Jorge Faljo
En 2016 falleció un niño de 12 años en Yamal, una península del norte de Siberia, cercana al Circulo Ártico. Otras 96 personas, casi la mitad niños, fueron hospitalizadas y varias docenas más evacuadas de la zona. Eran Nenets, miembros de una tribu nómada que se mueve con sus rebaños de renos. Fueron afectados por una plaga de ántrax que ocasionó la muerte de unos 2,400 de sus animales. El gobierno ruso respondió con decisión y en 2017 vacunó a cientos de miles de renos de la península.
La noticia es vieja, pero ha vuelto a ser relevante porque ese evento ahora se considera premonitorio de nuevos riesgos para la humanidad.
El ántrax es una enfermedad bacteriana que puede ser mortal; ataca a las ovejas y al ganado y es transmisible a los seres humanos. No había ocurrido un brote de ántrax desde 1941, 75 años antes cuando una epidemia similar diezmó los rebaños locales. En aquel entonces los pobladores concentraron los animales enfermos y crearon cementerios de renos.
Es una región de tundra, un tipo de ecología con una superficie de arbustos y plantas rastreras porque los arboles no pueden crecer en una tierra sumamente dura porque se encuentra congelada. Por la misma razón los cuerpos no se pueden enterrar a profundidad y tampoco es viable quemarlos por la escasez de leña.
A esa tierra congelada se le llama permafrost en inglés; palabra que hemos copiado en español y que combina los significados de permanente con helado. El permafrost puede llegar a tener centenares de metros de profundidad y es básicamente la acumulación de materia orgánica durante millones de años de temperaturas inferiores a cero. En esas regiones cercanas al ártico la superficie se descongela alrededor de unos cincuenta centímetros en el periodo de verano; puede ser menos, o más, según la temperatura del aire y lo prolongado del verano.
Pues 2016 fue un año particularmente cálido en la península de Yamal y el permafrost superficial se derritió a mayor profundidad que de costumbre. Se descongelaron también los cuerpos de los renos muertos hace 75 años y pasaron de estar congelados a descomponerse. Y entonces resurgió el ántrax.
Resulta que el ántrax es una bacteria muy resistente porque forma esporas que le permiten sobrevivir y reactivarse incluso después de estar dos mil quinientos años congeladas. Esta capacidad de supervivencia es también una característica de otras formas de vida muy elementales; se ha descubierto que los musgos, bacterias que forman esporas, diversos virus e incluso gusanos muy simples, los nematodos, pueden sobrevivir a miles de años de congelamiento. Algunos científicos han revivido virus extraídos de decenas de metros de profundidad en el permafrost y que llevaban congelados 32 mil años.
Y ahora el calentamiento global está descongelando el permafrost empezando por sus capas más superficiales, las que tienen docenas de años congeladas y avanzando a las más profundas, las que llevan miles y cientos de miles de años congeladas. En esas capas se han acumulado restos humanos, animales y vegetales durante enormes periodos de tiempo. Sabemos por ejemplo que se han encontrado mamuts congelados hace 20 mil años.
Es una nueva situación que crea el riesgo de que se reactiven todo tipo de zombis; más bien habría que decir micro zombis, los gérmenes de enfermedades desaparecidas hace mucho tiempo.
Un ejemplo del riesgo es que en los años 1890 ocurrió una importante epidemia de viruela en algunos pueblos de Siberia. En uno de ellos numerosos cuerpos fueron enterrados en las capas superficiales del permafrost a las orillas de un rio llamado Kolyma. Ahora, 120 años después el permafrost se está descongelando y la tierra se convierte en un inmenso lodazal que se desmorona hacia el rio. Literalmente se derrite y se mueve.
Los investigadores han encontrado cuerpos en la zona, aun congelados, con las marcas características de la viruela y con fragmentos genéticos del virus, aunque no virus completos y menos que se hayan reactivado. Pero el riesgo existe.
Viruela, peste bubónica y la influenza española de 1918 provocaron epidemias terribles con millones de muertos. Se consideran erradicadas y si renacieran ahora la medicina cuenta con más medios para enfrentarlas. Pero aun así es preocupante que en el permafrost existen sin duda cuerpos de personas que murieron de esas enfermedades y que todo apunta a que el calentamiento global la ira descongelando.
No se trata solo de seres humanos; sino de homínidos en general. Por ejemplo hombres de neandertal que murieron hace 40 mil años de enfermedades que ahora desconocemos.
En algunos casos puede tratarse de enfermedades contra las que los sobrevivientes humanos desarrollaron inmunidad, y la plaga desapareció. Solo que ahora tal vez ya hayamos perdido esa inmunidad de nuestros antepasados.
Que la tierra se descongele implica otros riesgos incluso más graves que los microzombis. El permafrost se compone en de restos vegetales y animales con un alto contenido de agua que al descongelarse empieza a descomponerse.
Se han encontrado en Siberia grandes cráteres que eran un misterio y que ahora se explican por la formación bajo la superficie de grandes burbujas de gas metano. Este es producido por bacterias y, por ignorante diré bichos, que proliferan en la descomposición y que en sus deposiciones expulsan gas metano. Me niego a usar la palabra vulgar que viene a la mente. El caso es que ese es un gas de invernadero que contribuye fuertemente al calentamiento global.
Pensar en inmensos territorios de Alaska, Canadá y Siberia en descomposición genera escalofríos en la comunidad científica.
Además, el permafrost es materia orgánica, es decir carbono captado de la atmosfera por la vida animal y vegetal y acumulado lentamente durante muy largo tiempo. A final de cuentas se trata de carbono; lo mismo que el ser humano extrae del subsuelo como petróleo, carbón o gas y que al devolverlo a la atmosfera provoca el calentamiento del planeta.
En estas regiones muy al norte el calentamiento es más acelerado que en el resto del planeta; hay cada vez más incendios y estos tienen un comportamiento novedoso. Se quema no solo la superficie que tiene pocos arboles; lo grave es que se quema el subsuelo cuando ya descongelado pierde el agua y se transforma en yesca. Así que hay incendios que avanzan a metros bajo tierra soltando más carbono que, digamos, los ya graves incendios en la cuenca del Amazonas.
La humanidad está en riesgo. Algunas señales son muy evidentes; huracanes, oleadas de calor, incendios en el Amazonas y otros. No destaca la pérdida del permafrost que es donde posiblemente se encuentran los mayores peligros: metano, carbono y micro zombis.
Los invito a reproducir con entera libertad y por cualquier medio los escritos de este blog. Solo espero que, de preferencia, citen su origen.
domingo, 29 de septiembre de 2019
lunes, 23 de septiembre de 2019
Estamos muy gordos
Jorge Faljo
Hace unos días vi una película muy vieja, de por los años setenta. En la película además de los actores era posible ver a bastante más gente que sin ser actores eran parte del escenario haciendo actividades cotidianas como caminar en la calle, estar formados para entrar a un evento deportivo o cosas por el estilo. Eran gente de todas las edades.
Me pasaba lo que ocurre cuando uno se reencuentra con un amigo o amiga y le nota algo raro. Algo se hizo, pero uno no sabe bien a bien que. Tal vez se cortó el cabello o le cambió el color, trae otros lentes o, si es hombre, se dejó el bigote. Uno se tarda unos minutos en identificar lo que cambió, o de plano le pregunta: ¿Qué te hiciste que te vez diferente?
