lunes, 31 de marzo de 2014

Dime cuánto ganas… y te diré cuánto vives

Faljoritmo

Jorge Faljo

La relación entre el nivel de ingreso, el bienestar a lo largo de la vida y el tiempo que se puede vivir se ha modificado de manera substancial en el último siglo. La mayor parte de la población vive ahora mejor de lo que se vivía hace un siglo. Hoy hay mayor acceso a agua potable; la urbanización ha generalizado el alcantarillado y un mejor manejo de desechos; hay nuevas vacunas, antibióticos y atención básica en salud que nos protegen de enfermedades. Ha mejorado la alimentación de la mayoría.

Un bebé nacido en 2014 tiene la expectativa de una vida bastante más larga que si hubiera nacido en 1914. Esto en base a factores que influyen en la vida de todos. Además existen elementos solo al alcance de minorías que favorecen un estilo de vida más saludable, cuidados de salud sofisticados y otras ventajas. Así que aunque la mejora en bienestar y vida es general no es pareja. En adelante me referiré a datos norteamericanos para ilustrar este asunto.

En los últimos treinta y cinco años la población que alcanza los 65 años de edad ha elevado su expectativa de vida en seis años si se ubica dentro de la mitad de la población de mayor ingreso y tan solo en 1.3 años si es parte de la mitad de menos ingreso. Todos han elevado su expectativa de vida pero la tendencia es clara; los que están en mejor situación económica la están elevando mucho más rápido que los demás.

Es un asunto de creciente interés dentro de los Estados Unidos. Universidades, investigadores, gobiernos locales y hacedores de política se interesan en estudiar con mayor precisión este tema y en reflexionar sobre sus consecuencias para las políticas y programas públicos.

Una investigación reciente compara la situación de dos condados norteamericanos (similares a municipios). Fairfax, con un ingreso medio por hogar de 107 mil dólares anuales, entre los más altos de los Estados Unidos, tiene un alto nivel de empleo y educación y buena parte de la población trabaja para empresas de alta tecnología que son contratistas del ejército norteamericano.

McDowell es otro condado, entre los más pobres y con apenas la quinta parte del ingreso por hogar. Carece de industria y el declive de la producción de minas de carbón ha llevado a mucha gente al desempleo. Paradójicamente también vive del gasto público; solo que en este caso de las ayudas al desempleo, a la nutrición y a la vejez.

En el condado rico abundan los doctores, hospitales, supermercados, restaurantes, tiendas de frutas y verduras, centros de cuidados para adultos mayores, escuelas del más alto nivel, espacios deportivos y recreativos públicos y servicios gubernamentales de excelencia. La población vive con altos niveles de seguridad pública, económica y confianza en el futuro.

En el condado pobre hay carencias de todo tipo; la infraestructura es mala y el transporte público casi inexistente. La principal fuente de nutrición son las cadenas de comida rápida y la obesidad es endémica. Además los problemas de diabetes, tabaquismo, corazón o riñones son más altos. Cerca de la mitad de la población muere antes de los cincuenta años. A ello contribuye una situación de stress continuado en que vive su población.

Hoy en día los hombres de Fairfax tienen una expectativa de vida de 82 años y las mujeres de 85. Para los hombres de MacDowell la expectativa es de 64 años y para las mujeres de 73. Cifras que son uno y dos años menos, respectivamente, que en 1990. Es decir que mientras los primeros elevaron su rango de vida los segundos podrían haberlo disminuido. No se puede afirmar con seguridad debido a que muchos han emigrado y esto podría alterar los resultados si, por ejemplo, los que se fueron eran los más sanos.

Existen otros estudios que comparan nivel de ingreso y longevidad en grandes ciudades norteamericanas. Son más precisos en tanto que comparan áreas más delimitadas, en este caso zonas postales. Resulta que en estas grandes ciudades las diferencias de longevidad entre las zonas postales más ricas y las más pobres pueden ser de 18, 24, 30 o incluso 33 años.

Aunque no se cuenta todavía con la precisión deseable los indicios son contundentes. La población más rica ha mejorado notablemente su expectativa de vida en los últimos 30 años mientras que los más pobres la han mejorado poco. La diferencia es notable. Los más pobres viven no solo con menos bienestar, sino entre 15 y 25 años menos que los más ricos.

Estamos hablando de una perspectiva de la inequidad socioeconómica que debe ser considerada en el diseño de políticas públicas. Sería el colmo elevar la edad de retiro o posponer el derecho a alguna modesta pensión debido a que las cifras generales indican que vivimos y podemos trabajar hasta una mayor edad. Es tanto como pedir que los pobres trabajen más años debido a que los ricos viven más tiempo.

Hoy en día los más pobres tienen suerte si logran trabajar hasta morir a los 65 o 70 años. Mientras que los más ricos pueden disfrutar un par de décadas de retiro en buenas condiciones. La desigualdad es canija.

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