Jorge Faljo
Me sorprendió con mucho agrado que, en la presentación de la plataforma electoral del Frente Ciudadano, la coalición del PAN, PRD y Movimiento Ciudadano, uno de sus tres ejes fuera crear una renta ciudadana universal. Los otros dos pilares de su programa son seguridad pública y combate a la corrupción.
La idea de que contar con lo mínimo para vivir con dignidad no debe ser un privilegio o fruto de la suerte, sino un derecho humano esencial es algo que ya se reflexiona desde hace décadas. Se sustenta, sobre todo, en la certeza de que la humanidad ha alcanzado un nivel de capacidades productivas que le debe permitir, si se lo propone, garantizar alimentos, vestido, vivienda, movilidad e información adecuados a la vida de una sociedad civilizada.
En Estados Unidos lo propuso, y no digo que fue el primero, Martin Luther King en 1967. Más recientemente Hillary Clinton en su libro de memorias de su campaña presidencial dice, para sorpresa de muchos, que propuso y discutió con su equipo de campaña la posibilidad de un ingreso básico universal financiado con impuestos a la emisión de carbono y a las transacciones financieras. Se inspiró en que el estado de Alaska le emite un cheque anual a cada residente sustentado en sus ingresos petroleros. Ella y su equipo decidieron que el país no estaba preparado para esa propuesta.
Aquí en México se exploró esa posibilidad a finales de los setentas; en la época de la administración de la abundancia petrolera. Más recientemente desde las filas de Morena se propuso como un derecho consagrado en la nueva constitución de la Ciudad de México.
Los derechos se conquistan poco a poco, hasta que logran afianzarse en el imaginario colectivo y ser exigencia general. A eso va a contribuir de manera notable la propuesta que el Frente Ciudadano califica como eje central de su propuesta social. Cabe esperar que como sociedad avancemos en la dirección en que apuesta esta nueva coalición; decidir el voto ciudadano a partir del análisis del programa de cada partido o coalición, y no de la imagen bonita de los candidatos.
Si consideramos que la propuesta también la respalda Morena (espero que lo reafirme de manera contundente), estaríamos en una situación en la que más de la mitad del peso electoral de los contendientes presidenciales se encontraría a favor.
¿Qué dirá el PRI al respecto? Tenemos como antecedente que terminó por aceptar una propuesta similar, proveniente de la izquierda y que ahora es irrebatible: los apoyos a los ciudadanos de la tercera edad.
La principal critica a una propuesta de este tipo es siempre la de que no hay dinero. Un asunto que depende en mucho de la gradualidad con que se vaya instrumentando. La meta debe ser ambiciosa, pero el pragmatismo indica que se llegará a ella no de inmediato, sino en varios pasos.
De cualquier modo, subsiste el problema del financiamiento. En la propuesta planteada por el Frente Ciudadano este ingreso universal provendría de una modificación, más que de un incremento, en el uso de los recursos públicos. Se trata de quitarle los recursos a los programas de desarrollo social, que han demostrado su inutilidad en buena medida porque están de arriba abajo, plagados de corrupción. Proporcionar un ingreso básico universal simplificaría el aparato burocrático al nivel casi invisible del que hoy se requiere para distribuir los apoyos a la tercera edad.
No está mal la propuesta, aunque para muchos se queda corta para un país en el que no solo es necesaria, sino que cuenta con elementos para llevarla mucho más lejos.
Una propuesta eleva la demanda popular y eso genera inquietud porque pueda ser inflacionaria. Pero la inflación surge cuando se eleva la demanda sin una pronta respuesta de la oferta y en este caso elevar la demanda popular puede ser ampliamente correspondido por un rápido incremento de la oferta de una canasta de consumo de producción popular.
Para lograrlo se requiere que la demanda generada por un ingreso universal se amarre al consumo de productos nacionales, regionales y locales. Bastaría que ese ingreso se proporcione en forma de cupones para demandar en un sistema distributivo apropiado, no necesariamente público, pero si social.
Lo que planteo es que la renta básica no debe derivar a incrementar las importaciones y, por el contrario, puede ser un eficaz “despertador” de capacidades productivas adormiladas.
Otra vía de fortalecimiento adicional es dejar de ser un paraíso fiscal y conseguir que las grandes riquezas improductivas aporten lo que en cualquier otro país les corresponde pagar al fisco. Aquí los ingresos del gobierno son menos de la mitad del promedio de los 34 países de la OCDE.
Una función básica de un estado social, sin abandonar el sistema de libre empresa, es la de transferir ingresos en favor de la equidad. No es una propuesta radical sino una función básica de todo estado moderno; incluso en los Estados Unidos: recordemos los cupones de comida que les permiten nutrirse a 45 millones de norteamericanos.
Una renta ciudadana universal en México es posible y financieramente viable. Nos permitiría escapar de las tendencias al empobrecimiento y hacer efectivo el derecho humano a la alimentación. Nos reubicaría como un estado que atiende el tema social, desalienta la violencia, abre compuertas a potencialidades productivas que lo único que requieren es mercado popular. Al generar ingreso se crea empleo.
