domingo, 9 de septiembre de 2018

Argentina; la bien portada

Jorge Faljo


Argentina se encuentra en crisis. Es una historia que de alguna manera se repite.

Hacia fines del siglo pasado le apostó a un modelo de atracción de capital externo para que invirtiera y creara empleos. Para darle seguridad a esos inversionistas hizo algo inusitado: amarró su moneda a una paridad fija con el dólar. Estableció por ley la imposibilidad de devaluar. Pero su apuesta falló.

La atracción de capital externo implicó en unos casos la venta de empresas y en otros la destrucción de las que, en un modelo de libre comercio y moneda fuerte, ya no pudieron sobrevivir.

Pero atraer capitales es endeudarse y comprometerse al pago de intereses o a la repatriación de ganancias y se convierte en un camino que requirió cada vez más capitales externos para mantener la apariencia de desarrollo. Se convirtió en una nación importadora que destruyó su industria, generando desempleo y empobrecimiento.

Hasta que tronó el modelo por la insuficiencia en la entrada de dólares y la duda creciente sobre la viabilidad de una moneda fuerte solo por decreto. En 2002 Argentina debía 100 mil millones de dólares por los que pagaba altas tasas de interés para que los inversionistas asumieran el riesgo de prestarle. La situación empeoraba y era contenida con saliva; con discursos en el que las elites financieras de adentro y afuera insistían en que la situación estaba controlada.

Lo que me recuerda el discurso oficial mexicano, respaldado en el exterior, que hacia fines de 1994 insistía en que todo marchaba de perlas.

El caso es que la estrategia financiera del país del sur tronó y llegó a la imposibilidad de pagar. Tras muy duras negociaciones consiguió una quita del 70 por ciento de la deuda, lo que implicó una fuerte pérdida para los inversionistas externos.

Ya que la disyuntiva para el país era la de que su población pudiera comer o bien que los inversionistas obtuvieran las ganancias esperadas, por las que habían arriesgado su dinero. El 92 por ciento de los inversionistas aceptaron el trato. El 8 por ciento restante vendió su deuda en alrededor del 40 por ciento, algo más de lo que les ofrecía el gobierno argentino. La vendieron a fondos especializados en comprar deuda barata para luego demandar su pago total en tribunales norteamericanos. Esas empresas son conocidas como fondos buitres.

Argentina se vio aislada de los mercados financieros internacionales de manera tajante y bajo la constante amenaza de que sus activos gubernamentales podían ser embargados. La situación llegó a extremos en que un buque escuela de su marina que atracó en un puerto africano fue embargado; el avión presidencial no podía volar al exterior porque lo podrían embargar.

Tal situación de aislamiento financiero extremo se mantuvo hasta el 2016. Argentina tuvo que racionar sus dólares. En algún momento rompió un convenio de comercio de automóviles con México porque le implicaba un déficit de mil millones de dólares anuales. De este lado, acostumbrados a déficits enormes, como el de 65 mil millones de dólares que tenemos con China, no vimos nada bien esa decisión.

Pero Argentina tenía que cuidar cada centavo de dólar y estableció medidas de control de cambios que les dificultaban a sus ciudadanos la compra de dólares.

¿Sufrieron mucho los argentinos con el aislamiento? De 2003 a 2013 la indigencia se redujo de 21.1 a 5.5 por ciento y la pobreza de 58.2 a 27.5 por ciento. Fue un incremento notable en los niveles de vida que se tradujo en un importante apoyo popular al gobierno de Cristina Fernández.

Pero en 2014 los precios de los principales productos de exportación de Argentina cayeron en el mercado global, ya no vendía igual y eso impactó en los ingresos públicos y en los niveles de vida. Una parte importante del ingreso público eran los impuestos a la exportación, llamados retenciones. El caso es que el combate a la pobreza se debilitó y en 2014 y 2015 esta volvió a incrementarse, aunque muy lejos de llegar a los niveles de años anteriores.

En este contexto la oposición de derecha logró llevar a la presidencia a uno de los más ricos empresarios del país, Mauricio Macri, que ofreció volver a colocar a Argentina en el mapa mundial. Es decir, a su reinserción en la globalización financiera.

Para volver a ganar la confianza del capital financiero renegoció la deuda externa en sentido contrario; les dio lo que pedían. Así que volvió a endeudar a su país. A cambio obtuvo la entrada de grandes montos de financiamiento externo atraídos por tasas de interés atractivas. Sin embargo, era capital especulativo que más adelante, es decir ahora, haría su “toma de ganancias” y se iría. Lo hace en estos días que en Estados Unidos sube la tasa de interés y bajan los impuestos.

La entrada de financiamiento externo y la apertura al libre comercio se traduce en incremento de las importaciones y en un nuevo tsunami que destruye a la pequeña y mediana industria y crea desempleo.

Macri como parte de sus compromisos con el poderoso sector agroexportador redujo los impuestos a la exportación. Compensó multiplicando las tarifas de electricidad y gas. Para colmo la eliminación del impuesto a la exportación de trigo, sumada a la devaluación se tradujo en fuertes incrementos de la harina y el pan.

En cierta perspectiva Argentina se volvió a portar bien. Se hizo neoliberal, pagó sus viejas deudas, se abrió al libre comercio, atrajo capitales en abundancia. Ahora sufre las consecuencias.

La moneda se ha devaluado a la mitad en lo que va del año. La deuda externa es impagable y tendrá que ser reestructurada; es decir cambiar sus plazos y renegociar tasas de interés. Es posible que incluso se tenga que plantear una quita de capital; con lo que perderían los inversionistas menos avispados que no supieron salirse a tiempo.

Y Macri ha reinstalado las retenciones a las exportaciones. Declara que esos impuestos son malísimos; pero que no tiene otro remedio. Ahora pagarán todos los exportadores, incluso los de manufacturas. Son, por otro lado, los beneficiados por la devaluación.

Macri, el gran empresario, ha hundido a su población a cambio de beneficios para su clase social que difícilmente serán refrendados por el pueblo argentino en las próximas elecciones de octubre de 2019. Así las cosas.

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