Así me pasaba con la película; había algo raro. Hasta que me di cuenta del motivo de mi inquietud: estaban flacos. No en el sentido de enfermos o hambrientos; más bien flacos saludables, pero con bajo peso desde la perspectiva de mi propio estándar actual. Y es que ahora estamos gordos… y menos saludables.
Según la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición realizada en 2016, la más reciente de momento, el 73 por ciento de los adultos de México tenemos sobrepeso u obesidad, es decir más de 60 millones de personas. También el 36 por ciento de los adolescentes y uno de cada tres niños.
El resultado es que cada año mueren cerca de 90 mil personas por enfermedades asociadas a la obesidad, sobre todo diabetes, pero también enfermedades cardiovasculares, respiratorias e infecciosas. Cerca de la mitad de estas muertes son de personas en edad laboral; lo que implica que ellos y sus familias pierden años de ingresos. El tratamiento de una diabetes complicada y prolongada en medicina privada puede ascender, a lo largo de varios años, a más de un millón y medio de pesos. Tratarla adecuadamente, prolongando las capacidades y vida del paciente costaría la décima parte.
Para el sector de salud público el costo de atender la obesidad y las enfermedades relacionadas es de más de 120 mil millones de pesos al año. Sin embargo, estudios del Banco Mundial y la Organización Internacional del Trabajo la pérdida económica anual sería de 250 mil millones de pesos si se le suma la pérdida en productividad, ausentismo laboral y menos años de trabajo.
Nos hemos vuelto gordos y no es fácil retroceder en este camino porque es el resultado de todo un cambio en estilos de vida. La modernidad impone prisas cotidianas y presiona la entrada al trabajo de hombres y mujeres; hay menos tiempo para preparar la comida en casa. Así que nos vamos por la vía fácil de comer alimentos industrializados, ya preparados y adaptados a vivir de prisa.
Y con ello la industria ha hecho su agosto vendiéndonos chatarra. Del viejo taco de frijoles con quelites y chile, tal vez algo de queso; hemos pasado al pan dulce industrializado y al refresco elevando el consumo de harinas, grasas y azúcar. La modernidad deteriora la alimentación sobre todo en nuestro país donde gobierno y sociedad no han hecho la tarea de controlar a la industria y mantener tradiciones más saludables.
En estos días la industria de alimentos en México se retuerce quejándose de los costos que le puede implicar las nuevas normas de etiquetado de advertencia sobre contenidos excesivos de ingredientes poco saludables: azúcar, sal, grasas y demás. Se quejan del costo de cambiar los empaques; pero lo que realmente les afectaría es una disminución del consumo de sus mercancías y el esfuerzo por reformular sus productos de maneras más saludables.
Los gustos son maleables. A mí me dijeron que tenía que reducir el consumo de sal y al principio no me gustó mucho. Ya me acostumbré y ahora cuando como en la calle todo me parece salado y tengo que pedir que le pongan menos sal a mi comida. Igual ocurre con el azúcar; en México los refrescos tienen más azúcar que en otros países; así nos han acostumbrado.
Algunos tienen la teoría de que en la medida en que el modelo económico empobreció a la población el gobierno relajó las normas nutricionales y de calidad de los productos para permitir su abaratamiento. Así que ahora consumimos atún que es en realidad soya, yogurts con harina, lo que en realidad los convierte en engrudo, quesos boligoma y todo sobre endulzado para disimular su baja calidad. Con la pobreza vino el achatarramiento del consumo de la mayoría y con la mala nutrición el deterioro de la calidad de vida. Y las ganancias privadas se convirtieron en enorme gasto público.
Parte de la recuperación de la calidad de los alimentos es conseguir que los alimentos procesados tengan un etiquetado claro, comprensible y que permita hacer comparaciones entre unos y otros con gran facilidad. Es solo un paso en la dirección correcta. Habrá que vigilar que el impacto sea real; que realmente induzca modificaciones en la dieta que contribuyan a restaurar la salud de la población.
Alguna vez vi un documental sobre una primaria en Japón donde los niños se preparaban una comida saludable como parte de las actividades escolares. En Argentina vi escuelas con cocinas donde las madres preparaban los alimentos que comerían sus hijos en la escuela. En otro video vi los niños de una escuela de Francia comiendo alimentos que aquí o en los Estados Unidos serían considerados gourmet por su alta calidad.
Son países donde no se trata simplemente de alimentar, sino de educar y transmitir una cultura. Lo menos que deberíamos hacer es enseñar a leer correctamente la lista de ingredientes de los alimentos.
En la lucha contra la obesidad un paso importante será hacer efectivo el derecho al agua potable para todos. El consumo de refrescos se ha convertido en un gran negocio; nos encontramos entre los mayores consumidores de refrescos y agua embotellada del mundo. Un espacio donde debe ser gratuita y saludable es la escuela. Sería parte de una enseñanza importante; que beber agua no azucarada es lo más natural.
Lo que comemos es hoy en día un asunto multidimensional de gran importancia: es un factor de la salud o enfermedad de la mayoría, más importante aún que las medicinas; estar gordos obliga al sistema de salud a atender a un alto costo enfermedades que son prevenibles y ni siquiera debieran existir. Evitar el sobrepeso prevendría muchos sufrimientos. Y ahora sabemos que una dieta saludable, más basada en granos y plantas, tendría un impacto positivo en el medio ambiente.
Así que a comer mejor y adelgazar.
Hace unos días vi una película muy vieja, de por los años setenta. En la película además de los actores era posible ver a bastante más gente que sin ser actores eran parte del escenario haciendo actividades cotidianas como caminar en la calle, estar formados para entrar a un evento deportivo o cosas por el estilo. Eran gente de todas las edades.
Me pasaba lo que ocurre cuando uno se reencuentra con un amigo o amiga y le nota algo raro. Algo se hizo, pero uno no sabe bien a bien que. Tal vez se cortó el cabello o le cambió el color, trae otros lentes o, si es hombre, se dejó el bigote. Uno se tarda unos minutos en identificar lo que cambió, o de plano le pregunta: ¿Qué te hiciste que te vez diferente?
Así me pasaba con la película; había algo raro. Hasta que me di cuenta del motivo de mi inquietud: estaban flacos. No en el sentido de enfermos o hambrientos; más bien flacos saludables, pero con bajo peso desde la perspectiva de mi propio estándar actual. Y es que ahora estamos gordos… y menos saludables.
Según la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición realizada en 2016, la más reciente de momento, el 73 por ciento de los adultos de México tenemos sobrepeso u obesidad, es decir más de 60 millones de personas. También el 36 por ciento de los adolescentes y uno de cada tres niños.
El resultado es que cada año mueren cerca de 90 mil personas por enfermedades asociadas a la obesidad, sobre todo diabetes, pero también enfermedades cardiovasculares, respiratorias e infecciosas. Cerca de la mitad de estas muertes son de personas en edad laboral; lo que implica que ellos y sus familias pierden años de ingresos. El tratamiento de una diabetes complicada y prolongada en medicina privada puede ascender, a lo largo de varios años, a más de un millón y medio de pesos. Tratarla adecuadamente, prolongando las capacidades y vida del paciente costaría la décima parte.