El asunto me recuerda la evaluación de la economía mexicana que recién hizo el Fondo Monetario Internacional y que comenté la semana pasada. Sus propuestas centrales fueron combatir la corrupción y la inseguridad; elevar la eficiencia de la administración y procurar la inclusión. No importa quien levante la bandera del ingreso universal, por ahí marcha la solución.
Los invito a reproducir con entera libertad y por cualquier medio los escritos de este blog. Solo espero que, de preferencia, citen su origen.
sábado, 25 de noviembre de 2017
domingo, 19 de noviembre de 2017
Fondo Monetario; un espaldarazo inexistente
Jorge Faljo
Algunos documentos son muy difíciles de descifrar. Digamos los manuscritos del mar muerto, que son las versiones más antiguas de la biblia escritas en versiones ancestrales de hebreo, arameo y griego. Escritos sobre pergaminos, es decir pieles de animales muy jóvenes cuidadosamente limpiadas, estiradas y secadas, se guardaron enrollados en grandes jarras, en cuevas de ambiente muy seco. Por eso se conservaron durante un par de milenios.
Una vez descubiertos, a partir de 1946, fue cuando sufrieron sus mayores daños porque fueron destrozados para venderlos en pedacería y ganarles más. Ahora son objeto de estudio de numerosos especialistas empeñados en descifrarlos y aprender sobre su contexto histórico y de creencias religiosas.
Interpretar lo escrito en otra lengua es labor de traductores que enfrentan siempre algún grado de dificultad. Lo más probable es que incluso dos buenos traductores puedan interpretar el mismo documento con algunas diferencias de matiz. Eso me pasa con un reciente rollo, en este caso no por su forma, como los del mar muerto, sino por su contenido, en el que Hacienda y Banxico interpretan el último reporte del Fondo Monetario Internacional –FMI-, sobre la situación de México.
Hay que señalar primero que no están de acuerdo en un punto controvertido; el FMI prevé que en 2018 la economía del país crecerá tan solo al 1.9 por ciento; es decir un par de décimas menos que el 2.1 por ciento calculado para este 2017. Es decir que lo hará al ritmo de tortuga, que para la mayoría de los mexicanos es más bien de cangrejo, al que nos han acostumbrado décadas de neoliberalismo. Como es seguro no al ritmo prometido al principio de esta administración.
Esta y otras diferencias se reflejan en el comunicado con el que Hacienda y Banxico dan a conocer los resultados de la evaluación que el FMI hizo de la economía mexicana mediante una interpretación francamente sesgada.
Aquí me propongo hacer una comparación y una interpretación alternativa de los puntos más relevantes.
La versión mexicana señala que el FMI “Reconoció que las reformas estructurales han contribuido al aumento de la actividad económica al impulsar la inversión, reducir los precios y generar una mayor provisión de servicios.” Un reconocimiento que, si fuera enteramente cierto, sería un importante espaldarazo a la actual administración.
Sin embargo, lo que yo encuentro en la versión en inglés, de la que hago mi propia traducción, es que “aun cuando algunas de las reformas estructurales muestran las primeras señales de éxito, todavía no han resultado en un aporte significativo al crecimiento. Además, la percepción de una alta corrupción y la débil aplicación de la ley siguen restringiendo la perspectiva de crecimiento”.
Con una inflación superior al seis por ciento anual ¿a que puede referirse la afirmación de que los precios han bajado? Se refieren a dos sectores muy específicos que “parecen” contribuir al crecimiento: telecomunicaciones y electricidad. Más allá de estos dos casos, es evidente que los precios no han bajado.
Según el lado mexicano el FMI dijo que las reformas multiplicarán el impacto positivo en el crecimiento y en la reducción de la pobreza. Tal vez, en el futuro. Porque de momento lo que el FMI dice es que la pobreza y la inequidad siguen siendo altas y que el índice de pobreza ha continuado incrementándose en los años recientes. Es decir, en esta administración.
El FMI no duda en señalar que la mortalidad infantil en México es superior al promedio de Latino América y que nos encontramos rezagados en algunos aspectos de los servicios de salud, educación y básicos en general. También dice que la tasa de homicidios es el triple de la mundial. Que solo la tercera parte de los mayores de 25 años han completado la secundaria y que cerca del 20 por ciento de los jóvenes están excluidos de la educación, la capacitación y el empleo.
Cierto que, como apunta el lado mexicano, el FMI dice que continuar con las reformas estructurales puede contribuir al crecimiento y la disminución de la pobreza. Pero, y aquí pongo un “pero” gigantesco, ¿de cuáles reformas habla? Para el FMI la prioridad está en reformas que ataquen la corrupción, que fortalezcan el cumplimiento de la ley, que reduzcan la informalidad y que incrementen la seguridad. Aquí se encuentran importantes obstáculos a la inversión y el crecimiento. Son debilidades que, para esa institución, pueden y van a impedir que las otras reformas, las que más pregona esta administración, tengan el impacto esperado en la economía.
