Jorge Faljo
En el primer trimestre de este año la economía mexicana tuvo un “crecimiento negativo” del 0.2 por ciento respecto al trimestre anterior. Si este decrecimiento se hubiera repetido en el segundo trimestre se hablaría de recesión. Por un pelito no fue así. Durante el segundo trimestre la economía creció en 0.1 por ciento.
Para el resto del año la perspectiva es más positiva. Según CEPAL y el Fondo Monetario Internacional la economía crecería entre 0.9 y 1 por ciento en todo el año. Se evitó la calificación técnica de recesión, pero de cualquier modo la situación es básicamente de estancamiento.
México presenta dificultades específicas que explican en parte la situación: la sobre explotación irresponsable que convirtió a Pemex en una pesada carga; la caída del gasto público y de la inversión privada; el impacto por el combate al huachicol a principios de año.
También hay factores internacionales que son posiblemente más amenazadores en el mediano y largo plazos. Toda la economía mundial está en declive. Una de las regiones más afectadas es América Latina. De acuerdo al Fondo Monetario Internacional la perspectiva de crecimiento para la región en 2019 es de tan solo 0.6 por ciento. Aunque si se sustrae a Venezuela de la ecuación, el resto de la región crecería 1.3 por ciento.
Se señala como factor la reducción del crecimiento del comercio mundial a resultas de guerras comerciales impulsadas por la nueva administración norteamericana.
Hace apenas un par de días Trump anunció la imposición de un arancel del 10 por ciento a las importaciones procedentes de China que estaban libres del impuesto del 25 por ciento. Es una escalada más en una disputa comercial que también golpea a buena parte de las exportaciones norteamericanas a ese país. Si bien en menor escala también hay un conflicto similar con la India y un reparto de amenazas que ha incluido a Alemania, Japón, Canadá y, lo sabemos bien, a México.
La creciente incertidumbre que se genera se asocia a una caída de la inversión a nivel planetario. Pero llevamos años en los que las empresas gigantes acumulan enormes montos de capital financiero para el que no encuentran oportunidades de emprendimientos rentables. Gran parte de los capitales del mundo se colocan incluso a tasas de interés negativas en países que ofrecen la máxima seguridad financiera.
Es decir que hay algo más que es lo que en el fondo provoca la baja de inversión y las guerras comerciales. Se trata de la sobreproducción debido a la baja de los ingresos relativos de la mayoría de los consumidores. Pasaron ya los años en que los grandes conglomerados transnacionales se expandían en nuevos mercados; muchos de ellos sostenidos artificiosamente mediante un endeudamiento que los hacia buenos clientes.
Pero esa expansión y el endeudamiento que la sostenía llegaron a sus límites. Y en el camino destruyeron buena parte de las formas de producción pre-globalizadas. Muchos de los pequeños productores convencionales dejaron de serlo para ser reclasificados como pobres necesitados de asistencia. Eso en lugar de ser vistos como productores necesitados de un mercado apropiado a sus condiciones y potencial para la generación de bienes y servicios.
En los Estados Unidos Trump supo abanderar, de manera perversa, el grito nostálgico de los excluidos con la falsa promesa del regreso a un viejo orden. Volver a ser el gran país que ofrecía millones de empleos industriales bien pagados a una clase media mayoritariamente blanca y sin necesidad de estudios universitarios. Pero como la necia realidad no le facilita cumplir esa promesa busca chivos expiatorios, los que sean de otro color, religión o cultura.
Aquí como allá no será fácil salir del estancamiento sin cambios de fondo. No es una mera coyuntura, sino todo un fin de época. Aquí termina el neoliberalismo corrupto que nos deja un país empobrecido, desnacionalizado y con un sector público muy acotado. En el mundo termina la globalización exitosa, que también deja en los Estados Unidos una población traumatizada que exige cambios.
No es tiempo de nostalgias; pero es útil recapitular en los modelos básicos de interacción con el mundo. Los limito a tres grandes opciones.
El primero es el del comercio internacional administrado, o proteccionista. Bajo este modelo México tuvo su época de crecimiento acelerado de los años cuarenta a los setenta del año pasado. La estrategia básica era la substitución de importaciones. Un modelo muy estatista plagado de defectos que, no obstante, permitió elevar substancialmente los niveles de vida de la población.
El segundo sería el modelo de globalización con una competitividad basada en el abaratamiento de la mano de obra y la atracción de capitales externos. Una estrategia que empobreció a los trabajadores, expulsó a millones de ellos, debilitó al mercado interno y dejó la conducción económica en manos del gran capital, en buena medida transnacional. Esta fue la estrategia mexicana de las últimas cuatro décadas.
El tercer modelo es el de competitividad basada en una moneda barata. Se trata de un estilo de globalización tipificado por China que en lugar de atraer capitales externos prestó al resto del mundo sus ganancias en divisas para generarse demanda externa. De ese modo, con escasez interna de dólares, se desalentó el consumo de importaciones y se impulsaron las exportaciones. Bajo esa estrategia China sacó de la miseria a centenares de millones y elevó substancialmente los salarios.
Estados Unidos, anteriormente puntero en la exigencia de libre comercio, tiene ahora un presidente que empuja en favor del primer modelo; el de comercio administrado. Trump acaba de anunciar que impondrá un arancel de 10 por ciento a 300 mil millones de dólares de importaciones procedentes de China; es decir todas la que no son parte de los 250 mil millones de dólares de mercancías que ya están sujetas a un arancel del 25 por ciento.
No es seguro que lo haga. Pero su estrategia no deja las decisiones en manos del mercado; así sea a patadas y jaloneos busca revertir el déficit norteamericano con el resto del mundo. Aparte de administrar el comercio Trump y parte de la elite política señalan que el dólar se encuentra sobrevaluado y piden medidas para tener una moneda más competitiva.
Si Trump sigue adelante con su guerra comercial la situación presentará una importante oportunidad para México. Se trataría de substituir a China como principal socio comercial de los Estados Unidos. Pero ello requeriría un viraje importante en el comercio mexicano. Para venderle más a Estados Unidos tendríamos también que comprometernos a comprarles más. No productos agropecuarios porque aquí es prioritaria la autosuficiencia y generar empleo en el campo. Pero si substituir productos chinos por norteamericanos.
Reducir substancialmente el superávit que tenemos con los Estados Unidos, comprándoles más y, en paralelo, comprarle menos a china, parece la salida más viable a la perspectiva de continuar con décadas de estancamiento. Eso siempre y cuando sea acompañada de una política industrial y agropecuaria fuertemente orientada a la substitución de importaciones.
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