Para el sector de salud público el costo de atender la obesidad y las enfermedades relacionadas es de más de 120 mil millones de pesos al año. Sin embargo, estudios del Banco Mundial y la Organización Internacional del Trabajo la pérdida económica anual sería de 250 mil millones de pesos si se le suma la pérdida en productividad, ausentismo laboral y menos años de trabajo.
Nos hemos vuelto gordos y no es fácil retroceder en este camino porque es el resultado de todo un cambio en estilos de vida. La modernidad impone prisas cotidianas y presiona la entrada al trabajo de hombres y mujeres; hay menos tiempo para preparar la comida en casa. Así que nos vamos por la vía fácil de comer alimentos industrializados, ya preparados y adaptados a vivir de prisa.
Y con ello la industria ha hecho su agosto vendiéndonos chatarra. Del viejo taco de frijoles con quelites y chile, tal vez algo de queso; hemos pasado al pan dulce industrializado y al refresco elevando el consumo de harinas, grasas y azúcar. La modernidad deteriora la alimentación sobre todo en nuestro país donde gobierno y sociedad no han hecho la tarea de controlar a la industria y mantener tradiciones más saludables.
En estos días la industria de alimentos en México se retuerce quejándose de los costos que le puede implicar las nuevas normas de etiquetado de advertencia sobre contenidos excesivos de ingredientes poco saludables: azúcar, sal, grasas y demás. Se quejan del costo de cambiar los empaques; pero lo que realmente les afectaría es una disminución del consumo de sus mercancías y el esfuerzo por reformular sus productos de maneras más saludables.
Los gustos son maleables. A mí me dijeron que tenía que reducir el consumo de sal y al principio no me gustó mucho. Ya me acostumbré y ahora cuando como en la calle todo me parece salado y tengo que pedir que le pongan menos sal a mi comida. Igual ocurre con el azúcar; en México los refrescos tienen más azúcar que en otros países; así nos han acostumbrado.
Algunos tienen la teoría de que en la medida en que el modelo económico empobreció a la población el gobierno relajó las normas nutricionales y de calidad de los productos para permitir su abaratamiento. Así que ahora consumimos atún que es en realidad soya, yogurts con harina, lo que en realidad los convierte en engrudo, quesos boligoma y todo sobre endulzado para disimular su baja calidad. Con la pobreza vino el achatarramiento del consumo de la mayoría y con la mala nutrición el deterioro de la calidad de vida. Y las ganancias privadas se convirtieron en enorme gasto público.
Parte de la recuperación de la calidad de los alimentos es conseguir que los alimentos procesados tengan un etiquetado claro, comprensible y que permita hacer comparaciones entre unos y otros con gran facilidad. Es solo un paso en la dirección correcta. Habrá que vigilar que el impacto sea real; que realmente induzca modificaciones en la dieta que contribuyan a restaurar la salud de la población.
Alguna vez vi un documental sobre una primaria en Japón donde los niños se preparaban una comida saludable como parte de las actividades escolares. En Argentina vi escuelas con cocinas donde las madres preparaban los alimentos que comerían sus hijos en la escuela. En otro video vi los niños de una escuela de Francia comiendo alimentos que aquí o en los Estados Unidos serían considerados gourmet por su alta calidad.
Son países donde no se trata simplemente de alimentar, sino de educar y transmitir una cultura. Lo menos que deberíamos hacer es enseñar a leer correctamente la lista de ingredientes de los alimentos.
En la lucha contra la obesidad un paso importante será hacer efectivo el derecho al agua potable para todos. El consumo de refrescos se ha convertido en un gran negocio; nos encontramos entre los mayores consumidores de refrescos y agua embotellada del mundo. Un espacio donde debe ser gratuita y saludable es la escuela. Sería parte de una enseñanza importante; que beber agua no azucarada es lo más natural.
Lo que comemos es hoy en día un asunto multidimensional de gran importancia: es un factor de la salud o enfermedad de la mayoría, más importante aún que las medicinas; estar gordos obliga al sistema de salud a atender a un alto costo enfermedades que son prevenibles y ni siquiera debieran existir. Evitar el sobrepeso prevendría muchos sufrimientos. Y ahora sabemos que una dieta saludable, más basada en granos y plantas, tendría un impacto positivo en el medio ambiente.
Así que a comer mejor y adelgazar.
domingo, 15 de septiembre de 2019
Presupuesto insuficiente
Jorge Faljo
Este fin de año la discusión del PEF, el presupuesto de egresos de la federación, apunta a ser particularmente álgida. La Secretaría de Hacienda acaba de entregar el domingo pasado a la Cámara de Diputados su propuesta para el 2020. En ella se dará la discusión central y deberá haber un presupuesto aprobado por mayoría el 15 de noviembre a más tardar.
No hay documento de política pública más importante pues en él se señala el monto a gastar y, más importante, como se van a distribuir los dineros del gasto público. Lo que incluye a los tres poderes de la federación, ejecutivo, legislativo y judicial, a las entidades autónomas y a los gobiernos estatales y municipales.
El presupuesto se desgaja en múltiples destinos que van del pago de los intereses de la deuda acumulada a los costos de la administración, lo destinado a proyectos de inversión, programas sociales y de impulso a la producción, pensiones y demás. En conjunto el presupuesto es la radiografía de las prioridades, y también de las limitaciones gubernamentales.
Este presupuesto es ya el centro de disputa entre grupos y entidades con intereses legítimos pero que difícilmente caben todos bajo la cobija de la austeridad. El dinero no alcanza.
Las reacciones ante el presupuesto se pueden ver en dos niveles, en primero lugar el general y en segundo el de la multitud de intereses particulares.
En el plano general la reacción de los grandes capitales financieros y empresariales es predominantemente buena pero desconfiada. Representa bien esta posición el licenciado Gustavo de Hoyos, presidente de la Confederación Patronal de la República Mexicana cuando califica al paquete económico (ingresos y egresos) como “conservador y ortodoxo”, lo que viniendo de su parte es un elogio. Aah, pero también dijo que era “optimista y hasta soñador”. Una linda manera de expresar su escepticismo.
Desde la perspectiva financiera el presupuesto es ortodoxo porque es austero. El gobierno va a gastar menos de lo que recibirá de ingresos y el diferencial se destinará al pago de los intereses de la deuda. Con ello se contiene el incremento del endeudamiento y se genera confianza en la capacidad de pago gubernamental. Por otra parte, es optimista y soñador porque proyecta un ritmo de crecimiento y una plataforma de producción petrolera, de los que dependen buena parte de los ingresos que podrían no ser alcanzados.
Si no se alcanza un crecimiento del 2 por ciento en 2020 se verían afectados los ingresos y eso daría pie a todavía menor gasto, o endeudamiento. Y la mayoría de los analistas ubican el futuro crecimiento de ese año en alrededor del 1.4 por ciento.
