Faljoritmo
Jorge Faljo
De un año para acá el dólar cuesta un 25 por ciento más caro. No nos hagamos ilusiones, esto es algo que llegó para quedarse y lo más probable es que todavía siga subiendo de precio. Siempre he sostenido que esto era inevitable y que las causas se encuentran en nuestro modelo económico y no en el exterior.
Lo que ocurre es que somos un país fundamentalmente importador y deficitario; año con año lo que vendemos no alcanza para pagar lo que compramos más la renta (intereses y ganancias) al capital externo. Año con año nos endeudamos más para importar más que producir. El endeudamiento crea desempleo interno, subutilización del aparato productivo y quiebra de empresas.
El modelo se sostiene mediante cada vez mayor endeudamiento con capitales volátiles y la venta del aparato productivo. Pero vender la vaca y no la leche tiene un alto costo; los dueños de las vacas tienen derecho a exportar las ganancias; los dueños del capital volátil cobran intereses.
Nos colocamos de “facilitos” ante la estrategia norteamericana de crear, prácticamente de la nada, enormes volúmenes de capital financiero mediante la impresión de dólares. Con este dinero adquirieron las mejores empresas de los países periféricos y les financiaron el consumo de importaciones. De este modo ellos elevaron su competitividad, su dominio de la producción mundial y crearon excesos de producción en rubros estratégicos.
Así que ahora a nosotros nos toca lidiar, por una parte, con una caída brutal de los ingresos petroleros, la baja de la inversión extranjera directa (al parecer ya se vendió lo más atractivo) y la caída de las exportaciones. Por otro lado la decisión inminente de elevar los intereses en los Estados Unidos ya está provocando la tan anunciada y temida reversión de flujos de capital.
Hace un par de años escribí “El error de diciembre”; me refería al 2012, y a que la nueva administración federal no aprovechara el momento para conducir una devaluación administrada y preventiva en nuestros propios términos. En lugar de ello echaron el volado de que podrían atraer una enorme cantidad de dólares vendiendo el subsuelo petrolero. Les falló la apuesta.
El caso es que tenemos que apechugar con esta devaluación inevitable. Pero no es el caso de permanecer inermes ante ella sino reaccionar con agilidad para instrumentar medidas que atenúen su impacto negativo e incluso para aprovechar, en beneficio de todos, las oportunidades que ofrece.
Los exportadores que emplean insumos nacionales serán los más favorecidos. Por ejemplo los exportadores de frutas y verduras que pagan en pesos y venden en dólares, ahora van a obtener más pesos por cada dólar exportado. ¡Qué bueno! Sin embargo esta bonanza puede y debe ser compartida con el resto de la nación, empezando por sus trabajadores. Es el momento, por ejemplo, para dignificar las condiciones laborales de los trabajadores agrícolas de San Quintín.
Una medida a considerar es un impuesto a las exportaciones, no solo las agrícolas, que capte una porción de las ganancias que genera la devaluación. Un ingreso para fortalecer la producción interna y los programas sociales que sostengan el nivel de consumo básico.
Urge una política de substitución de las importaciones encarecidas por producción interna. La devaluación hace más urgente que el gobierno cumpla con su compromiso formal (está en el Plan Nacional de Desarrollo), de garantizar la seguridad alimentaria del país. Para el 2018 el 75 por ciento del consumo de granos básicos debe ser producido internamente.
No solo eso; hay que incrementar la producción y consumo de ropa, calzado y muchas otras mercancías nacionales, en lugar de importarlas. Por el lado de la producción no es difícil; hay vastas capacidades subutilizadas que pueden reactivarse sin requerimientos de capital externo.
Lo que ha fallado es la demanda; la población se ha empobrecido y lo importado ha sido, hasta ahora, más barato que lo nacional. Pero la ecuación está cambiando y eso deja lugar a dos alternativas. Una es que el encarecimiento de lo importado lleve a reducir el consumo. Otro sacrificio de las mayorías es, además de innecesario, social y políticamente inaceptable.
Hay otra opción; sostener e incluso elevar el ingreso real de los trabajadores reconectando de manera gradual pero decidida, el consumo a la reactivación de la producción interna. Esto crearía una espiral positiva entre elevación del ingreso y el consumo por un lado y reactivación de la producción y el empleo por el otro.
Frente a la devaluación hay que poner en marcha la imaginación; colocar sobre la mesa todas las opciones posibles, sin ataduras dogmáticas y hacer prevalecer a la nación sobre los intereses individuales.
Aunque el golpe inmediato será doloroso, bien manejada esta crisis puede dar pie a la corrección de fondo que necesitamos.
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