domingo, 28 de febrero de 2021

La vacuna es patrimonio de la humanidad

Jorge Faljo

El martes 23 de febrero, en Palacio Nacional, el presidente López Obrador dijo que la Organización de las Naciones Unidas, ONU, parece un florero, “está de adorno”. Se refería a su ineficacia para evitar el acaparamiento del 80 por ciento de las vacunas contra el Covid-19 por apenas diez países mientras que otro centenar de países todavía no cuentan con una sola dosis.

Tanto el presidente como el secretario de relaciones exteriores, Marcelo Ebrard, criticaron duramente que la iniciativa para una distribución mundial más equitativa de las vacunas –Covax-, todavía no hubiera entregado vacunas.

Seis meses antes México había pedido en una sesión de la ONU que las vacunas fueran accesibles de manera equitativa a todo el mundo. Pero el manejo mercantil de las vacunas, es decir su venta al mejor postor, sumada a los imprevistos de la producción y la distribución, han resultado en un enorme desorden y en retrasos a su aplicación en México y muchos otros países.

En esa conferencia matutina estaba como invitado el presidente de Argentina, Alberto Fernández, que se sumó a la crítica señalando que también su país tenía problemas para adquirir vacunas.

Es posible que la iniciativa Covax no logre proporcionar vacunas al 20 por ciento de la población más pobre del planeta. Incluso si lo logra puede ser insuficiente. Se requiere vacunar a un 70 por ciento de 8 mil millones de habitantes del planeta para llegar a la inmunidad grupal, o de rebaño como se le traduce del inglés.

Resulta que se necesitan de diez a doce mil millones de dosis, considerando que la mayoría de las vacunas requieren una doble aplicación. De momento se calcula que la capacidad de producción es de entre 2 y 4 mil millones de dosis anuales con lo que se llegaría a la inmunidad grupal hasta el 2023, si bien nos va.

Pero mientras no se detengan los contagios pueden y van a surgir nuevas variantes del virus que reducirán la eficacia de las vacunas. Por eso Pfizer plantea que posiblemente se requieran tres dosis de su vacuna.

Un modelo matemático desarrollado con el patrocinio de la fundación Bill y Melinda Gates predice que si los primeros dos mil millones de vacunas son acaparados por los países más ricos se duplicaría el número de muertes en el mundo, a diferencia de un reparto que incluya los más vulnerables de los países pobres.

Así las cosas, la inmunidad grupal mundial podría no alcanzarse y tendríamos regiones empobrecidas en las que se estarían generando nuevas cepas y regiones ricas atrincheradas en su egoísmo. Un mundo de extremos sumamente conflictivo.

En la conferencia del 23 el mandatario argentino fue más allá de la crítica para plantear una solución de fondo. Invitó a México a sumarse a la petición que prepara con el presidente de Francia, Emmanuel Macron, para que los 20 países más ricos del planeta –el G-20-, acepten que las vacunas contra el Covid-19 sean declaradas “un bien global”.

Es una propuesta que suma cada vez más adeptos porque si se rompen las barreras de los derechos de propiedad intelectual se podrían aprovechar mucho mejor las instalaciones ya existentes. Países ricos y pobres podrían producir muchas más vacunas… y pruebas clínicas, respiradores, tanques de oxígeno, medicamentos antivirales, vestimenta de protección sanitaria, jeringas y todo tipo de materiales necesarios en la lucha contra el Covid-19.

Sembrar en todo el mundo la capacidad tecnológica de producir vacunas, medicamentos y materiales, es la mejor y más inmediata manera de combatir la pandemia, abrir espacio a una evolución socioeconómica equitativa y dejar un importante legado de conocimientos compartidos. No sería gratis, pero si otro tipo de gasto. En vez de comprar materiales se estaría comprando transferencia tecnológica para hacerlos.

Una buena analogía de lo que ocurre es la carrera espacial. Los Estados Unidos y otros países industrializados invirtieron cientos de miles de millones de dólares en contratos de desarrollo tecnológico y aprovisionamiento de vehículos espaciales y toda la parafernalia que los acompaña. La industria privada los vendió caros y en el proceso hizo notables avances tecnológicos con otras aplicaciones mercantilizables. Ese conocimiento desarrollado con dinero público se convirtió en propiedad privada, monopólica, muy rentable. Es el modelo básico de la producción de vacunas.

