domingo, 31 de enero de 2021

Wall Street; juegos de casino

 Jorge Faljo

Las acciones de la empresa GameStop valían 4 dólares hace poco menos de un año; hace una semana subieron hasta 492 dólares en una muestra más de que el precio de una acción puede no tener relación alguna con la solidez o rentabilidad de la empresa.

GameStop es una cadena de tiendas que venden videojuegos físicos; es decir equipos y dispositivos. Su negocio está siendo rebasado por los juegos en internet y se cada vez más obsoleto. No obstante, en contra de toda lógica el precio de sus acciones subió de 4 dólares hace poco menos de un año a 20 dólares a principios de este año.

Las razones de este incremento son un poco misteriosas. Algunos dicen que pudo deberse a la nostalgia de los jóvenes adultos que ahí compraban sus videojuegos. Pero esa no es una buena razón para un inversionista “serio”. Los grandes fondos de inversión de Wall Street consideraron que las acciones de GameStop se habían sobrevaluado y apostaron fuerte a que bajarían de precio.

Se puede ganar mucho dinero apostando a la caída del precio de una acción. Para ello lo que se hace es pedir prestada la acción, pagando una cuota y con el compromiso de devolverla en la fecha contratada. La acción que se pidió prestada se vende y se espera a que baje de precio para recomprarla y reponerla a su dueño.

Si la acción se pidió prestada cuando valía 100 dólares y luego que baja de precio se la recompra a 80 dólares se obtendrían 20 dólares de ganancia, menos la cuota al que la prestó. Pero si esa acción sube de precio y se tiene que recomprar a 120 dólares el inversionista pierde 20 dólares, más la cuota.

En el caso de las acciones de GameStop los grandes inversionistas apostaron a que bajarían de precio; pidieron prestadas fuertes cantidades de acciones, las vendieron y las quedaron a deber. Esperaban una importante ganancia. Los inversionistas novatos que, tal vez por nostalgia, compraron esas acciones y las hicieron subir de precio el año pasado perderían parte de su inversión.

Para los grandes fondos era el juego de costumbre. Un juego con maña porque si ellos piden prestadas acciones esperando que bajen de precio están enviando una señal al mercado que provoca que otros inversionistas dueños de acciones las vendan. Así que su apuesta en favor de que caiga el precio, a lo que se le llama inversión “en corto”, puede provocar que eso efectivamente suceda. Así han jugado muchas veces y casi siempre ganan.

Así funciona Wall Street. Cuando un gurú reconocido, o los inversionistas tradicionales esperan que una acción suba o baje de precio el mercado reacciona de acuerdo a esa señal y ocurre lo que predijeron, o más bien provocaron, los grandes jugadores, los fondos de inversión.

Pero ahora se llevaron una sorpresa. Con las acciones de GameStop sucedió lo nunca antes visto. La nueva oleada de micro inversionistas decidió jugar en contra. Las redes de comunicación de internet les permitieron enviarse mensajes y crear un comportamiento de manada. Cientos de miles, tal vez millones de inversionistas novatos se dieron cuenta que los grandes fondos invirtieron en pedir prestadas y apostar a la caída del precio las acciones de la cadena de videojuegos y decidieron jugar en contra.

El precio de la acción de GameStop se multiplicó por veinte en este mes; subió de 20 a un máximo de 492 dólares.

El juego se politizó. La plataforma de inversión empleada por los inversionistas novatos pasó de 1.7 a 6. 1 millones de usuarios en su mayoría atraídos por la posibilidad de vengarse de los fondos de inversión. De acuerdo a sus mensajes muchos de ellos culpan a los fondos de que sus padres perdieran sus empleos, sus casas y haber pasado años de pobreza tras la crisis del 2008. Así que unos por rabia y otros por juego, decidieron comprar acciones y apostar en contra de los fondos.

Las acciones de GameStop esta semana tuvieron altibajos peores que los de una montaña rusa. Pero el caso es que los fondos tuvieron que recomprar las acciones que tenían que devolver muy por arriba de lo que obtuvieron al pedirlas prestadas y venderlas.

Un solo fondo de inversión, Melvin Capital, tuvo que solicitar financiamiento de emergencia para poder salir del corto y hacerlo le hizo perder alrededor de 3 mil quinientos millones de dólares.

Para este viernes 29 de enero las pérdidas acumuladas en la semana para los fondos de inversión se calculaban en 19 mil millones de dólares. Y cuando los fondos se ven obligados a recomprar acciones lo que hacen es provocar que suban todavía más de precio.