Viene al caso recordar que las cifras de julio pasado señalan una baja de 10 por ciento en la captación del impuesto sobre la renta respecto al mismo mes del año anterior. También bajó la entrada de IVA en un 7.9 por ciento. Lo que daría pie a pensar que en lo que resta de este año podría ocurrir un crecimiento menor al previsto, incluso negativo. Para el Banco de México, en desacuerdo con AMLO, la perspectiva es de marcada incertidumbre.
El equilibrio fiscal y gastar menos de lo que se recibe, para no incrementar la deuda son bien vistos, todos opinan que es lo mejor siempre y cuando y la austeridad recaiga en los bueyes de mi compadre y no en los propios.
La Confederación de Cámaras Industriales se opone a la reducción de la inversión física, desde construcción y mantenimiento de carreteras, escuelas, hospitales y demás. No solo tendría un efecto negativo en la generación de empleo, ellos dicen, sino en el número y monto de contratos públicos, yo creo.
Es tal la preocupación que el presidente del Consejo Coordinador Empresarial, Carlos Salazar Lomelín, dijo que puede haber un pequeño margen de maniobra en la búsqueda del superávit primario; es decir que para ellos el presupuesto podría ser algo menos ortodoxo.
No son los únicos inquietos.
La Conago, que abarca a prácticamente todos los gobernadores de todos los partidos, ha programado reuniones para armar un frente común y buscar que se modifique el actual proyecto. Van a pedir una reunión con el secretario de Hacienda, Arturo Herrera y todo su equipo para que no les reduzcan presupuestos, el de infraestructura y los demás.
Desde más abajo en la escala socioeconómica también surgen protestas. Si no se modifica la propuesta presupuestal los pueblos indígenas sufrirán un brutal recorte en apoyos, dijo la Red Nacional Indígena.
Por su parte el Consejo Agrario Permanente, que abarca a diversas agrupaciones de productores rurales, afirma que la reducción del 29.3 por ciento en los programas productivos de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural, si no se corrige, provocará una “pronunciada caída de la producción agropecuaria”, un marcado desequilibrio en la balanza comercial correspondiente, deteriorará las condiciones de vida y la estabilidad social del medio rural. Este presupuesto contradice los compromisos presidenciales y del Plan Nacional de Desarrollo en favor del rescate del campo y la autosuficiencia alimentaria.
Numerosas otras entidades y sectores apuntan en la misma dirección: no nos descobijen. Y este grito colectivo sobre la insuficiencia presupuestal extiende la percepción de que la solución de fondo requiere incrementar los ingresos públicos.
Alfonso Ramírez Cuéllar, presidente de la Comisión de Presupuesto de la Cámara de Diputados, de Morena, acaba de señalar que “el dinero no va a alcanzar”. Considera que existe un potencial recaudatorio no explotado sin infringir la promesa de AMLO de no subir impuestos en sus primeros tres años de gobierno.
Para otros muchos, algunos inesperados, es necesaria una reforma fiscal. El presidente del Consejo Coordinador Empresarial también dijo que habrá necesidad de discutir recursos adicionales para el erario y que no sean los más pobres los que paguen esos impuestos. Lo que indica cierta conciencia del empresariado acerca de la necesidad de fortalecer el gasto público, el social y el que directamente los favorece en un contexto en que el mayor endeudamiento es inviable.
Concuerda con ellos el Fondo Monetario Internacional que en noviembre pasado le propuso al gobierno de México elevar sus ingresos e impulsar la equidad socioeconómica aumentando la progresividad del impuesto sobre la renta, con impuestos a los ingresos financieros y a las grandes herencias y propiedades, entre otros.
Cada día es más evidente que seguir como paraíso fiscal para las grandes fortunas es un obstáculo que tendremos que saltar más pronto que tarde.
Este fin de año la discusión del PEF, el presupuesto de egresos de la federación, apunta a ser particularmente álgida. La Secretaría de Hacienda acaba de entregar el domingo pasado a la Cámara de Diputados su propuesta para el 2020. En ella se dará la discusión central y deberá haber un presupuesto aprobado por mayoría el 15 de noviembre a más tardar.
No hay documento de política pública más importante pues en él se señala el monto a gastar y, más importante, como se van a distribuir los dineros del gasto público. Lo que incluye a los tres poderes de la federación, ejecutivo, legislativo y judicial, a las entidades autónomas y a los gobiernos estatales y municipales.
El presupuesto se desgaja en múltiples destinos que van del pago de los intereses de la deuda acumulada a los costos de la administración, lo destinado a proyectos de inversión, programas sociales y de impulso a la producción, pensiones y demás. En conjunto el presupuesto es la radiografía de las prioridades, y también de las limitaciones gubernamentales.
Este presupuesto es ya el centro de disputa entre grupos y entidades con intereses legítimos pero que difícilmente caben todos bajo la cobija de la austeridad. El dinero no alcanza.
Las reacciones ante el presupuesto se pueden ver en dos niveles, en primero lugar el general y en segundo el de la multitud de intereses particulares.
En el plano general la reacción de los grandes capitales financieros y empresariales es predominantemente buena pero desconfiada. Representa bien esta posición el licenciado Gustavo de Hoyos, presidente de la Confederación Patronal de la República Mexicana cuando califica al paquete económico (ingresos y egresos) como “conservador y ortodoxo”, lo que viniendo de su parte es un elogio. Aah, pero también dijo que era “optimista y hasta soñador”. Una linda manera de expresar su escepticismo.
Desde la perspectiva financiera el presupuesto es ortodoxo porque es austero. El gobierno va a gastar menos de lo que recibirá de ingresos y el diferencial se destinará al pago de los intereses de la deuda. Con ello se contiene el incremento del endeudamiento y se genera confianza en la capacidad de pago gubernamental. Por otra parte, es optimista y soñador porque proyecta un ritmo de crecimiento y una plataforma de producción petrolera, de los que dependen buena parte de los ingresos que podrían no ser alcanzados.
Si no se alcanza un crecimiento del 2 por ciento en 2020 se verían afectados los ingresos y eso daría pie a todavía menor gasto, o endeudamiento. Y la mayoría de los analistas ubican el futuro crecimiento de ese año en alrededor del 1.4 por ciento.
Viene al caso recordar que las cifras de julio pasado señalan una baja de 10 por ciento en la captación del impuesto sobre la renta respecto al mismo mes del año anterior. También bajó la entrada de IVA en un 7.9 por ciento. Lo que daría pie a pensar que en lo que resta de este año podría ocurrir un crecimiento menor al previsto, incluso negativo. Para el Banco de México, en desacuerdo con AMLO, la perspectiva es de marcada incertidumbre.
El equilibrio fiscal y gastar menos de lo que se recibe, para no incrementar la deuda son bien vistos, todos opinan que es lo mejor siempre y cuando y la austeridad recaiga en los bueyes de mi compadre y no en los propios.
La Confederación de Cámaras Industriales se opone a la reducción de la inversión física, desde construcción y mantenimiento de carreteras, escuelas, hospitales y demás. No solo tendría un efecto negativo en la generación de empleo, ellos dicen, sino en el número y monto de contratos públicos, yo creo.
Es tal la preocupación que el presidente del Consejo Coordinador Empresarial, Carlos Salazar Lomelín, dijo que puede haber un pequeño margen de maniobra en la búsqueda del superávit primario; es decir que para ellos el presupuesto podría ser algo menos ortodoxo.
