Jorge Faljo
El Secretario de Relaciones Exteriores y encargado de la relación con los Estados Unidos en este periodo turbulento, Luis Videgaray, tuvo una presencia destacada, diría que más que la del propio José Antonio Meade Kuribreña, el Secretario de Hacienda, en la 80 Convención Bancaria. Sus declaraciones sobre la futura negociación del TLCAN indican un muy importante viraje en la posición mexicana; son la primera señal de importancia de que realmente se ha escuchado la posición norteamericana y de que de este lado se dan pasos hacia la negociación.
Destaca en primer lugar la declaración del canciller Videgaray acerca de que México no puede seguir apostando a que vamos a ser competitivos con mano de obra barata. El acuerdo de libre comercio tiene que permitir que ganen todos, empezando por los trabajadores de México. Es una declaración de la mayor importancia que constituye la respuesta que con evidente tardanza da ahora el gobierno de México a las demandas norteamericanas. Trump en su estilo áspero llegó a decir que acabaría con la explotación laboral en México. Ross, el nuevo secretario norteamericano, en tono más mesurado dijo que no quería que los trabajadores norteamericanos que ganan 58 dólares al día compitieran con mexicanos que ganan cuatro.
De lo dicho por Videgaray se infiere que de este lado se ha aceptado que los salarios de los trabajadores mexicanos serán, como lo exigen allá, parte de la renegociación del TLC. Y que deberán subir.
No competir en el ámbito internacional en base a bajos salarios implica un cambio radical del que no parece claro que se entiendan todas sus implicaciones. De manera esquemática se puede decir que solo es posible competir de dos maneras, con salarios bajos o con moneda barata y competitiva. México eligió la primera vía.
China eligió la segunda, competir con moneda barata. Lo que le ha permitido elevar substancialmente los salarios, acrecentar su mercado interno y emplear esa fortaleza en beneficio de su propia producción.
Si México ya no va a competir con moneda barata tendrá que replantearse la constante y decidida defensa de un peso fuerte. Es la devaluación lo que ahora permitiría elevar los salarios y, al mismo tiempo, conseguir que esa demanda no se convierta en importaciones sino favorecer una reactivación agropecuaria e industrial.
Cierto que hay una tercera opción; una que escapa de la ortodoxia: administrar el comercio. Lo que nos recuerda que Videgaray dijo que el gobierno mexicano está comprometido a garantizar que Norteamérica siga siendo una región libre de aranceles. Me encanta este fraseo porque se puede pensar pensar que no es accidental y que nos prepara para limitar el libre mercado al comercio intrarregional; es decir que no se excluye la posibilidad de que se impongan aranceles a las importaciones de fuera de la región. Justo lo que es el eje de la propuesta norteamericana.
Otro punto de singular relevancia es que Videgaray dijo que México está abierto a incluir un mecanismo de estabilización del peso, mencionado a principios de este mes por el Secretario de Comercio de Estados Unidos Wilbur Ross. Con ello se rompe un postulado del pensamiento neoliberal.
Recordemos que cuando en 2010 el Fondo Monetario Internacional abrió la posibilidad de establecer controles para evitar la entrada excesiva de capital volátil, México rechazó la recomendación. Por el contrario, aprovechamos la coyuntura creada por la política monetaria norteamericana para promover el fortalecimiento del peso, con graves consecuencias en competitividad, déficit comercial y riesgos de reflujos de capital. Pero ahora lo propone Ross y así si bailamos.
Lo importante será evitar estabilizar el peso en una paridad no competitiva y ubicar dentro del país un mecanismo estabilizador interno. Lo anterior requiere modificar el mandato y el gobierno del Banco de México. Su mandato debería incluir la estabilidad de la paridad y el crecimiento económico, tomando los ejemplos de otros bancos centrales como el norteamericano y el chino. Su administración ahora deberá incluir, como en los Estados Unidos, la representación de los sectores productivos (industria, comercio, campo) y no solo los intereses financieros.
Las declaraciones de Videgaray son la primera respuesta positiva, a regañadientes, del gobierno mexicano a las propuestas norteamericanas. Hasta este momento había predominado un rechazo tajante expresado sobre todo por otros funcionarios de similar jerarquía pero menor peso político.
Este reposicionamiento toca elementos fundamentales. No competir con bajos salarios abre la puerta a una estrategia de fortalecimiento del mercado interno que si se asocia a un comercio administrado, y estabilización de flujos de capital puede abrir la puerta a otro modelo de desarrollo.
Tal vez estoy siendo demasiado optimista. No hay duda de que predomina el pensamiento neoliberal pero este sin duda se resquebraja.
