Jorge Faljo
Décadas de rapiña y políticas anti laborales y anti campesinas nos dejaron una población empobrecida y disminuida en sus derechos más elementales. Como contar con un ingreso que permitiera comprar los satisfactores indispensables para una vida digna. Una población físicamente impreparada para afrontar una pandemia que ataca sobre todo a los más débiles. La desnutrición originada en la ausencia de alimentos de calidad, proteínas y aminoácidos, generó para millones un tipo particular de hambre que se intentó satisfacer con chatarra engordadora.
El colmo de esta situación lo dice el CONEVAL al señalar que el 35.7 por ciento de los trabajadores tienen un ingreso inferior al costo de la canasta alimentaria; a esto le llama pobreza laboral e implica que incluso los trabajadores relativamente privilegiados, los que tienen un empleo formal con las prestaciones de ley son tan pobres que no pueden alimentarse bien.
Ese porcentaje de pobreza laboral disminuyó a partir del 2019 cuando ascendía al 38.7 por ciento. Una disminución asociada a un incremento significativo del salario mínimo de 18.1 por ciento entre 2019 y 2020. Fue un paso en la dirección correcta pero que no fue suficiente para disminuir la pobreza laboral al nivel en que se encontraba en el 2008.
La crisis del 2009 elevó la pobreza laboral, tal y como lo hicieron todas las crisis y políticas en las que se le ha demandado a la población ajustarse el cinturón. Aun no nos habíamos recuperado de la precariedad laboral desatada en el 2009 cuando en este año nos llega esta tremenda pandemia que ya ha dejado sin ingresos a unos trece millones de trabajadores, en su mayoría informales.
En la recuperación las empresas afectadas por la actual parálisis económica enfrentarán además un mercado interno empobrecido. Lo cual acentuará lo que ha sido un problema crónico del modelo, por un lado, capacidad instalada subutilizada y gente que desea trabajar, y por el otro lado una baja demanda que no permite consumir lo indispensable. Este es el problema básico del modelo vigente en el planeta y en México.
Solo saldremos delante del problema crónico del trabajo mal pagado y de esta crisis aguda del Covid generando una capacidad de demanda que sea el motor de la reactivación de la producción urbana y rural paralizadas. Debemos aprender de otras crisis del pasado y no hay mejor ejemplo de medidas que la manera en la que los Estados Unidos lograron superar la crisis de 1929 en adelante.
Hay que inyectar ingresos a la población mediante varios mecanismos.
Con transferencias sociales que puedan cubrir no solo a los pobres que ya existían, sino a la población empobrecida con esta crisis; no es fácil focalizar y lo mejor sería lo que ya se instrumenta en numerosos otros países: un ingreso básico generalizado. El hecho de que ahora lo acepte la derecha no lo descalifica.
También con grandes obras públicas generadoras de empleo. Pero no me refiero a inversiones altamente concentradas faraónicas que crean apenas miles o decenas de miles de empleos. Se trata más bien de trabajos de rehabilitación y construcción de infraestructura de uso público, caminos, calles, zonas naturales protegidas, reforestación en serio. Todo ello en una alianza con los núcleos agrarios, las comunidades rurales, organizaciones barriales, de manera que este gasto opere en alianza y como impulso a la organización y la gobernanza local.
Y por último hay que dignificar al trabajo. Somos el país donde más horas al año se trabaja, mucho más que en Europa y que el promedio internacional. Al mismo tiempo somos un país donde la mano es más mal pagada, incluso si hacemos comparaciones con países latinoamericanos. Es vergonzoso que incluso el empleo formal no dé para comer bien.
Solo que estos mecanismos requieren dos condiciones. La primera es un gobierno decidido a ser fuerte y a ejercer su responsabilidad de ser rector de la economía. Es imperativo abandonar el austericidio y decidirse por el nivel de gasto que requiere esta emergencia. Ahí está el ejemplo de otros países que con el apoyo de sus bancos centrales se han endeudado internamente, en su propia moneda y a bajas tasas de interés. Urge resolver también el hecho de que tenemos un gobierno débil, por herencia, con una muy baja captación impositiva. Para colmo, perdió el ingreso petrolero por la sobreexplotación financiera de las pasadas administraciones y la caída de precios debido a la sobreoferta mundial combinada con caída de la demanda.
Pero aún e igual de importante, quedaría un tema por resolver. El de la supervivencia de las empresas, sobre todo las mayores generadoras de empleo, micro, pequeñas y medianas. La apertura indiscriminada del mercado y el empobrecimiento de la población trabajadora paralizó a millones de pequeñas unidades de producción, indujo la desindustrialización generalizada a cambio de concentrar las exportaciones en unas cuantas empresas poco conectadas a la producción de insumos interna.
Una recuperación económica favorable a las mayorías exige una estrategia inmediata de inyección de ingresos a la población y una estrategia permanente de elevación de salarios y dignificación del trabajo. Hacia esto último nos presionan los Estados Unidos, por ejemplo, en la carta que congresistas norteamericanos le dirigieron a AMLO el 8 de julio pidiendo que se instrumenten de manera efectiva los acuerdos del T-Mec referidos a democracia sindical.
Dignificar salarios sin destruir empresas es el gran reto. A esto podría contribuir una profunda reforma fiscal que deje de gravar la generación de empleo en sus distintas formas y pase a considerarla una forma de contribución social. En contrapartida habrá que gravar de manera importante las ganancias que no se asocian a la generación de empleo.
Uno de los resultados más perversos de nuestro modelo laboral ha sido la separación entre empresas productivas y empresas administradoras. El peor ejemplo es el outsourcing. Un esquema tributario rezagado centra todavía el ingreso fiscal en las empresas productivas mientras que los patrones concentran las ganancias en las empresas administradoras, sin empleados y sin obligación, por ejemplo, de compartir ganancias. Hay que destruir este esquema gravando fuertemente la ganancia poco generadora de empleo y favorecer la rentabilidad de la producción con trabajadores y salarios dignos.
Otros países nos dan un ejemplo en este sentido con nuevas propuestas para gravar a los gigantes de la economía digital, como Netflix, Youtube, Facebook que no generan empleo.
Salir de esta crisis demanda repensar a fondo el modelo económico y abandonar las ortodoxias que, a veces sin darse cuenta, todavía impregnan a nuestras elites, incluso las de izquierda. El mejor antídoto contra la ortodoxia es hacer efectiva la propuesta del Plan Nacional de Desarrollo, actuar sin miedo a la democracia participativa.
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