Otro antecedente viene a cuento. En los años noventa las patentes hicieron que los medicamentos para combatir el SIDA fueran un buen negocio en los países ricos, pero demasiado caros para la mayoría de los enfermos de África. No fue hasta el año 2001, tras difíciles negociaciones, que la Organización Mundial del Comercio aceptó que las patentes no deberían impedir que los gobiernos protegieran la salud pública. A partir del 2003 los gobiernos podrían exigir licencias de producción en casos de emergencia extrema. También se diseñaron mecanismos de compensación a las empresas privadas.

En el caso del SIDA, del rotavirus y de otras enfermedades prevalecientes en el tercer mundo, no fue hasta que se logró romper los monopolios que los precios bajaron lo suficiente para ser accesibles a la mayoría y que realmente se logró contener esas enfermedades.

Ahora que el Covid-19 golpea también a los más ricos se movilizó la opinión pública, y la decisión política y financiera para destinar un enorme gasto gubernamental que ha permitido notables avances tecnológicos. Este conocimiento es propiedad privada y sustenta monopolios que tienen ganancias fabulosas y deciden sobre el destino de miles de millones de personas. Bajo este esquema la humanidad no ganará la batalla contra el Covid-19, como no lo estaba haciendo contra el SIDA.

La petición de que las vacunas sean un bien público global es avalada por cada vez más países, organismos internacionales, organizaciones humanitarias y miles de personajes destacados. El papa Francisco fue precursor de la propuesta cuando el 20 de octubre pasado dijo “la vacuna es patrimonio de la humanidad, de toda la humanidad, porque la salud de nuestros pueblos es patrimonio común”.

En los Estados Unidos líderes de múltiples sectores han dirigido una carta abierta al presidente Biden para que se comprometa con una “vacuna del pueblo”. Piden que la tecnología y el saber de la fabricación de las vacunas sea compartido con el mundo. Escribieron que hay que concesionar las patentes, publicar la información y proporcionar asistencia técnica apropiada para que los fabricantes calificados de todas partes puedan expandir la producción. Implicaría una ganancia razonable para los grandes consorcios farmacéuticos.

Cada día que se retrase la movilización general de la humanidad en la lucha contra el Covid-19 costará enormes cantidades de vidas, sufrimiento y dinero. Ojalá y México se sume a la propuesta.

 

domingo, 21 de febrero de 2021

Apagones; los límites del Mercado

 

Jorge Faljo

La reciente tormenta invernal cubrió de nieve cerca del 75 por ciento del territorio norteamericano y afectó a más de 120 millones de personas para convertirse en una de las mayores catástrofes climáticas en lo que va del siglo. Peor que los huracanes, tornados e incendios que han asolado antes a los Estados Unidos. Y ahora esta catástrofe nos pegó de refilón a los mexicanos.

Millones fueron afectados por la tormenta. Pero donde verdaderamente se exacerbó fue en el estado de Texas donde cerca de 3 y medio millones de personas quedaron sin electricidad, en su mayor parte durante varios días.  

La tormenta congeló desde los instrumentos de control a las tuberías de distribución del gas. Sin gas dejaron de operar las termoeléctricas. Sin electricidad ya no se pudo potabilizar el agua y a unos siete millones de personas se les dijo que deberían hervir el agua. Eso si acaso tenían agua porque también dejaron de funcionar las estaciones de bombeo y muchas de las tuberías explotaron por congelamiento del agua que quedaba en su interior. Los comercios cerraron o agotaron sus existencias de alimentos y agua embotellada.

Sin electricidad, gas, agua simple o potable, con escasos alimentos, sobrevivir se volvió el desafío de millones. Más adelante conoceremos mejor sus estrategias de sobrevivencia. Entre ellas la solidaridad fue una de las más importantes. Pero también hubo lo contrario; los incrementos desproporcionados de precios por agua, alimentos, o una habitación tibia y que ahora las autoridades amenazan con castigar.