Por otra parte las declaraciones de Videgaray que ciertamente apuntan a sintonizar con las demandas norteamericanas, las hace en una reunión del poder financiero y logra transmitirlas sin sobresaltos, casi con respiro de alivio para todos después del alto nivel de confrontación que se había creado. Además es un triunfo político que suena, casi casi, como si estuviera asentando una posición netamente mexicana y no un acomodo a la planteada por Trump, Ross y Navarro.
Los invito a reproducir con entera libertad y por cualquier medio los escritos de este blog. Solo espero que, de preferencia, citen su origen.
sábado, 25 de marzo de 2017
sábado, 18 de marzo de 2017
Mejor; pero en lo mismo
Jorge Faljo
Con la misma rapidez con la que nos llegó una avalancha de preocupación ante las actitudes agresivas de Trump ahora hemos entrado en un periodo de calma. Un indicador es la recuperación de valor del peso que por un lado se explica por medidas monetarias internas y por otro lado por la suavización del discurso norteamericano.
Las medidas internas que han contribuido a fortalecer al peso son que Banco de México elevó la tasa de interés de manera que mantiene un diferencial favorable a las inversiones financieras en México; es decir que les pagamos más porque se queden. La creación de coberturas cambiarias pospuso muchas compras de dólares para, de momento, comprar solo el seguro que garantiza la compra futura. Y la permanencia de Carstens al frente de Banxico, aunque sea solo por unos meses más, también genera confianza.
Del lado norteamericano el deslenguado Trump se ha enredado en otros asuntos. Para distraer de sus contactos rusos acusó a Obama de interceptar sus comunicaciones en un mensaje que tiene una fuerte apariencia paranoica. Acusación sin pruebas que concentró la atención mediática.
Ocupado Trump en desenredarse, las declaraciones sobre México quedaron a cargo de otros con maneras más amables y mensajes optimistas sobre el futuro de la relación entre los dos países.
Wilbur Ross, el secretario de Comercio de Estados Unidos, dijo que una renegociación “sensata” del TLC fortalecería el peso. Señaló que no solo se reduciría el déficit norteamericano sino que también habría importantes oportunidades para hacer negocios en México. Criticó que no se haya dado una convergencia de niveles de vida entre los dos países y que los ingresos de los mexicanos se hayan quedado muy rezagados. La palabra sensatez, su visión optimista y su aparente interés por el bienestar de los mexicanos contribuyeron a inyectar tranquilidad y a fortalecer el peso.
Aun mejor sonaron las declaraciones de Peter Navarro, el principal asesor comercial del presidente norteamericano, cuando dijo que México, Canadá y los Estados Unidos podrían integrarse en una potencia manufacturera que beneficiaría a productores y trabajadores de los tres países. Tal sería el objetivo de renegociar las reglas de origen: mantener fuera los componentes importados de otros países para favorecer la producción y empleos de la región.
Estos mensajes de los que serán los protagonistas clave de la renegociación del TLC han mejorado substancialmente el ambiente. Lo que subraya lo importante que son los modales, el tono con que se dicen las cosas y la percepción de los que escuchan. Eso porque en realidad no dijeron nada distinto a lo que han repetido, ellos y Trump, desde el ensayo que difundieron el año pasado durante la campaña electoral norteamericana.
Lo que Trump le dijo, en público y a unos cuantos pasos de distancia, a Peña Nieto es simplemente lo mismo. Solo que ahora con otro tono de parte de ellos y con otra disposición a escuchar de parte de los medios. Ya sin histeria.
Algo que tampoco ha cambiado es la respuesta cupular y oficial de México que se sintetiza en una doble negación. Primero se encuentra la incredulidad para aceptar que la globalización neoliberal terminó, acabada por escasez de demanda; que simplemente no vamos a encontrar otros mercados y que en adelante el crecimiento económico dependerá de la capacidad para generar demanda interna.
Es el diagnóstico anterior lo que lleva a sectores importantes de la industria y la política norteamericanas a recrear una mezcla moderna del proteccionismo y del fordismo que los hizo una gran nación. El primero les permitió crear una base industrial propia y el segundo se refiere a la idea de que no solo había que producir sino que había que pagar lo suficiente a su mano de obra para que pudieran comprar la producción industrial.
Es decir industrialización con creación de un mercado de masas fuerte. Y la novedad es que, por lo menos en teoría, incluyen a México como parte del mercado interno que les permitiría fortalecerse, ellos y nosotros. Tal es el mensaje al pedir que se eleven los salarios en México.
