Jorge Faljo
Las proyecciones sobre el crecimiento de la economía de México se han modificado a la baja. Banco de México recortó su pronóstico previo a un rango de 0.2 – 0.7 por ciento para este 2019. Moody´s, una importante agencia calificadora, también redujo su expectativa a un mero 0.5 por ciento.
Ante estas malas noticias el presidente López Obrador dijo que “si nos importa el crecimiento, pero nos importa más el desarrollo” y abundó al señalar que “la gente tiene más capacidad para comprar, más poder adquisitivo, por eso no me preocupa mucho el asunto.”
Ubicado del lado del desarrollo AMLO rebajó la importancia de los datos duros y dijo: "Me interesa mucho la economía popular. A los tecnócratas neoliberales les obsesionan las cifras, los datos. El dato del crecimiento económico a mí no me dice mucho porque puede ser que (…) un grupo de empresas o bancos tengan muchas ganancias, pero ese dinero no beneficia a la gente o ni siquiera se queda en México". Sostiene que entre él de un lado, y Banxico, los expertos y las calificadoras del otro, hay visiones diferentes.
Efectivamente, existe una diferencia conceptual entre crecimiento y desarrollo aunque ello no lleva a afirmar que son opciones distintas. El crecimiento se refiere a un incremento de la producción, sea de comida, zapatos, tractores o servicios bancarios y comerciales. Se trata de un hecho cuantitativo.
Hablar de desarrollo es más complejo porque incluye aspectos cualitativos tales como el mayor bienestar, salud y educación de la población facilitado por una distribución del ingreso más equitativa. Ahora se ha vuelto imperativo añadir otro factor, el de la sustentabilidad. Que el bienestar de hoy no se consiga a costa de depredar y envenenar la naturaleza y el mundo se convierta en pesadilla para nuestros hijos.
¿Crecimiento y desarrollo van de la mano? Eso es discutible. En las últimas cuatro décadas la economía de México creció en tanto que la mayor parte de la población se empobreció. A eso se le puede añadir que ha habido una preocupante deforestación y desertificación de buena parte del territorio, sobreexplotación de acuíferos y contaminación del aire, aguas superficiales y tierras.
Podemos compartir con el presidente su desprecio a un crecimiento que no ha sido positivo para el bienestar de la mayoría de los mexicanos, ni sustentable. Incluso forzó a millones a escapar y buscar una mejor vida en otro lado. Si puede haber crecimiento sin desarrollo.
Pero, yendo al reverso de la medalla hay otra pregunta, ¿puede haber desarrollo sin crecimiento? La respuesta es complicada. Plantearse el desarrollo como un mayor bienestar de la población, es decir un mayor consumo mayoritario sin aumento de la producción, implica adentrarse en un intenso jaloneo de cobijas para darles más a unos a cambio de quitarles a otros.
Si la producción crece este año un 0.5 por ciento y la población se incrementa en un 1.3 por ciento quiere decir que a cada uno le toca un poquito menos. Si el reparto fuera parejo, que no lo es. En las circunstancias “normales” de una economía neoliberal el resultado de un crecimiento así de bajo sería que los más ricos siguieran enriqueciéndose y la mayoría se apretará el cinturón.
Esta administración se plantea algo distinto; que la mayoría consuma más. ¿A costa de quiénes? En principio del combate a la corrupción y de la austeridad del propio sector público, es decir reducción de salarios altos y de empleos. Bajo la lógica de la contraposición entre desarrollo y crecimiento, esta redistribución del ingreso planteada así estaría creando desarrollo.
Pero también puede ocurrir que el menor gasto público en un país como el nuestro impacte negativamente al crecimiento. Empeoraría el jaloneo de cobijas. Intentar el desarrollo sin crecimiento lleva a confrontaciones crecientes. No se trata de dejar de exportar automóviles; pero si de producir más alimentos y bienes de consumo popular. Una mejoría del bienestar mayoritario sin fortalecimiento de la producción interna es inviable.
Mi conclusión es que el crecimiento es necesario para el desarrollo. No cualquier estilo de crecimiento. No el que ya conocemos de los últimos cuarenta años. Se requiere algo distinto; específicamente un crecimiento para el desarrollo.
AMLO aclara que si le importa el crecimiento, aunque no más que el desarrollo. Para lograrlo convoca al sector privado a invertir. Lo cual enfrenta ciertas dificultades. La inversión para exportar, la que hizo crecer a México, así fuera poquito, en las últimas décadas, enfrenta la perspectiva de una recesión mundial y, en particular un bajo crecimiento en los Estados Unidos. Si se suma a los berrinches y amenazas casi quincenales de Trump, es una inversión arriesgada.
En una situación de mercado interno que no se expande, porque este año caerá el consumo per cápita, habrá pocas de las viejas oportunidades de inversión “tradicionales”. Así que por mucho que se le invite al sector privado no parece que se pueda esperar gran cosa. En particular si lo que se requiere expandir es la producción para el consumo mayoritario; algo a lo que no le han puesto mucha atención los capitales.
Un crecimiento para el desarrollo requiere cambiar las prioridades sectoriales del incremento de la producción: alimentos, vivienda pertinente (no los desarrollos absurdos en los que nadie quiere vivir), enseres caseros, electrodomésticos, vestimenta y calzado; todo orientado al consumo mayoritario. ¿En esto invertirían los grandes capitales? Difícil; ellos esperan jugosos contratos públicos. Lo que no está mal, pero no son la respuesta al problema.
Banco de México señaló que el estancamiento refleja una desaceleración del consumo doméstico y atonía de la inversión. No se ve cómo salir de la atonía de la inversión si no es mediante un fuerte gasto público en infraestructura; lo que supone una prioridad distinta al incremento substancial de las transferencias sociales. Aun así la inversión estaría dislocada de las prioridades para el crecimiento mencionadas en el párrafo anterior.
Entonces, ¿cómo provocar un crecimiento para el desarrollo sin inversión? Pues así, sin inversión. La estrategia para el sector social del consumo y la producción sería distinta; se deberá basar en promover la reactivación del aparato productivo subutilizado o semi inutilizado en las últimas décadas. Existen estas capacidades adormecidas en toda la gama de la canasta del consumo popular. Despertar ese potencial productivo requiere conectar la demanda creada por los apoyos a grupos vulnerables a una producción también social. Este campo de la producción y el consumo se encuentra previsto en la constitución y operaría de forma concertada entre el gobierno y las organizaciones de productores y consumidores. Por ahí nos vamos a ir.
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