Pero el control de precios no se aplica a los grandes. El precio de la energía subió gradualmente a partir del 10 de febrero de los 26 dólares habituales del mega watt por hora hasta 8,800 dólares para el 15 de febrero. Familias que se consideraron con suerte porque tenían electricidad ahora encuentran que su recibo de luz puede llegar a los 450 dólares por día.

La tormenta se ensañó en los estados del más al norte; pero en ninguno sufrió tanto la población como en Tejas. Y la razón es que ningún otro estado operó con tanta libertad el mercado; es decir las empresas energéticas. Su estrategia de libre competencia y mínima regulación se tradujo durante años en los precios más bajos de la energía dentro de los Estados Unidos.

Solo que sin la regulación apropiada se sacrificaron medidas de seguridad como el aislamiento térmico de las instalaciones. Si acaso una empresa lo hubiera hecho por su propia voluntad habría tenido que elevar sus precios y habría quedado fuera de competencia.

La estrategia tejana falló porque el mercado por sí mismo no es capaz de tomar las precauciones adecuadas para el futuro previsible. Es como comprar un seguro contra accidentes; como individuos no nos gusta hacerlo para no gastar en lo inmediato. Solo que sin esa protección un accidente nos puede arruinar.

Para no cumplir con las reglas de seguridad federales Texas no se integró a las redes de energía interestatales que cubren a todos los demás estados. Por eso no pudo importar energía de otros estados.

Ahora Texas requiere a gritos el apoyo federal que ya empieza a llegar en forma de millones de botellas de agua, cientos de miles de comidas preparadas y cobijas, y docenas de generadores eléctricos para suministrar a instalaciones criticas

El costo de las reparaciones será mucho mayor a lo que habría costado la prevención. Y aquí habrá una importante batalla política. La población exige rendición de cuentas. Los republicanos intentan culpar a las fuentes de energía renovables y dicen que los grandes ventiladores eólicos se congelaron. Algo doblemente absurdo porque el grueso de la energía de Texas proviene de hidrocarburos y no del viento; y porque esos ventiladores no se congelan en los estados del norte, que son más fríos.

Para el gobierno estatal republicano bastaría hacer reparaciones para regresar a la situación anterior. Para el gobierno federal liderado por Biden la tormenta es otra señal del cambio climático y frente a este habrá que renovar la estructura energética a un nivel superior de resistencia. Este asunto incidirá en las próximas decisiones electorales en que se enfrentarán la visión de corto plazo, con las propuestas de enfrentar el cambio climático en su raíz y en sus consecuencias.

México sufrió el impacto de la tormenta invernal sobre todo de manera indirecta. El presidente López Obrador dijo que el apagón es un recordatorio de que México debe volverse independiente en energía ya que los precios del gas importado se dispararon en 5 mil por ciento en medio de la crisis. El hecho es que fueron afectados cerca de cinco millones de personas y miles de empresas. El Consejo de la Industria Maquiladora y Manufacturera de Exportación declara que desde el lunes 15 de febrero han perdido 200 millones de dólares por hora.

La idea presidencial de que México debe ser independiente en materia energética suena bien; casi también como la de la autosuficiencia alimentaria. Ambas dependencias tienen una larga cola que les pisen de descuido, desinterés y sobreexplotación de los recursos y de los trabajadores para beneficio de pocos. No se resuelven en poco tiempo y menos con un gobierno pobre y austero.

Los retos del presente y del futuro requieren un gobierno con mucha mayor capacidad de acción, y de inversión en infraestructura y en el bienestar de la población. Heredamos la condición de paraíso fiscal y la estrategia de austeridad no da para que las grandes propuestas de transformación puedan ocurrir.

domingo, 14 de febrero de 2021

Vacunas. Una decisión toral.

Jorge Faljo

Supongamos que en su familia hay seis adultos menores de 60 años y cuentan con seis dosis de vacunas, de las que requieren dos inyecciones. En ese caso tendrían dos opciones:

La primera es que tres personas reciban la primera inyección y, tras el intervalo recomendado, la segunda inyección. Lo bueno es que estas tres personas quedarían prácticamente seguras de no enfermarse incluso si se contagian. Lo malo es que los otros tres miembros de la familia no recibirían ninguna inyección, por lo menos durante un largo tiempo, y si se contagian podrían desarrollar una enfermedad severa, e incluso morir.

