Jorge Faljo
Cuando haya pasado esta crisis vamos a seguir usando zapatos. También ropa, utensilios de cocina, muebles, materiales de construcción; y compraremos verduras, frutas, miel, azúcar, quesos.
Seremos más austeros, un mucho por la fuerza y otro poco porque habremos aprendido a prescindir de algunas cosas. Pero hay otras que seguiremos usando y aquí la gran pregunta es ¿de dónde vendrán? ¿Quiénes las van a producir?
De Guanajuato llega la señal de alarma de que unas 500 de un total de 700 empresas formales productoras de calzado no podrán resistir otro mes la actual disminución de sus ventas. Se trata, señala Alejandro Gómez Tamez, presidente de la Cámara de la Industria del Calzado del estado, pequeñas, medianas y microempresas, PyMes, cuyas ventas cayeron en un 90 por ciento, que no están trabajando y que no cuentan con liquidez. Por ello se ven forzadas a despedir personal.
Unas 83 mil personas están registradas en el IMSS y, si se considera a la informalidad, habría que sumar a por lo menos 90 mil personas ocupadas en este sector. Es decir que los empleos de los que depende el ingreso y el bienestar de más de 170 mil familias se encuentran en el filo de la navaja.
La situación de la industria del calzado representa muy bien al conjunto de la economía nacional. Somos un país de empresas pequeñas y micro que en su enorme mayoría cuentan con menos de cinco trabajadores, pero generan más de la mitad de la producción nacional y más de las dos terceras partes del empleo.
Tenemos una pequeña, mediana y micro industria muy golpeada por décadas de competir en desventaja con las importaciones. El modelo económico macro propició la venta del patrimonio nacional, la desnacionalización de la industria, la banca, la minería y el comercio para favorecer importaciones subvaluadas. Algo así como vender la vaca para comprar leche.
Solo que en la austeridad forzada tendremos que aprender a consumir lo nuestro y reaprender a producir lo esencial. En ese sentido apunta la devaluación del peso y el encarecimiento de las importaciones; un camino que no hemos terminado de recorrer.
Hay que evitar que al salir de este encierro que preserva la vida nos encontremos con que ya no hay donde trabajar. Y que resulte que para usar zapatos habrá que traerlos del extranjero mientras que miles de connacionales que saben y pueden fabricarlos encuentran cerradas las puertas de sus unidades de producción.
Preservar esas fuentes de trabajo es hoy en día la mejor inversión. Lo mismo hay que decir de muchas otras actividades que se están paralizando pero que vamos a necesitar más que nunca dentro de pocos meses.
Urgen apoyos y rescates, no de transnacionales y grandes corporaciones sino del México real, el de la informalidad y las PyMes. Los mecanismos deben amoldarse a distintas circunstancias. Para las empresas formales habría que pensar en la reversión de flujos; seguramente tienen cuentas bancarias registradas en el SAT y el IMSS a las que pueden revertirse, como si fuera devolución de impuestos, recursos acordes a la nómina que tienen registrada o a sus declaraciones de impuestos.
Algo que deberá corregirse más adelante es el castigo al empleo que implican los impuestos a la nómina y las cuotas de seguridad social. Es absurdo que las mayores generadoras de empleo paguen más. Habría que repensar el tema fiscal para que las ganancias asociadas a una escasa o nula generación de empleo sean las que paguen mayores impuestos. El empleo debe ser premiado.
Pero este mecanismo solo es útil para las empresas formales. Habría que pensar en un proceso acelerado de registro de unidades informales incentivado con apoyos económicos y la promesa de que estarán exentas de impuestos y cuotas durante años.
La paradoja es que dentro de la informalidad y también en las PyMes sobran grandes cantidades de bienes que no encuentran canales de comercialización. Los zapateros no pueden vender su producción; tampoco los pescadores; los fabricantes de telas y ropa; los de alimentos preparados y dulces regionales, los de adobe y tabiques. La lista es infinita.
Es un problema que se ha agravado en esta crisis, pero no es novedoso. Cientos de miles de microempresas perdieron el mercado que tenían en su entorno directo y no pueden acceder a los grandes canales de comercialización. Así que cierran.
Los viejos productores convencionales se convirtieron en pobres necesitados de transferencias sociales. Y estas han funcionado para reconvertirlos en consumidores de productos transnacionales. Esto debe cambiar y en adelante la política social deberá reorientarse a reconstruir el entorno de mercado local y regional diversificado en el que puede consumirse su producción.
El principal apoyo que puede recibir la informalidad y las PyMes es colocar su producción y servicios. Hay que lanzar programas de compra de la producción informal y convertirlos en apoyos sociales a grupos vulnerables. En el medio rural hay cientos de miles de gentes, sobre todo mujeres necesitadas de mejor calzado. Y vestido, y materiales de construcción y de muchas otras cosas.
La mejor forma de convertir la producción informal en apoyos sociales es plantearlo en reversa. Hay apoyos monetarios a cerca de veinte millones de personas y hay que convertirlos en demanda para la producción informal y de PyMes.
Ya la ciudad de México nos da el ejemplo con mecanismos de reparto de vales que pueden usarse para compras en los comercios locales. Esto puede reproducirse a nivel nacional para canalizar la demanda a los sectores en riesgo.
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