No son los únicos inquietos.
La Conago, que abarca a prácticamente todos los gobernadores de todos los partidos, ha programado reuniones para armar un frente común y buscar que se modifique el actual proyecto. Van a pedir una reunión con el secretario de Hacienda, Arturo Herrera y todo su equipo para que no les reduzcan presupuestos, el de infraestructura y los demás.
Desde más abajo en la escala socioeconómica también surgen protestas. Si no se modifica la propuesta presupuestal los pueblos indígenas sufrirán un brutal recorte en apoyos, dijo la Red Nacional Indígena.
Por su parte el Consejo Agrario Permanente, que abarca a diversas agrupaciones de productores rurales, afirma que la reducción del 29.3 por ciento en los programas productivos de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural, si no se corrige, provocará una “pronunciada caída de la producción agropecuaria”, un marcado desequilibrio en la balanza comercial correspondiente, deteriorará las condiciones de vida y la estabilidad social del medio rural. Este presupuesto contradice los compromisos presidenciales y del Plan Nacional de Desarrollo en favor del rescate del campo y la autosuficiencia alimentaria.
Numerosas otras entidades y sectores apuntan en la misma dirección: no nos descobijen. Y este grito colectivo sobre la insuficiencia presupuestal extiende la percepción de que la solución de fondo requiere incrementar los ingresos públicos.
Alfonso Ramírez Cuéllar, presidente de la Comisión de Presupuesto de la Cámara de Diputados, de Morena, acaba de señalar que “el dinero no va a alcanzar”. Considera que existe un potencial recaudatorio no explotado sin infringir la promesa de AMLO de no subir impuestos en sus primeros tres años de gobierno.
Para otros muchos, algunos inesperados, es necesaria una reforma fiscal. El presidente del Consejo Coordinador Empresarial también dijo que habrá necesidad de discutir recursos adicionales para el erario y que no sean los más pobres los que paguen esos impuestos. Lo que indica cierta conciencia del empresariado acerca de la necesidad de fortalecer el gasto público, el social y el que directamente los favorece en un contexto en que el mayor endeudamiento es inviable.
Concuerda con ellos el Fondo Monetario Internacional que en noviembre pasado le propuso al gobierno de México elevar sus ingresos e impulsar la equidad socioeconómica aumentando la progresividad del impuesto sobre la renta, con impuestos a los ingresos financieros y a las grandes herencias y propiedades, entre otros.
Cada día es más evidente que seguir como paraíso fiscal para las grandes fortunas es un obstáculo que tendremos que saltar más pronto que tarde.
domingo, 8 de septiembre de 2019
Desarrollar sin invertir
Jorge Faljo
Dediqué mi entrega anterior a la relación entre crecimiento y desarrollo y me han hecho algunas preguntas que creo conveniente aclarar. Sostuve que México creció, poco y sin real desarrollo en las últimas cuatro décadas. En ese periodo la mayoría se empobreció, millones tuvieron que emigrar y hubo deterioro ambiental. La ausencia de fortalecimiento del mercado interno y la mayor inequidad se convirtieron en obstáculos a un crecimiento dinámico.
Lo más relevante en una coyuntura en que el país no crece es reflexionar sobre si es posible el desarrollo, entendido como mejoría del bienestar de la mayoría, sin que al mismo tiempo haya crecimiento.
Avanzar hacia la equidad y una mejora substancial del consumo de la mayoría sin mayor producción sería altamente conflictivo. Y tal vez ni siquiera posible, porque es evidente que tendría que acompañarse de un mayor volumen de satisfactores: alimentos, vestido, calzado, vivienda y servicios públicos.
Desde esta perspectiva no cualquier crecimiento es apropiado. La producción para el consumo popular no ha sido prioridad en las pasadas cuatro décadas; lo que se nos dijo es que para desarrollarnos la prioridad tendría que ser la exportación. No era cierto y el modelo no creó desarrollo y el crecimiento fue minúsculo; muy inferior al de la media internacional.
Cambiar el énfasis del mero crecimiento al desarrollo implica cambiar las prioridades de producción. Y no solo el qué, sino el cómo.
Cambiar las prioridades del sector público es una decisión esencialmente política, la que tomó el pueblo de México en las pasadas elecciones; el resultado es que este régimen reorienta importantes recursos hacia las transferencias sociales, los apoyos al consumo de grupos vulnerables.
Sin embargo el abandono del modelo nacionalista y la desatención al mercado interno, que duró décadas, nos coloca en una situación de debilidad productiva en la que el incremento del consumo popular podría tener que ser satisfecho con importaciones. No es una perspectiva; es un hecho que se acentúa desde hace muchos años. Dependemos de las importaciones en el consumo de alimentos, ropa y calzado (incluso de “paca”) y no se diga en electrodomésticos y electrónicos.
La entrada de remesas provenientes de trabajadores en el exterior ha sido una gran contribución al bienestar de millones de sus familiares. Pero no ha sido, en su mayor parte, un recurso de inversión sino un incentivador de la globalización del consumo popular. Es decir, de la mayor dependencia de la producción de transnacionales de México, China o los Estados Unidos.
Las transferencias sociales tal y como han sido planteadas por la actual administración corren el riesgo de apuntalar esa tendencia: la transnacionalización del consumo popular, demandar lo que las empresas globalizadas inducen a que se compre.
Elevar de manera substancial el consumo popular sin inserción productiva de las mayorías lleva a topar con tres obstáculos: uno sería una mayor demanda de importaciones y dólares en un momento en que conseguirlos se torna más difícil; el segundo es la capacidad financiera del gobierno para ampliar una estrategia redistributiva, y ya vemos que no es mucha; el tercero es la poca disposición e incluso la posibilidad de actuar del semiparalizado sector globalizado de la economía nacional para, por medio de impuestos, cargar con el peso del asistencialismo en gran escala.
No parece viable que la inversión privada se reoriente a la producción para el consumo popular. No lo ha hecho en décadas, no es su interés, no son sus capacidades y no hay la perspectiva de alta rentabilidad. El sector de grandes empresas, el altamente favorecido por la concentración de la riqueza y que tiene la sartén de la inversión por el mango, simplemente no lo hará.
Pero no estamos ante un callejón sin salida. Es posible acrecentar la producción para el consumo mayoritario sin inversión, mediante una estrategia de reactivación de capacidades. Van ejemplos.
Hace años en un pueblo de Oaxaca les pregunté a un grupo de señoras que les había parecido un curso de cría de cerdos y elaboración de productos cárnicos. Estaban contentas porque para tomar el curso recibieron una beca en efectivo. Todas declaraban tener entre dos y cinco cerdos en sus traspatios. Pero al preguntarles cuantos cerdos tenían a mediados de los años ochenta, dijeron que aquellos eran buenos tiempos y tenían entre 30 y 40 cada una.
Esta respuesta concuerda con las estadísticas oficiales que señalan que de 1982 a 1991 el hato ganadero nacional se redujo en 7.8 millones de cerdos, 3.5 millones de cabras, 2.7 millones de borregos, 13.9 millones de reses. Estas cifras son el resultado compuesto de la pérdida del hato campesino y del incremento de la producción de las grandes empresas. En 1992 se suspendieron estas estadísticas.