Hay una segunda opción. Que cada uno reciba la primera inyección sabiendo que pasará un largo tiempo antes de poder recibir la segunda. En este caso las seis personas reciben una protección baja y si se contagian podrían enfermarse de manera leve; pero ninguno correría el riesgo de una enfermedad severa, que requiriera hospitalización, ni tendrían el riesgo de morir.

¿Cuál es su decisión? Buena protección para solo tres, la mitad de la familia. O una protección media para todos los seis, suficiente para que si se enferman no tengan que ir al hospital, ni tengan riesgo de morir.

Dado que dije que se trata de una familia, supongo que la mayoría se inclinará por vacunar a todos, aunque sea con una sola inyección. Pero ¿qué ocurre si no hablamos de una familia sino de un país?
No crean que estoy inventando esta disyuntiva, es muy real, y está causando un importante debate en el mundo y en los Estados Unidos. Esta discusión subirá de tono en las próximas semanas en la medida en que para la mayor parte del planeta las vacunas seguirán llegando a cuenta gotas.

Inglaterra se ha decidido por ponerle una sola inyección al mayor número de gente posible, aun cuando la aplicación de la segunda tenga que esperar más de lo inicialmente recomendado.

En contraparte en los Estados Unidos solo se ha aplicado el 62 por ciento de las dosis distribuidas porque los gobiernos estatales y los hospitales están guardando las demás para la segunda dosis de los que ya recibieron la primera.

El doctor Michael Osterholm, que forma parte del equipo anti Covid19 del presidente norteamericano Biden, dijo que quieren que todos los mayores de 65 reciban dos dosis, pero en las actuales condiciones lo necesario es que los más posibles reciban una dosis. Otros respetados doctores e investigadores médicos norteamericanos proponen que esto se convierta en una política general. Uno de ellos les pide a sus familiares, amigos y pacientes que por motivos éticos no se pongan la segunda inyección en tanto que otros no han recibido la primera.

Los partidarios de esta estrategia señalan que todavía no se sabe lo suficiente sobre las consecuencias de posponer la segunda dosis. Algunas otras vacunas se aplican con intervalos amplios, a veces hasta de un año. En el caso de AstraZeneka se ha comprobado que es mejor esperar 12 semanas para la segunda inyección.
Parte del problema es la inequidad social. En Fisher Island, Florida, una de las zonas más ricas de los Estados Unidos el 52 por ciento de los habitantes ya recibieron su primera inyección; mientras que en otro cercano, pobre, solo se ha vacunado al 2 por ciento. La inequidad está presente y, si el ritmo de vacunación es realmente alto y la estrategia es eficaz, posiblemente no pase a mayores en los Estados Unidos.

Pero en el mundo en su conjunto la inequidad es más brutal. Hasta el momento 130 países, con dos mil quinientos millones de personas, no han recibido ni una sola vacuna. Y en otros países el ritmo de vacunación será más lento; dando pie a que la desigualdad socioeconómica convertida en distinto acceso a la vacunación provoque un fuerte descontento.

Algo que subraya que las vacunas pueden ofrecer protección gradual y ser aceptables es que el gobierno de Sudáfrica decidió suspender la aplicación de la vacuna de AstraZeneka porque su eficacia es de solo 25 por ciento contra la nueva cepa sudafricana. Un par de días después la Organización Mundial de la Salud salió al quite para decir que recomendaba decididamente que se siguiera aplicando la vacuna señalando que ninguno de los que recibió la vacuna se enfermó gravemente o murió.

Es decir que hay dos criterios de eficacia. El más conocido es que la vacuna impida enfermarse. Para la OMS es suficientemente bueno y una gran ventaja que los vacunados no se enfermen de gravedad, no requieran hospitalización y no se mueran.

No todos están de acuerdo en inyectar al mayor número de gentes lo más rápido posible. El ya famoso Dr. Fauci, ahora máximo consultor médico del presidente Biden, advierte que una población protegida a medias puede detener al virus original, pero no a las cepas más agresivas. Podría incluso facilitar la evolución del virus y provocar la aparición de nuevas mutaciones más peligrosas. Por ello prefiere que se apliquen las dos dosis en los tiempos recomendados.

