Jorge Faljo
De nuevo el fantasma de una posible recesión provoca grandes inquietudes. Hace un par de semanas se trataba de la posibilidad de que la economía de México fuera declarada en recesión. Los primeros tres meses el país redujo su economía en un 0.2 por ciento; los siguientes tres la elevó en un 0.1 por ciento. Así que escapamos por un pelito de la definición técnica de recesión que sería tener dos trimestres seguidos de crecimiento negativo.
Ahora la incertidumbre es mundial. ¿Estamos en vísperas de una nueva recesión global?
Si así fuera la perspectiva es preocupante. La última, la Gran Recesión del 2008 al 2010, tuvo graves consecuencias. Tan solo en los Estados Unidos se perdieron 8.7 millones de empleos, cerraron 2.5 millones de empresas y alrededor de nueve millones de familias perdieron sus casas, por embargo bancario o porque tuvieron que hacer ventas de emergencia. La población blanca sin estudios universitarios redujo su esperanza de vida debido sobre todo a un incremento del alcoholismo, la drogadicción y menor acceso a servicios médicos. Millones de familias tuvieron que solicitar asistencia nutricional.
La Gran Recesión inició en los Estados Unidos cuando cada vez más familias no pudieron seguir pagando sus deudas al elevarse la tasa de interés; en particular el de las hipotecas de sus casas. Pronto se inundó el mercado de casas en venta sin compradores viables y los precios se fueron al suelo. Millones se encontraron con que debían mucho más que el valor reducido de sus casas. La industria de la construcción paró en seco y con ella la fabricación de todo tipo de materiales y aditamentos como muebles, alfombras, electrodomésticos, aparatos de ejercicio, automóviles y demás.
Los bancos norteamericanos habían vendido los títulos de deuda en todo el mundo y cuando estos se convirtieron en basura, porque eran incobrables, la recesión se extendió al sistema financiero mundial.
En Europa y Japón la producción se redujo en 4.1 y 5.2 por ciento respectivamente. En México la caída se estima que fue de alrededor del 4 por ciento. Así que una nueva recesión no sería cosa de broma.
¿Cuáles son ahora las señales preocupantes?
Alemania e Inglaterra redujeron su producción en el segundo trimestre del año, mientras que Italia no creció. Al parecer Brasil entró en recesión mientras que México la esquivó por muy poco. Son cinco economías que se encuentran entre las 20 más grandes del mundo y en conjunto hacen que la situación sea preocupante. Otras economías como las de Hong Kong y Singapur, también están en problemas. Cierto que son más pequeñas, pero generalmente son buenos indicadores de la situación internacional.
El Fondo Monetario Internacional –FMI-, proyecta para 2019 un crecimiento mundial del 3.2 por ciento. Pero los datos duros indican que en el último trimestre del 2018 el comercio mundial creció por abajo del 2 por ciento y en el primer trimestre del 2019 tan solo un 0.5 por ciento en comparaciones con los mismos periodos de un año antes.
Hay que recordar que desde los años setentas el incremento del comercio internacional ha sido el gran motor de un crecimiento mundial centrado en los grandes conglomerados transnacionales. Este año el crecimiento posible estará centrado en el fortalecimiento de los mercados internos.
Lo esencial a entender de una recesión es que es una caída de la producción, el empleo, los ingresos y el consumo que no ocurre por causas naturales. No hay terremoto, inundación o desastre natural explique estos desastres. ¿Entonces a que se deben?
El problema básico es, de acuerdo al FMI, la debilidad de la demanda, tanto de consumo final como la asociada a la inversión. Visto más a fondo el hecho es que con la globalización se exacerbó una dinámica en la que crece mucho más rápido la productividad que los salarios. Se genera un desequilibrio entre las mercancías que entran al mercado y la capacidad de compra de la población.
Las grandes empresas y la elite mundial acumulan enormes fortunas, pero les resulta cada vez más difícil encontrar oportunidades de inversión rentable. Ante este problema encontraron una solución… de corto plazo. Prestar sus fortunas para generar demanda.
Así que endeudaron a los gobiernos, a las clases medias, a los estudiantes, sobre todo de los países industriales, aunque también a países subdesarrollados. Según el FMI la deuda global alcanzó en 2017 el 225 por ciento del producto mundial; visto en términos per cápita cada habitante del planeta debe unos 86 mil dólares. Lo curioso es que la deuda se concentra en los más ricos.
Importa entender el doble papel del endeudamiento. En su fase inicial genera demanda y de ese modo resuelve el problema de la insuficiencia de los ingresos de la población para consumir todo lo que se ofrece en el mercado, y la insuficiencia de los ingresos de los gobiernos (impuestos) para cumplir con sus tareas.
Pero, así como cualquiera de nosotros con una nueva tarjeta de crédito podemos al principio comprar más, posteriormente la deuda se convierte en nuestra enemiga y nos obliga a apretarnos el cinturón. Es nuestra recesión personal.
El endeudamiento ha sido compañero inseparable de la globalización. Se nos prestó para que pudiéramos comprar. Con ello se generó el negocio adicional de cobrarnos intereses. Pero esta solución es meramente temporal y cuando se agota conduce a la verdadera pesadilla: la destrucción de capacidades de producción sobrantes. Una quiebra masiva de empresas que ya no pueden seguir vendiendo lo que producen.
Cada recesión global destruye millones de empresas; las más débiles, las de tecnología rezagada, las que generan más empleos. Son periodos en los que se afianzan y expanden su espacio de mercado los grandes conglomerados, los monopolios que así salen adelante a costa de los débiles.
Algunos piensan que las guerras comerciales impulsadas por Trump, y las devaluaciones competitivas, como la de China, generan la recesión. Más bien hay que ver que son respuestas agresivas que buscan redefinir donde recaerá lo peor de la destrucción de capacidades productivas.
El contexto es ya bastante malo para una economía sobreglobalizada como la de México. Si el entorno cambia hacia uno de recesión global habrá que instrumentar fuertes medidas de protección de la producción interna, de los ingresos de la población y los del gobierno. Una de las medidas indispensables es substituir el endeudamiento gubernamental por una mayor captación fiscal de ingresos sólidos. Y si no hay recesión… también.
Por el momento repito lo que dijo AMLO ante la perspectiva de una recesión global… toco madera.
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