También se expresa en la evaluación que los ingresos fiscales en México son muy bajos. Es conocido que somos un paraíso fiscal, así que el FMI propone elevar algunos impuestos, eliminar exenciones y combatir la evasión.
Aquí me viene a la mente el dato proporcionado por la Auditoría Superior de la Federación de que entre 2013 y 2016 el Sistema de Administración Tributaria logró cobrar 2.8 mil millones de pesos, el 3.8 por ciento de un total de 74.5 mil millones de pesos de créditos fiscales controvertidos que ya tenían sentencia favorable al SAT. La enorme mayoría no se pudo cobrar por dos motivos; la lentitud de los procedimientos y que las empresas reducen operaciones y bienes, incluso desaparecen, para no pagar. Y así por el estilo. Algo habría que hacer al respecto.
Una recomendación general es mejorar la efectividad de la administración pública y la eficiencia del gasto en educación y en salud, y consolidar los programas de asistencia social.
Concluyo que no es lo mismo leer la interpretación “rollo” de Hacienda y Banxico que el documento original, en inglés. Lejos de lo que el lado mexicano quiere presentar como un espaldarazo a esta administración la evaluación del FMI es despiadada en señalar la ineficacia del sector público; los, hasta el momento, bajos resultados de las reformas; el rezago de México respecto a Latino América en bienestar social.
Lo importante y positivo es la claridad de la propuesta central: que se reforme el combate a la corrupción y a la inseguridad, se fortalezca el estado de derecho y se promueva la inclusión económica y social.
Para entender esto no era necesario leer en arameo.
Algunos documentos son muy difíciles de descifrar. Digamos los manuscritos del mar muerto, que son las versiones más antiguas de la biblia escritas en versiones ancestrales de hebreo, arameo y griego. Escritos sobre pergaminos, es decir pieles de animales muy jóvenes cuidadosamente limpiadas, estiradas y secadas, se guardaron enrollados en grandes jarras, en cuevas de ambiente muy seco. Por eso se conservaron durante un par de milenios.
Una vez descubiertos, a partir de 1946, fue cuando sufrieron sus mayores daños porque fueron destrozados para venderlos en pedacería y ganarles más. Ahora son objeto de estudio de numerosos especialistas empeñados en descifrarlos y aprender sobre su contexto histórico y de creencias religiosas.
Interpretar lo escrito en otra lengua es labor de traductores que enfrentan siempre algún grado de dificultad. Lo más probable es que incluso dos buenos traductores puedan interpretar el mismo documento con algunas diferencias de matiz. Eso me pasa con un reciente rollo, en este caso no por su forma, como los del mar muerto, sino por su contenido, en el que Hacienda y Banxico interpretan el último reporte del Fondo Monetario Internacional –FMI-, sobre la situación de México.
Hay que señalar primero que no están de acuerdo en un punto controvertido; el FMI prevé que en 2018 la economía del país crecerá tan solo al 1.9 por ciento; es decir un par de décimas menos que el 2.1 por ciento calculado para este 2017. Es decir que lo hará al ritmo de tortuga, que para la mayoría de los mexicanos es más bien de cangrejo, al que nos han acostumbrado décadas de neoliberalismo. Como es seguro no al ritmo prometido al principio de esta administración.
Esta y otras diferencias se reflejan en el comunicado con el que Hacienda y Banxico dan a conocer los resultados de la evaluación que el FMI hizo de la economía mexicana mediante una interpretación francamente sesgada.
Aquí me propongo hacer una comparación y una interpretación alternativa de los puntos más relevantes.
La versión mexicana señala que el FMI “Reconoció que las reformas estructurales han contribuido al aumento de la actividad económica al impulsar la inversión, reducir los precios y generar una mayor provisión de servicios.” Un reconocimiento que, si fuera enteramente cierto, sería un importante espaldarazo a la actual administración.
Sin embargo, lo que yo encuentro en la versión en inglés, de la que hago mi propia traducción, es que “aun cuando algunas de las reformas estructurales muestran las primeras señales de éxito, todavía no han resultado en un aporte significativo al crecimiento. Además, la percepción de una alta corrupción y la débil aplicación de la ley siguen restringiendo la perspectiva de crecimiento”.
Con una inflación superior al seis por ciento anual ¿a que puede referirse la afirmación de que los precios han bajado? Se refieren a dos sectores muy específicos que “parecen” contribuir al crecimiento: telecomunicaciones y electricidad. Más allá de estos dos casos, es evidente que los precios no han bajado.
Según el lado mexicano el FMI dijo que las reformas multiplicarán el impacto positivo en el crecimiento y en la reducción de la pobreza. Tal vez, en el futuro. Porque de momento lo que el FMI dice es que la pobreza y la inequidad siguen siendo altas y que el índice de pobreza ha continuado incrementándose en los años recientes. Es decir, en esta administración.
El FMI no duda en señalar que la mortalidad infantil en México es superior al promedio de Latino América y que nos encontramos rezagados en algunos aspectos de los servicios de salud, educación y básicos en general. También dice que la tasa de homicidios es el triple de la mundial. Que solo la tercera parte de los mayores de 25 años han completado la secundaria y que cerca del 20 por ciento de los jóvenes están excluidos de la educación, la capacitación y el empleo.
