Jorge Faljo
Esto del descrecimiento suena extraño. Sin embargo es la bandera de un movimiento social que se propaga de manera notable, sobre todo en países industrializados como Francia o los Estados Unidos. Se trata de algo muy serio, con fuerte sustento intelectual y raíces históricas que provienen tanto de países del norte como del sur, México incluido.
Esta próxima semana, del 3 al 7 de septiembre, se celebrará en la Ciudad de México, la primera semana sobre descrecimiento. Tiene un abultado programa de conferencias, encuentros, brindis y eventos culturales que atrae a personajes de todo el mundo. Es fácil encontrar información sobre este evento en internet. Y existe la oportunidad de escuchar sus planteamientos en boca de sus mejores representantes.
Vienen al evento intelectuales y activistas de todo el mundo; entre ellos representantes de universidades, fundaciones y centros de reflexión muy prestigiados.
Pero, ¿Qué propone el descrecimiento?
Su objetivo central es la sobrevivencia de la humanidad y su planteamiento es que la ideología del crecimiento y su aplicación práctica nos está llevando al abismo. El crecimiento desbocado y prácticamente forzoso, el que se le impone a los pueblos del planeta es esencialmente violento: destruye especies y ataca al medio ambiente; contamina el mar de plástico y el aire de gases que no debiéramos respirar; agota aceleradamente los recursos naturales; destruye la protección que nos brinda la atmosfera contra los rayos solares; no logra manejar los desechos nucleares y filtra radioactividad en la biosfera; introduce modificaciones genéticas sin control y de alto riesgo; nos coloca al borde de la extinción inmediata en caso de guerra nuclear, al tiempo…….el caos.
El planteamiento es que, a cambio de baratijas, plástico, autos y manufacturas diseñadas para servir por poco tiempo (para que compremos de nuevo), sacrificamos lo esencial: ambiente limpio, tiempo libre y posibilidades de convivencia.
Los ricos viven una especie de borrachera; gastan y malgastan para disfrutar el momento sin preocuparse por el futuro ni por lo que su despilfarro le cuesta a los demás, al tercer mundo, a los pobres. Estos últimos ni siquiera disfrutan la borrachera.
A los pobres y a países del sur les toca el saqueo de sus recursos, la destrucción de sus modos de vida tradicionales y el trabajo duro para malvivir entre los desechos del crecimiento. Sobre todo se les engaña con el espejismo de que el crecimiento hará que algún día puedan dejar de ser pobres. Pero ya es muy claro que el consumo de los ricos no se puede expandir; se basa en un derroche de recursos naturales (energéticos, por ejemplo) y contaminación que ha llegado a su límite.
Hace ya treinta años que la mayoría de los norteamericanos, al igual que los mexicanos se empobrecen. El anzuelo del fin de la pobreza ha servido para distraernos del problema de fondo, la glorificación del consumo ilimitado y el derroche absurdo de los pocos.
Betsy De Vos, secretaria de educación de los Estados Unidos, tiene un yate con valor de 40 millones de dólares. Su familia tiene otros nueve yates similares. En general los dueños de yates de millones de dólares en ese país, para no pagar impuestos, los registran bajo bandera de otros países aunque los tienen atracados en sus puertos.
Así como es cada vez más evidente la necesidad de garantizar un ingreso mínimo de sobrevivencia para todos ahora surge otro movimiento que pide que también haya un límite máximo de ingresos. Es difícil de decir cual deba ser, pero combatir el derroche es esencial. Digamos que nadie debería ganar más de medio millón de dólares al año.
Un factor de derroche es el absurdo de una globalización que pasea los componentes de todo tipo de bienes por todo el planeta y requiere enormes cantidades de combustible. En México traemos arroz de Filipinas, kiwis de Nueva Zelanda, piñas enlatadas de indonesia, galletas de Grecia, atún para gatos de los Estados Unidos. Esto cuando en realidad todo lo que necesitamos para vivir bien podría ser producido localmente.
Cada día hay más pobres. No son, por desgracia, aquellos pobres dignos, trabajadores, autosuficientes que salían en las películas de los años cuarenta. Aquellos que el cristianismo pregonaba como los que ganarían el cielo mientras que a los ricos no se les permitiría la entrada y desde entonces y hasta ahora la realidad es que eso, a los que tienen billetes, ni en cuenta...
Los nuevos pobres, son en realidad miserables y dependientes. Muchos de ellos tienen empleos formales pero no ganan lo suficiente para vivir. Incluso en Estados Unidos es la situación de miles de empleados de Waltmart y cadenas de comida rápida que reciben ayuda nutricional del gobierno. Y además se les acusa de ser ellos los despilfarradores.
Proponer el descrecimiento significa abandonar los imperativos del mercado y el crecimiento del Producto, incluido el producto basura, para buscar una vida de calidad sustentada en la frugalidad, la producción local, la cooperación y la solidaridad.
Ojalá y que el abandono de la ruta de la inequidad y la corrupción que recién ha exigido el pueblo de México abra vías a nuevas ideas sobre la manera en que queremos vivir y convivir como sociedad. El evento sobre descrecimiento apunta a esa nueva reflexión.
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