La pérdida fue incalculable en la avicultura. Una tía tenía hace unos cincuenta años 500 gallinas en su traspatio y producía una caja de 360 huevos al día. Decenas de miles de granjas pequeñas desaparecieron. Hoy en día no es rentable ninguna unidad de producción de menos de 100 mil gallinas y las que dominan el mercado se manejan en millones de aves.
La destrucción neoliberal se ensañó con las empresas orientadas al mercado interno. Entre 1995 y 2008 las 1,298 principales empresas textiles captadas por la Encuesta Industrial Mensual se redujeron a 611. Las 6,797 principales empresas manufactureras se redujeron a 4,352. Son números compuestos que reflejan la quiebra de miles y la creación de algunas nuevas empresas. También estas estadísticas se dejaron de generar en 2009.
Un caso que recientemente apareció en las noticias es el de la producción de amoniaco, un fertilizante. La producción nacional se redujo de 821 mil toneladas en 2010 a 450 mil en 2018; en ese periodo las importaciones crecieron de 289 a 547 miles de toneladas. Ahora AMLO plantea incrementar la producción interna mediante la reactivación de plantas que cerraron hace veinte años.
Estas y muchísimas empresas no cerraron por deterioro y dificultades técnicas, sino porque su mercado desapareció con el empobrecimiento de la población, porque lo que quedó del mercado interno se transnacionalizó, o porque el gobierno abandonó su función reguladora.
Hablando de rescates extremos, mi padre me contó que en la segunda guerra mundial vio cómo por falta de llantas para vehículos, se cortaban algunos árboles para rescatar y reusar las llantas viejas que se usaban como macetas en las calles. Me vino a la memoria esta medida de rescate.
El hecho es que es posible reactivar con casi nula o muy baja inversión decenas, incluso cientos de miles de micro, medianas y hasta grandes empresas si cambiamos la estrategia de respaldo a gigantes por otra de producción interna. Esto será indispensable como parte de un nuevo crecimiento que implique desarrollo.
Dediqué mi entrega anterior a la relación entre crecimiento y desarrollo y me han hecho algunas preguntas que creo conveniente aclarar. Sostuve que México creció, poco y sin real desarrollo en las últimas cuatro décadas. En ese periodo la mayoría se empobreció, millones tuvieron que emigrar y hubo deterioro ambiental. La ausencia de fortalecimiento del mercado interno y la mayor inequidad se convirtieron en obstáculos a un crecimiento dinámico.
Lo más relevante en una coyuntura en que el país no crece es reflexionar sobre si es posible el desarrollo, entendido como mejoría del bienestar de la mayoría, sin que al mismo tiempo haya crecimiento.
Avanzar hacia la equidad y una mejora substancial del consumo de la mayoría sin mayor producción sería altamente conflictivo. Y tal vez ni siquiera posible, porque es evidente que tendría que acompañarse de un mayor volumen de satisfactores: alimentos, vestido, calzado, vivienda y servicios públicos.
Desde esta perspectiva no cualquier crecimiento es apropiado. La producción para el consumo popular no ha sido prioridad en las pasadas cuatro décadas; lo que se nos dijo es que para desarrollarnos la prioridad tendría que ser la exportación. No era cierto y el modelo no creó desarrollo y el crecimiento fue minúsculo; muy inferior al de la media internacional.
Cambiar el énfasis del mero crecimiento al desarrollo implica cambiar las prioridades de producción. Y no solo el qué, sino el cómo.
Cambiar las prioridades del sector público es una decisión esencialmente política, la que tomó el pueblo de México en las pasadas elecciones; el resultado es que este régimen reorienta importantes recursos hacia las transferencias sociales, los apoyos al consumo de grupos vulnerables.
Sin embargo el abandono del modelo nacionalista y la desatención al mercado interno, que duró décadas, nos coloca en una situación de debilidad productiva en la que el incremento del consumo popular podría tener que ser satisfecho con importaciones. No es una perspectiva; es un hecho que se acentúa desde hace muchos años. Dependemos de las importaciones en el consumo de alimentos, ropa y calzado (incluso de “paca”) y no se diga en electrodomésticos y electrónicos.
La entrada de remesas provenientes de trabajadores en el exterior ha sido una gran contribución al bienestar de millones de sus familiares. Pero no ha sido, en su mayor parte, un recurso de inversión sino un incentivador de la globalización del consumo popular. Es decir, de la mayor dependencia de la producción de transnacionales de México, China o los Estados Unidos.
Las transferencias sociales tal y como han sido planteadas por la actual administración corren el riesgo de apuntalar esa tendencia: la transnacionalización del consumo popular, demandar lo que las empresas globalizadas inducen a que se compre.
Elevar de manera substancial el consumo popular sin inserción productiva de las mayorías lleva a topar con tres obstáculos: uno sería una mayor demanda de importaciones y dólares en un momento en que conseguirlos se torna más difícil; el segundo es la capacidad financiera del gobierno para ampliar una estrategia redistributiva, y ya vemos que no es mucha; el tercero es la poca disposición e incluso la posibilidad de actuar del semiparalizado sector globalizado de la economía nacional para, por medio de impuestos, cargar con el peso del asistencialismo en gran escala.
No parece viable que la inversión privada se reoriente a la producción para el consumo popular. No lo ha hecho en décadas, no es su interés, no son sus capacidades y no hay la perspectiva de alta rentabilidad. El sector de grandes empresas, el altamente favorecido por la concentración de la riqueza y que tiene la sartén de la inversión por el mango, simplemente no lo hará.
Pero no estamos ante un callejón sin salida. Es posible acrecentar la producción para el consumo mayoritario sin inversión, mediante una estrategia de reactivación de capacidades. Van ejemplos.
Hace años en un pueblo de Oaxaca les pregunté a un grupo de señoras que les había parecido un curso de cría de cerdos y elaboración de productos cárnicos. Estaban contentas porque para tomar el curso recibieron una beca en efectivo. Todas declaraban tener entre dos y cinco cerdos en sus traspatios. Pero al preguntarles cuantos cerdos tenían a mediados de los años ochenta, dijeron que aquellos eran buenos tiempos y tenían entre 30 y 40 cada una.
Esta respuesta concuerda con las estadísticas oficiales que señalan que de 1982 a 1991 el hato ganadero nacional se redujo en 7.8 millones de cerdos, 3.5 millones de cabras, 2.7 millones de borregos, 13.9 millones de reses. Estas cifras son el resultado compuesto de la pérdida del hato campesino y del incremento de la producción de las grandes empresas. En 1992 se suspendieron estas estadísticas.
La pérdida fue incalculable en la avicultura. Una tía tenía hace unos cincuenta años 500 gallinas en su traspatio y producía una caja de 360 huevos al día. Decenas de miles de granjas pequeñas desaparecieron. Hoy en día no es rentable ninguna unidad de producción de menos de 100 mil gallinas y las que dominan el mercado se manejan en millones de aves.
La destrucción neoliberal se ensañó con las empresas orientadas al mercado interno. Entre 1995 y 2008 las 1,298 principales empresas textiles captadas por la Encuesta Industrial Mensual se redujeron a 611. Las 6,797 principales empresas manufactureras se redujeron a 4,352. Son números compuestos que reflejan la quiebra de miles y la creación de algunas nuevas empresas. También estas estadísticas se dejaron de generar en 2009.