Cierto que, como apunta el lado mexicano, el FMI dice que continuar con las reformas estructurales puede contribuir al crecimiento y la disminución de la pobreza. Pero, y aquí pongo un “pero” gigantesco, ¿de cuáles reformas habla? Para el FMI la prioridad está en reformas que ataquen la corrupción, que fortalezcan el cumplimiento de la ley, que reduzcan la informalidad y que incrementen la seguridad. Aquí se encuentran importantes obstáculos a la inversión y el crecimiento. Son debilidades que, para esa institución, pueden y van a impedir que las otras reformas, las que más pregona esta administración, tengan el impacto esperado en la economía.
También se expresa en la evaluación que los ingresos fiscales en México son muy bajos. Es conocido que somos un paraíso fiscal, así que el FMI propone elevar algunos impuestos, eliminar exenciones y combatir la evasión.
Aquí me viene a la mente el dato proporcionado por la Auditoría Superior de la Federación de que entre 2013 y 2016 el Sistema de Administración Tributaria logró cobrar 2.8 mil millones de pesos, el 3.8 por ciento de un total de 74.5 mil millones de pesos de créditos fiscales controvertidos que ya tenían sentencia favorable al SAT. La enorme mayoría no se pudo cobrar por dos motivos; la lentitud de los procedimientos y que las empresas reducen operaciones y bienes, incluso desaparecen, para no pagar. Y así por el estilo. Algo habría que hacer al respecto.
Una recomendación general es mejorar la efectividad de la administración pública y la eficiencia del gasto en educación y en salud, y consolidar los programas de asistencia social.
Concluyo que no es lo mismo leer la interpretación “rollo” de Hacienda y Banxico que el documento original, en inglés. Lejos de lo que el lado mexicano quiere presentar como un espaldarazo a esta administración la evaluación del FMI es despiadada en señalar la ineficacia del sector público; los, hasta el momento, bajos resultados de las reformas; el rezago de México respecto a Latino América en bienestar social.
Lo importante y positivo es la claridad de la propuesta central: que se reforme el combate a la corrupción y a la inseguridad, se fortalezca el estado de derecho y se promueva la inclusión económica y social.
Para entender esto no era necesario leer en arameo.
domingo, 12 de noviembre de 2017
Paraísos en competencia
Jorge Faljo
La reforma fiscal que se discute en los Estados Unidos apunta a bajar los impuestos sobre todo de los muy ricos. Por ejemplo, reducir y luego eliminar el impuesto a las herencias que exceden los 5.5 millones de dólares beneficia tan solo al 0.2 por ciento de los norteamericanos. Otras reducciones se centran también en las grandes empresas y los muy ricos.
Bernie Sanders, muy conocido por haber competido por la candidatura demócrata a la presidencia norteamericana afirma que la reducción propuesta por los republicanos reduciría en 52 mil millones de dólares que paga la familia norteamericana más rica. Se trata de los Walton, dueños de Walt Mart, Los segundos más ricos, los hermanos Koch pagarían 38 mil millones de dólares menos.
Esto en un país en el que la inequidad se acrecienta, en donde una fracción mucho menor aún al uno por ciento de las personas más ricas de Estados Unidos ya tiene tanta riqueza como el 90 por ciento más pobre.
La teoría detrás de esta infame reforma se basa en restarle servicios de salud y educación a los más necesitados porque supone que son los ricos los que crean la riqueza. Es decir que concentrada en sus manos se invertirá de manera productiva y creará empleo y un bienestar que se desparramará de arriba hacia abajo. Un absurdo histórico continuamente desmentido por los hechos.
Se podría pensar que es asunto de ellos. Pero el caso es que esa reforma fiscal, si se aprueba, tiene dos cambios relevantes que pueden pegarnos muy duro.
Un es la reducción del impuesto a las grandes corporaciones que bajaría del 35 al 20 por ciento. Lo segundo es que hasta ahora las empresas norteamericanas en el extranjero solo pagaban el impuesto corporativo al repatriar sus ganancias. Ahora se les ofrece no solo la reducción del impuesto corporativo, sino que si regresan capitales y ganancias recibirían un fuerte descuento de impuestos por única vez.
De este modo se alienta la repatriación de capitales volátiles y se eleva substancialmente el margen de ganancias de producir dentro de Estados Unidos. Lo que desincentiva la inversión en el exterior. Es decir que México puede ver reducido el ingreso de dinero y la instalación de empresas. Lo cual, además de pegarle a la paridad cambiaria, debilita un modelo de crecimiento basado en la inversión externa para modernizar la producción y aumentar las exportaciones.
Con esos argumentos los medios empresariales mexicanos están proponiendo y presionando para que también en México ocurra una notable reducción de impuestos que, eso dicen, nos haga competitivos en la atracción de capitales externos.
