Jorge Faljo
Falta menos de un año para elegir al próximo presidente de México y a otros 3 mil de los llamados servidores públicos elegibles mediante votación, con o sin trucos. Se eligen también nueve gobernadores, senadores y diputados federales, 27 congresos estatales y los ayuntamientos de 26 estados.
Una mega elección en la que encuentra demasiado en juego para una sola jornada electoral y que pone a prueba a las instituciones federales, estatales y municipales. La verdad es que ese diseño de todo al mismo tiempo podría ser prudente en otro país, uno de instituciones recias, de democracia limpia, de plena confianza ciudadana en los resultados. Pero en nuestro caso mejor fuera irnos poco a poco porque el país no está para tanto golpe a la confianza ciudadana.
Aparte de las dudas esenciales referidas a la limpieza y la legitimidad que emane de una magna renovación de individuos quedan otras que son las propias del juego democrático, suponiendo que lo sea.
La que más me interesa es la posibilidad de que esta vez las campañas electorales apelen a la reflexión profunda sobre qué país somos y a dónde queremos ir. Que los candidatos sean explícitos en sus propuestas y planes y que sea una competencia de proyectos de nación bien razonados.
No ha sido así históricamente. Parece que votáramos como si fuéramos a elegir a la flor más bella del ejido, eso cuando no creemos ser parte de un encadenamiento de intereses del que creemos formar parte y eso nos hace fantasiosamente pensar que tal o cual candidato nos conviene en lo personal, porque le favorecerá a la camarilla de la que formamos parte.
Para la mayoría el candidato puede ofrecer algo menos sofisticado durante la campaña o para inmediatamente después; despensa básica, laminas para tapar las goteras en el techo, tinaco, pintar fachada, mochilas escolares o tarjetas para comprar en alguna cadena comercial.
Luego vienen las ofertas para el periodo de gobierno, desde las puntuales como mejor servicio de transporte, agua, escuelas, alimentos escolares, programas de desarrollo social o servicios de salud; hasta las etéreas como paz, seguridad, cohesión social, bienestar y desarrollo. Se pueden firmar ante notario, que ya el tiempo se encargara de borrar de la memoria colectiva y sobran pretextos para justificar el no cumplimiento de lo prometido.
Y finalmente lo importante; lo que no se dice, o se medio dice de forma que no se entienda o se malentienda.
Así fueron las pasadas elecciones presidenciales; más concurso de figuras que presentación de proyectos de gran envergadura. La prueba está en que los grandes logros que presume este régimen, las reformas estructurales, desde la mayor privatización histórica del patrimonio nacional, más el cambio educativo, laboral y demás, no fueron anunciados, mucho menos discutidos y valorados en la campaña electoral.
Tenemos una democracia que a pesar de ser muy costosa es débil en su institucionalidad y procesos. Pero sobre todo lo es en que no logramos comprometer a los candidatos con programas y proyectos explícitos de los que se hagan responsables y sobre los que le rindan cuentas a sus electores. Comparamos hombres guapos, figuras bonitas, ademanes, lenguaje, pero poco logramos saber de sus propósitos de fondo. A menos que supongamos que el de todos es el de enriquecerse.
Nadie toca la solución de fondo al problema económico, Tampoco contamos con la posibilidad del referendo sobre grandes decisiones nacionales. Millones de mexicanos pidieron un referendo sobre la privatización petrolera y la suprema corte lo negó porque afectaba el presupuesto. La pregunta es, ¿si no podemos votar sobre lo que afecta el presupuesto para que lo queremos?
Esta elección debe ser distinta; nos encontramos en procesos de transición mayores y el siguiente sexenio exigirá redefiniciones muy fuertes del modelo de desarrollo. En ello nos va la supervivencia como nación independiente y el bienestar de la mayoría.
Aquí apunto las principales transiciones. La riqueza petrolera del pasado dio para sostener al gobierno mientras la elite se enriquecía y pagaba muy bajos impuestos. Esta era todavía la ilusión de esta administración pero la caída del precio del petróleo no les da para más allá del enriquecimiento personal. El país ya des petrolizado requiere que la elite pague impuestos al nivel que lo hace en cualquier otro país.
El neoliberalismo, el libre comercio, la globalización han fracasado estrepitosamente y lo denuncian sobre todo los pueblos de países industrializados medianamente democráticos. La transición ya inició, con dificultades y confusión, en Estados Unidos y Europa. Aquí será mucho peor, porque habrá que atravesar la barrera de la violencia que arrasa con los intentos de organización y expresión del interés mayoritario.
Ha cambiado el paradigma del interés del consumidor que pregonaba el neoliberalismo a lo que ahora se empieza a defender por todos lados; el interés de los trabajadores por contar con un empleo digno. Lo importante es producir y poder vender. Lo que requiere recuperar la capacidad pública y social para regular el mercado, administrar el comercio y distribuir el ingreso.
En estos grandes temas recaerá la posibilidad de que los mexicanos recuperemos la capacidad de controlar el destino de la nación arrebatándolo al mercado corporativo transnacional.
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