Un caso que recientemente apareció en las noticias es el de la producción de amoniaco, un fertilizante. La producción nacional se redujo de 821 mil toneladas en 2010 a 450 mil en 2018; en ese periodo las importaciones crecieron de 289 a 547 miles de toneladas. Ahora AMLO plantea incrementar la producción interna mediante la reactivación de plantas que cerraron hace veinte años.
Estas y muchísimas empresas no cerraron por deterioro y dificultades técnicas, sino porque su mercado desapareció con el empobrecimiento de la población, porque lo que quedó del mercado interno se transnacionalizó, o porque el gobierno abandonó su función reguladora.
Hablando de rescates extremos, mi padre me contó que en la segunda guerra mundial vio cómo por falta de llantas para vehículos, se cortaban algunos árboles para rescatar y reusar las llantas viejas que se usaban como macetas en las calles. Me vino a la memoria esta medida de rescate.
El hecho es que es posible reactivar con casi nula o muy baja inversión decenas, incluso cientos de miles de micro, medianas y hasta grandes empresas si cambiamos la estrategia de respaldo a gigantes por otra de producción interna. Esto será indispensable como parte de un nuevo crecimiento que implique desarrollo.
domingo, 1 de septiembre de 2019
¿Por dónde, crecimiento o desarrollo?
Jorge Faljo
Las proyecciones sobre el crecimiento de la economía de México se han modificado a la baja. Banco de México recortó su pronóstico previo a un rango de 0.2 – 0.7 por ciento para este 2019. Moody´s, una importante agencia calificadora, también redujo su expectativa a un mero 0.5 por ciento.
Ante estas malas noticias el presidente López Obrador dijo que “si nos importa el crecimiento, pero nos importa más el desarrollo” y abundó al señalar que “la gente tiene más capacidad para comprar, más poder adquisitivo, por eso no me preocupa mucho el asunto.”
Ubicado del lado del desarrollo AMLO rebajó la importancia de los datos duros y dijo: "Me interesa mucho la economía popular. A los tecnócratas neoliberales les obsesionan las cifras, los datos. El dato del crecimiento económico a mí no me dice mucho porque puede ser que (…) un grupo de empresas o bancos tengan muchas ganancias, pero ese dinero no beneficia a la gente o ni siquiera se queda en México". Sostiene que entre él de un lado, y Banxico, los expertos y las calificadoras del otro, hay visiones diferentes.
Efectivamente, existe una diferencia conceptual entre crecimiento y desarrollo aunque ello no lleva a afirmar que son opciones distintas. El crecimiento se refiere a un incremento de la producción, sea de comida, zapatos, tractores o servicios bancarios y comerciales. Se trata de un hecho cuantitativo.
Hablar de desarrollo es más complejo porque incluye aspectos cualitativos tales como el mayor bienestar, salud y educación de la población facilitado por una distribución del ingreso más equitativa. Ahora se ha vuelto imperativo añadir otro factor, el de la sustentabilidad. Que el bienestar de hoy no se consiga a costa de depredar y envenenar la naturaleza y el mundo se convierta en pesadilla para nuestros hijos.
¿Crecimiento y desarrollo van de la mano? Eso es discutible. En las últimas cuatro décadas la economía de México creció en tanto que la mayor parte de la población se empobreció. A eso se le puede añadir que ha habido una preocupante deforestación y desertificación de buena parte del territorio, sobreexplotación de acuíferos y contaminación del aire, aguas superficiales y tierras.
Podemos compartir con el presidente su desprecio a un crecimiento que no ha sido positivo para el bienestar de la mayoría de los mexicanos, ni sustentable. Incluso forzó a millones a escapar y buscar una mejor vida en otro lado. Si puede haber crecimiento sin desarrollo.
Pero, yendo al reverso de la medalla hay otra pregunta, ¿puede haber desarrollo sin crecimiento? La respuesta es complicada. Plantearse el desarrollo como un mayor bienestar de la población, es decir un mayor consumo mayoritario sin aumento de la producción, implica adentrarse en un intenso jaloneo de cobijas para darles más a unos a cambio de quitarles a otros.
Si la producción crece este año un 0.5 por ciento y la población se incrementa en un 1.3 por ciento quiere decir que a cada uno le toca un poquito menos. Si el reparto fuera parejo, que no lo es. En las circunstancias “normales” de una economía neoliberal el resultado de un crecimiento así de bajo sería que los más ricos siguieran enriqueciéndose y la mayoría se apretará el cinturón.
Esta administración se plantea algo distinto; que la mayoría consuma más. ¿A costa de quiénes? En principio del combate a la corrupción y de la austeridad del propio sector público, es decir reducción de salarios altos y de empleos. Bajo la lógica de la contraposición entre desarrollo y crecimiento, esta redistribución del ingreso planteada así estaría creando desarrollo.
Pero también puede ocurrir que el menor gasto público en un país como el nuestro impacte negativamente al crecimiento. Empeoraría el jaloneo de cobijas. Intentar el desarrollo sin crecimiento lleva a confrontaciones crecientes. No se trata de dejar de exportar automóviles; pero si de producir más alimentos y bienes de consumo popular. Una mejoría del bienestar mayoritario sin fortalecimiento de la producción interna es inviable.
Mi conclusión es que el crecimiento es necesario para el desarrollo. No cualquier estilo de crecimiento. No el que ya conocemos de los últimos cuarenta años. Se requiere algo distinto; específicamente un crecimiento para el desarrollo.
AMLO aclara que si le importa el crecimiento, aunque no más que el desarrollo. Para lograrlo convoca al sector privado a invertir. Lo cual enfrenta ciertas dificultades. La inversión para exportar, la que hizo crecer a México, así fuera poquito, en las últimas décadas, enfrenta la perspectiva de una recesión mundial y, en particular un bajo crecimiento en los Estados Unidos. Si se suma a los berrinches y amenazas casi quincenales de Trump, es una inversión arriesgada.
En una situación de mercado interno que no se expande, porque este año caerá el consumo per cápita, habrá pocas de las viejas oportunidades de inversión “tradicionales”. Así que por mucho que se le invite al sector privado no parece que se pueda esperar gran cosa. En particular si lo que se requiere expandir es la producción para el consumo mayoritario; algo a lo que no le han puesto mucha atención los capitales.
Un crecimiento para el desarrollo requiere cambiar las prioridades sectoriales del incremento de la producción: alimentos, vivienda pertinente (no los desarrollos absurdos en los que nadie quiere vivir), enseres caseros, electrodomésticos, vestimenta y calzado; todo orientado al consumo mayoritario. ¿En esto invertirían los grandes capitales? Difícil; ellos esperan jugosos contratos públicos. Lo que no está mal, pero no son la respuesta al problema.
Banco de México señaló que el estancamiento refleja una desaceleración del consumo doméstico y atonía de la inversión. No se ve cómo salir de la atonía de la inversión si no es mediante un fuerte gasto público en infraestructura; lo que supone una prioridad distinta al incremento substancial de las transferencias sociales. Aun así la inversión estaría dislocada de las prioridades para el crecimiento mencionadas en el párrafo anterior.