Se trata de la lógica de la carrera hacia el abismo. Los gringos reducen impuestos y por eso mismo también debemos hacerlo. Pero no olvidemos que México es ya un paraíso fiscal. Ingresa menos de la mitad del promedio de recaudación de los países de la OCDE. Tenemos un gobierno que en una comparación internacional resulta ser un enano y por eso mismo es incapaz de garantizarle a su población sistemas de salud, educación y seguridad social decentes.
La propuesta empresarial plantea un diagnóstico equivocado. Los primeros dos años de este sexenio sufrimos una economía particularmente decaída precisamente por la reducción del gasto público. Ahora la situación post sísmica exige incremento del gasto público para superar el golpe a la economía y bienestar de las familias. No se trata de subir el endeudamiento, sino de evitarlo mediante el sencillo remedio de que el estrato de población que atesora sin producir pague una porción más justa de impuestos.
Es ridículo plantear la reducción de impuestos cuando recién nos estamos enterando de que también nuestros muy ricos esconden grandes capitales en paraísos fiscales. Son fortunas que buscan ocultarse por sus orígenes tenebrosos y para no pagar, o pagar muy bajos impuestos. Ellos, los ultra ricos, pagan mucho menos de lo que se le exige al común de los trabajadores.
Desde hace varios años el diagnóstico de los centros del pensamiento financiero internacional, sea el Fondo Monetario, la OCDE, la Organización Mundial del Trabajo, o la Comisión Económica para América Latina y el Caribe entre otros ha planteado que el gran problema de la economía mundial es la insuficiencia de demanda originada en el rezago salarial. La productividad se ha multiplicado mientras que los salarios renquean.
La pretensión de competir con la baja de impuestos en Estados Unidos o, sería el colmo, con los paraisitos fiscales donde de plano las empresas y los muy ricos no pagan impuestos es absurda. Se alinea con un modelo de crecimiento fracasado y empobrecedor. Los gringos amenazan dejarnos colgados de la brocha, ¡qué bueno!
Lo que hay que hacer ahora no es voltear hacia Sudamérica, China u otros países. Sino retomar la senda del crecimiento acelerado mediante la prioridad a la producción y el empleo internos sobre las importaciones. El primer paso es fortalecer el mercado interno mediante incrementos salariales que eleven la capacidad de compra de la mayoría; lo segundo y más importante es asegurar que esa demanda, la privada y la pública, se enfoque en la compra de producción nacional.
Este es el esquema que, primero, elevaría el aprovechamiento de las grandes capacidades existentes y, segundo, incentivaría la inversión en miles de empresas pequeñas y medianas para responder al incremento de la demanda.
No podemos seguir a los gringos en su camino hacia la mayor inequidad y el empobrecimiento de las mayorías. Tenemos que salir adelante mediante el trabajo honesto de todos; y para eso requerimos un gobierno justiciero y democrático. Con unos centímetros de frente.
La reforma fiscal que se discute en los Estados Unidos apunta a bajar los impuestos sobre todo de los muy ricos. Por ejemplo, reducir y luego eliminar el impuesto a las herencias que exceden los 5.5 millones de dólares beneficia tan solo al 0.2 por ciento de los norteamericanos. Otras reducciones se centran también en las grandes empresas y los muy ricos.
Bernie Sanders, muy conocido por haber competido por la candidatura demócrata a la presidencia norteamericana afirma que la reducción propuesta por los republicanos reduciría en 52 mil millones de dólares que paga la familia norteamericana más rica. Se trata de los Walton, dueños de Walt Mart, Los segundos más ricos, los hermanos Koch pagarían 38 mil millones de dólares menos.
Esto en un país en el que la inequidad se acrecienta, en donde una fracción mucho menor aún al uno por ciento de las personas más ricas de Estados Unidos ya tiene tanta riqueza como el 90 por ciento más pobre.
La teoría detrás de esta infame reforma se basa en restarle servicios de salud y educación a los más necesitados porque supone que son los ricos los que crean la riqueza. Es decir que concentrada en sus manos se invertirá de manera productiva y creará empleo y un bienestar que se desparramará de arriba hacia abajo. Un absurdo histórico continuamente desmentido por los hechos.
Se podría pensar que es asunto de ellos. Pero el caso es que esa reforma fiscal, si se aprueba, tiene dos cambios relevantes que pueden pegarnos muy duro.
Un es la reducción del impuesto a las grandes corporaciones que bajaría del 35 al 20 por ciento. Lo segundo es que hasta ahora las empresas norteamericanas en el extranjero solo pagaban el impuesto corporativo al repatriar sus ganancias. Ahora se les ofrece no solo la reducción del impuesto corporativo, sino que si regresan capitales y ganancias recibirían un fuerte descuento de impuestos por única vez.
De este modo se alienta la repatriación de capitales volátiles y se eleva substancialmente el margen de ganancias de producir dentro de Estados Unidos. Lo que desincentiva la inversión en el exterior. Es decir que México puede ver reducido el ingreso de dinero y la instalación de empresas. Lo cual, además de pegarle a la paridad cambiaria, debilita un modelo de crecimiento basado en la inversión externa para modernizar la producción y aumentar las exportaciones.
