Jorge Faljo
Existe un gran poder que toma las decisiones más importantes de la economía nacional. Poco nos damos cuenta de su existencia porque su trabajo lo hace con discreción, sus deliberaciones y comunicados emplean un lenguaje que pocos entienden y afirma que su trabajo es estrictamente técnico y para hacerlo requiere gente muy especializada y apolítica.
Se trata del Banco de México, el verdadero cuarto poder del país, con capacidades que rivalizan y hasta opacan las de los otros tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial. Si, incluyo a la presidencia de la república entre aquellos que se tienen que subordinar a las decisiones de Banxico.
Usualmente Banxico aparece en primeras planas y noticieros solo en coyunturas difíciles y cuando sus políticas no solo limitan, sino que entran en contradicción con las del ejecutivo y las intenciones del legislativo.
Estamos en uno de esos momentos; pero antes de hablar del presente conviene algunos breves apuntes de historia.
1994 fue un año turbulento; el levantamiento zapatista, el asesinato de Colosio, un candidato progresista que habría sido el próximo presidente de la república, y la enorme deuda externa acumulada en pocos años provocaban una gran inquietud financiera. Los pocos mexicanos grandemente enriquecidos con la venta del patrimonio del Estado dudaban que el siguiente gobierno les fuera igualmente favorable. La construcción de una fachada de modernidad había sido enormemente costosa y poco efectiva; muy poco del gigantesco capital externo que había entrado al país se había invertido productivamente.
Así que a lo largo de ese año los inversionistas fueron comprando dólares, y Banco de México les fue vendiendo sus reservas internacionales. Banxico procuraba de este modo mantener la estabilidad de la moneda y con ella la de la economía toda. Una devaluación encarecería las importaciones y golpearía a los consumidores. Sobre todo, una devaluación rompería la fachada de modernismo exitoso construida por la administración del presidente Salinas.
Se gastaron las reservas procurando una estabilidad de corto plazo que a final de cuentas fue insostenible y a fin de 1994 sobrevino la debacle. El peso se derrumbó y el país se endeudo aún más.
En 2009 tuvimos otro momento de incertidumbre financiera. El presidente Calderón llegó a pregonar las ventajas de una devaluación que haría más competitivas tanto las exportaciones como la producción interna frente a las importaciones. Tal vez era mera resignación. Pero entonces intervino Banxico firmando una Línea de Crédito Flexible con el Fondo Monetario Internacional por más de 70 mil millones de dólares que se podrían usar para enfrentar posibles fugas de capitales. Eso disipó las inquietudes del capital financiero y retomó la calma.
La situación se repitió en 2015; Banxico subastó dólares en grandes cantidades mermando las reservas para satisfacer una demanda de dólares creciente. Tuvo que dejar de hacerlo cuando el FMI amenazó con no renovar la Línea de Crédito Flexible; lo que habría originado un pánico financiero. Se tuvo que aceptar una devaluación del peso progresiva; de otro modo tal vez se habría conseguido una mayor estabilidad de corto plazo que muy probablemente habría conducido a otro golpazo devaluatorio.
Todo esto viene a cuento porque el presidente López Obrador no estuvo de acuerdo con la decisión de Banxico de subastar 11 mil millones de dólares. Dijo que era importante cuidar las reservas y que no se usen ya que a final de cuentas son recursos de la nación y no para apoyar a corporaciones económicas o financieras. Al presidente le importa mucho que Banco de México actúe con prudencia.
Solo que Banxico no está subastando las reservas. Hace algo aún más controvertido. Emplea una línea de crédito que le concede la reserva federal, el banco central norteamericano. Cierto que es un crédito de lo más favorable, pero a final de cuentas es una forma de endeudamiento.
No es la línea de crédito con el Fondo Monetario Internacional; concedida para crear confianza y evitar la fuga de capitales pero que a final de cuentas esta entidad prefiere que México no la use. En parte porque gastó mucho en apoyar la defensa del peso argentino y finalmente fracasó; ahora Argentina está más endeudada, con dificultades para pagar y posiblemente el FMI pierda parte de esos capitales.
El último reporte de Banxico señala que el peso se ha revaluado; pero no dice que a ello contribuyen sus subastas respaldadas en endeudamiento externo. Cierto que con ellas se genera estabilidad cambiaria y muy posiblemente los consumidores mexicanos preferimos un dólar a 23 pesos en lugar de 25.
La gran duda es si esta estrategia nos crea una estabilidad duradera o si Banxico entrará en un camino sin retorno, y nos esté llevando a endeudarnos con el exterior para hacer subastas que compren estabilidad momentánea.
Repasemos cual es la situación. Se proyecta una caída de la producción de entre 6 y 12 por ciento este año; las exportaciones han caído en un 40 por ciento; algunos rubros exitosos de exportación, como chile, tomate y aguacate, enfrentan posibles ataques de los productores norteamericanos con Trump como presidente proteccionista y en campaña para reelegirse; México ha dejado de estar en la lista de los 25 principales destinos de inversión extranjera. Hay una creciente crítica de las elites económicas de México a la estrategia presidencial.
Un contexto difícil que ciertamente crea inquietudes entre los dueños de capital financiero. Siempre preferirán las mayores ganancias y seguridad posibles. En estas condiciones la compra de estabilidad en el corto plazo no ofrece garantías en el largo plazo. No por estar mejor en lo inmediato, vayamos a tener que pagar un precio mucho mayor más adelante.
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