Pero aquí la dirigencia política no comparte esa visión y piensa todavía que el crecimiento depende de la conquista de mercados externos y se lanza a la idea utópica y a destiempo de encontrar, ahora sí, nuevos socios comerciales entre los países de la región Asia Pacífico. Incluso le creen al embajador chino cuando dice que ha llegado el momento de hacer un tratado de libre comercio entre nuestros países¬; es su intento de preservar su enorme superávit. Sin embargo saben, los chinos, que si Estados Unidos reduce su déficit con México, nosotros no podremos financiar nuestro déficit con China.
Decirle que no a la propuesta norteamericana de un proteccionismo regional con fortalecimiento de un mercado interno trinacional se basa en la idea necia de que es posible continuar con el mismo modelo globalizador con otros socios comerciales. Pero esta idea parte de un diagnóstico obsoleto de la economía mundial y tenemos que romper con la resistencia ideológica, casi religiosa, para acoplarnos a la imperiosa necesidad de también volvernos proteccionistas, solos o acompañando a los Estados Unidos. Solo así podemos transitar a un modelo explotador de la mano de obra a otro de desarrollo integrador.
Lo cierto es que la situación se ha tranquilizado aunque la propuesta norteamericana y la negativa mexicana siguen siendo las mismas. Mejor: pero en lo mismo.
Con la misma rapidez con la que nos llegó una avalancha de preocupación ante las actitudes agresivas de Trump ahora hemos entrado en un periodo de calma. Un indicador es la recuperación de valor del peso que por un lado se explica por medidas monetarias internas y por otro lado por la suavización del discurso norteamericano.
Las medidas internas que han contribuido a fortalecer al peso son que Banco de México elevó la tasa de interés de manera que mantiene un diferencial favorable a las inversiones financieras en México; es decir que les pagamos más porque se queden. La creación de coberturas cambiarias pospuso muchas compras de dólares para, de momento, comprar solo el seguro que garantiza la compra futura. Y la permanencia de Carstens al frente de Banxico, aunque sea solo por unos meses más, también genera confianza.
Del lado norteamericano el deslenguado Trump se ha enredado en otros asuntos. Para distraer de sus contactos rusos acusó a Obama de interceptar sus comunicaciones en un mensaje que tiene una fuerte apariencia paranoica. Acusación sin pruebas que concentró la atención mediática.
Ocupado Trump en desenredarse, las declaraciones sobre México quedaron a cargo de otros con maneras más amables y mensajes optimistas sobre el futuro de la relación entre los dos países.
Wilbur Ross, el secretario de Comercio de Estados Unidos, dijo que una renegociación “sensata” del TLC fortalecería el peso. Señaló que no solo se reduciría el déficit norteamericano sino que también habría importantes oportunidades para hacer negocios en México. Criticó que no se haya dado una convergencia de niveles de vida entre los dos países y que los ingresos de los mexicanos se hayan quedado muy rezagados. La palabra sensatez, su visión optimista y su aparente interés por el bienestar de los mexicanos contribuyeron a inyectar tranquilidad y a fortalecer el peso.
Aun mejor sonaron las declaraciones de Peter Navarro, el principal asesor comercial del presidente norteamericano, cuando dijo que México, Canadá y los Estados Unidos podrían integrarse en una potencia manufacturera que beneficiaría a productores y trabajadores de los tres países. Tal sería el objetivo de renegociar las reglas de origen: mantener fuera los componentes importados de otros países para favorecer la producción y empleos de la región.
Estos mensajes de los que serán los protagonistas clave de la renegociación del TLC han mejorado substancialmente el ambiente. Lo que subraya lo importante que son los modales, el tono con que se dicen las cosas y la percepción de los que escuchan. Eso porque en realidad no dijeron nada distinto a lo que han repetido, ellos y Trump, desde el ensayo que difundieron el año pasado durante la campaña electoral norteamericana.
Lo que Trump le dijo, en público y a unos cuantos pasos de distancia, a Peña Nieto es simplemente lo mismo. Solo que ahora con otro tono de parte de ellos y con otra disposición a escuchar de parte de los medios. Ya sin histeria.
Algo que tampoco ha cambiado es la respuesta cupular y oficial de México que se sintetiza en una doble negación. Primero se encuentra la incredulidad para aceptar que la globalización neoliberal terminó, acabada por escasez de demanda; que simplemente no vamos a encontrar otros mercados y que en adelante el crecimiento económico dependerá de la capacidad para generar demanda interna.
Es el diagnóstico anterior lo que lleva a sectores importantes de la industria y la política norteamericanas a recrear una mezcla moderna del proteccionismo y del fordismo que los hizo una gran nación. El primero les permitió crear una base industrial propia y el segundo se refiere a la idea de que no solo había que producir sino que había que pagar lo suficiente a su mano de obra para que pudieran comprar la producción industrial.
