Jorge Faljo
Tras el TLCAN tenemos ahora un nuevo tratado de libre comercio conocido en inglés como USMCA y en español como T-MEC y que es celebrado en los tres países. Trump invitó y AMLO irá a Washington en un par de días con el argumento de ratificarlo con la ceremonia correspondiente. Todavía no se sabe si acudirá el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau. La visita del presidente de México es muy criticada aquí y allá porque se piensa que será interpretada como un espaldarazo a la reelección de Trump; no cabe duda que este último querrá manejarla de ese modo ante la comunidad de ascendencia mexicana.
Trump presenta el T-MEC como un triunfo político tras sus ataques al TLCAN como el peor tratado comercial de la historia norteamericana; un tratado injusto que propició la salida de empresas y empleos que se instalaron en México y que generó un fuerte déficit comercial norteamericano.
Con este discurso se temía lo peor. Trump en momentos amenazó con poner aranceles a las importaciones mexicanas y hasta cerrar fronteras, como parte de un discurso de odio calificó a los migrantes como delincuentes y violadores.
El nuevo T-MEC constituye un respiro para México y Canadá porque se piensa que contendrá las amenazas proteccionistas del presidente norteamericano, lo alejará de comportamientos caprichosos y lo ubicará en un marco de contención legal. Veremos dijo el ciego.
Sin embargo, en Estados Unidos se sigue presentando al T-MEC como un acuerdo que permitirá avanzar hacia un comercio equilibrado por una doble vía; que Estados Unidos substituya internamente algunas importaciones provenientes de México y que seamos mejores clientes de la producción norteamericana. Esto se inscribe en el T-MEC en porcentajes más altos de insumos de origen trinacional en las exportaciones de automóviles ensamblados en México. También en la idea de que seremos mayores importadores de productos agropecuarios.
Una novedad muy importante es que ahora la producción de exportación mexicana debe ser realizada en mejores condiciones laborales; con democracia sindical, salarios y condiciones dignas de trabajo. Se prohíbe el trabajo infantil. Esto será crecientemente supervisado y el incumplimiento podría llevar a cerrar la importación proveniente de las empresas en falta.
No es claro en qué medida se aplicarán las principales modificaciones. Sin duda será de acuerdo al interés norteamericano del momento. Son pragmáticos, podrán hacerse de la vista gorda en algunos casos y en otros “descubrir” y reclamar incumplimientos.
Pero el contexto en el que se firma el nuevo T-MEC es particularmente difícil. La parálisis económica ha llevado a la pérdida de más de 50 millones de empleos en los Estados Unidos y a la pérdida de ingresos de unos 12 millones en México (aquí no digo empleos porque los más afectado es la ocupación informal).
México y Estados Unidos enfrentan una grave reducción de la demanda y la recuperación económica tendrá como eje ineludible conseguir que la recuperación paulatina de la demanda se concentre en la compra de la producción interna.
Nuestro interés, que debe convertirse en práctica, es que la demanda interna y en particular la generada por transferencias sociales, se ejerza comprando alimentos y satisfactores básicos producidos en México. Es lo propuesto en el Plan Nacional de Desarrollo que ahora es aún más relevante.
Pero los Estados Unidos esperan que incrementemos nuestras importaciones agropecuarias. Y en el otro lado de la medalla sus productores no quieren competencia mexicana y contarán con argumentos como el maltrato laboral en la producción industrial y la mano de obra infantil en la de hortalizas.
Estados Unidos ya se encuentra en feroz campaña electoral y las encuestas no favorecen a Trump, por lo que no se pueden descartar desplantes nacionalistas, proteccionistas y anti migratorios inesperados.
Los enfrentamientos serán fuertes; tal vez el tratado brinde mecanismos civilizados para discutirlos y llegar a arreglos que no nos serán del todo favorables pero que tendremos que aceptar bajo la perspectiva de que podría ser peor.
El TLCAN ha sido glorificado de manera absurda. Permitió que a lo largo de 26 años las exportaciones mexicanas crecieran a una tasa promedio anual de 8.4 por ciento, pero no incidió favorablemente en el conjunto de la economía. Creamos un sector exportador industrial de propiedad externa que básicamente era importador de componentes chinos. Ni siquiera este sector era competitivo a nivel internacional, solo con los Estados Unidos. El crecimiento interno fue notoriamente menor al de la mayoría de los países.
Entre 1994 y 1996 las exportaciones industriales de México a los Estados Unidos crecieron en un extraordinario 80 por ciento; y el país tuvo cinco años de crecimiento dinámico con tasas de alrededor de 5 por ciento anual de 1995 al año 2000. Pero esto no se debió al TLCAN sino a la devaluación de fin de 1994 y principios de 1995. Es devaluación permitió en un principio la reactivación de la producción mediante el uso de capacidades instaladas existentes; prácticamente sin crédito ni nueva inversión.
La devaluación nos hizo altamente competitivos hasta que la entrada incontrolada de capitales externos abarató el dólar.
China se convirtió en el gran productor mundial sin necesidad de tratados de libre comercio; esos los hizo después.
México con múltiples tratados ha tenido un crecimiento entre modesto y deplorable. Caracterizado en la mayor parte de estos últimos 26 años por el empobrecimiento continuo de la población y la necesidad de millones de emigrar para sobrevivir ellos y sus familias.
El T-MEC es un clavo ardiente que no nos sacará de apuros. Tal vez por eso AMLO dijo, con sobriedad, que el nuevo tratado ayudará a las familias de mejores ingresos y el gobierno apoyará a los sectores de menos recursos. Pues sí, el nuevo tratado puede ayudar a preservar lo construido mediante la estrategia de globalización dependiente.
Sacar adelante al país requerirá dejar atrás la visión de que el crecimiento de arriba terminaría por incluir a los de abajo. Ahora es imprescindible y urgente generar un crecimiento de abajo hacia arriba. Reactivar desde la producción campesina e indígena de traspatio y pequeñas parcelas; la de los talleres, micro y medianas empresas.
Enfrentar la crisis impone nuevas formas de regulación del mercado que reconecten la demanda con la micro producción; un gobierno fuerte aliado a una organización social democrática y solidaria creciente.
Si no, no salimos de esta, porque el T-MEC, en definitiva, no basta.
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