Jorge Faljo
No regresaremos a la vieja normalidad. Ni siquiera me atrevo a decir “después” del Covid, porque es posible que este haya llegado para quedarse por muchos años. Seguramente será controlado en sus peores efectos, con un sistema hospitalario ampliado, mejores tratamientos y una curva aplanada pero asintótica. Linda palabra, la recuerdo de secundaria; es una curva que se acerca cada vez más a otra sin llegar nunca a tocarla.
Lo más probable es que tengamos que convivir con la peste en un estado de alerta sanitario permanente, como individuos y como sociedad. Con efectos duraderos en todas nuestras actividades. Pero la nueva normalidad no será solo impuesta, sino que debemos construirla entre todos.
En todo el mundo el Covid hace claro que se requiere construir pisos mínimos de equidad; con derechos universales a la atención médica y hospitalaria, a una vida saludable, con adecuada alimentación, empleo y un ingreso básico. Algunos de estos derechos eran ya parte de la retórica; tomarlos en serio y hacerlos realidad será otro cantar.
La pandemia es la piedra que derrama el vaso y que obliga a ir mucho más allá de la reacción inmediata. No es solo tener hospitales, equipos y revaluar al personal de salud. Convivir con la enfermedad requerirá construir defensas en nuestros propios cuerpos. En México el Covid nos agarró obesos y desnutridos; uno de los países con mayor índice de enfermedades crónicas; estresados y bajos de defensas. Debilidades que son fruto de una economía en la que los individuos poco han importado y en la que predomina el sálvese quien pueda.
La economía globalizada ya estaba en crisis antes de la pandemia. En las últimas décadas se empobrecieron incluso las clases medias de los países industrializados. De su indignación han surgido las principales presiones antiglobalizadoras; como en los Estados Unidos en que un presidente incoherente pudo montarse en el descontento popular y orientarlo en contra de falsos enemigos. Una manera de proteger al 0.1 por ciento de la población enriquecida en extremo.
El problema de fondo de la economía mundial, señalado por los grandes organismos internacionales, es la inequidad. Es la expresión del rezago en los ingresos de la mayoría respecto de las crecientes capacidades de producción. El desequilibrio entre bajos ingresos y alta producción se tradujo en desindustrialización de los países periféricos y llevó a la quiebra a sus micro, pequeñas y medianas empresas convencionales, las urbanas y las rurales.
Los países centrales consiguieron concentrar la insuficiente demanda en su propia producción exigiendo apertura de los mercados, libre comercio, endeudando a las periferias y apropiándose de la parte competitiva de sus recursos y empresas.
México, un país que presume de estar altamente globalizado, ha sido una de las mayores victimas del modelo. Destruimos la incipiente industria nacional para crear una de mero ensamble de importaciones; deterioramos la producción al grado de expulsar a millones de mexicanos al extranjero y hacer que las remesas fueran el sustento principal de amplios sectores de la población. Nos convertimos en un país de consumidores de importaciones compradas con el dinero producto de la venta de empresa, la entrada de capitales especulativos y el franco endeudamiento.
Cambiar será un camino difícil, pero es indispensable. Lo primero es cuestionar nuestro exceso de globalización y la manera particular en que lo hemos hecho. Reducidas a su mínima expresión hay dos formas de globalización:
Una es con trabajo esclavo y salarios de hambre; recordemos que México es el país, junto con Grecia en que los trabajadores trabajan más horas al año y son más mal pagados.
La segunda forma de globalización, exigida incluso por el sector privado desde hace mucho tiempo, se basa en una paridad competitiva. El peso fuerte fue un artificio que no era producto de nuestra potencia exportadora sino de la venta de empresas y el endeudamiento, incluyendo la llegada de capital especulativo.
Seguimos con el espejismo de la conveniencia de fortalecer al peso sin entender que solo es posible elevar la competitividad y los salarios en la medida en que este es más débil. Esta ha sido la clave del modelo chino.
El asunto de fondo es pasar de ser deficitarios crónicos en la cuenta corriente a tener una balanza comercial suficientemente superavitaria para pagar no solo importaciones sino las retribuciones al capital externo; es decir los réditos de la deuda y la repatriación de ganancias de la empresa de propiedad extranjera. Puesto de otra manera, con un ejemplo, es necesario tener una paridad en la que la producción de maíz pueda competir con las importaciones.
México ha reducido sus exportaciones en un 40 por ciento; la economía está semiparalizada; la calificación crediticia del país ha caído y puede caer más; los pronósticos son de que este año la producción caerá entre 8 y 12 por ciento; el empobrecimiento puede llegar a ser pavoroso.
Entonces, ¿cómo es que el peso se revalúa? Por dos motivos. Uno es que los bancos centrales de los Estados Unidos y otros países han creado enormes cantidades de capital financiero y parte de este se filtra hacia México. Ya el Fondo monetario había aconsejado, en una situación similar en el 2009, evitar su entrada. Lo segundo es que México paga una tasa de interés mucho mayor a los capitales especulativos.
Incluso se pueden endeudar a un bajo interés en los Estados Unidos o Europa y colocar ese dinero a una mayor tasa de interés en México. Eso fortalece al peso y no hace sino continuar con una estrategia de falsa fortaleza que en el pasado ha terminado por descalabrarnos.
Para recuperarnos después del Covid habrá que proteger la producción interna con una paridad en la que la producción interna sea competitiva y con una política industrial en la que dejemos de ser meros ensambladores para producir de manera integral. Es la respuesta de muchos países; tendrá que ser la nuestra.
Requerimos un modelo de autosuficiencias escalonadas que vayan de lo local y regional al plano nacional. Autosuficiencias alimentaria, sanitaria, industrial. No es una propuesta de autarquía sino de reconstruir la economía con enfoque en el mercado interno y el bienestar general.
Conseguirlo no se puede dejar al libre mercado. Requerimos un nuevo equilibrio entre los sectores público, social y privado. Empezando por un gobierno fuerte, con una captación fiscal a por lo menos el nivel promedio de los países de la OCDE. Después del Covid todos los gobiernos tendrán que incrementar sus impuestos para dirigir la recuperación; aquí también requerimos que las grandes fortunas, ingresos y herencias aporten más para una efectiva y no efímera reducción de la inequidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario