirtió al país en chatarra; habrá que unirnos para levantarlo.

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