Con esos argumentos los medios empresariales mexicanos están proponiendo y presionando para que también en México ocurra una notable reducción de impuestos que, eso dicen, nos haga competitivos en la atracción de capitales externos.
Se trata de la lógica de la carrera hacia el abismo. Los gringos reducen impuestos y por eso mismo también debemos hacerlo. Pero no olvidemos que México es ya un paraíso fiscal. Ingresa menos de la mitad del promedio de recaudación de los países de la OCDE. Tenemos un gobierno que en una comparación internacional resulta ser un enano y por eso mismo es incapaz de garantizarle a su población sistemas de salud, educación y seguridad social decentes.
La propuesta empresarial plantea un diagnóstico equivocado. Los primeros dos años de este sexenio sufrimos una economía particularmente decaída precisamente por la reducción del gasto público. Ahora la situación post sísmica exige incremento del gasto público para superar el golpe a la economía y bienestar de las familias. No se trata de subir el endeudamiento, sino de evitarlo mediante el sencillo remedio de que el estrato de población que atesora sin producir pague una porción más justa de impuestos.
Es ridículo plantear la reducción de impuestos cuando recién nos estamos enterando de que también nuestros muy ricos esconden grandes capitales en paraísos fiscales. Son fortunas que buscan ocultarse por sus orígenes tenebrosos y para no pagar, o pagar muy bajos impuestos. Ellos, los ultra ricos, pagan mucho menos de lo que se le exige al común de los trabajadores.
Desde hace varios años el diagnóstico de los centros del pensamiento financiero internacional, sea el Fondo Monetario, la OCDE, la Organización Mundial del Trabajo, o la Comisión Económica para América Latina y el Caribe entre otros ha planteado que el gran problema de la economía mundial es la insuficiencia de demanda originada en el rezago salarial. La productividad se ha multiplicado mientras que los salarios renquean.
La pretensión de competir con la baja de impuestos en Estados Unidos o, sería el colmo, con los paraisitos fiscales donde de plano las empresas y los muy ricos no pagan impuestos es absurda. Se alinea con un modelo de crecimiento fracasado y empobrecedor. Los gringos amenazan dejarnos colgados de la brocha, ¡qué bueno!
Lo que hay que hacer ahora no es voltear hacia Sudamérica, China u otros países. Sino retomar la senda del crecimiento acelerado mediante la prioridad a la producción y el empleo internos sobre las importaciones. El primer paso es fortalecer el mercado interno mediante incrementos salariales que eleven la capacidad de compra de la mayoría; lo segundo y más importante es asegurar que esa demanda, la privada y la pública, se enfoque en la compra de producción nacional.
Este es el esquema que, primero, elevaría el aprovechamiento de las grandes capacidades existentes y, segundo, incentivaría la inversión en miles de empresas pequeñas y medianas para responder al incremento de la demanda.
No podemos seguir a los gringos en su camino hacia la mayor inequidad y el empobrecimiento de las mayorías. Tenemos que salir adelante mediante el trabajo honesto de todos; y para eso requerimos un gobierno justiciero y democrático. Con unos centímetros de frente.
domingo, 5 de noviembre de 2017
Ataque ruso y fragmentación cultural
Jorge Faljo
Cuando niño, en una ciudad pequeña, había solamente dos cines que cambiaban su programación cada quince días. Siempre ofrecían dos películas relacionadas. Aunque mi memoria convierte los recuerdos en caricatura, esos pares eran algo así como “el enmascarado de plata” y, a continuación, “el regreso del enmascarado de plata”. Lo mismo con las películas de Capulina, o las rancheras. Un grupito salíamos corriendo de la secundaria para llegar a la casa más cercana a oír “Kaaaliman, el hombre increíble”.
Podíamos elegir entre no muchas opciones; había, por ejemplo, solo tres canales de televisión. Todo lo que podría llamarse “cultura cotidiana” fluía de arriba hacia abajo y provenía de difusores identificables institucionalizados: estaciones de radio y televisión, escuelas, revistas y periódicos, libros y demás. Relativamente muy pocas fuentes de información alimentaban las ideas de millones.
En unas cuantas décadas la situación se ha volteado de cabeza, no necesariamente para mal y con algunas ventajas, pero en todo caso de una manera que no hemos aprendido a manejar y que plantea riesgos.
Hoy en día los jóvenes tienen acceso a la música y películas acumuladas en las últimas décadas y en todo el mundo. Pueden explorar una enorme oferta de entretenimiento, cultura e información, verdadera o falsa. Y cada uno puede “descubrir” algo a su gusto y sobre lo que puede encontrar material abundante.
Nos movemos hacia una situación en la que cada quien elige su cultura cotidiana. Esta es la parte menor del cambio.
Lo profundamente revolucionario es que ahora todos somos emisores en las redes sociales como Wasap, Twitter, YouTube, Facebook y muchas otras. Somos micro difusores, sea porque creamos material o porque elegimos que cosas reenviar, mensajes, chistes, videos y de manera asociada inevitablemente transmitimos formas de ver la vida, publicidad abierta o disfrazada, e ideas políticas.
