Jorge Faljo
Se acerca una renegociación dura del TLC en la que se parten de posiciones muy encontradas entre México y los Estados Unidos. Ni siquiera se comparte la expectativa de la temporalidad de la negociación.
Para el secretario de relaciones exteriores de México, Luis Videgaray, esta podría comenzar en julio y terminar antes de fin de año. Tal vez a tiempo, en caso de ser exitosa, para lanzarse a la grande. Para Wilbur Ross, el secretario de comercio norteamericano, las negociaciones empezarían en la última parte del año, lo que eso quiera decir, y podrían durar un año. Es decir que podrían cubrir el primer semestre del 2018, o más. Lo cierto es que las negociaciones del TLC en los noventas duraron mucho más tiempo y que ahora las diferencias de enfoque son más fuertes que en aquel entonces.
México se acerca a la negociación con posiciones de principios, de hecho idealizaciones típicas del pensamiento neoliberal. Se habla de defender el libre comercio, la apertura y, en general la globalización. En la ortodoxia neoliberal estos principios aplicados a la práctica habrían de generar buenos resultados económicos y sociales: desarrollo económico, empleo, elevación de salarios, mejores niveles de vida, bienestar y paz social.
No importa que hayan fallado; los principios se pueden olvidar de los resultados siempre y cuando parezcan nobles y se logren imponer en las mentes casi como principios éticos o religiosos.
La visión norteamericana tiene un origen muy distinto: el diagnóstico de lo realmente ocurrido y los objetivos concretos. Para ellos el TLC no cumplió sus promesas.
Un ejemplo curioso de esta posición es que en el proceso de ser confirmado secretario de comercio Wilbur Ross declaró ante los senadores que la teoría del TLC era que los niveles de vida de los dos países tenderían a igualarse y eso no ha ocurrido y que, por el contrario, el poder de compra del trabajador mexicano promedio es ahora mucho peor de lo que era hace cinco o diez años. Lo que no era la intención del TLC. Digo curioso porque cualquiera supondría que eso le tocaría decirlo a los representantes de México y los que lo dicen son los vecinos del norte.
Para Ross el salario de los mexicanos es un asunto importante, al menos eso ha declarado, y sus razones son dos; no quiere que trabajadores que ganan 4 dólares al día compitan con los de allá que ganan 56 y, además, quiere que los mexicanos puedan comprar más productos norteamericanos. Elevar los salarios en México es entonces parte de la estrategia de reducción del déficit y fortalecimiento de su industria.
Otro punto de la renegociación subrayado por Ross es el cambio de las reglas de origen. Estas reglas determinan cual es el trato nacional para un producto que tiene componentes provenientes de múltiples países. En el caso de los automóviles armados en México estos deben tener, hoy en día, por lo menos el 62.5 por ciento de contenido regional; es decir proveniente de los tres países del TLC. Lo que implica un límite máximo de 37.5 por ciento de insumos de fuera de la región.
Estados Unidos va a renegociar las reglas de origen para obligar a un mayor contenido regional; digamos que podría elevarse al 75, 80 o incluso un porcentaje mayor. Esto obligaría a la industria automovilística a substituir proveedores asiáticos por otros que produzcan en México, los Estados Unidos o Canadá. La medida apunta a que nuestras exportaciones tengan más componente norteamericano, y mexicano, y mucho menos de proveniente de China.
¿Puede la economía mexicana resistir, o incluso fortalecerse con estas medidas? Lo primero a considerar es que el cambio es substancial y requiere negociar un periodo de transición apropiado que nos permita prepararnos. Sobre todo será importante diseñar una estrategia en la que el incremento salarial se asocie al fortalecimiento de la oferta nacional y que el cambio de las reglas de origen se traduzca en beneficio, en una buena medida, de la producción interna.
Elevar salarios sin incrementar la oferta sería inflacionario o requeriría importar en dólares; los que habrán de escasear y en todo caso deben destinarse a compras estratégicas de lo que no podamos producir internamente.
Lo importante es que las nuevas reglas de origen podrían significar oportunidades para reactivar y fortalecer la industria nacional.
En ambas vertientes, la de la oferta para un mercado interno fortalecido por el incremento salarial, y la de la substituir componentes industriales asiáticos se requieren acciones decididas e inmediatas; la velocidad es indispensable para obtener una buena tajada del pastel y no simplemente dejárselo al vecino del norte.
Hacerlo posible requiere de una nueva estrategia de desarrollo nacional con un liderazgo efectivo del Estado. El cambio en los Estados Unidos es antiglobalizador y podemos abandonar el idealismo neoliberal, de pocos resultados, por una estrategia pragmática en pos de objetivos concretos.
Se requiere que la economía nacional empiece a reorientarse ya, en este año, y de manera decidida, hacia la producción de una mejor canasta de consumo mayoritario, y a la substitución de la importación de componentes industriales de origen asiático.
Amenazar con levantarse de la mesa en la negociación es absurdo, fruto de la falta de imaginación en que nos ha dejado el inmovilismo neoliberal y la ausencia de Estado. En este nuevo reparto de fichas podemos mejorar.
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