domingo, 27 de septiembre de 2015

La globalización está enferma...

Faljoritmo

Jorge Faljo

Los miles se han convertido en cientos de miles. A toda costa y con enormes sacrificios quieren llegar al norte de Europa. Ahí, se supone, podrían encontrar la posibilidad de rehacer sus vidas. No se trata tan solo de buscar refugio, sino de encontrar trabajo, vivienda, la posibilidad de vivir en familia, de educar a sus hijos y de aliviar la terrible inseguridad.

Huyen de los tiroteos, las bombas, los gases venenosos; de la violencia organizada entre bandos políticos, religiosos, raciales, lingüísticos y también de la violencia desorganizada del pandillerismo, la criminalidad, los robos.

Supimos de los que salían de toda África e intentaban cruzar hacia Italia o España en embarcaciones de muy bajo calado, sin suficiente gasolina, amontonados y al garete, sin agua ni comida y bajo el sol. Con la esperanza de que los rescatara alguna nave de las marinas de Europa.

Ahora ha surgido una nueva oleada, también de cientos de miles, que huyen sobre todo de Afganistán, Irak y Siria. Llegan a Turquía desde donde intentan cruzar hacia alguna isla griega. Dado que el tramo es relativamente corto se aventuran hasta en cámaras de llanta inflables.

Se sabe de miles de muertos en el mar, provenientes de África y del medio oriente. Muchos otros que corrieron la misma suerte lo hicieron sin dejar ninguna huella.

Los que llegaron a Grecia creyeron que habían pasado lo peor. Pronto se dieron cuenta de que habría que enfrentar las alambradas de navaja en las fronteras que se han ido cerrando sucesivamente en Macedonia, Hungría, Croacia, Eslovenia, Austria y Alemania. Viajan agotando el dinero ahorrado durante largo tiempo en una Europa cara y enfrentan medidas que van del cierre de estaciones tranviarias y la suspensión del transporte a la amenaza de cárcel por ser indocumentados.

Es una oleada de cientos de miles en marcha desesperada donde gran número son familias con hijos. La meta es llegar a los países más desarrollados: Alemania, Francia, Inglaterra, Suecia o Noruega de preferencia.

Algunas noticias han impactado la conciencia de Europa y el mundo. La foto del niño sirio ahogado y arrojado a la playa; las docenas de asfixiados en un camión abandonado; los cientos que intentan abordar los trenes de carga que pasan bajo el mar hacia Inglaterra.

Se trata de una crisis humanitaria, de conciencia y política que rápidamente se ha convertido en la más grave en Europa. Los países de entrada como Grecia, Italia, Macedonia y Croacia encontraron que no podían detener la entrada de migrantes y lo mejor era ayudarlos a proseguir su camino. Otros, como Hungría levantan alambradas, y unos más, como Alemania, restablecen controles fronterizos.

Europa se llena de barreras y controles atentando contra lo que era el gran ideal de una Comunidad Europea de libre tránsito.

Lo más difícil es decidir cómo tratar a los refugiados. Ha sido notable la ayuda que a lo largo de todo el camino les brinda buena parte de la población. Pero para los gobiernos las decisiones son difíciles. Se acordó que todos los países tendrían que recibir refugiados. Pero muchos lo hacen a regañadientes y con políticos temerosos de que una parte de su población se encuentra radicalmente en contra. Sobre todo en países del norte con una población y una cultura uniformes que desconfían de la llegada de gente con otra lengua, otra religión, otras costumbres.

Llegar al acuerdo de distribución fue muy difícil… e insuficiente. Se acordó distribuir a 120 mil personas que se consideren en riesgo de cárcel o tortura si regresan a sus países. A estos se les llama refugiados políticos. Pero se calcula que han llegado a Europa casi medio millón de inmigrantes. La mayoría huye del desempleo y la pobreza y como refugiados económicos no tienen derecho de asilo político.

Europa tiene que reaccionar muy rápidamente; en pocas semanas llegará el invierno y con temperaturas muy bajas ya no será posible que los refugiados, hombres, mujeres y niños, duerman en la calle, lugares públicos o tiendas de campaña. Hay que recordar que el invierno derrotó a Napoleón; ese invierno se cierne como la mayor amenaza para los refugiados en marcha.

Los países de Europa están divididos y su propósito de acomodar a 120 mil se va a revelar como muy corto. Sobre todo que las guerras del medio oriente ha provocado la expulsión de muchos millones de sus hogares.

Los políticos europeos tendrán que pensar en las estrategias que permitan que detrás de estos cientos de miles no haya millones que intenten seguir el mismo camino y se estrellen contra sus alambradas el año que entra, después del invierno.
Hay millones en campos de refugiados en medio oriente y África; el reto no es crear nuevos campos en Europa sino algo mucho más complejo. Integrar a los refugiados plenamente a sus sociedades. Pero estos no son sino una gota en el mar.

Se trata de diseñar una nueva estrategia en la que docenas de millones puedan trabajar honestamente, educar a sus hijos y vivir en paz, con razonable seguridad, en sus comunidades. Plantear esta meta obliga a cuestionar el actual orden económico mundial.

La situación de los refugiados tiene como origen la destrucción de las economías periféricas en aras de una modernidad enfermiza que genera una inequidad extrema, propicias a la desintegración social y a estallidos de violencia. Lo que antes era una migración relativamente ordenada se ha convertido en estampida. Es el síntoma; hay que curar la enfermedad: una globalización sin alma.

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