Esta cultura cotidiana ya no fluye de arriba hacia abajo; sino que es crecientemente horizontal. Cada uno es editor, publicista, locutor y programa (pensándolo mucho, poquito o nada), el material que difunde a los parientes, amigos, colegas, extraños. Y ellos a su vez reprograman y reenvían creando “cadenas de información” horizontales que tienden a uniformarse a su interior en cuanto a intereses, posiciones, enfoques políticos y demás.
Ya no operamos al interior de una ancha corriente cultural dentro de la cual habría diferencias menores. Vamos hacia arroyos culturales diferenciados y distantes entre unos y otros.
Este nuevo contexto abrió el camino hacia una nueva forma de interferencia internacional; lo que las agencias de investigación y el congreso norteamericano consideran una agresión mediática rusa. Este es un hecho probado, no así, hasta el momento, la colusión con la campaña presidencial de Trump.
Llama la atención el contenido de los mensajes presentados como ejemplos en las sesiones del Congreso norteamericano.
Un anuncio en Facebook decía que Hillary Clinton se había opuesto a enviar ayuda a un grupo de marines en peligro en una misión en Libia, que no reconocía los problemas que enfrentan los veteranos de guerra y los despreciaba. Por ello un 69 por ciento de los veteranos de guerra se oponía a la candidata. El mensaje, muy patriótico estaba firmado por la organización de veteranos “Corazón de Texas”. Recordemos que en general los veteranos son considerados héroes de guerra.
Otro anuncio de la organización “Siendo patriotas” hablaba de múltiples concentraciones de trabajadores mineros en apoyo a Trump. Muestras de apoyo que en realidad no existieron.
Un anuncio invitaba a los norteamericanos de origen indio (de la India) a votar por correo electrónico en una página de apariencia oficial y proporcionando sus datos electorales. Estaba ilustrado con la imagen sonriente de un comediante del mismo origen muy popular entre esa población.
Se trató en todos los casos de información falsa o sesgada, anti Hillary o a favor de Trump, firmada por organizaciones inexistentes. Lo más notorio por evidente es que los anuncios fueron colocados desde Rusia y pagados en rublos.
La campaña es vista ahora como ejemplo de alta eficacia a un muy bajo costo. Exigió un excelente conocimiento de los grupos sociales y políticos norteamericanos, de sus intereses y opiniones. Hubo miles de anuncios de este tipo y un gran número de ellos prendieron como pólvora en las redes sociales. Si llegaron a, se calcula, por lo menos 150 millones de norteamericanos es que estos anuncios estaban bien diseñados para ser reenviados de manera voluntaria por millones de norteamericanos.
Un buen chiste o video en Wasap puede llegar a millones porque muchos lo reenvian. Pero igual circula información falsa, sesgada, tendenciosa. Los anunciantes rusos le dieron al clavo a lo que sentían muchos grupos y alentaron la diferenciación cultural; les dieron por su lado a blancos supremacistas, igual que a negros, chicanos, cubanos, trabajadores manuales, mujeres, y un largo etcétera.
Hace unos días me llegó por Wasap un video de Ricardo Anaya, el dirigente del PAN, hablando en inglés y pidiendo a Trump que construya su muro porque les conviene a los dos países. Era un video falseado; como falsas son muchos mensajes, supuestamente del Papa, la madre Teresa o cualquier otro personaje político, artístico o académico.
De este modo se crean y afinan cadenas de información sesgada que circulan entre grupos que las reproducen porque responden a sus sentimientos e instintos y constituyen corrientes “culturales” alternativas.
Es muy fácil que cualquiera pueda ahora hacer, por ejemplo, un mensaje a favor o en contra de, digamos, la separación de Cataluña en España. Puede pagarlo en pesos y dirigirlo expresamente a usuarios españoles y catalanes. Y si está bien hecho puede “prender” entre los usuarios ibéricos.
La situación está preparada para que eso ocurra en México el año que entra; provenga o no del extranjero. ¿Qué podemos aprender de lo ocurrido en los Estados Unidos? Porque ya se difunde en México información distorsionada de impacto en el sentir social.
Cuando niño, en una ciudad pequeña, había solamente dos cines que cambiaban su programación cada quince días. Siempre ofrecían dos películas relacionadas. Aunque mi memoria convierte los recuerdos en caricatura, esos pares eran algo así como “el enmascarado de plata” y, a continuación, “el regreso del enmascarado de plata”. Lo mismo con las películas de Capulina, o las rancheras. Un grupito salíamos corriendo de la secundaria para llegar a la casa más cercana a oír “Kaaaliman, el hombre increíble”.
Podíamos elegir entre no muchas opciones; había, por ejemplo, solo tres canales de televisión. Todo lo que podría llamarse “cultura cotidiana” fluía de arriba hacia abajo y provenía de difusores identificables institucionalizados: estaciones de radio y televisión, escuelas, revistas y periódicos, libros y demás. Relativamente muy pocas fuentes de información alimentaban las ideas de millones.
