lunes, 5 de octubre de 2015

Los pequeños olvidos del señor Videgaray

Faljoritmo

Jorge Faljo

La economía de México ha crecido muy poco en los últimos treinta años; el país destaca, negativamente, en el plano internacional por ese bajo crecimiento. Ha ocurrido incluso una importante baja de la productividad. Lo cual es insatisfactorio.

De ese tenor, el del párrafo anterior, eran las declaraciones del secretario de hacienda, Luis Videgaray, al inicio del presente sexenio. Con ellas decía lo que ya todos sabíamos, pero que en boca del nuevo alto funcionario sonaban extrañas y a la vez prometedoras. Tan dura y precisa crítica a la estrategia seguida durante más de treinta años podía ser interpretada como precursora de cambios de fondo que solucionarían el problema.

Una revisión sector por sector económico nos revela que los avances en productividad han sido acelerados. En las manufacturas los datos del Banco de México señalan un ritmo acelerado de incremento de la productividad. Asociado a la introducción de nuevas tecnologías ahorradoras de mano de obra, de energía y con un uso más eficiente de las materias primas. Las empresas existentes hicieron cambios tecnológicos; las que se rezagaron quebraron en su mayor parte.

En el sector servicios no se diga; abundan los ejemplos de avances en productividad. Los cajeros automáticos de los bancos substituyeron a un buen número de empleados; las cajas de los supermercados instalaron lectores de precios instantáneos y cada mercancía trae su código de barras; las computadoras permitieron elevar fuertemente la productividad de cada oficina.

Un amigo me dice que con los nuevos programas un solo arquitecto puede ahora hacer en menos tiempo el diseño de un edificio (incluyendo cableado, tubería y detalles que se me escapan) en menos tiempo del que hace veinte años necesitaba un despacho de diez arquitectos.

La agricultura, un sector descuidado, también avanzó de manera importante en la productividad de los sectores comerciales y modernos.

Pero entendimos que cuando Videgaray decía que la productividad había caído se refería al conjunto de la economía. Y es cierto, cayó por el enorme subempleo, la destrucción de los sectores tradicionales; el abandono de la pequeña producción urbana y rural; la baja creación de empleo digno y formal. Cayó la productividad porque los sectores productivos se fueron convirtiendo en islas dentro de un mar de informalidad y subempleo.

Así que cuando Videgaray habló de “democratizar la productividad” parecía hablar de atender precisamente a la producción y la productividad de aquellos a los que la estrategia económica había expulsado del mercado: los sectores semi destruidos de la economía campesina, de la pequeña producción manufacturera y del pequeño comercio; de las economías regionales y locales.

Reconstruir esos espacios de producción y empleo en una estrategia de alianza con un sector social orientado a la mayor autosuficiencia posible habría de democratizar la productividad ocupando al casi 60 por ciento de la población que sobrevive en la informalidad. Sin endeudar al gobierno ni al país; solo con el uso eficiente de lo que ya existe pero está subutilizado.

Videgaray suscitó esperanzas de cambio. No presentó un diagnóstico, pero para empezar bastaba que dijera que el país tenía un problema grave y que habría acciones decididas. Nos equivocamos los que creímos ver algo más allá de los usuales rollos que apuntan a un lado mientras en realidad se nos conduce en sentido contrario. Lo que hubo fue más reformas privatizadoras, extranjerizantes y neoliberales.

Este pasado jueves el secretario de Hacienda se presentó en la Cámara de Diputados; ya que no va el C. Presidente, por lo menos van sus ayudantes. Lo que dijo con voz solemne es que la economía mexicana está creciendo a un ritmo de 2.4 por ciento anual; que en el último año se crearon 767 mil nuevas plazas de trabajo; que aumentó el crédito; que las gasolinas habrán de bajar de precio; que el presupuesto público ya no depende tanto del ingreso petrolero y que no subirán los impuestos.

Pero se le olvidó decir que ese crecimiento es insuficiente y que el mismo dijo que con las reformas creceríamos al 5 por ciento o más; que se requieren por lo menos 1.2 millones de empleos al año, y más aún para abatir la informalidad acumulada; que el crédito no llega a los sectores más rezagados en productividad; que no depender del ingreso petrolero nos agarró de sorpresa y que la baja de las gasolinas se asocia a la apertura a las transnacionales. No subir los impuestos; incluso bajarlos en zonas “especiales”, son concesiones a los más ricos que viven en un paraíso fiscal. Es decir, más de lo mismo.

Nada que indique que se democratiza la productividad; la producción sigue su marcha acelerada a la desnacionalización y a la concentración en transnacionales. Ninguna modificación al rumbo que nos hunde en el bajo crecimiento, el desempleo, el empobrecimiento y la violencia.

Declara la Secretaría de Hacienda que su “misión” es controlar la política económica del Gobierno Federal con el propósito de consolidar un país con crecimiento económico de calidad, equitativo, incluyente y sostenido, que fortalezca el bienestar de las y los mexicanos.

¿Tenemos un crecimiento de calidad, equitativo, incluyente y sostenido? Este podría haber sido el tema central de su intervención y de las preguntas que se le plantearon. El lugar de ello habló de pequeños logros; lo que preocupa era el tono satisfecho.

Su intervención me recuerda a los que en broma dicen que cero grados es “ni frio ni calor”. Ahora, para Videgaray, crecer al 2.4 por ciento anual es casi casi acelerado.

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