Jorge Faljo
El próximo será un año de grandes definiciones. Pensar en el que termina es más bien deprimente. Tanto que mejor no pensar, y entonces parece que somos indiferentes a los excesos a los que hemos llegado.
Sin embargo, estamos hartos de que haya nuevos records en las cifras de asesinatos, desapariciones, y criminalidad. Tampoco es aceptable la acumulación de casos de corrupción en los que los desvíos que antes eran de millones ahora lo son de miles de millones. O las promesas incumplidas de crecimiento, empleo y bienestar. O la insuficiencia de los servicios de salud; los hospitales saturados; las citas para dentro de seis meses.
Sin embargo, todavía podemos pensar con esperanza en el año que entra. Un optimismo que no nace de la indiferencia sino, por lo contrario, de la percepción de un creciente reclamo social. Nos tiene hartos el entramado político, económico y mediático que garantiza la impunidad personal y el reciclamiento continuo de una clase política sin raíces en nuestro pueblo y nuestra historia. Y la complicidad de una clase empresarial mezquina que controla los medios de comunicación para impedirles cumplir su función social.
No obstante, repito, existen señales positivas que apuntan a la búsqueda de una dirección contrapuesta a la que nos ha hecho olvidar quienes somos: un pueblo que en el pasado ha superado las mayores dificultades apelando a medidas audaces que han recompuesto los callejones sin salida en que nos han metido las elites. Independencia, reforma, revolución, distribución de la tierra, expropiación de la tierra, fueron todos en su momento cambios supuestamente imposibles.
Ahora uno de los ejes principales del reclamo de transformación es el fortalecimiento de las autonomías; es decir de espacios donde sea posible la participación personal en las decisiones. Dejar de ser manipulados.
Lo cual implica marchar contra la tendencia globalizadora de que las decisiones las toman los conocedores; los técnicos supuestamente despolitizados, aunque siempre al servicio del poder. O la de que la economía, una actividad esencialmente social, sea regida por un mercado caprichoso, pero intocable, que enmascara las decisiones de pocos y no se orienta a satisfacer las necesidades sociales. O el supuesto de que México no tiene más destino que bailar al son que se toca desde el exterior y temblar cada vez que Trump estornuda.
En sentido contrario al sometimiento a un destino tenebroso referiré tres experiencias sociales que desafían al sometimiento.
La primera experiencia se difundió a principios de diciembre. Hubo un encuentro de tres días en la Ciudad de México que conjuntó una docena de experiencias mexicanas de trueque y comercio solidario. Se llamó “1er tejido de monedas comunitarias” donde se intercambiaron experiencias prácticas y reflexiones entre grupos de “prosumidores”. Es decir, productores – consumidores que ya producen satisfactores diversos pero que se encuentran excluidos del mercado. Una exclusión que los daña no solo a ellos, sino a la sociedad y la economía y que podría, consideran, resolverse mediante el intercambio entre productores diversos.
El encuentro incluyó intercambio de vivencias de México, Argentina, España y otros países, combinando teoría y práctica. No faltaron las aportaciones espirituales, éticas, ecológicas y, claro está, económicas. En mi humilde opinión me permití recomendarles hablar de vales o cupones y no de monedas para no entrar en conflicto con Banxico. Además enfaticé la conveniencia de incluir en el reclamo el apoyo del gobierno para el fortalecimiento del sector social de la economía.
El segundo ejemplo surgió después de que un bien documentado artículo del periódico Le Monde me hizo entender mucho mejor la experiencia zapatista en el estado de Chiapas. En un territorio con una extensión cercana a la de Bélgica, entre 100 y 250 mil integrantes de las bases zapatistas llevan a cabo el más amplio y perdurable experimento de construcción de autonomía. Sin el menor apoyo público en ese espacio operan escuelas muy eficientes en la enseñanza de conocimientos prácticos adecuados a las circunstancias locales. También de saberes ciudadanos, es decir políticos, para una eficiente gobernabilidad local. Hay buenos servicios de salud básica con un enfoque preventivo. Lo esencial de la alimentación no falta, ni vivienda, ropa y calzado muy modestos.
El nivel de participación es muy fuerte y el cambio social y político impresionante. Funciona un buen sistema de justicia basado no en el castigo sino en la reparación del daño. El sistema funciona para aportar lo esencial a la vida personal, familiar y para la convivencia social pacífica (haciendo a un lado las agresiones externas). Además, evoluciona y se fortalece con la mayor participación de mujeres y jóvenes. Un ejemplo de cambio relevante fue abatir el alcoholismo.
Espero que el resto de los mexicanos le prestemos mayor atención a la gran experiencia de manejo autonómico que ahí se genera.
Menciono apretadamente un tercer caso que me parece de gran interés. Hablo de los menonitas. Un grupo cultural y religioso particular que destaca en el medio campesino mexicano por su alto nivel de bienestar en condiciones de mercado similares a las de muchos otros en fuertes dificultades. Su “secreto” se asocia a una cultura colectiva de solidaridad, austeridad y autonomía.
La pregunta del título deriva de aquel famoso libro de Schumacher, “Lo Pequeño es Hermoso” donde proponía construir fábricas, comunidades, escuelas, hospitales, todo “a la medida de lo humano”. Es decir que debemos evitar perdernos en el gigantismo que nos masifica, nos vuelve desconocidos unos a los otros, y crea espacios en los que no podemos decidir.
Importa reconocer las experiencias que van en contra del gigantismo globalizador y construyen espacios de autonomía a la medida de lo humano y donde cada uno participe y cuente. Espacios de verdadera convivencia donde el ayudarnos los unos a los otros permitiría combatir a los depredadores sociales.
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