Faljoritmo
Jorge Faljo
El documento “Perspectivas del Empleo 2015”, de la OCDE, señala que hay 42 millones de desempleados en los 34 países que la integran. Diez millones más que hace siete años, al inicio de la gran recesión. La muy lenta recuperación del empleo en los países más desarrollados muestra que no se ha seguido la estrategia correcta para restablecer no solo este indicador sino, en general, los niveles de consumo y bienestar de la población.
Uno de los aspectos que más preocupan a la OCDE es el desempleo de larga duración. Hay 15.7 millones de personas con más de un año sin trabajo y alrededor de ocho millones con más de dos años sin encontrarlo. Es un desempleo “duro”, irreversible, porque a mayor tiempo sin trabajo más se pierden habilidades y disciplinas, y es más difícil la recapacitación para otras labores. Las empresas prefieren contratar a un desempleado de poco tiempo.
El reporte no es alentador. El desempleo se convierte en un factor de inseguridad y temor en la vida cotidiana de todos. Y dado que se concentra en la juventud puede concluirse que hay grupos de la población cuya perspectiva es el desempleo permanente. Sobre todo en países con tasas de desempleo juvenil superior al 25 por ciento, como en Bélgica, Grecia, Hungría, Italia, Polonia, Portugal, España y Suecia. En contraste con Alemania, potencia exportadora, con solo un 7.7% de desempleo juvenil.
Sin embargo estas estadísticas maquillan la situación al considerar desempleado solo al que se encuentra en búsqueda activa de empleo. Es decir que no toma en cuenta a los “desalentados” que dejaron de buscar, pero que ante una oportunidad aceptarían ingresar al mercado de trabajo. Esto salta a la vista en los datos de participación en la fuerza de trabajo, donde “participar” significa que se tiene o se busca empleo activamente.
En México solo trabaja o busca empleo el 63.7% de los que tienen entre 15 y 64 años de edad; en Suiza lo hace el 83.8%. En el grupo de 15 a 24 años, en México “participa” el 45.6% mientras que en Suiza o Australia es más del 65%. En Grecia es apenas el 28%.
Alguna mente bruta podría pensar que los griegos y mexicanos somos flojos y por eso nuestra participación laboral es menor. Prepárese para una sorpresa; de acuerdo al reporte de la OCDE los mexicanos y griegos se encuentran entre los más trabajadores del mundo. Los mexicanos con empleo trabajan un promedio de 2,228 horas al año; los griegos 2,042; mientras que los suizos trabajan 1,568; los ingleses 1,667 y los alemanes solo 1,371.
Que trabajemos más no es motivo de presunción. Refleja más bien la desesperación de los mexicanos (y griegos) por conseguir y conservar un empleo, por malo y explotador que sea. En nuestro caso el salario real es hoy en día la quinta parte del que existía entre 1976 y 1980.
Nuestra propia versión de “austeridad” supuestamente nos habría de llevar al crecimiento, al empleo y al bienestar. Treinta años de promesas incumplidas cuyas fallas son “corregidas” con más de lo mismo.
Estamos atrapados en la austeridad permanente, con la vieja pretensión de que de esa manera “el país”, es decir las grandes empresas, serían competitivas. Pero salió el tiro por la culata porque al reducir el consumo de la mayoría y abrir el mercado nacional destruimos sectores productivos enteros, como el textil y del vestido, calzado, muebles y electrodomésticos y, en estos días la producción de arroz, acero y muchos otros.
La estrategia sirvió para el enriquecimiento de pocos; pero fracasó como proyecto de Nación. Justo en estos días tenemos la peor caída de la exportación de manufacturas de los últimos cinco años. Hay que entender que enfrentamos un contexto mundial en el que el empobrecimiento competitivo, vulgo “austeridad”, ha provocado una enorme sobreproducción. Producir más pagando menos crea enormes riquezas pero no ha generado mercado y termina por destruir la producción. Así, ni con nuestros extremos de explotación laboral podemos triunfar como exportadores.
Hemos sido muy lentos en diagnosticar la situación y reaccionar. Urge reorientar la estrategia a reconectar producción y empleo en el contexto del mercado nacional, lo que solo es posible instrumentando con el exterior (China en particular) un intercambio equilibrado. Con una defensa activa de la producción y el empleo podemos dar el primer paso para aprovechar el enorme potencial de trabajo y producción que estamos subutilizando.
Necesitamos recuperar, el planteamiento constitucional de una sociedad democrática con un estado responsable del bienestar generalizado que ofrezca a todos inclusión al empleo, a la educación, la salud y a un retiro digno en la vejez. Sin un esfuerzo planeado en este sentido es hipócrita decir que no aprovechamos el “bono demográfico” o hablar de eficiencia económica.
Un paso esencial es fortalecer nuestra democracia poniendo a consulta las grandes alternativas de estrategia económica. El gobierno griego fue capaz de armar en solo nueve días un referéndum sobre la austeridad al que acudió a votar la población en masa. Costó poco, fue altamente participativo, el debate fue amplio y por su transparencia nadie cuestiona sus resultados.
Necesitamos también aquí ejercicios de democracia relevante. Podríamos aprender de los griegos para hacerlos rápido, sencillos y transparentes; lo que es posible cuando se quiere.
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