Los que piden seguir la estrategia británica dicen que ese es un riesgo teórico; no se sabe si va a ocurrir y, en todo caso, es claro que de cualquier modo ya están surgiendo nuevas cepas. Lo fundamental, dicen, es que ante la muerte de 2.4 millones de personas en el mundo, lo urgente es parar la mortandad. Y para eso basta una inyección; luego, cuando haya suficientes vendrá el refuerzo.

Aquí, en México, el presidente López Obrador declaró que la semana que entra iniciará la campaña de vacunación masiva contra el Covid 19 y que dará a conocer los detalles el domingo 14 de febrero, el mismo día en que se publica este artículo. Dados los convenios pactados se supone que ya operaría sin los sobresaltos que ha habido hasta el momento.

No obstante, no cabe duda que el ritmo de vacunación en México dejará a muchos insatisfechos. La estrategia misma, y sobre todo la operación efectiva, serán motivo de controversia inevitable. Siempre hay imprevistos.

El caso es que la disyuntiva es radical; habrá que optar por una de las dos opciones. Vacunar al máximo posible, incluso si se pospone la segunda dosis. O se sigue la ortodoxia médica norteamericana vacunando una parte de la población con dos dosis, mientras que otros esperan.

Cualquier decisión que tome esta administración será duramente criticada. La campaña masiva de vacunación requerirá máximo de transparencia para contar con un apoyo social sin regateos. Sobre todo, habrá que explicar las bases de la decisión que se adopte en esta disyuntiva; hay que estar atentos a esta decisión estratégica de la campaña de vacunación.

domingo, 7 de febrero de 2021

De vacunas y la reina roja

 Jorge Faljo

Las epidemias y pandemias (de mayor extensión geográfica) han atacado de manera recurrente a la humanidad. Son la expresión más cruel de un combate de millones de años, entre los seres humanos y los patógenos que nos causan las enfermedades transmisibles.

Hay registros de epidemias desde antes de nuestra era. Tal vez la más importante y conocida fue la peste negra que asoló a Europa durante la segunda mitad del siglo XIV. En ella murieron entre la tercera parte y la mitad de la población.

Lo mismo ocurrió en el continente americano con la llegada de europeos, especies domesticadas (caballos, vacas, cabras, cerdos) … y microorganismos de enfermedades que matarían a entre el 80 y el 95 por ciento de la población de Mesoamérica y, más al sur, del Imperio Inca.

El sarampión, la varicela, viruela y paperas mataban o, tras sufrir la enfermedad inmunizaban al individuo.

Una diferencia biológica invisible entre los recién llegados de Europa y los nativos de América resultó ser abismal. Los primeros descendían de generaciones de sobrevivientes de estas enfermedades y estaban en buena medida inmunizados.  En contraste ni los indígenas ni sus antepasados habían tenido contacto con esos microorganismos y no habían desarrollado resistencia ante ellos. Así que lo que para los europeos podía ser no más que una molestia, para la población local llevaba casi siempre a una muerte fulminante.

En esta gran tragedia se expresó de manera concentrada una lucha de millones de años entre humanos y patógenos y de las que los mejor librados salían con una inmunidad que, al menos parcialmente, transmitían a su descendencia. Es decir que el ser humano mismo, su organismo, evolucionaba.  

Pero el problema de fondo es que estos combates son interminables porque los atacantes también evolucionan continuamente. Los microorganismos tienen mutaciones genéticas, que los perfeccionan en su habilidad para reproducirse, transmitirse, infectar y, en muchos casos causar enfermedad y muerte.

Cada enfermo libra esa lucha en lo personal. En una epidemia o pandemia, el combate es entre toda una sociedad o civilización.  

El ser humano ha estado cada vez mejor preparado y ha salido mejor librado de estas luchas. No solo por la evolución de su propio organismo que desarrolla inmunidades específicas. Sino del cambio de toda la sociedad que adquiere mayores conocimientos; adopta mejores prácticas de higiene urbana, doméstica y personal; y descubre o inventa medicamentos. Un punto culminante de estos duelos fue el desarrollo de las vacunas.

