Jorge Faljo
Las epidemias y pandemias (de mayor extensión geográfica) han atacado de manera recurrente a la humanidad. Son la expresión más cruel de un combate de millones de años, entre los seres humanos y los patógenos que nos causan las enfermedades transmisibles.
Hay registros de epidemias desde antes de nuestra era. Tal vez la más importante y conocida fue la peste negra que asoló a Europa durante la segunda mitad del siglo XIV. En ella murieron entre la tercera parte y la mitad de la población.
Lo mismo ocurrió en el continente americano con la llegada de europeos, especies domesticadas (caballos, vacas, cabras, cerdos) … y microorganismos de enfermedades que matarían a entre el 80 y el 95 por ciento de la población de Mesoamérica y, más al sur, del Imperio Inca.
El sarampión, la varicela, viruela y paperas mataban o, tras sufrir la enfermedad inmunizaban al individuo.
Una diferencia biológica invisible entre los recién llegados de Europa y los nativos de América resultó ser abismal. Los primeros descendían de generaciones de sobrevivientes de estas enfermedades y estaban en buena medida inmunizados. En contraste ni los indígenas ni sus antepasados habían tenido contacto con esos microorganismos y no habían desarrollado resistencia ante ellos. Así que lo que para los europeos podía ser no más que una molestia, para la población local llevaba casi siempre a una muerte fulminante.
En esta gran tragedia se expresó de manera concentrada una lucha de millones de años entre humanos y patógenos y de las que los mejor librados salían con una inmunidad que, al menos parcialmente, transmitían a su descendencia. Es decir que el ser humano mismo, su organismo, evolucionaba.
Pero el problema de fondo es que estos combates son interminables porque los atacantes también evolucionan continuamente. Los microorganismos tienen mutaciones genéticas, que los perfeccionan en su habilidad para reproducirse, transmitirse, infectar y, en muchos casos causar enfermedad y muerte.
Cada enfermo libra esa lucha en lo personal. En una epidemia o pandemia, el combate es entre toda una sociedad o civilización.
El ser humano ha estado cada vez mejor preparado y ha salido mejor librado de estas luchas. No solo por la evolución de su propio organismo que desarrolla inmunidades específicas. Sino del cambio de toda la sociedad que adquiere mayores conocimientos; adopta mejores prácticas de higiene urbana, doméstica y personal; y descubre o inventa medicamentos. Un punto culminante de estos duelos fue el desarrollo de las vacunas.
Una vacuna es esencialmente un simulacro de infección que le manda una señal a nuestros cuerpos de que se preparen para enfrentar un microorganismo. Esta falsa infección induce la respuesta inmunitaria que antes se conseguía a un altísimo costo en muertes y a lo largo de generaciones.
Ahora, frente al Covid -19, la humanidad fue tomada sin la preparación adecuada a pesar de hubo las advertencias necesarias. Solo que esa preparación habría sido costosa, no era rentable y habría requerido de decisiones políticas, es decir gubernamentales, de gran calado. Esa preparación habría sido costosa, decenas de miles de millones de dólares, pero nunca tanto como el mucho mayor costo de la destrucción económica y social que origina esta pandemia.
Cierto que la respuesta frente al Covid – 19 ha demostrado que es posible desarrollar vacunas en mucho menos tiempo de lo que se pensaba cuando se movilizan los recursos necesarios. Esfuerzos que no se quisieron hacer cuando se trató de enfermedades de países y poblaciones pobres, o de minorías.
Existen ya vacunas prometedoras, eficaces y que se podrán producir por cientos de millones de dosis para, idealmente, inmunizar en el curso de, tal vez, un par de años, a la mayoría de la humanidad. Esta sería la versión simplona del mayor combate simultaneo que ha existido entre la humanidad y un microorganismo. Según esto, triunfaremos a pesar de los conflictos geopolíticos, el desorden y egoísmos imperantes y el dominio del mercado, que es inherentemente cruel e inequitativo.
Pero hay una posibilidad más ominosa que obliga a, si, esperar lo mejor, pero prepararnos para lo peor.
Estamos entrando a una versión concentrada de la paradoja de la Reina Roja. Este nombre peculiar fue adoptado por expertos en evolución biológica del cuento “A través del espejo”, secuela de “Alicia en el país de las maravillas”, ambos de Lewis Carroll. En un momento dado la Reina Roja le explica a Alicia que el mundo se mueve tan rápido bajo sus pies que ella debe correr lo más aprisa que pueda tan solo para permanecer en el mismo sitio.
Parece que ha empezado una carrera de ese tipo. Resulta que el SARS-COV-2 está evolucionando, tiene mutaciones adaptativas, como las surgidas en Inglaterra, Brasil y Sudáfrica, que aumentan su transmisibilidad y su virulencia y frente a las que las vacunas pierden eficacia.
Como lo advirtió el presidente de Pfizer, Albert Bourla, es muy posible que las vacunas sean inefectivas ante nuevas variantes que surjan más adelante.
Hemos entrado a una carrera entre el desarrollo, producción y distribución de vacunas y, por otra parte, un virus que se transforma y puede generar nuevas oleadas de infecciones. En unos meses la nueva cepa sudafricana le ganará la carrera al virus original y será predominante en los Estados Unidos.
Así que habrá que correr más aprisa. No trata simplemente de desarrollar más vacunas. Se requieren otras transformaciones más profundas.
Contar con una población sana, bien alimentada y en su gran mayoría libre de sobrepeso y obesidad, de diabetes, enfermedades cardiovasculares y canceres asociados a la mala nutrición, una vida estresante, empleos, transporte y viviendas poco dignos.
Un sistema de salud pública mundial eficiente y equitativo; no uno regido por el egoísmo geopolítico y un libre mercado que prioriza la ganancia y, para taparle el ojo al macho, se adereza con la filantropía de los beneficiarios de la inequidad extrema. Las dadivas no resolverán la injusticia económica, social y sanitaria.
Adquirir un renovado respeto a la naturaleza y modificar los sistemas de producción de cárnicos de hoy en día son espacios ideales para generar mutaciones de microorganismos potencialmente peligrosos.
Y como cereza del pastel, contar con gobiernos fuertes y democráticos que asuman la responsabilidad del problema de salud de manera integral y se aseguren de contar con los recursos necesarios para liderar las anteriores transformaciones.
Tenemos que evolucionar más rápido que el atacante.
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