Jorge Faljo
Me había propuesto escribir un artículo sobre Ingreso Básico cuando, buscando en internet más información, encontré que la Comisión Económica para América Latina CEPAL, acaba de patrocinar un encuentro sobre el tema en la Ciudad de México. Una de las muchas señales del interés creciente por establecer el derecho ciudadano a una renta mínima que permita sobrevivir en las sociedades modernas.
La CEPAL expresa así la situación: “Hoy los actores públicos y privados comprenden mejor la importancia de contar con un ingreso mínimo ciudadano que otorgue estabilidad social ante una inevitable transición hacia la robótica, con sus fuertes impactos negativos sobre el empleo.”
Cierto. Todo apunta a que en la siguiente década se perderán millones de empleos debido a avances tecnológicos, desde autos sin chofer hasta lo más emblemático, la robotización de la producción y los servicios. Se agrava la insuficiencia del empleo y en paralelo el deterioro de las condiciones laborales y del ingreso.
Según un estudio reciente de la UNAM una familia de cuatro personas requiere de 445 pesos diarios para cubrir necesidades básicas; el mismo CONEVAL, el organismo oficial encargado de la medición de la pobreza, calcula que el costo de la canasta mínima, alimentaria y no alimentaria, por persona, es de 2,786 pesos mensuales. Ambos estudios concluyen que una familia de cuatro requiere algo más de 10 mil pesos mensuales. ¿Quién los gana?
Lo más paradójico es que no existe un problema de escasez por insuficiencia de la producción. Por lo contrario, el campo, las fábricas y los servicios no operan a toda su capacidad y la producción se paraliza por falta de demanda. Millones buscan trabajo.
En contraste tenemos una concentración de la riqueza nunca antes vista. Según Oxfam Internacional (un conjunto de ONG´s muy reconocido), el 1% más rico de la población percibe más ingresos que el 50% de la población mundial más pobre en su conjunto. Ocho personas en el mundo poseen la misma riqueza que tienen 3,600 millones de los más pobres.
Los muy ricos han multiplicado sus ingresos mientras que las clases medias se estancan y buena parte de los trabajadores retroceden. Los excluidos se hunden en la miseria. En México el retroceso del salario mínimo ha sido brutal y no cubre el costo del consumo básico de acuerdo a datos oficiales. Lo peor es que no avanzamos a la corrección, sino al empeoramiento de la situación.
Parte de la solución sería lo que señala la nueva constitución de la Ciudad de México: “todas las personas tienen derecho a un mínimo vital para asegurar una vida digna”. Es un paso importante aunque a continuación señala el pero: “Las autoridades garantizarán progresivamente la vigencia de los derechos, hasta el máximo de los recursos públicos disponibles.” Es decir hasta donde alcance.
Con lo que el problema es sobre todo incrementar la captación de ingresos fiscales en uno de los países, el nuestro, que menos impuestos cobra a los muy ricos.
Bill Gates, el hombre más rico del mundo gracias a la tecnología de punta, acaba de lanzar una idea que sorprendió a muchos, viniendo de quien viene. Ha propuesto que los robots paguen impuestos y este dinero sirva para apoyar a los desempleados.
La idea no es mala pero es insuficiente, hay que ampliarla. Las grandes empresas, sobre todo las de más avanzada tecnología, arrojan una enorme producción al mercado pero no generan los ingresos en sus trabajadores y en la población en general que les permita comprar esos productos. Cuando venden están absorbiendo la demanda que generan las empresas de menor nivel tecnológico. Esta situación desequilibra el mercado y es la fuente de la concentración extrema del ingreso de un lado y de la destrucción, por falta de demanda, de los demás productores.
Por ello lo ideal sería que las empresas paguen impuestos sobre el diferencial que generan entre producción y demanda. Entre menos empleo e ingresos generen directamente deben contribuir, mediante impuestos, a que la sociedad pueda repare ésta herida en el funcionamiento del mercado.
Buena parte de la población se opone a la entrega de dinero en efectivo como derecho ciudadano. O lo aceptan solo en casos aislados: los viejitos, la población rural en pobreza extrema. Distribuir ingreso en efectivo da la idea de que substituye al trabajo honesto y propiciaría la vagancia. Pero la enorme mayoría de los que no trabajan, digamos unos siete millones de “ninis” lo hacen porque ni tienen acceso a la educación ni al empleo. Yo he hablado con jóvenes de colonias marginadas de la Ciudad de México, que no pueden costearse el ir a Chapultepec, a un museo, no se diga al cine, ni, tampoco, a buscar empleo.
Por otro lado la falta de seguridad en la comida de mañana obliga a ocuparse de lo que sea, limpiavidrios, vendedor callejero, como solución de corto plazo. Pero lo que el país necesita es que se preparen mejor con una visión de mediano plazo. También lleva a que la población venda su voto al mejor postor en vez de una participación política que realmente le favorezca.
Aceptamos el gasto público destinado a educación básica o salud; no nos parecen mal los desayunos escolares y otros gastos en especie. Son esenciales a la supervivencia de muchos.
¿Por qué no un ingreso mínimo vital efectivo? Habría que distribuirlo de manera adecuada y, sobre todo, que sirva para impulsar la producción interna y no las importaciones. No sería un substituto de encontrar un empleo, cuando lo haya, porque la enorme mayoría quiere progresar más allá de lo elemental. Por lo contrario, un ingreso mínimo universal permitiría prepararse mejor para la vida, encontrar empleo a pesar del costo del transporte por ejemplo, generaría demanda que reactive la producción. Contribuiría a hacer efectivos derechos sociales y humanos básicos reconocidos por la Constitución pero que somos remolones en llevarlos a la práctica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario