Jorge Faljo
El martes 23 de febrero, en Palacio Nacional, el presidente López Obrador dijo que la Organización de las Naciones Unidas, ONU, parece un florero, “está de adorno”. Se refería a su ineficacia para evitar el acaparamiento del 80 por ciento de las vacunas contra el Covid-19 por apenas diez países mientras que otro centenar de países todavía no cuentan con una sola dosis.
Tanto el presidente como el secretario de relaciones exteriores, Marcelo Ebrard, criticaron duramente que la iniciativa para una distribución mundial más equitativa de las vacunas –Covax-, todavía no hubiera entregado vacunas.
Seis meses antes México había pedido en una sesión de la ONU que las vacunas fueran accesibles de manera equitativa a todo el mundo. Pero el manejo mercantil de las vacunas, es decir su venta al mejor postor, sumada a los imprevistos de la producción y la distribución, han resultado en un enorme desorden y en retrasos a su aplicación en México y muchos otros países.
En esa conferencia matutina estaba como invitado el presidente de Argentina, Alberto Fernández, que se sumó a la crítica señalando que también su país tenía problemas para adquirir vacunas.
Es posible que la iniciativa Covax no logre proporcionar vacunas al 20 por ciento de la población más pobre del planeta. Incluso si lo logra puede ser insuficiente. Se requiere vacunar a un 70 por ciento de 8 mil millones de habitantes del planeta para llegar a la inmunidad grupal, o de rebaño como se le traduce del inglés.
Resulta que se necesitan de diez a doce mil millones de dosis, considerando que la mayoría de las vacunas requieren una doble aplicación. De momento se calcula que la capacidad de producción es de entre 2 y 4 mil millones de dosis anuales con lo que se llegaría a la inmunidad grupal hasta el 2023, si bien nos va.
Pero mientras no se detengan los contagios pueden y van a surgir nuevas variantes del virus que reducirán la eficacia de las vacunas. Por eso Pfizer plantea que posiblemente se requieran tres dosis de su vacuna.
Un modelo matemático desarrollado con el patrocinio de la fundación Bill y Melinda Gates predice que si los primeros dos mil millones de vacunas son acaparados por los países más ricos se duplicaría el número de muertes en el mundo, a diferencia de un reparto que incluya los más vulnerables de los países pobres.
Así las cosas, la inmunidad grupal mundial podría no alcanzarse y tendríamos regiones empobrecidas en las que se estarían generando nuevas cepas y regiones ricas atrincheradas en su egoísmo. Un mundo de extremos sumamente conflictivo.
En la conferencia del 23 el mandatario argentino fue más allá de la crítica para plantear una solución de fondo. Invitó a México a sumarse a la petición que prepara con el presidente de Francia, Emmanuel Macron, para que los 20 países más ricos del planeta –el G-20-, acepten que las vacunas contra el Covid-19 sean declaradas “un bien global”.
Es una propuesta que suma cada vez más adeptos porque si se rompen las barreras de los derechos de propiedad intelectual se podrían aprovechar mucho mejor las instalaciones ya existentes. Países ricos y pobres podrían producir muchas más vacunas… y pruebas clínicas, respiradores, tanques de oxígeno, medicamentos antivirales, vestimenta de protección sanitaria, jeringas y todo tipo de materiales necesarios en la lucha contra el Covid-19.
Sembrar en todo el mundo la capacidad tecnológica de producir vacunas, medicamentos y materiales, es la mejor y más inmediata manera de combatir la pandemia, abrir espacio a una evolución socioeconómica equitativa y dejar un importante legado de conocimientos compartidos. No sería gratis, pero si otro tipo de gasto. En vez de comprar materiales se estaría comprando transferencia tecnológica para hacerlos.
Una buena analogía de lo que ocurre es la carrera espacial. Los Estados Unidos y otros países industrializados invirtieron cientos de miles de millones de dólares en contratos de desarrollo tecnológico y aprovisionamiento de vehículos espaciales y toda la parafernalia que los acompaña. La industria privada los vendió caros y en el proceso hizo notables avances tecnológicos con otras aplicaciones mercantilizables. Ese conocimiento desarrollado con dinero público se convirtió en propiedad privada, monopólica, muy rentable. Es el modelo básico de la producción de vacunas.
Otro antecedente viene a cuento. En los años noventa las patentes hicieron que los medicamentos para combatir el SIDA fueran un buen negocio en los países ricos, pero demasiado caros para la mayoría de los enfermos de África. No fue hasta el año 2001, tras difíciles negociaciones, que la Organización Mundial del Comercio aceptó que las patentes no deberían impedir que los gobiernos protegieran la salud pública. A partir del 2003 los gobiernos podrían exigir licencias de producción en casos de emergencia extrema. También se diseñaron mecanismos de compensación a las empresas privadas.
En el caso del SIDA, del rotavirus y de otras enfermedades prevalecientes en el tercer mundo, no fue hasta que se logró romper los monopolios que los precios bajaron lo suficiente para ser accesibles a la mayoría y que realmente se logró contener esas enfermedades.
Ahora que el Covid-19 golpea también a los más ricos se movilizó la opinión pública, y la decisión política y financiera para destinar un enorme gasto gubernamental que ha permitido notables avances tecnológicos. Este conocimiento es propiedad privada y sustenta monopolios que tienen ganancias fabulosas y deciden sobre el destino de miles de millones de personas. Bajo este esquema la humanidad no ganará la batalla contra el Covid-19, como no lo estaba haciendo contra el SIDA.
La petición de que las vacunas sean un bien público global es avalada por cada vez más países, organismos internacionales, organizaciones humanitarias y miles de personajes destacados. El papa Francisco fue precursor de la propuesta cuando el 20 de octubre pasado dijo “la vacuna es patrimonio de la humanidad, de toda la humanidad, porque la salud de nuestros pueblos es patrimonio común”.
En los Estados Unidos líderes de múltiples sectores han dirigido una carta abierta al presidente Biden para que se comprometa con una “vacuna del pueblo”. Piden que la tecnología y el saber de la fabricación de las vacunas sea compartido con el mundo. Escribieron que hay que concesionar las patentes, publicar la información y proporcionar asistencia técnica apropiada para que los fabricantes calificados de todas partes puedan expandir la producción. Implicaría una ganancia razonable para los grandes consorcios farmacéuticos.
Cada día que se retrase la movilización general de la humanidad en la lucha contra el Covid-19 costará enormes cantidades de vidas, sufrimiento y dinero. Ojalá y México se sume a la propuesta.
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