Jorge Faljo
Ayer en la noche me tomé unas cubitas con unos amigos. Como es habitual la conversación se centró en dos temas. Uno la inseguridad. La hija del amigo que nos invitó a su departamento, una niña, comentó que al prefecto de su escuela primaria recién lo habían matado. Iba en un transporte público y unos asaltantes pretendieron, además de robarlos, llevarse a su esposa. Él se opuso y lo asesinaron. No se llevaron a la señora.
Que lamentable que ese sea el tipo de historias que hoy en día impactan a los niños de primaria. Es un claro deterioro de nuestras condiciones de vida.
Lo segundo de que hablamos fue la vieja historia, que revive en cada elección, acerca de que los candidatos de izquierda son un peligro para México y provocarían una crisis económica.
Es un asunto que genera reacciones contradictorias en particular para mis amigos de anoche, militantes de varias opciones políticas. Concuerdan en que es necesario un cambio de modelo económico, por uno en que sea posible crecer, generar empleos, elevar salarios y en el que un gobierno eficaz y honesto sea garante del bienestar de todos. Pero les preocupa, y eso es muy razonable, una posible crisis generada por el triunfo de un candidato de verdadera oposición.
Sobre este punto quiero ordenar mis ideas en este artículo. Lo primero que me viene a la mente es que en la campaña electoral de 1994 los medios machacaron la idea de que el triunfo del candidato de izquierda, Cuauhtémoc Cárdenas, provocaría una grave crisis; huida de capitales, devaluación del peso.
La modernización de utilería y la venta – gobierno, es decir de las empresas que eran del Estado, durante el salinato, enriquecieron a la nueva elite. A cambio se empequeñeció al gobierno y se destruyó buena parte de las empresas, fábricas y talleres medianos y pequeños de un empresariado nacional inerme, que era despreciado y combatido por los neoliberales. La continuación de ese esquema solo era posible vendiendo todavía más. La venta de la tierra, propuesta como inversión privada en el campo, había fracasado. La venta de la riqueza petrolera todavía no era políticamente viable.
En 1994 el Fondo Monetario Internacional respaldaba la política económica nacional y declaraba que la ruta del gobierno era la correcta y que no habría sobresaltos. Ese discurso era ampliamente repetido dentro y fuera de México; tal vez porque se daban cuenta del riesgo y procuraban taparlo.
El caso es que en 1994 no ganó el candidato de izquierda; triunfó Zedillo, el candidato del régimen, y le estalló la crisis. Con esto lo que quiero decir es que una fuerte crisis económica se origina en las debilidades de fondo de la estructura económica y no en las características personales de un candidato.
Sin embargo, es muy importante poner la atención en que una crisis económica de la magnitud de la ocurrida en 1994 – 1995 pudo haber generado otra grave crisis, en este caso de ingobernabilidad. Simplemente imaginemos como podría haber gobernado Zedillo si la población y los medios lo hubieran culpado de la devaluación. ¿Habría podido gobernar?
Afortunadamente no hubo un colapso de gobernabilidad porque la población sabía que las condiciones propicias a la crisis se habían generado en los años anteriores.
¿Qué lecciones para el presente nos deja esa experiencia?
No cabe duda de que, de nueva cuenta, los candidatos de izquierda serán demonizados como los causantes seguros de una futura catástrofe económica. Lo más grave de esta situación, gane quien gane, es que las condiciones están dadas para una crisis más o menos similar a la de 1994.
En este sexenio se realizó el sueño neoliberal de vender la mayor de nuestras joyas; el subsuelo, con sus riquezas en petróleo y minerales. La venta –país permitió renovar una imagen de modernidad similar a la del salinismo. Solo que esta vez como mera caricatura, aunque, con el tiempo podremos apreciar que es más dañina.
Tenemos enfrente un problema que rebasa lo nacional; la globalización se desmorona en Estados Unidos, país que nos compra el 81 por ciento de las exportaciones nacionales y que en la renegociación del TLCAN exige reducir el superávit mexicano. Que es la entrada de dólares que nos permite comprarle a China las partes de los automóviles y otras manufacturas de exportación.
Así que en la venta – país ya se vendió lo principal; la nueva posición norteamericana amenaza las principales exportaciones de manufacturas e incluso algunas agrícolas; ese mismo cambia desalienta la inversión transnacional en México y no hemos construido un mercado interno que le otorgue solidez a la producción para nosotros mismos.
Cualquiera que gane deberá afrontar un cambio de rumbo de una economía que estará sedienta de dólares; en la que las importaciones serán más caras y en la que deberá transitarse por el camino de la substitución acelerada de importaciones. Eso ocurrió entre 1999 y el año 2000 que fueron años de buen crecimiento debido sobre todo a la competitividad derivada de una moneda devaluada y gracias al aprovechamiento de capacidades instaladas.
Este efecto positivo de una devaluación no podrá ser tan importante en esta ocasión debido a que el planeta sufre de sobreproducción generalizada; más empobrecimiento en las economías más ricas, los Estados Unidos en primer lugar.
Así que el futuro presidente debería ir pensando en un plan anticrisis económica. En lo político un presidente de derecha podrá siempre echarle la culpa de la crisis al exterior, a Trump, a la mala suerte o al actual presidente. Y en esa dirección contará con todo el apoyo de los medios, radio, televisión y periódicos.
Pero un presidente de izquierda enfrentaría una situación mucho más difícil. Cargaría con toda la responsabilidad de la crisis económica. Los medios se le echarían encima y lejos de hablar de la mala suerte, del presidente anterior o del mundo, lo culparían insistentemente de una crisis que a estas alturas es inevitable.
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