En unas cuantas décadas la situación se ha volteado de cabeza, no necesariamente para mal y con algunas ventajas, pero en todo caso de una manera que no hemos aprendido a manejar y que plantea riesgos.
Hoy en día los jóvenes tienen acceso a la música y películas acumuladas en las últimas décadas y en todo el mundo. Pueden explorar una enorme oferta de entretenimiento, cultura e información, verdadera o falsa. Y cada uno puede “descubrir” algo a su gusto y sobre lo que puede encontrar material abundante.
Nos movemos hacia una situación en la que cada quien elige su cultura cotidiana. Esta es la parte menor del cambio.
Lo profundamente revolucionario es que ahora todos somos emisores en las redes sociales como Wasap, Twitter, YouTube, Facebook y muchas otras. Somos micro difusores, sea porque creamos material o porque elegimos que cosas reenviar, mensajes, chistes, videos y de manera asociada inevitablemente transmitimos formas de ver la vida, publicidad abierta o disfrazada, e ideas políticas.
Esta cultura cotidiana ya no fluye de arriba hacia abajo; sino que es crecientemente horizontal. Cada uno es editor, publicista, locutor y programa (pensándolo mucho, poquito o nada), el material que difunde a los parientes, amigos, colegas, extraños. Y ellos a su vez reprograman y reenvían creando “cadenas de información” horizontales que tienden a uniformarse a su interior en cuanto a intereses, posiciones, enfoques políticos y demás.
Ya no operamos al interior de una ancha corriente cultural dentro de la cual habría diferencias menores. Vamos hacia arroyos culturales diferenciados y distantes entre unos y otros.
Este nuevo contexto abrió el camino hacia una nueva forma de interferencia internacional; lo que las agencias de investigación y el congreso norteamericano consideran una agresión mediática rusa. Este es un hecho probado, no así, hasta el momento, la colusión con la campaña presidencial de Trump.
Llama la atención el contenido de los mensajes presentados como ejemplos en las sesiones del Congreso norteamericano.
Un anuncio en Facebook decía que Hillary Clinton se había opuesto a enviar ayuda a un grupo de marines en peligro en una misión en Libia, que no reconocía los problemas que enfrentan los veteranos de guerra y los despreciaba. Por ello un 69 por ciento de los veteranos de guerra se oponía a la candidata. El mensaje, muy patriótico estaba firmado por la organización de veteranos “Corazón de Texas”. Recordemos que en general los veteranos son considerados héroes de guerra.
Otro anuncio de la organización “Siendo patriotas” hablaba de múltiples concentraciones de trabajadores mineros en apoyo a Trump. Muestras de apoyo que en realidad no existieron.
Un anuncio invitaba a los norteamericanos de origen indio (de la India) a votar por correo electrónico en una página de apariencia oficial y proporcionando sus datos electorales. Estaba ilustrado con la imagen sonriente de un comediante del mismo origen muy popular entre esa población.
Se trató en todos los casos de información falsa o sesgada, anti Hillary o a favor de Trump, firmada por organizaciones inexistentes. Lo más notorio por evidente es que los anuncios fueron colocados desde Rusia y pagados en rublos.
La campaña es vista ahora como ejemplo de alta eficacia a un muy bajo costo. Exigió un excelente conocimiento de los grupos sociales y políticos norteamericanos, de sus intereses y opiniones. Hubo miles de anuncios de este tipo y un gran número de ellos prendieron como pólvora en las redes sociales. Si llegaron a, se calcula, por lo menos 150 millones de norteamericanos es que estos anuncios estaban bien diseñados para ser reenviados de manera voluntaria por millones de norteamericanos.
Un buen chiste o video en Wasap puede llegar a millones porque muchos lo reenvian. Pero igual circula información falsa, sesgada, tendenciosa. Los anunciantes rusos le dieron al clavo a lo que sentían muchos grupos y alentaron la diferenciación cultural; les dieron por su lado a blancos supremacistas, igual que a negros, chicanos, cubanos, trabajadores manuales, mujeres, y un largo etcétera.
Hace unos días me llegó por Wasap un video de Ricardo Anaya, el dirigente del PAN, hablando en inglés y pidiendo a Trump que construya su muro porque les conviene a los dos países. Era un video falseado; como falsas son muchos mensajes, supuestamente del Papa, la madre Teresa o cualquier otro personaje político, artístico o académico.
De este modo se crean y afinan cadenas de información sesgada que circulan entre grupos que las reproducen porque responden a sus sentimientos e instintos y constituyen corrientes “culturales” alternativas.
Es muy fácil que cualquiera pueda ahora hacer, por ejemplo, un mensaje a favor o en contra de, digamos, la separación de Cataluña en España. Puede pagarlo en pesos y dirigirlo expresamente a usuarios españoles y catalanes. Y si está bien hecho puede “prender” entre los usuarios ibéricos.
La situación está preparada para que eso ocurra en México el año que entra; provenga o no del extranjero. ¿Qué podemos aprender de lo ocurrido en los Estados Unidos? Porque ya se difunde en México información distorsionada de impacto en el sentir social.
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