Entonces, ¿cómo provocar un crecimiento para el desarrollo sin inversión? Pues así, sin inversión. La estrategia para el sector social del consumo y la producción sería distinta; se deberá basar en promover la reactivación del aparato productivo subutilizado o semi inutilizado en las últimas décadas. Existen estas capacidades adormecidas en toda la gama de la canasta del consumo popular. Despertar ese potencial productivo requiere conectar la demanda creada por los apoyos a grupos vulnerables a una producción también social. Este campo de la producción y el consumo se encuentra previsto en la constitución y operaría de forma concertada entre el gobierno y las organizaciones de productores y consumidores. Por ahí nos vamos a ir.
Las proyecciones sobre el crecimiento de la economía de México se han modificado a la baja. Banco de México recortó su pronóstico previo a un rango de 0.2 – 0.7 por ciento para este 2019. Moody´s, una importante agencia calificadora, también redujo su expectativa a un mero 0.5 por ciento.
Ante estas malas noticias el presidente López Obrador dijo que “si nos importa el crecimiento, pero nos importa más el desarrollo” y abundó al señalar que “la gente tiene más capacidad para comprar, más poder adquisitivo, por eso no me preocupa mucho el asunto.”
Ubicado del lado del desarrollo AMLO rebajó la importancia de los datos duros y dijo: "Me interesa mucho la economía popular. A los tecnócratas neoliberales les obsesionan las cifras, los datos. El dato del crecimiento económico a mí no me dice mucho porque puede ser que (…) un grupo de empresas o bancos tengan muchas ganancias, pero ese dinero no beneficia a la gente o ni siquiera se queda en México". Sostiene que entre él de un lado, y Banxico, los expertos y las calificadoras del otro, hay visiones diferentes.
Efectivamente, existe una diferencia conceptual entre crecimiento y desarrollo aunque ello no lleva a afirmar que son opciones distintas. El crecimiento se refiere a un incremento de la producción, sea de comida, zapatos, tractores o servicios bancarios y comerciales. Se trata de un hecho cuantitativo.
Hablar de desarrollo es más complejo porque incluye aspectos cualitativos tales como el mayor bienestar, salud y educación de la población facilitado por una distribución del ingreso más equitativa. Ahora se ha vuelto imperativo añadir otro factor, el de la sustentabilidad. Que el bienestar de hoy no se consiga a costa de depredar y envenenar la naturaleza y el mundo se convierta en pesadilla para nuestros hijos.
¿Crecimiento y desarrollo van de la mano? Eso es discutible. En las últimas cuatro décadas la economía de México creció en tanto que la mayor parte de la población se empobreció. A eso se le puede añadir que ha habido una preocupante deforestación y desertificación de buena parte del territorio, sobreexplotación de acuíferos y contaminación del aire, aguas superficiales y tierras.
Podemos compartir con el presidente su desprecio a un crecimiento que no ha sido positivo para el bienestar de la mayoría de los mexicanos, ni sustentable. Incluso forzó a millones a escapar y buscar una mejor vida en otro lado. Si puede haber crecimiento sin desarrollo.
Pero, yendo al reverso de la medalla hay otra pregunta, ¿puede haber desarrollo sin crecimiento? La respuesta es complicada. Plantearse el desarrollo como un mayor bienestar de la población, es decir un mayor consumo mayoritario sin aumento de la producción, implica adentrarse en un intenso jaloneo de cobijas para darles más a unos a cambio de quitarles a otros.
Si la producción crece este año un 0.5 por ciento y la población se incrementa en un 1.3 por ciento quiere decir que a cada uno le toca un poquito menos. Si el reparto fuera parejo, que no lo es. En las circunstancias “normales” de una economía neoliberal el resultado de un crecimiento así de bajo sería que los más ricos siguieran enriqueciéndose y la mayoría se apretará el cinturón.
Esta administración se plantea algo distinto; que la mayoría consuma más. ¿A costa de quiénes? En principio del combate a la corrupción y de la austeridad del propio sector público, es decir reducción de salarios altos y de empleos. Bajo la lógica de la contraposición entre desarrollo y crecimiento, esta redistribución del ingreso planteada así estaría creando desarrollo.
Pero también puede ocurrir que el menor gasto público en un país como el nuestro impacte negativamente al crecimiento. Empeoraría el jaloneo de cobijas. Intentar el desarrollo sin crecimiento lleva a confrontaciones crecientes. No se trata de dejar de exportar automóviles; pero si de producir más alimentos y bienes de consumo popular. Una mejoría del bienestar mayoritario sin fortalecimiento de la producción interna es inviable.
Mi conclusión es que el crecimiento es necesario para el desarrollo. No cualquier estilo de crecimiento. No el que ya conocemos de los últimos cuarenta años. Se requiere algo distinto; específicamente un crecimiento para el desarrollo.
AMLO aclara que si le importa el crecimiento, aunque no más que el desarrollo. Para lograrlo convoca al sector privado a invertir. Lo cual enfrenta ciertas dificultades. La inversión para exportar, la que hizo crecer a México, así fuera poquito, en las últimas décadas, enfrenta la perspectiva de una recesión mundial y, en particular un bajo crecimiento en los Estados Unidos. Si se suma a los berrinches y amenazas casi quincenales de Trump, es una inversión arriesgada.
En una situación de mercado interno que no se expande, porque este año caerá el consumo per cápita, habrá pocas de las viejas oportunidades de inversión “tradicionales”. Así que por mucho que se le invite al sector privado no parece que se pueda esperar gran cosa. En particular si lo que se requiere expandir es la producción para el consumo mayoritario; algo a lo que no le han puesto mucha atención los capitales.
Un crecimiento para el desarrollo requiere cambiar las prioridades sectoriales del incremento de la producción: alimentos, vivienda pertinente (no los desarrollos absurdos en los que nadie quiere vivir), enseres caseros, electrodomésticos, vestimenta y calzado; todo orientado al consumo mayoritario. ¿En esto invertirían los grandes capitales? Difícil; ellos esperan jugosos contratos públicos. Lo que no está mal, pero no son la respuesta al problema.
Banco de México señaló que el estancamiento refleja una desaceleración del consumo doméstico y atonía de la inversión. No se ve cómo salir de la atonía de la inversión si no es mediante un fuerte gasto público en infraestructura; lo que supone una prioridad distinta al incremento substancial de las transferencias sociales. Aun así la inversión estaría dislocada de las prioridades para el crecimiento mencionadas en el párrafo anterior.
Entonces, ¿cómo provocar un crecimiento para el desarrollo sin inversión? Pues así, sin inversión. La estrategia para el sector social del consumo y la producción sería distinta; se deberá basar en promover la reactivación del aparato productivo subutilizado o semi inutilizado en las últimas décadas. Existen estas capacidades adormecidas en toda la gama de la canasta del consumo popular. Despertar ese potencial productivo requiere conectar la demanda creada por los apoyos a grupos vulnerables a una producción también social. Este campo de la producción y el consumo se encuentra previsto en la constitución y operaría de forma concertada entre el gobierno y las organizaciones de productores y consumidores. Por ahí nos vamos a ir.
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