Faljoritmo
Jorge Faljo
Las imágenes satelitales del huracán Patricia eran impresionantes; un fenómeno de verdadera magnitud mundial. Hasta los científicos estaban azorados y todos lo seguíamos con angustia.
Al escribir estas líneas no se conocía el impacto del huracán Patricia y afortunadamente parecía disminuir rápidamente de intensidad y con un costo muy inferior en vidas humanas y destrozos a los que se temía. Eso no disminuye el hecho de que se trata del mayor de la historia por su extensión, la fuerza de sus vientos sobre el mar y otras medidas. Otra novedad: venía del océano Pacífico y no del Atlántico.
Nos encontramos, y ojalá así lo entienda el mundo, ante un cambio de las reglas del juego. Un cambio que otros han anunciado, por ejemplo el Papa en su encíclica “Laudato Si”, sobre la conservación del mundo.
Ayer cerraba la cumbre sobre cambio climático de París y los participantes seguían con atención lo que ocurría. Por ello el llamado de la delegación mexicana sobre la urgencia de llegar a acuerdos para detener el calentamiento global fue recibido de manera emotiva y con un gran aplauso. Tal vez por la comprensión de la razón de fondo, tal vez como muestra de solidaridad ante la desgracia que parecía inminente.
El fondo del asunto es que a lo largo de millones de años la naturaleza extrajo el carbono del aire y lo transformó en masa vegetal y animal. Los grandes movimientos de la tierra fueron sepultando una y otra vez esta materia orgánica que a lo largo de larguísimos periodos se transformó en carbón y petróleo.
Ahora en tan solo un siglo el ser humano ha escarbado la tierra para extraer y quemar carbón y petróleo y construir una sociedad basada en el aprovechamiento intensivo de esos materiales energéticos para la producción industrial y agrícola.
Esto permitió incrementar los niveles de vida y la población de manera exponencial; pero resulta que también hemos sacado de lo profundo de la tierra un monstruo que amenaza destruirnos. Y es que el cambio climático no es un asunto menor. Se acompaña de fenómenos desastrosos; no solo huracanes, sino la acidificación de los mares que pueden diezmar la vida marina y la producción pesquera; desastres similares en la producción agrícola, inundaciones y sequías en lugares inusitados. Y huracanes que rebasan las medidas de magnitud previas.
Un documento reciente de la mayor autoridad del Banco Central de Inglaterra llamó la atención por tocar un tema poco habitual para los financieros y por su impactante mensaje de fondo. En pocas palabras dice que no más de la tercera parte de las reservas energéticas disponibles pueden ser extraídas y aprovechadas. La causa es que el monto de carbono y contaminantes que se soltaría en el aire sería catastrófico; de hecho empieza a serlo ya.
Esto cambia radicalmente las reglas del juego. El asunto no es ahora si hay o no suficientes energéticos en el mundo; sino que debemos limitar su aprovechamiento para no destruirnos. Y eso parece incluso peor que una escasez que limitara el consumo. Porque no estamos preparados para auto limitarnos.
De eso tratan las conferencias climáticas; la de París fue preparatoria de otra más importante a fin de año. El asunto es como reducir las emisiones de carbono. Y hasta el momento estas cumbres no generan sino palabrería. Todos están de acuerdo en la necesidad de hacerlo, siempre y cuando no afecte sus intereses. A lo más que se llega es a autocontroles “voluntarios” de poca monta.
Pero lo que se requiere son acuerdos globales obligatorios que afecten la producción y el consumo. Solo que ¿Quiénes van a poder producir y quienes van a consumir?
Los Estados Unidos se han convertido en el principal productor de energéticos, así sea mediante técnicas de alto impacto ambiental. Aquí podría entrar en escena la situación de Holanda que ha puesto límites a la extracción de gas debido a que los nuevos temblores que provoca le deterioran visiblemente miles de casas y edificios. ¿Deberían favorecerse las técnicas de menor impacto?
O son los países pobres los que deben poder aprovechar esta riqueza. Una pregunta trucada porque en esos países los que se benefician no son los pobres, sino sus minorías gobernantes. ¿Cómo exigir a los productores que limiten su producción? Lo que lo ha hecho recientemente es la caída del precio del petróleo.
Pero del lado de la demanda lo que la limita es lo contrario; el alto precio. Un precio bajo induce un mayor gasto en gasolina y otros usos industriales.
¿Quiénes tiene derecho a consumir? Los ricos, ¿para mantener un modelo industrial de despilfarro basado en el uso de automóviles y plásticos? ¿O los países rezagados para mejorar sus niveles de vida?
Patricia vino a recordarnos que el cambio climático está encima, que los costos de no evitarlo serán enormes y que muy probablemente la humanidad no cuenta con las capacidades para ponerse de acuerdo en lo fundamental.
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