Es decir industrialización con creación de un mercado de masas fuerte. Y la novedad es que, por lo menos en teoría, incluyen a México como parte del mercado interno que les permitiría fortalecerse, ellos y nosotros. Tal es el mensaje al pedir que se eleven los salarios en México.
Pero aquí la dirigencia política no comparte esa visión y piensa todavía que el crecimiento depende de la conquista de mercados externos y se lanza a la idea utópica y a destiempo de encontrar, ahora sí, nuevos socios comerciales entre los países de la región Asia Pacífico. Incluso le creen al embajador chino cuando dice que ha llegado el momento de hacer un tratado de libre comercio entre nuestros países¬; es su intento de preservar su enorme superávit. Sin embargo saben, los chinos, que si Estados Unidos reduce su déficit con México, nosotros no podremos financiar nuestro déficit con China.
Decirle que no a la propuesta norteamericana de un proteccionismo regional con fortalecimiento de un mercado interno trinacional se basa en la idea necia de que es posible continuar con el mismo modelo globalizador con otros socios comerciales. Pero esta idea parte de un diagnóstico obsoleto de la economía mundial y tenemos que romper con la resistencia ideológica, casi religiosa, para acoplarnos a la imperiosa necesidad de también volvernos proteccionistas, solos o acompañando a los Estados Unidos. Solo así podemos transitar a un modelo explotador de la mano de obra a otro de desarrollo integrador.
Lo cierto es que la situación se ha tranquilizado aunque la propuesta norteamericana y la negativa mexicana siguen siendo las mismas. Mejor: pero en lo mismo.
sábado, 11 de marzo de 2017
TLC: nuevas fichas
Jorge Faljo
Se acerca una renegociación dura del TLC en la que se parten de posiciones muy encontradas entre México y los Estados Unidos. Ni siquiera se comparte la expectativa de la temporalidad de la negociación.
Para el secretario de relaciones exteriores de México, Luis Videgaray, esta podría comenzar en julio y terminar antes de fin de año. Tal vez a tiempo, en caso de ser exitosa, para lanzarse a la grande. Para Wilbur Ross, el secretario de comercio norteamericano, las negociaciones empezarían en la última parte del año, lo que eso quiera decir, y podrían durar un año. Es decir que podrían cubrir el primer semestre del 2018, o más. Lo cierto es que las negociaciones del TLC en los noventas duraron mucho más tiempo y que ahora las diferencias de enfoque son más fuertes que en aquel entonces.
México se acerca a la negociación con posiciones de principios, de hecho idealizaciones típicas del pensamiento neoliberal. Se habla de defender el libre comercio, la apertura y, en general la globalización. En la ortodoxia neoliberal estos principios aplicados a la práctica habrían de generar buenos resultados económicos y sociales: desarrollo económico, empleo, elevación de salarios, mejores niveles de vida, bienestar y paz social.
No importa que hayan fallado; los principios se pueden olvidar de los resultados siempre y cuando parezcan nobles y se logren imponer en las mentes casi como principios éticos o religiosos.
La visión norteamericana tiene un origen muy distinto: el diagnóstico de lo realmente ocurrido y los objetivos concretos. Para ellos el TLC no cumplió sus promesas.
Un ejemplo curioso de esta posición es que en el proceso de ser confirmado secretario de comercio Wilbur Ross declaró ante los senadores que la teoría del TLC era que los niveles de vida de los dos países tenderían a igualarse y eso no ha ocurrido y que, por el contrario, el poder de compra del trabajador mexicano promedio es ahora mucho peor de lo que era hace cinco o diez años. Lo que no era la intención del TLC. Digo curioso porque cualquiera supondría que eso le tocaría decirlo a los representantes de México y los que lo dicen son los vecinos del norte.
Para Ross el salario de los mexicanos es un asunto importante, al menos eso ha declarado, y sus razones son dos; no quiere que trabajadores que ganan 4 dólares al día compitan con los de allá que ganan 56 y, además, quiere que los mexicanos puedan comprar más productos norteamericanos. Elevar los salarios en México es entonces parte de la estrategia de reducción del déficit y fortalecimiento de su industria.
Otro punto de la renegociación subrayado por Ross es el cambio de las reglas de origen. Estas reglas determinan cual es el trato nacional para un producto que tiene componentes provenientes de múltiples países. En el caso de los automóviles armados en México estos deben tener, hoy en día, por lo menos el 62.5 por ciento de contenido regional; es decir proveniente de los tres países del TLC. Lo que implica un límite máximo de 37.5 por ciento de insumos de fuera de la región.
