Jorge Faljo
Los republicanos descorchan champaña en la Casa Blanca celebrando el mayor recorte de impuestos de los últimos 34 años en los Estados Unidos. Entretanto los demócratas hablan de un asalto al bolsillo de la mayoría para beneficio de la elite multimillonaria.
La reforma es la culminación de un proceso de mala calidad, según los estándares norteamericanos que fueron arrojados por la borda. No hubo audiencias públicas, consultas a expertos y centros de estudio; ni siquiera hubo información oportuna y dialogo con la oposición demócrata.
Una versión previa fue votada con correcciones escritas a mano, poco legibles, de la que se repartieron fotocopias. Otra versión, supuestamente final, se aprobó el martes y, tras descubrirse un par de errores, se invalidó la votación. Finalmente se aprobó el miércoles, ya sin errores evidentes. Y Trump la firmó el viernes 22.
Buena parte de los senadores republicanos votaron a favor por lealtad partidaria y sin haberla estudiado, ni siquiera leído. A lo que voy es que por las prisas es hasta los próximos días que se irán descubriendo sus detalles; posiblemente haya algunas sorpresas.
Lo que se critica de la reforma es que los pobres, trabajadores y clase media serán beneficiados con algunas migajas a lo largo de varios años. Los multimillonarios y sus grandes empresas se ahorrarán miles de millones de dólares en impuestos de manera permanente.
Entre los beneficiados con millones de dólares al año se encuentran Trump y su familia, la mayor parte de su gabinete y toda la elite política. También se redujo el impuesto a las herencias; ahora estarán exentas las de menos de 22 millones. Así que los herederos de los muy ricos están felices.
Cierto que la mayoría de los ciudadanos pagarán menos impuestos. El problema serán los impactos secundarios. El recorte fiscal obligará a la reducción del gasto en programas de beneficio social. Para muchos, los más viejos y enfermos, subirá el costo de sus seguros médicos. Estados Unidos es el único país industrializado sin seguro médico universal.
Lo más importante en el mediano plazo es que aumenta de manera substancial el déficit fiscal; más adelante será necesario reducir el gasto público. Y los republicanos regresarán a la batalla para decir que los ricos merecen más y los pobres no merecen tanto. Una descarnada lucha de clases; ricos contra pobres.
Para México la situación no pinta bien. Pero es difícil saber de qué tamaño será el impacto negativo. Hay analistas que predicen fuga de capitales volátiles y devaluación, sin que sea claro de qué tamaño. Otros, como de costumbre, se ubican en el “no pasa nada”.
El hecho es que, al mejorar las condiciones de la repatriación de las ganancias acumuladas por empresas norteamericanas en el exterior, se alienta el regreso de sus capitales volátiles. Y al elevar la rentabilidad dentro de los Estados Unidos se desalienta la inversión en exterior.
Sin embargo, para nosotros el verdadero gran tema no es el tamaño de la pedrada, sino la vulnerabilidad de nuestro sapo. Es decir, del modelo económico mexicano que depende de las inversiones externas, se orienta a exportación, y donde la competitividad depende de una mano de obra a la que no se le paga ni lo suficiente para que la familia se alimente bien.
Un riesgo fuerte es el de contaminación fiscal. Hay quienes dicen que para competir tenemos que reducir impuestos a las ganancias y a los grandes capitales y elevar el IVA a los consumidores. Es decir, favorecer más a los ricos y apretar el bolsillo de los ciudadanos de a pie. Seguir apostando a la exportación en un contexto de crisis de la globalización no es muy inteligente que digamos. Apretar el consumo mayoritario no solo es empobrecer y elevar la inequidad, sino renunciar a una vía de desarrollo con un mínimo de autonomía.
Otra idea arriesgada es atacar a la informalidad para hacerla pagar impuestos. Cierto que el profesionista independiente que oculta cuantiosos ingresos debe ser obligado a pagar. Pero el grueso de los informales opera en el micro comercio de chucherías y comida.
Basta salir a la calle y ver donde comen los obreros, los Godínez del sector público y privado, los policías, los estudiantes. Comen vitamina T (tacos, tortas, tamales, tlayudas, tostadas), engordadora y barata. Comen barato gracias a los informales. Atacar fiscalmente a los informales obligaría a subirles salario a los empleados formales. También destruiría los refugios de millones de excluidos que no pueden ser incorporados por la economía formal. La informalidad nos salva; habría que formalizar sin destruir. Así que, si no saben, señores de Hacienda, más vale no exprimir a la verdadera informalidad.
Trump avanza inexorable haciendo gala de desprecio a todo el mundo. Se salió del acuerdo de París sobre cambio climático, contra la opinión de todos sus supuestos aliados. Proclamó a Jerusalén como capital de Israel y así avaló la estrategia de limpieza étnica y apartheid. Luego se enfurece por la votación en la ONU en la que 128 países se opusieron a su política y votaron por la legalidad internacional. Solo nueve estados lo apoyaron: Israel (of course), Togo, Guatemala, Nauru, Palau, Micronesia, las islas Marshall y Honduras. Otros, incluido México, se abstuvieron o tuvieron algo más importante que hacer en ese momento.
Su reforma fiscal no es excepción; la opinión pública estaba claramente en contra y no le importó. En cualquier momento Trump podría declarar su salida del TLCAN; o llevar a la expulsión de cientos de miles de jóvenes “dreamers”, los que entraron siendo niños a los Estados Unidos; o acusar a México de la epidemia de muertes por drogadicción; o cualquier otra ocurrencia.
Tal vez el impacto más inmediato sea que el incremento de la incertidumbre basta para hacer daño. Apena darnos cuenta de esta brutal dependencia del exterior cuando los Estados Unidos entran también en un periodo oscuro.
Aquí corremos el riesgo de una política espejo; de fortalecimiento de una autocracia que se atrinchere en la defensa a ultranza (¿o será ul-transa?) de los privilegiados en sus obligaciones fiscales, a costa del deterioro institucional, la impunidad y el incremento de la violencia.
Más que seguir a los gringos debemos fortalecer el estado de derecho y la equidad, para retomar el control de nuestro destino.
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