domingo, 2 de marzo de 2014

Diez en servicios; cero en economía

Faljoritmo

Jorge Faljo

Venezuela es un país bendecido por la naturaleza. Con 916 mil kilómetros cuadrados, algo menos de la mitad de la superficie de México, tiene una cantidad similar de tierras cultivables, unos 27 millones de hectáreas. De las montañas del sur descienden ríos caudalosos que atraviesan sus grandes planicies centrales aptas para la agricultura. Tiene tierra y agua en abundancia.

Es rico en minerales, como hierro y aluminio. Pero sobre todo cuenta con las mayores reservas de petróleo del planeta. Superiores a las de Arabia Saudita. Sus 3 mil 700 kilómetros de costas de las que mil 700 son playas de arena en clima tropical tienen un gran potencial turístico.

Pero Venezuela se encuentra asolada por apasionadas manifestaciones en favor y en contra del gobierno chavista. En ellas han muerto unas cincuenta personas; algunas a manos de fuerzas policiacas. Lo que por cierto ha llevado a la cárcel, acusados de estos crímenes a varios funcionarios públicos de alto nivel.

Las partes en conflicto se atrincheran en posiciones extremas. Una minoría asociada a grupos sociales de buena posición económica se radicaliza planteando la salida, es decir el derrocamiento, del chavismo. Exigen en la calle lo que no pueden ganar en las urnas. Porque si algo tiene el chavismo es que ha ganado 18 de las últimas 19 elecciones. Son triunfos con reconocimiento internacional, por ejemplo del centro Jimmy Carter de los Estados Unidos, por su transparencia.

Es indudable, hasta el momento, que el chavismo tiene el apoyo de la mayoría de la población por muy buenas razones. Dentro de América Latina es el país que más ha disminuido la pobreza y extendido los servicios públicos a la población más pobre. Ahora todos tienen educación y salud gratuitas; así como un sistema de pensiones que permite jubilarse incluso a los trabajadores informales.

Pero también hay muy buenas razones para las manifestaciones furiosas en contra del chavismo. No hay leche, papel higiénico, aceite comestible y otros productos básicos. La escasez se generaliza y la gente hace largas colas cuando se entera de que algunos de estos productos llegaron al supermercado cercano, mientras que la policía armada tiene que cuidar que no haya saqueos. Las compras están racionadas; la gente tiene dinero y no hay que comprar.

Esto, por cierto, es una situación frecuente en economías socialistas en las que se genera mayor capacidad de demanda que el abasto existente. Lo contrario de una economía como la nuestra caracterizada por la insuficiencia de la demanda.

Venezuela es una fuerte democracia y su población deberá encontrar la salida a sus problemas sin interferencias externas y mediante el dialogo interno. Dicho esto me permito señalar que su política económica está equivocada.

La mayor desgracia de Venezuela es su petróleo que le permitió convertirse en una economía rentista e importadora. El 95 por ciento de sus exportaciones son por petróleo y buena parte del resto son de otras riquezas minerales.

Venezuela no produce; todo lo importa. Es una afirmación algo exagerada pero refleja lo esencial de su realidad. Importa sus alimentos mientras que solo cultiva 3.5 millones de los 27 millones de hectáreas mencionados; en el resto se pasean las vacas en una producción extensiva de baja productividad.

No ha logrado desarrollar sino deteriorar su producción manufacturera. Los venezolanos importan ropa y vestido, así como electrodomésticos. La poca industria tiene que traer de fuera equipos y herramientas y todos sus insumos estratégicos.

Si escasean las mercancías en los supermercados es porque todo viene de afuera y para comprarlo se necesitan dólares. Y en esta situación extrema no hay riqueza petrolera que alcance para todos. De hecho Venezuela se ha endeudado fuertemente, por ejemplo con China y ha comprometido buena parte de su producción futura para pagar estos préstamos.

Se trata de una economía rentista de orientación populista. Es decir que el chavismo ha empleado la riqueza petrolera para beneficio de la mayoría; pero al hacerlo descobija a las clases medias en un juego suma cero en el que para que unos ganen otros necesariamente tienen que perder.

Se trata del juego equivocado porque la prioridad debería estar en incrementar la producción interna en una economía de trabajo. Solo que para ello se requiere evitar que las importaciones destruyan la producción interna. También se necesita la colaboración de una pequeña y mediana burguesía productiva; es decir de propietarios privados a los que se les permita prosperar a cambio de generar empleos y aprovechar los enormes potenciales productivos del país.

Pero el chavismo emplea un lenguaje sumamente agresivo y promueve el conflicto social enfrentando a sus fuertes bases sociales contra el empresariado. Esto solo agrava los problemas de la producción interna y de abasto. Es un gobierno que intenta manejar la economía mediante decretos burocráticos de un viejo tipo que han fallado en todo el planeta. Y su burocracia tiene fama de corrupta.

Venezuela requiere un estado fuerte, con el corazón puesto del lado del pueblo, pero con una estrategia distinta al rentismo populista burocrático. Vive un conflicto social que señala los límites de la abundante riqueza petrolera. No puede repartir en dinero lo que no existe en producción.

Nos enseña que la salida solo podrá darse en una economía de trabajo productivo, disciplinado y al mismo tiempo digno. Necesita continuar el sendero de la justicia social; pero basado en el incremento de la producción en beneficio de todos y no como rebatinga entre grupos antagónicos. Y esto implica darle un espacio de acción y prosperidad al empresariado que sepa liderar y organizar los innumerables procesos productivos que su potencial le ofrece en el campo y las ciudades.

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