Estados Unidos va a renegociar las reglas de origen para obligar a un mayor contenido regional; digamos que podría elevarse al 75, 80 o incluso un porcentaje mayor. Esto obligaría a la industria automovilística a substituir proveedores asiáticos por otros que produzcan en México, los Estados Unidos o Canadá. La medida apunta a que nuestras exportaciones tengan más componente norteamericano, y mexicano, y mucho menos de proveniente de China.
¿Puede la economía mexicana resistir, o incluso fortalecerse con estas medidas? Lo primero a considerar es que el cambio es substancial y requiere negociar un periodo de transición apropiado que nos permita prepararnos. Sobre todo será importante diseñar una estrategia en la que el incremento salarial se asocie al fortalecimiento de la oferta nacional y que el cambio de las reglas de origen se traduzca en beneficio, en una buena medida, de la producción interna.
Elevar salarios sin incrementar la oferta sería inflacionario o requeriría importar en dólares; los que habrán de escasear y en todo caso deben destinarse a compras estratégicas de lo que no podamos producir internamente.
Lo importante es que las nuevas reglas de origen podrían significar oportunidades para reactivar y fortalecer la industria nacional.
En ambas vertientes, la de la oferta para un mercado interno fortalecido por el incremento salarial, y la de la substituir componentes industriales asiáticos se requieren acciones decididas e inmediatas; la velocidad es indispensable para obtener una buena tajada del pastel y no simplemente dejárselo al vecino del norte.
Hacerlo posible requiere de una nueva estrategia de desarrollo nacional con un liderazgo efectivo del Estado. El cambio en los Estados Unidos es antiglobalizador y podemos abandonar el idealismo neoliberal, de pocos resultados, por una estrategia pragmática en pos de objetivos concretos.
Se requiere que la economía nacional empiece a reorientarse ya, en este año, y de manera decidida, hacia la producción de una mejor canasta de consumo mayoritario, y a la substitución de la importación de componentes industriales de origen asiático.
Amenazar con levantarse de la mesa en la negociación es absurdo, fruto de la falta de imaginación en que nos ha dejado el inmovilismo neoliberal y la ausencia de Estado. En este nuevo reparto de fichas podemos mejorar.
Se acerca una renegociación dura del TLC en la que se parten de posiciones muy encontradas entre México y los Estados Unidos. Ni siquiera se comparte la expectativa de la temporalidad de la negociación.
Para el secretario de relaciones exteriores de México, Luis Videgaray, esta podría comenzar en julio y terminar antes de fin de año. Tal vez a tiempo, en caso de ser exitosa, para lanzarse a la grande. Para Wilbur Ross, el secretario de comercio norteamericano, las negociaciones empezarían en la última parte del año, lo que eso quiera decir, y podrían durar un año. Es decir que podrían cubrir el primer semestre del 2018, o más. Lo cierto es que las negociaciones del TLC en los noventas duraron mucho más tiempo y que ahora las diferencias de enfoque son más fuertes que en aquel entonces.
México se acerca a la negociación con posiciones de principios, de hecho idealizaciones típicas del pensamiento neoliberal. Se habla de defender el libre comercio, la apertura y, en general la globalización. En la ortodoxia neoliberal estos principios aplicados a la práctica habrían de generar buenos resultados económicos y sociales: desarrollo económico, empleo, elevación de salarios, mejores niveles de vida, bienestar y paz social.
No importa que hayan fallado; los principios se pueden olvidar de los resultados siempre y cuando parezcan nobles y se logren imponer en las mentes casi como principios éticos o religiosos.
La visión norteamericana tiene un origen muy distinto: el diagnóstico de lo realmente ocurrido y los objetivos concretos. Para ellos el TLC no cumplió sus promesas.
Un ejemplo curioso de esta posición es que en el proceso de ser confirmado secretario de comercio Wilbur Ross declaró ante los senadores que la teoría del TLC era que los niveles de vida de los dos países tenderían a igualarse y eso no ha ocurrido y que, por el contrario, el poder de compra del trabajador mexicano promedio es ahora mucho peor de lo que era hace cinco o diez años. Lo que no era la intención del TLC. Digo curioso porque cualquiera supondría que eso le tocaría decirlo a los representantes de México y los que lo dicen son los vecinos del norte.
Para Ross el salario de los mexicanos es un asunto importante, al menos eso ha declarado, y sus razones son dos; no quiere que trabajadores que ganan 4 dólares al día compitan con los de allá que ganan 56 y, además, quiere que los mexicanos puedan comprar más productos norteamericanos. Elevar los salarios en México es entonces parte de la estrategia de reducción del déficit y fortalecimiento de su industria.
