Jorge Faljo
Hace unos días Donald Trump anunció con bombo y platillo que esta semana daría a conocer una gran noticia, su plan de reforma fiscal. Lo dijo presionado porque se acercaba el final de sus primeros 100 días como presidente; lo que en Estados Unidos es un periodo de gran significado político. Se acostumbra comparar los logros de cada presidente en esos algo más de tres meses iniciales. Para Trump eran particularmente importantes porque en su campaña se fue de la boca haciendo grandes promesas. Pero si algo distingue el inicio de la administración de Trump son sus fracasos políticos y el bajón de popularidad.
Sin éxitos a la vista, desesperado, Trump anunció la mayor reforma fiscal de la historia, algo típico de su megalomanía, y resultó ser una bomba de humo. Lo que presentó su secretario del Tesoro, Steve Mnuchin, fue una simplona hoja de papel que básicamente repetía lo anunciado durante su campaña presidencial. Llamémosla hoja de ruta para darle alguna dignidad. Con ella pretendieron minimizar el hecho de que no tienen lista la propuesta de reforma fiscal, y mucho menos la han consensado políticamente para que tenga posibilidades de ser aprobada.
Lo esencial anunciado en la supuesta reforma fue una fuerte reducción de impuestos a las empresas y al uno por ciento más rico de la población. Reducir el tope impositivo a las empresas de un 35 a un 15 por ciento lo viene diciendo Trump desde hace meses. Pero reducir impuestos no es una reforma fiscal. La reducción presupone algo más complicado: un nuevo reparto de las cargas fiscales de manera tal que se reducen unos ingresos, pero como vasos comunicantes, se compensan con otros. Este miércoles su hoja de ruta para la futura reforma prometió lo facilito, pero no aclaró lo difícil.
¿Cuáles son las posibles medidas de compensación?
Una medida que contribuiría a equilibrar los ingresos es la reducción de impuestos a la repatriación de las enormes ganancias que las empresas norteamericanas tienen en el extranjero. Mientras están invertidas en el exterior no causan impuestos, pero cuando se regresan pagan ahora un alto impuesto. La propuesta de Trump es una concesión fiscal temporal que les daría oportunidad de repatriar esos capitales a un bajo costo impositivo.
Si de este modo se logra una repatriación significativa eso compensaría la caída del impuesto a los corporativos. Pero lo haría solo durante uno o dos años; por una única vez para cada empresa. Así que es una compensación temporal e insuficiente. De cualquier modo, la idea expresada en la hojita de ruta no aterriza en los detalles que, posiblemente, se estén negociando con los grandes corporativos.
La segunda forma de compensar los ingresos que se dejarían de recibir es de enorme interés para México, nos perjudicaría. Se trata de la posible imposición de un impuesto de ajuste fronterizo –BAT-, a la importación de mercancías. Para un amplio segmento de la población y para los políticos republicanos la baja de impuestos a las empresas es posible y deseable si se compensa con un impuesto a las importaciones.
Sin embargo, este punto no se aborda en la hoja de ruta porque sencillamente no se han puesto de acuerdo. Muchas empresas de manufactura trabajan con componentes importados de México, otras más son importadoras y todas se verían afectadas negativamente. También subirían los precios al consumidor y esto podría tener un costo político.
Pero si no aparece el BAT en esa hoja de ruta no es motivo para festinar; es una idea que no ha sido descartada, solo que se tiene que consensar internamente y, también, es parte de la renegociación del TLCAN.
Sin las anteriores formas de compensar la principal caída de ingresos fiscales lo que quedaría sería una reducción significativa del gasto público de los estadounidenses. Algo que provocaría fuertes controversias. Trump ha anunciado un incremento al gasto militar; también prometió grandes inversiones en infraestructura para la renovación de todo el sistema carretero, las presas y los edificios públicos y, además, quiere levantar un costoso muro en su frontera sur. Es decir que esa propuesta de reducción de ingresos no aclara como es compatible con sus promesas de gastar más. Tendría que recortar en el gasto social, y eso provocaría fuertes conflictos incluso con su base política republicana.
El secretario del tesoro norteamericano defendió la baja de impuestos, sin compensaciones y sin caída del gasto, mediante un conejo sacado del sombrero. Dijo que al reducir impuestos abarataría el costo del capital y eso generaría mayores inversiones, empleos y crecimiento económico que, a su vez llevaría a pagar más impuestos, no sé si realmente crea lo que dijo, pero si lo cree, pobres vecinos.
Se trata de una idea trasnochada de los inicios del neoliberalismo. Ahora sabemos que estas promesas no se cumplen y pocos en los Estados Unidos confían en eso.
El caso es que la hojita de ruta ha sido recibida con frialdad. La bolsa de valores no reaccionó. Los democratas dicen que intenta favorecer a los más ricos y declaran que no aceptan discutirla mientras Donald Trump no dé a conocer su declaración de impuestos. Dan a entender que su reforma apunta a favorecerse a sí mismo y a su familia. Incluso los republicanos no muestran entusiasmo porque para ellos es tabú el incremento del déficit fiscal y la deuda pública.
Así que sencillamente; la presentación del miércoles fue una bomba de humo a la que le falta lo más importante. No obstante, en los próximos meses habrá una verdadera propuesta de reforma fiscal que podría ser muy negativa para México.
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