Una vacuna es esencialmente un simulacro de infección que le manda una señal a nuestros cuerpos de que se preparen para enfrentar un microorganismo. Esta falsa infección induce la respuesta inmunitaria que antes se conseguía a un altísimo costo en muertes y a lo largo de generaciones.

Ahora, frente al Covid -19, la humanidad fue tomada sin la preparación adecuada a pesar de hubo las advertencias necesarias. Solo que esa preparación habría sido costosa, no era rentable y habría requerido de decisiones políticas, es decir gubernamentales, de gran calado. Esa preparación habría sido costosa, decenas de miles de millones de dólares, pero nunca tanto como el mucho mayor costo de la destrucción económica y social que origina esta pandemia.

Cierto que la respuesta frente al Covid – 19 ha demostrado que es posible desarrollar vacunas en mucho menos tiempo de lo que se pensaba cuando se movilizan los recursos necesarios. Esfuerzos que no se quisieron hacer cuando se trató de enfermedades de países y poblaciones pobres, o de minorías.

Existen ya vacunas prometedoras, eficaces y que se podrán producir por cientos de millones de dosis para, idealmente, inmunizar en el curso de, tal vez, un par de años, a la mayoría de la humanidad. Esta sería la versión simplona del mayor combate simultaneo que ha existido entre la humanidad y un microorganismo. Según esto, triunfaremos a pesar de los conflictos geopolíticos, el desorden y egoísmos imperantes y el dominio del mercado, que es inherentemente cruel e inequitativo.

Pero hay una posibilidad más ominosa que obliga a, si, esperar lo mejor, pero prepararnos para lo peor.

Estamos entrando a una versión concentrada de la paradoja de la Reina Roja. Este nombre peculiar fue adoptado por expertos en evolución biológica del cuento “A través del espejo”, secuela de “Alicia en el país de las maravillas”, ambos de Lewis Carroll. En un momento dado la Reina Roja le explica a Alicia que el mundo se mueve tan rápido bajo sus pies que ella debe correr lo más aprisa que pueda tan solo para permanecer en el mismo sitio.

Parece que ha empezado una carrera de ese tipo. Resulta que el SARS-COV-2 está evolucionando, tiene mutaciones adaptativas, como las surgidas en Inglaterra, Brasil y Sudáfrica, que aumentan su transmisibilidad y su virulencia y frente a las que las vacunas pierden eficacia.

Como lo advirtió el presidente de Pfizer, Albert Bourla, es muy posible que las vacunas sean inefectivas ante nuevas variantes que surjan más adelante.

Hemos entrado a una carrera entre el desarrollo, producción y distribución de vacunas y, por otra parte, un virus que se transforma y puede generar nuevas oleadas de infecciones. En unos meses la nueva cepa sudafricana le ganará la carrera al virus original y será predominante en los Estados Unidos.   

Así que habrá que correr más aprisa. No trata simplemente de desarrollar más vacunas. Se requieren otras transformaciones más profundas.

Contar con una población sana, bien alimentada y en su gran mayoría libre de sobrepeso y obesidad, de diabetes, enfermedades cardiovasculares y canceres asociados a la mala nutrición, una vida estresante, empleos, transporte y viviendas poco dignos.

Un sistema de salud pública mundial eficiente y equitativo; no uno regido por el egoísmo geopolítico y un libre mercado que prioriza la ganancia y, para taparle el ojo al macho, se adereza con la filantropía de los beneficiarios de la inequidad extrema. Las dadivas no resolverán la injusticia económica, social y sanitaria.

Adquirir un renovado respeto a la naturaleza y modificar los sistemas de producción de cárnicos de hoy en día son espacios ideales para generar mutaciones de microorganismos potencialmente peligrosos.

Y como cereza del pastel, contar con gobiernos fuertes y democráticos que asuman la responsabilidad del problema de salud de manera integral y se aseguren de contar con los recursos necesarios para liderar las anteriores transformaciones.  

Tenemos que evolucionar más rápido que el atacante.