Otro punto de la renegociación subrayado por Ross es el cambio de las reglas de origen. Estas reglas determinan cual es el trato nacional para un producto que tiene componentes provenientes de múltiples países. En el caso de los automóviles armados en México estos deben tener, hoy en día, por lo menos el 62.5 por ciento de contenido regional; es decir proveniente de los tres países del TLC. Lo que implica un límite máximo de 37.5 por ciento de insumos de fuera de la región.
Estados Unidos va a renegociar las reglas de origen para obligar a un mayor contenido regional; digamos que podría elevarse al 75, 80 o incluso un porcentaje mayor. Esto obligaría a la industria automovilística a substituir proveedores asiáticos por otros que produzcan en México, los Estados Unidos o Canadá. La medida apunta a que nuestras exportaciones tengan más componente norteamericano, y mexicano, y mucho menos de proveniente de China.
¿Puede la economía mexicana resistir, o incluso fortalecerse con estas medidas? Lo primero a considerar es que el cambio es substancial y requiere negociar un periodo de transición apropiado que nos permita prepararnos. Sobre todo será importante diseñar una estrategia en la que el incremento salarial se asocie al fortalecimiento de la oferta nacional y que el cambio de las reglas de origen se traduzca en beneficio, en una buena medida, de la producción interna.
Elevar salarios sin incrementar la oferta sería inflacionario o requeriría importar en dólares; los que habrán de escasear y en todo caso deben destinarse a compras estratégicas de lo que no podamos producir internamente.
Lo importante es que las nuevas reglas de origen podrían significar oportunidades para reactivar y fortalecer la industria nacional.
En ambas vertientes, la de la oferta para un mercado interno fortalecido por el incremento salarial, y la de la substituir componentes industriales asiáticos se requieren acciones decididas e inmediatas; la velocidad es indispensable para obtener una buena tajada del pastel y no simplemente dejárselo al vecino del norte.
Hacerlo posible requiere de una nueva estrategia de desarrollo nacional con un liderazgo efectivo del Estado. El cambio en los Estados Unidos es antiglobalizador y podemos abandonar el idealismo neoliberal, de pocos resultados, por una estrategia pragmática en pos de objetivos concretos.
Se requiere que la economía nacional empiece a reorientarse ya, en este año, y de manera decidida, hacia la producción de una mejor canasta de consumo mayoritario, y a la substitución de la importación de componentes industriales de origen asiático.
Amenazar con levantarse de la mesa en la negociación es absurdo, fruto de la falta de imaginación en que nos ha dejado el inmovilismo neoliberal y la ausencia de Estado. En este nuevo reparto de fichas podemos mejorar.
sábado, 4 de marzo de 2017
Ingreso básico
Jorge Faljo
Me había propuesto escribir un artículo sobre Ingreso Básico cuando, buscando en internet más información, encontré que la Comisión Económica para América Latina CEPAL, acaba de patrocinar un encuentro sobre el tema en la Ciudad de México. Una de las muchas señales del interés creciente por establecer el derecho ciudadano a una renta mínima que permita sobrevivir en las sociedades modernas.
La CEPAL expresa así la situación: “Hoy los actores públicos y privados comprenden mejor la importancia de contar con un ingreso mínimo ciudadano que otorgue estabilidad social ante una inevitable transición hacia la robótica, con sus fuertes impactos negativos sobre el empleo.”
Cierto. Todo apunta a que en la siguiente década se perderán millones de empleos debido a avances tecnológicos, desde autos sin chofer hasta lo más emblemático, la robotización de la producción y los servicios. Se agrava la insuficiencia del empleo y en paralelo el deterioro de las condiciones laborales y del ingreso.
Según un estudio reciente de la UNAM una familia de cuatro personas requiere de 445 pesos diarios para cubrir necesidades básicas; el mismo CONEVAL, el organismo oficial encargado de la medición de la pobreza, calcula que el costo de la canasta mínima, alimentaria y no alimentaria, por persona, es de 2,786 pesos mensuales. Ambos estudios concluyen que una familia de cuatro requiere algo más de 10 mil pesos mensuales. ¿Quién los gana?
Lo más paradójico es que no existe un problema de escasez por insuficiencia de la producción. Por lo contrario, el campo, las fábricas y los servicios no operan a toda su capacidad y la producción se paraliza por falta de demanda. Millones buscan trabajo.
En contraste tenemos una concentración de la riqueza nunca antes vista. Según Oxfam Internacional (un conjunto de ONG´s muy reconocido), el 1% más rico de la población percibe más ingresos que el 50% de la población mundial más pobre en su conjunto. Ocho personas en el mundo poseen la misma riqueza que tienen 3,600 millones de los más pobres.
