domingo, 26 de junio de 2016

Una “trompada” democrática a la globalización

Faljoritmo

Jorge Faljo

Dudo que los británicos sepan lo realmente afortunados que son. Acaban de decidir en un referéndum con una participación históricamente alta si seguían siendo parte de la Unión Europea –UE-, o cortaban amarras. Una decisión extraordinariamente importante para su país, y también para el resto de Europa. Sabían que lo que decidieran habría de afectar a fondo y de manera, se dijo, irreversible, su relación con el mundo en términos financieros, económicos y políticos.

Una decisión fuerte que, precisamente por ello, decidieron tomar de manera democrática. No se trataba de que un grupo de tecnócratas decidiera por ellos; sino, precisamente de evitar que lo siguieran haciendo. Por ello para muchos, la mayoría ganadora, la decisión de salirse fue una declaración de independencia que refuerza su capacidad para tomar decisiones propias.

Lo que aquí subrayo en primer lugar es que para conseguir ese referéndum no hubo necesidad de ocupar calles, bloquear carreteras o refriegas con muertos y heridos. A los líderes de la oposición no se les inventaron delitos para encarcelarlos; no hubo presos políticos. Una decisión profunda que tomaron los británicos ampliamente informados de los argumentos a favor y en contra.

David Cameron, el primer ministro, renunció a su cargo, la que hará efectiva en tres meses, para dejar al frente al líder de la posición a favor de la salida.

Son afortunados, insisto, porque el proceso fue democrático, civilizado, con resultados incontrovertibles y dan lugar a lo más lógico en una democracia; el cambio de gobierno. Esto sin desgarrarse las vestiduras.

Desde esta perspectiva el referéndum Británico es un ejemplo del cual tendríamos mucho que aprender. Incluyendo el aceptar que esa es la mejor forma de tomar decisiones y con ello fortalecer la unidad nacional; saber escuchar y, cuando la población da su mensaje, perder con serenidad y renunciar con dignidad.

La población votó por salir de la UE a pesar de un intenso despliegue mediático, que incluyó la visita de Obama, para espantar con la catástrofe en caso de salida. Pero la población no se dejó intimidar. Las fantasías de un futuro mejor o el maquillaje de la situación no pudieron convencer a una población que vive día a día el deterioro de la educación y los servicios de salud, la reducción de la atención social a la población vulnerable y el deterioro generalizado del estado.

El empobrecimiento de la población europea desde el 2010 es evidente y generalizado. No se ha podido remontar aquella crisis y el desempleo sigue siendo muy alto, en algunos países superior al 25 por ciento de los trabajadores. Lo peor ha sido una política de austeridad que ha dado prioridad al pago a los grandes capitales amarrando el cinturón del gobierno y de la población. Lo paradójico es que esa disminución del consumo ha llevado al cierre de empresas y a un estancamiento económico que a su vez no ha podido liberar a Europa del endeudamiento y el fantasma del regreso de la crisis financiera.

Llama la atención que el 64 por ciento de los votantes jóvenes, de 18 a 24 años de edad, se inclinaron a favor de permanecer en la UE mientras que el 58 por ciento de los mayores de 64 años se inclinaron por la salida. Creo que la memoria histórica de los adultos abarca tiempos que fueron mejores, les permite comparar los efectos reales de las políticas ortodoxas y saben que existen alternativas.

Me atrevo a sugerir que los jóvenes han aprendido a vivir en un contexto de alto desempleo, de trabajo precario y sin puntos de comparación parecen aceptar mejor la nueva normalidad de una economía y un estado mediocres.

Todo cambio de rumbo es traumático; como lo sería una operación quirúrgica que provoca dolor y postración pasajeros, pero permite mejorar después. Los mercados financieros han reaccionado con pánico con su típico comportamiento de manada desbocada y eso es lo que puede provocar destrozos en la economía real y en la vida de las personas.

Sin embargo en los hechos todavía no cambia nada. El nuevo gobierno británico que entrará en tres meses tendrá que diseñar una estrategia de salida que incluya importantes definiciones sobre su economía interna. Si sigue atendiendo a las demandas de la población es posible que abandone la política de austeridad y pro financiera para diseñar una estrategia de refortalecimiento del estado, de los servicios públicos, del empleo y del bienestar de la población.

Es esta posibilidad, la del resquebrajamiento de la ortodoxia neoliberal, la que espanta a los capitales y los impulsa a buscar seguridad.

Decir que la población votó mal por ignorancia es un intento desesperado por no ver las razones del descontento. La globalización neoliberal ha impactado a los países periféricos, ha empobrecido a sus poblaciones y se encuentra en el trasfondo de los estados fallidos del medio oriente, de África y el empobrecimiento de miles de millones. Muchos de ellos buscan llegar a Europa justamente cuando su propia población se encuentra agobiada por la precarización del empleo y la incertidumbre sobre su futuro. Es decir que el fracaso neoliberal impacta también a las clases medias de los países centrales.

La reacción de la población británica se suma a la mayoría que en los mismos Estados Unidos cuestiona fuertemente la estrategia de tratados de libre comercio que les ha robado empleos.

Nos encontramos ante un ejemplo de democracia que se traduce en un nuevo importante retroceso de la globalización. Se abre una nueva ruta para el Reino Unido y el mundo que, ciertamente, plantea muchas incertidumbres. Una de ellas es la discrepancia creciente entre los intereses del gran capital financiero, de las bolsas de valores, y las decisiones de la población.

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