Jorge Faljo
Cuando niño, en una ciudad pequeña, había solamente dos cines que cambiaban su programación cada quince días. Siempre ofrecían dos películas relacionadas. Aunque mi memoria convierte los recuerdos en caricatura, esos pares eran algo así como “el enmascarado de plata” y, a continuación, “el regreso del enmascarado de plata”. Lo mismo con las películas de Capulina, o las rancheras. Un grupito salíamos corriendo de la secundaria para llegar a la casa más cercana a oír “Kaaaliman, el hombre increíble”.
Podíamos elegir entre no muchas opciones; había, por ejemplo, solo tres canales de televisión. Todo lo que podría llamarse “cultura cotidiana” fluía de arriba hacia abajo y provenía de difusores identificables institucionalizados: estaciones de radio y televisión, escuelas, revistas y periódicos, libros y demás. Relativamente muy pocas fuentes de información alimentaban las ideas de millones.
En unas cuantas décadas la situación se ha volteado de cabeza, no necesariamente para mal y con algunas ventajas, pero en todo caso de una manera que no hemos aprendido a manejar y que plantea riesgos.
Hoy en día los jóvenes tienen acceso a la música y películas acumuladas en las últimas décadas y en todo el mundo. Pueden explorar una enorme oferta de entretenimiento, cultura e información, verdadera o falsa. Y cada uno puede “descubrir” algo a su gusto y sobre lo que puede encontrar material abundante.
Nos movemos hacia una situación en la que cada quien elige su cultura cotidiana. Esta es la parte menor del cambio.
Lo profundamente revolucionario es que ahora todos somos emisores en las redes sociales como Wasap, Twitter, YouTube, Facebook y muchas otras. Somos micro difusores, sea porque creamos material o porque elegimos que cosas reenviar, mensajes, chistes, videos y de manera asociada inevitablemente transmitimos formas de ver la vida, publicidad abierta o disfrazada, e ideas políticas.
Esta cultura cotidiana ya no fluye de arriba hacia abajo; sino que es crecientemente horizontal. Cada uno es editor, publicista, locutor y programa (pensándolo mucho, poquito o nada), el material que difunde a los parientes, amigos, colegas, extraños. Y ellos a su vez reprograman y reenvían creando “cadenas de información” horizontales que tienden a uniformarse a su interior en cuanto a intereses, posiciones, enfoques políticos y demás.
Ya no operamos al interior de una ancha corriente cultural dentro de la cual habría diferencias menores. Vamos hacia arroyos culturales diferenciados y distantes entre unos y otros.
Este nuevo contexto abrió el camino hacia una nueva forma de interferencia internacional; lo que las agencias de investigación y el congreso norteamericano consideran una agresión mediática rusa. Este es un hecho probado, no así, hasta el momento, la colusión con la campaña presidencial de Trump.
Llama la atención el contenido de los mensajes presentados como ejemplos en las sesiones del Congreso norteamericano.
Un anuncio en Facebook decía que Hillary Clinton se había opuesto a enviar ayuda a un grupo de marines en peligro en una misión en Libia, que no reconocía los problemas que enfrentan los veteranos de guerra y los despreciaba. Por ello un 69 por ciento de los veteranos de guerra se oponía a la candidata. El mensaje, muy patriótico estaba firmado por la organización de veteranos “Corazón de Texas”. Recordemos que en general los veteranos son considerados héroes de guerra.
Otro anuncio de la organización “Siendo patriotas” hablaba de múltiples concentraciones de trabajadores mineros en apoyo a Trump. Muestras de apoyo que en realidad no existieron.
Un anuncio invitaba a los norteamericanos de origen indio (de la India) a votar por correo electrónico en una página de apariencia oficial y proporcionando sus datos electorales. Estaba ilustrado con la imagen sonriente de un comediante del mismo origen muy popular entre esa población.
Se trató en todos los casos de información falsa o sesgada, anti Hillary o a favor de Trump, firmada por organizaciones inexistentes. Lo más notorio por evidente es que los anuncios fueron colocados desde Rusia y pagados en rublos.
La campaña es vista ahora como ejemplo de alta eficacia a un muy bajo costo. Exigió un excelente conocimiento de los grupos sociales y políticos norteamericanos, de sus intereses y opiniones. Hubo miles de anuncios de este tipo y un gran número de ellos prendieron como pólvora en las redes sociales. Si llegaron a, se calcula, por lo menos 150 millones de norteamericanos es que estos anuncios estaban bien diseñados para ser reenviados de manera voluntaria por millones de norteamericanos.
Un buen chiste o video en Wasap puede llegar a millones porque muchos lo reenvian. Pero igual circula información falsa, sesgada, tendenciosa. Los anunciantes rusos le dieron al clavo a lo que sentían muchos grupos y alentaron la diferenciación cultural; les dieron por su lado a blancos supremacistas, igual que a negros, chicanos, cubanos, trabajadores manuales, mujeres, y un largo etcétera.
Hace unos días me llegó por Wasap un video de Ricardo Anaya, el dirigente del PAN, hablando en inglés y pidiendo a Trump que construya su muro porque les conviene a los dos países. Era un video falseado; como falsas son muchos mensajes, supuestamente del Papa, la madre Teresa o cualquier otro personaje político, artístico o académico.
De este modo se crean y afinan cadenas de información sesgada que circulan entre grupos que las reproducen porque responden a sus sentimientos e instintos y constituyen corrientes “culturales” alternativas.
Es muy fácil que cualquiera pueda ahora hacer, por ejemplo, un mensaje a favor o en contra de, digamos, la separación de Cataluña en España. Puede pagarlo en pesos y dirigirlo expresamente a usuarios españoles y catalanes. Y si está bien hecho puede “prender” entre los usuarios ibéricos.
La situación está preparada para que eso ocurra en México el año que entra; provenga o no del extranjero. ¿Qué podemos aprender de lo ocurrido en los Estados Unidos? Porque ya se difunde en México información distorsionada de impacto en el sentir social.
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