Los muy ricos han multiplicado sus ingresos mientras que las clases medias se estancan y buena parte de los trabajadores retroceden. Los excluidos se hunden en la miseria. En México el retroceso del salario mínimo ha sido brutal y no cubre el costo del consumo básico de acuerdo a datos oficiales. Lo peor es que no avanzamos a la corrección, sino al empeoramiento de la situación.
Parte de la solución sería lo que señala la nueva constitución de la Ciudad de México: “todas las personas tienen derecho a un mínimo vital para asegurar una vida digna”. Es un paso importante aunque a continuación señala el pero: “Las autoridades garantizarán progresivamente la vigencia de los derechos, hasta el máximo de los recursos públicos disponibles.” Es decir hasta donde alcance.
Con lo que el problema es sobre todo incrementar la captación de ingresos fiscales en uno de los países, el nuestro, que menos impuestos cobra a los muy ricos.
Bill Gates, el hombre más rico del mundo gracias a la tecnología de punta, acaba de lanzar una idea que sorprendió a muchos, viniendo de quien viene. Ha propuesto que los robots paguen impuestos y este dinero sirva para apoyar a los desempleados.
La idea no es mala pero es insuficiente, hay que ampliarla. Las grandes empresas, sobre todo las de más avanzada tecnología, arrojan una enorme producción al mercado pero no generan los ingresos en sus trabajadores y en la población en general que les permita comprar esos productos. Cuando venden están absorbiendo la demanda que generan las empresas de menor nivel tecnológico. Esta situación desequilibra el mercado y es la fuente de la concentración extrema del ingreso de un lado y de la destrucción, por falta de demanda, de los demás productores.
Por ello lo ideal sería que las empresas paguen impuestos sobre el diferencial que generan entre producción y demanda. Entre menos empleo e ingresos generen directamente deben contribuir, mediante impuestos, a que la sociedad pueda repare ésta herida en el funcionamiento del mercado.
Buena parte de la población se opone a la entrega de dinero en efectivo como derecho ciudadano. O lo aceptan solo en casos aislados: los viejitos, la población rural en pobreza extrema. Distribuir ingreso en efectivo da la idea de que substituye al trabajo honesto y propiciaría la vagancia. Pero la enorme mayoría de los que no trabajan, digamos unos siete millones de “ninis” lo hacen porque ni tienen acceso a la educación ni al empleo. Yo he hablado con jóvenes de colonias marginadas de la Ciudad de México, que no pueden costearse el ir a Chapultepec, a un museo, no se diga al cine, ni, tampoco, a buscar empleo.
Por otro lado la falta de seguridad en la comida de mañana obliga a ocuparse de lo que sea, limpiavidrios, vendedor callejero, como solución de corto plazo. Pero lo que el país necesita es que se preparen mejor con una visión de mediano plazo. También lleva a que la población venda su voto al mejor postor en vez de una participación política que realmente le favorezca.
Aceptamos el gasto público destinado a educación básica o salud; no nos parecen mal los desayunos escolares y otros gastos en especie. Son esenciales a la supervivencia de muchos.
¿Por qué no un ingreso mínimo vital efectivo? Habría que distribuirlo de manera adecuada y, sobre todo, que sirva para impulsar la producción interna y no las importaciones. No sería un substituto de encontrar un empleo, cuando lo haya, porque la enorme mayoría quiere progresar más allá de lo elemental. Por lo contrario, un ingreso mínimo universal permitiría prepararse mejor para la vida, encontrar empleo a pesar del costo del transporte por ejemplo, generaría demanda que reactive la producción. Contribuiría a hacer efectivos derechos sociales y humanos básicos reconocidos por la Constitución pero que somos remolones en llevarlos a la práctica.
Me había propuesto escribir un artículo sobre Ingreso Básico cuando, buscando en internet más información, encontré que la Comisión Económica para América Latina CEPAL, acaba de patrocinar un encuentro sobre el tema en la Ciudad de México. Una de las muchas señales del interés creciente por establecer el derecho ciudadano a una renta mínima que permita sobrevivir en las sociedades modernas.
La CEPAL expresa así la situación: “Hoy los actores públicos y privados comprenden mejor la importancia de contar con un ingreso mínimo ciudadano que otorgue estabilidad social ante una inevitable transición hacia la robótica, con sus fuertes impactos negativos sobre el empleo.”
Cierto. Todo apunta a que en la siguiente década se perderán millones de empleos debido a avances tecnológicos, desde autos sin chofer hasta lo más emblemático, la robotización de la producción y los servicios. Se agrava la insuficiencia del empleo y en paralelo el deterioro de las condiciones laborales y del ingreso.
