martes, 14 de agosto de 2012

Terrorismo anglosajón en los Estados Unidos


Terrorismo anglosajón en los Estados Unidos
Jorge Faljo
Para empezar un par de definiciones. Terrorismo es lo que provoca terror y ciertamente las noticias de tiroteos, muertos y heridos en oficinas públicas, plazas, escuelas, cines e iglesias de los Estados Unidos ha creado una situación de angustia entre buena parte de su población.
Llamarle “anglosajón”, tal vez no sea muy afortunado; aunque de momento no se me ocurre otro adjetivo. Me refiero a la identificación cultural anglosajona, de matriz cristiana y ultrapatriotica (aunque suene extraño) de ciertos terroristas. Sirva para diferenciar su violencia de, por ejemplo, los ataques de quienes se definen como integristas musulmanes. Claro que no tengo nada en contra de anglosajones o musulmanes en general.
Planteo este asunto en dos niveles; primero el de la venta de armas y, segundo, el del terrorismo.
El veinte de julio pasado Holmes, un estudiante destacado, de 24 años de edad, vestido de Batman, entró a un cine, al parecer solo, arrojó un par de latas de gas y disparó a la gente que intentaba huir. Mató a 12 personas e hirió a otras 58, veinte con lesiones serias. En los últimos meses Holmes había comprado dos pistolas y tres mil balas, una escopeta y 350 cartuchos y un fusil semiautomático con otras tres mil balas. Además de explosivos, latas de gas, chaleco de combate y demás. Todo ello de manera legal y sin problemas.
Su acción destruyó familias y dejó a docenas con problemas médicos permanentes. Aparte del enorme sufrimiento inmediato las victimas, parientes y heridos, habrán de sobrellevar enormes costos médicos durante el resto de sus vidas. Aunque se ha dado una respuesta inmediata de ayudas solidarias la experiencia de otros sobrevivientes a ataques similares señala que estas ayudas no cubren más allá de los gastos de un par de años y el resultado es un fuerte empobrecimiento permanente.
Algo que me llama la atención es que el ataque elevó la compra de armas en todo el país y en particular en el estado y poblaciones cercanas al lugar de estos hechos. Una armería reporta que al día siguiente había una fila de veinte personas esperando la apertura de la tienda.
El razonamiento de los nuevos compradores es que necesitan tener con qué defenderse ante hechos similares. Viene al caso recordar que en cincuenta estados norteamericanos es legal, además de tener armas, portarlas a escondidas. Así que pensemos, sí en ese cine semioscuro otras cinco personas hubieran sacado sus propias armas ¿habría habido menos muertos y heridos? ¿habrían sabido a quien dispararle, o se habrían matado entre si?
Curiosamente el ataque no elevó particularmente el nivel de la discusión norteamericana sobre la libre venta de armas. Una de las razones es que se encuentran en un proceso electoral y ningún político se atreve a proponer limitaciones que le harían perder votos y con ello la elección. Así de fuerte es la opinión del 30 por ciento de la población que tiene armas (dato del 2005), y de sus simpatizantes.
Poseer armas en los Estados Unidos se considera un derecho patriotico que se defiende con vehemencia. Un ejemplo de argumento es el siguiente:
“¡No al registro de armas largas! No más restricciones a la posesión de armas por ciudadanos obedientes de la ley. Estas restricciones no afectan a los criminales. ¿Porqué castigar y hacer indefensa a la gente que merece ser protegida mientras se ayuda a los criminales con esas leyes? El único objetivo de esas leyes es que el gobierno controle a la gente. Esta es América y yo soy el gobierno, no ustedes. Recuerden para quien trabajan. No sigan atando las manos de las buenas gentes.”
El mensaje anterior fue enviado al departamento norteamericano de armas y explosivos por el ciudadano Wade Page un año antes de que entrara a un templo Sikh donde asesinó a 6 personas e hirió a otros tres de gravedad. De acuerdo a la información oficial un policía lo hirió, sin matarlo y entonces Page se apuntó a sí mismo y se mató.
Son grotescos los mensajes de apoyo al asesino por parte de organizaciones supremacistas blancas. El policía que lo hirió tuvo que salir de esa ciudad y ocultarse, con su familia, en algún otro lado.
Este último evento ha contribuido a difundir otro asunto igual o más controvertido que la mera venta de armas. Se trata de la manera en que, según varios analistas y sus libros, el gobierno norteamericano se hace de la vista gorda ante el terrorismo anglosajón. Los mencionaré sintéticamente.
Daryl Johnson escribió (traduzco los títulos) El Resurgimiento de la Derecha: Cómo es que se Ignora una Amenaza Terrorista. Este ex analista del departamento de seguridad norteamericano sostiene que después del ataque a las torres gemelas el gobierno de Bush se concentró en las amenazas islámicas y disolvió el departamento que daba seguimiento al terrorismo de los grupos de derecha anglosajones. De acuerdo al autor, con la llegada de un afroamericano a la presidencia, estos grupos se fortalecen con gente muy disgustada.
Pete Simi y Robert Futrell, en su libro, La Suástica Americana, describen a movimientos como el Kukuxklán, Nación Aria, Skinheads, Neo Nazis y otros asociados al supremacismo blanco. De acuerdo a ellos el internet les ha permitido crear comunidades virtuales, se encuentran en conciertos de música y en clases de biblia, especializados en los dos casos, sus tatuajes demuestran su grado de adhesion a una cultura de odio racial y agresividad.
Tal vez más impactante es el libro de Matt Kennard, Ejercito Irregular, sobre el reclutamiento de neonazis, pandilleros y criminales en los ejércitos norteamericanos; el oficial y los privados. De acuerdo a este autor estos reclutas destacan por su agresividad y dedicación y configuran un núcleo fundamental de las milicias norteamericanas. En Irak y Afganistán su desprecio a la población local los hace incluso más eficientes. Para Kennard el ejército se hace de la vista gorda. Ahí fortalecen su ideología y crean contactos. El regreso a la vida civil y al caldo de cultivo del odio supremacista los convierte en un factor de riesgo.
Los tres libros analizan el riesgo creciente generado por un sector de la población ultrapatriotico, con derechos constitucionales a la posesión de armas, entrenado militarmente y que crea grupos cohesionados por la frustración y el odio. Saben que sus padres tuvieron mejor calidad de vida y seguridad económica y ellos, por el contrario, se hunden en el desempleo y el empobrecimiento. En su desesperanza culpan a otros grupos raciales y al gobierno. 



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