Jorge Faljo
Según declaró Alicia Bárcena, la estupenda mexicana que dirige la Comisión Económica para la América Latina y el Caribe – CEPAL-, el Covid-19 tendrá un efecto devastador en la economía mundial incluyendo, obviamente, a los países de América Latina. El año pasado el estancamiento económico predominó en toda la gran región y este año será peor. Aquí conviene recordar que algunas proyecciones sobre el comportamiento de México nos asignan una caída de hasta el 4 por ciento de la producción.
Siguiendo a la señora Bárcena, el número de pobres en América Latina subiría de 185 a 220 millones de personas y el de personas en pobreza extrema, es decir miseria y hambre, podría aumentar de 67.4 a 90 millones. Importa recordar que México tiene una cantidad desproporcionada de la población en condiciones de subalimentación, alrededor de 25 millones de habitantes de acuerdo al Coneval.
Varios factores lo explican nuestro modelo de crecimiento empobreció más a los mexicanos que al resto de los latinoamericanos; los salarios son bastante menores y para ganarlo se tienen que trabajar más horas. Otros países redujeron notablemente su población en la indigencia mediante transferencias sociales en la primera década de este siglo. Aquí se invitó a Lula, el presidente de Brasil que redujo fuertemente la indigencia de aquel país a inaugurar nuestra supuesta cruzada contra el hambre; una farsa que terminó en fracaso en buena medida por su manejo corrupto.
Enfrentaremos la pandemia con un sistema de salud debilitado al que en lugar de inyectarle recursos se le abandonó para, en cambio, pagarles seguros y hospitalización privados a una minoría de funcionarios. Tenemos, además, una población mal nutrida y obesa, con alta proporción de enfermedades crónico degenerativas.
El planeta no está preparado para combatir la pandemia. Ni en su estructura hospitalaria, ni en cuanto a redes de seguridad social que cubran al total de su población. Todo apunta a que el ramalazo será terrible. Pero soy optimista. No en cuanto al ramalazo, sino a que esta crisis será la lápida del neoliberalismo en sus peores expresiones. La gota que derrame el vaso de un modelo mundial fracasado por la inequidad extrema que ha generado y la manera en que nos ha colocado en enorme fragilidad sanitaria, financiera, productiva, ambiental.
Otros países en contra de sus convicciones neoliberales se ven obligados ante una población ya muy descontenta a tomar medidas a su favor. En el mundo industrializado se generalizan los bonos extraordinarios a toda la población para que pueda atenuar la caída de ingresos; en algunos se suspende el pago de impuestos para los trabajadores, y también el cobro del agua, gas, electricidad y alquileres.
En Francia Macron, su presidente, promete que ninguna empresa francesa quebrará y no se perderán los empleos. En Estados Unidos ese gran país que no cuenta con un sistema de salud pública tendrá que atender gratuitamente, aunque no les guste a los republicanos, a la población sin seguro médico.
Aquí en México es inevitable que suban las voces que exigen un Estado fuerte, y no el gobierno enano que nos heredaron décadas de privatizaciones, achicamiento y privilegios fiscales a los extremadamente ricos. Ya existe la vocación por los pobres; ahora habrá que cobrarles a los ricos una contribución justa. Por lo menos a los mismos niveles de impuestos de la gran mayoría de países.
Habrá que derrumbar el mito de que un Estado fuerte, conductor de la economía, es incompatible con un sector privado vigoroso. China lo demuestra; en ese país comunista las empresas privadas y los muy ricos han prosperado sobremanera. Nuestra historia también lo demuestra; en el periodo de alto crecimiento del siglo pasado teníamos un Estado fuerte, con un gran entramado de empresas públicas que regulaban la economía, y en esas décadas creció como nunca el sector privado.
Estamos amarrados al pasado no solo por la debilidad heredada sino por otros dogmas. Entre ellos el de la estabilidad y el peso sobrevaluado, que por décadas han obstruido el crecimiento.
Ernesto O’Farril, presidente de una casa de bolsa señaló que todos los bancos centrales bajan la tasa de interés y entran a políticas extremas de inyección de dinero. Pero en el caso de México el problema es que hay un tipo de cambio muy alto y si baja la tasa puede generar mayor presión cambiaria. Banco de México está amarrado a la ortodoxia de la defensa de una paridad indefendible. Esperemos que no repita lo hecho en 1994, gastarse las reservas para posponer y hacer mucho peor lo inevitable.
Mientras que en otros países los dirigentes se ven obligados a abandonar su neoliberalismo extremo en México un gobierno que se considera no neoliberal puede encontrar en esta crisis la oportunidad para crecerse ante el castigo y dar un golpe de timón.
Un rumbo orientado a un crecimiento industrial autogenerado, en el que la inserción en lo global no sea explotando a los trabajadores.
Ya tronó la vía exportadora mediante una industria de ensamble de capital externo. De balde se sacrificó la industria nacional orientada al mercado interno. Habrá que retomar el camino del crecimiento hacia adentro. Y los primeros pasos pueden darse no tanto con inversiones de lujo sino mediante la reactivación de capacidades subutilizadas y un gasto público orientado a mejorar lo urgente, salud, educación, alimentación, espacios urbanos.
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