Según un estudio reciente de la UNAM una familia de cuatro personas requiere de 445 pesos diarios para cubrir necesidades básicas; el mismo CONEVAL, el organismo oficial encargado de la medición de la pobreza, calcula que el costo de la canasta mínima, alimentaria y no alimentaria, por persona, es de 2,786 pesos mensuales. Ambos estudios concluyen que una familia de cuatro requiere algo más de 10 mil pesos mensuales. ¿Quién los gana?
Lo más paradójico es que no existe un problema de escasez por insuficiencia de la producción. Por lo contrario, el campo, las fábricas y los servicios no operan a toda su capacidad y la producción se paraliza por falta de demanda. Millones buscan trabajo.
En contraste tenemos una concentración de la riqueza nunca antes vista. Según Oxfam Internacional (un conjunto de ONG´s muy reconocido), el 1% más rico de la población percibe más ingresos que el 50% de la población mundial más pobre en su conjunto. Ocho personas en el mundo poseen la misma riqueza que tienen 3,600 millones de los más pobres.
Los muy ricos han multiplicado sus ingresos mientras que las clases medias se estancan y buena parte de los trabajadores retroceden. Los excluidos se hunden en la miseria. En México el retroceso del salario mínimo ha sido brutal y no cubre el costo del consumo básico de acuerdo a datos oficiales. Lo peor es que no avanzamos a la corrección, sino al empeoramiento de la situación.
Parte de la solución sería lo que señala la nueva constitución de la Ciudad de México: “todas las personas tienen derecho a un mínimo vital para asegurar una vida digna”. Es un paso importante aunque a continuación señala el pero: “Las autoridades garantizarán progresivamente la vigencia de los derechos, hasta el máximo de los recursos públicos disponibles.” Es decir hasta donde alcance.
Con lo que el problema es sobre todo incrementar la captación de ingresos fiscales en uno de los países, el nuestro, que menos impuestos cobra a los muy ricos.
Bill Gates, el hombre más rico del mundo gracias a la tecnología de punta, acaba de lanzar una idea que sorprendió a muchos, viniendo de quien viene. Ha propuesto que los robots paguen impuestos y este dinero sirva para apoyar a los desempleados.
La idea no es mala pero es insuficiente, hay que ampliarla. Las grandes empresas, sobre todo las de más avanzada tecnología, arrojan una enorme producción al mercado pero no generan los ingresos en sus trabajadores y en la población en general que les permita comprar esos productos. Cuando venden están absorbiendo la demanda que generan las empresas de menor nivel tecnológico. Esta situación desequilibra el mercado y es la fuente de la concentración extrema del ingreso de un lado y de la destrucción, por falta de demanda, de los demás productores.
Por ello lo ideal sería que las empresas paguen impuestos sobre el diferencial que generan entre producción y demanda. Entre menos empleo e ingresos generen directamente deben contribuir, mediante impuestos, a que la sociedad pueda repare ésta herida en el funcionamiento del mercado.
Buena parte de la población se opone a la entrega de dinero en efectivo como derecho ciudadano. O lo aceptan solo en casos aislados: los viejitos, la población rural en pobreza extrema. Distribuir ingreso en efectivo da la idea de que substituye al trabajo honesto y propiciaría la vagancia. Pero la enorme mayoría de los que no trabajan, digamos unos siete millones de “ninis” lo hacen porque ni tienen acceso a la educación ni al empleo. Yo he hablado con jóvenes de colonias marginadas de la Ciudad de México, que no pueden costearse el ir a Chapultepec, a un museo, no se diga al cine, ni, tampoco, a buscar empleo.
Por otro lado la falta de seguridad en la comida de mañana obliga a ocuparse de lo que sea, limpiavidrios, vendedor callejero, como solución de corto plazo. Pero lo que el país necesita es que se preparen mejor con una visión de mediano plazo. También lleva a que la población venda su voto al mejor postor en vez de una participación política que realmente le favorezca.
Aceptamos el gasto público destinado a educación básica o salud; no nos parecen mal los desayunos escolares y otros gastos en especie. Son esenciales a la supervivencia de muchos.
¿Por qué no un ingreso mínimo vital efectivo? Habría que distribuirlo de manera adecuada y, sobre todo, que sirva para impulsar la producción interna y no las importaciones. No sería un substituto de encontrar un empleo, cuando lo haya, porque la enorme mayoría quiere progresar más allá de lo elemental. Por lo contrario, un ingreso mínimo universal permitiría prepararse mejor para la vida, encontrar empleo a pesar del costo del transporte por ejemplo, generaría demanda que reactive la producción. Contribuiría a hacer efectivos derechos sociales y humanos básicos reconocidos por la Constitución pero que somos remolones en llevarlos a la práctica.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)