Faljoritmo
Jorge Faljo
Subirse al tren de la modernización y la globalización puede ser muy atractivo; pareciera lo mismo, o casi, que entrar al primer mundo. Lo cual es parte de las grandes promesas que hemos recibido los mexicanos a lo largo de décadas y… nada. Porque si bien no parece posible evadir la globalización eso no quiere decir que a todos les vaya bien en ese baile, de hecho a cada vez menos. No obstante hay diferencias substanciales entre las distintas formas de globalizarse y por ello importa mucho hacerlo de la mejor manera.
Lo primero que hay que tener claro es que la globalización es a fin de cuentas una estrategia de comercio internacional llevado a niveles intensivos. De este intercambio podemos desear muchos productos que no podemos producir internamente con la misma calidad o precio, pero no podemos olvidar que para obtenerlos será necesario exportar algo a cambio de ellos. A final de cuentas en todo intercambio las mercancías que uno compra se pagan con otras mercancías, las que uno vende.
Esta verdad milenaria no es tan evidente en la era de la globalización porque los grandes triunfadores de la globalización, los vendedores exitosos de productos que manufacturados de alta tecnología, se convierten en rémoras a la hora de comprar.
Para explicarlo hay que referirnos a los principios de la globalización, cuando los vendedores de materias primas (minerales, productos agropecuarios y manufacturas sencillas e intensivas en mano de obra barata), que son muchos se volcaron a vender sus mercancías para, a cambio comprar bienes industriales que producen pocos.
La reconversión masiva a la exportación significó saturar el mercado internacional de productos primarios y abaratar sus precios. Por el otro lado la apertura a la importación de bienes industriales les creó una amplia demanda. El resultado fue lo que se denominó deterioro de los términos de intercambio y fue uno de los primeros efectos importantes de la globalización en la cual los países productores de bienes primarios tenían que vender mucha más producción a cambio de menos bienes industriales.
Los países avanzados pudieron comprar los productos primarios a países productores desesperados por vender para “modernizarse”, a cambio de poca producción industrial. Así que su interés exportador era mucho mayor que su necesidad de importar.
Lo que conocemos como globalización es tanto el resultado del auge exportador de los países centrales que exigieron y obtuvieron la apertura de las fronteras de los países periféricos a sus exportaciones, como de lo que bien podríamos llamar un truco financiero para exportar mucho importando poco. Ese truco no fue sino la expansión explosiva, tipo big bang, del crédito a su clientela.
Dando mucho crédito, transfiriendo capitales financieros, muchas veces bajo el nombre hipócrita de “ayuda al desarrollo”, comprando patrimonio en lugar de mercancías los países avanzados consiguieron crear la suficiente demanda para su producción sin tener que comprar una cantidad equivalente en mercancías de la periferia.
Así la globalización creó una divergencia creciente en la riqueza y desarrollo de los países del planeta. De un lado los países industrializados, tecnológicamente avanzados e importantes prestamistas; del otro lado los países enfocados en la producción primaria, a la retaguardia tecnológica y con elites ansiosas de mejorar rápidamente su consumo mediante importaciones financiadas con crédito externo o mediante la venta del patrimonio nacional creado previamente. Para globalizarse sacrificaron los avances previos.
Lo peor de este asunto es que en cada uno de los dos lados (prestamistas y endeudados) se generaron presiones en favor de la continuidad y profundización de su propio modelo. Los países manufactureros y exportadores exitosos obtenían mayores recursos del exterior que no emplearon para importar mercancías periféricas sino para prestar e invertir en los países con menos desarrollo y afianzarlos como clientes. De este modo podían vender aún más y generar un círculo virtuoso de exportaciones, ganancias y préstamos al exterior.
En contraparte los países que no eran de primer mundo sustentaron su maquillaje modernizador en la atracción de capitales externos y el ofrecimiento de mano de obra barata para crear enclaves industriales externos (en propiedad, tecnología, insumos y destino de la producción). Aquí también se creó una presión para otorgar cada vez más concesiones a cambio del capital y tecnología importados y para abaratar la mano de obra como base de la competitividad nacional.
Las dos formas de inserción en la globalización llevan a los países por rumbos distintos y contribuyen a la inequidad extrema en el planeta. Muchos de los países ubicados en la espiral de endeudamiento, desindustrialización y empobrecimiento están siguiendo esa ruta hasta el extremo del caos social y su desintegración.
Aquí la pregunta de fondo es si acaso es posible cambiar nuestra forma de globalización y abandonar el déficit crónico en cuenta corriente, el endeudamiento progresivo y la desnacionalización productiva.
La respuesta es que es difícil pero no imposible. La industria japonesa era el hazmerreír del mundo por su mala calidad; pero sabían que era una etapa necesaria para evolucionar a potencia tecnológica. Corea del Sur salió del colonialismo, la guerra y la miseria para convertirse en potencia industrial. China surgió del mayor atraso para convertirse en la segunda potencia económica del mundo al tiempo que su población salió de la ignorancia y la pobreza extrema.
Para ello se requieren dos decisiones esenciales: instrumentar una estrategia de movilización y uso pleno del potencial productivo interno en las vertientes industrial y agropecuaria. Para eso hay que regular el mercado de otro modo.
Lo segundo será exportar lo suficiente para pagar la renta del capital externo, y abonar algo al capital adeudado, y liberarnos de los chantajes del financiamiento externo. Chantaje que es abanderado por nuestras elites al decir que solo con capital externo es posible crecer.
Es la ´manera en que podemos escapar del proceso de desintegración social y violencia para substituirlo por una cohesión interna sustentada en una relación más equilibrada entre trabajo y capital.
Hay que enfrentar el diseño de un proyecto nacionalista de interés mayoritario a las propuestas de nuestras elites que han tomado el camino de negociar más tratados internacionales con otras elites en lugar de reforzar nuestra democracia.
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