Jorge Faljo
Con el motivo, o pretexto, de celebrar la firma del T.MEC se reunieron los presidentes López Obrador y Trump. Fue un encuentro que, conforme a la usanza de anteriores nuevos presidentes mexicanos, había sido postergado por mucho tiempo.
Lo habían impedido el trato muy ofensivo de Trump hacia los inmigrantes mexicanos; dijo que eran lo peor de México y los señaló como violadores y distribuidores de drogas; hizo del muro fronterizo el eje de su campaña presidencial; encerró a migrantes indocumentados, incluyendo niños y separándolos de sus familias; declaró que el anterior TLCAN fue el peor tratado comercial de la historia y que México se aprovechó de su país atrayendo empresas y empleos.
Los agravios del energúmeno de la Casa Blanca fueron muchos e ir a Washington en esos momentos habría sido extremista: implicaba una aceptación implícita del maltrato; o se daba una confrontación abierta.
Trump bajó el tono por su propia necesidad política de presentar al nuevo T-MEC como un triunfo personal y acercarse a un sector del electorado norteamericano, el que allá llaman “hispano”. Aún con esta nueva moderación López Obrador corría el riesgo de caer en alguno de los extremos de sumisión o confrontación. Fue un extraordinario acto de equilibrio evitarlos.
López Obrador no se sometió. En su discurso hubo elementos que, dichos en otro momento, o de otra manera, habrían provocado la furia del energúmeno. ¿Qué fue lo más substantivo?
Trump habló primero y evidentemente había leído el discurso de AMLO, no podía haber sorpresas. No las hay en ese tipo de encuentros. Sabía que el presidente de México le diría en su cara y frente a los medios que la comunidad de mexicanos y sus descendientes eran gente buena, trabajadora, honrada.
Lo verdaderamente importante es que Trump se adelantó hablando bien de los mexicanos en los Estados Unidos; dijo que engrandecen a sus comunidades, son muy trabajadores, poseen gran número de pequeños negocios y son excelentes empresarios y son muy, muy, exitosos. Empleó los mejores elogios de su escaso vocabulario.
El presidente de México remontó la emigración mexicana a los Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial cuando México lo respaldó con mano de obra de trabajadores documentados y conocidos como braceros.
AMLO le dijo a Trump que, al momento de la expropiación petrolera, el estadista más poderoso del continente americano, el excelentísimo presidente Franklin D. Roosevelt la aceptó y con ello afirmó la soberanía de los pueblos del continente. Añadió que, guardadas las proporciones y circunstancias distintas, es posible entendernos sin prepotencias o extremismos. Un mensaje muy pertinente al momento actual, nada sumiso, y que al mismo tiempo le dice a Trump, textualmente, que se puede ser muy poderoso sin prepotencias o extremismos. ¡Pácatelas!
Hablando en plata, es decir sobre la relación económica de los países de la América del Norte, López Obrador planteó como problemas centrales el déficit comercial y la pérdida de peso económico de la región. Dijo que mantenemos con el resto del mundo un déficit de 611 mil millones de dólares, lo cual se traduce en fuga de divisas, menores oportunidades para las empresas y pérdida de fuentes de empleo. En 1970 la región representó 40.4 por ciento del producto mundial y ahora esta participación en la economía global ha bajado a 27.8 por ciento.
Así abordó una preocupación central de Trump, el déficit norteamericano y su creciente rezago económico, enfatizando que estamos en el mismo barco.
AMLO va mucho más allá y le hace una propuesta que por su importancia transcribo integra:
“… el tratado es una gran opción para producir, crear empleos y fomentar el comercio sin necesidad de ir tan lejos de nuestros hogares, ciudades, estados y naciones. En otras palabras, los volúmenes de importaciones que realizan nuestros países del resto del mundo pueden producirse en América del Norte con menores costos de transporte, con proveedores confiables para las empresas y con la utilización de fuerza de trabajo de la región.”
Decir que las actuales importaciones pueden producirse en América del Norte es una propuesta enorme que puede traducirse así: dejemos de aprovisionarnos en China. México puede ser el gran proveedor de los Estados Unidos.
Solo que convertirnos en el gran proveedor de los Estados Unidos no resuelve el tema de que son muy deficitarios; en lugar de ser deficitarios con China pasarían a ser deficitarios con México.
Así que la propuesta de AMLO tiene otra enorme implicación. México también dejaría de ser deficitario con Asía y China en particular. En 2019 le compramos a China 76 mil millones de dólares más de lo que ella nos compró a nosotros; para el conjunto de Asia nuestro déficit fue de 140 mil millones de dólares. Un déficit que podemos sostener gracias a los dólares que nos da el superávit con los Estados Unidos.
Esta ha sido una queja central de Trump y su equipo que maneja el comercio exterior. Y AMLO le ofrece resolverlo cuando emplea el plural para proponer que toda la región deje de ser deficitaria.
Lo que implica que México reduzca enormemente sus compras en Asia, obviamente no de un día para otro, para que estos bienes se produzcan en la región. Es decir que sustituiríamos esas importaciones por otras hechas en los Estados Unidos y Canadá y, lo más, mucho más importante. Por producción hecha en México.
Trump es un energúmeno ignorante; pero esta ha sido una de sus banderas y en términos políticos lo que se le pone sobre la mesa es que, en vez de volver a su racismo antimexicano, su campaña se base en una reconfiguración económica de gran magnitud.
El asunto es si AMLO está realmente dispuesto a hacer su parte; trabajar tres vertientes: poner aranceles a las importaciones asiáticas; acordar con los Estados Unidos que en adelante habrá una verdadera preferencia comercial mutua; y diseñar una política industrial substitutiva de importaciones y concertada con el sector empresarial mexicano. Al que se le abriría un enorme campo de inversión y desarrollo.
Si por ahí nos vamos nos espera un futuro promisorio.
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