Se ha creado una gran burbuja, es decir un precio que la lógica indica que es insostenible, así que algunos fondos siguen comprando posiciones en corto, esperando que el precio caiga y recuperen parte de lo perdido. Solo que del otro lado millones de micro inversionistas siguen dispuestos a sostener e incrementar el precio no solo para ganar ellos sino para hacer sangrar a los grandes fondos atrapados en su propio esquema habitual; tienen que repagar con acciones caras las acciones que eran baratas cuando las pidieron prestadas.  

Este pleito se ha politizado en un sentido adicional. La destacada representante demócrata Alexandria Ocasio Cortez se burló de Wall Street diciendo que le llama la atención que los grandes inversionistas que han tratado a la economía norteamericana como casino ahora se quejen de los nuevos inversionistas que también se comportan en el mercado financiero como en un casino.

Ella y otros congresistas piden investigar que la plataforma de inversión de los novatos les haya impedido comprar más acciones de GameStop durante un día. Algo que benefició a los fondos y que revela una colusión de intereses entre la plataforma y los fondos de inversión; una manipulación del mercado. La situación lleva a cuestionar la excesiva libertad y ausencia de regulación del mercado financiero. Algo que no le gusta a Wall Street.

Este juego de vencidas entre los fondos y una multitud de micro inversionistas novatos ha transformado, tal vez de manera irreversible, la operación de los grandes fondos y de la bolsa de valores.

El cambio de funcionamiento es que ahora millones de gentes pueden invertir en acciones desde sus teléfonos celulares y apostar poco dinero cada uno de ellos. Y pueden ponerse de acuerdo en sus redes sociales y jugar como equipo inspirados en su rabia, o simplemente como alegre diversión poner de rodillas a los grandes fondos.

Tal y como jugarían en una consola de videojuegos de las que vende GameStop.

domingo, 24 de enero de 2021

Patentes; liberen las cadenas

 Jorge Faljo

El mundo se encuentra al borde de un fracaso moral catastrófico, y el precio de este fracaso será pagado con vidas en los países más pobres del mundo.  Así, sin pelos en la lengua lo declara el director general de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom Ghebreyesus en referencia al acaparamiento de las vacunas contra el Covid-19 por los países más ricos del planeta. 

Y es que, también dice, mientras algunos gobiernos ricos hablan de acceso equitativo en los hechos están acaparando las vacunas y dejando al resto del mundo, a los países pobres, desprovistos.  El resultado está siendo caótico.

Lo descrito es de gran importancia, y sin embargo hay otro nivel de egoísmo que es incluso peor. Se trata de las barreras impuestas a la producción de todo tipo de materiales y substancias necesarias para combatir la pandemia. Estas barreras son los derechos de propiedad intelectual, es decir, las patentes.

Es en torno a esta formidable barrera legal y de poder, el poder de las transnacionales y los países ricos, que arrecia la discusión planetaria más importante para el futuro del combate a la pandemia y, tal vez, el de la humanidad.

El 2 de octubre del 2020 la India y Sudáfrica propusieron Consejo General de la Organización Mundial del Comercio –OMC-, una suspensión temporal de los derechos de propiedad intelectual concernientes a la producción de productos médicos para el tratamiento del Covid-19. La suspensión duraría hasta que la mayor parte de la humanidad estuviera inmunizada.

Su argumento central es que la pandemia ha provocado un incremento inusitado de la demanda de productos médicos y que su desabasto provoca muertes innecesarias. Al tiempo que se desarrollan equipos de diagnóstico, materiales terapéuticos y vacunas está ocurriendo que estos no están disponibles de manera oportuna, en cantidades suficientes y a precios accesibles para cubrir la demanda global.

La propuesta señala que los derechos de propiedad intelectual obstaculizan el incremento de la producción de los equipos, materiales y substancias, incluyendo vacunas, en la medida necesaria para un efectivo combate a la pandemia. Hay ejemplos de demandas en contra de intentos de producir ventiladores y otros productos que infringen algún derecho de propiedad intelectual. 

Numerosos países se han sumado a la propuesta de la India y Sudáfrica; múltiples organismos afiliados a la Organización de las Naciones Unidas; más de 300 organizaciones sociales internacionales; centenares de figuras reconocidas. Con esa fuerza se llegó a la reunión del Consejo General de la Organización Mundial del Comercio del pasado 10 de diciembre. Pero no fue posible el acuerdo por la oposición de los Estados Unidos, Canadá, Suiza, Reino Unido y Brasil. La única potencia a favor es China. Otros países, entre ellos México declararon que era una propuesta muy importante que requería mayor información y reflexión. El asunto se volverá a discutir el próximo 10 y 11 de marzo por los países integrantes de la OMC. 

Las principales opositoras son las grandes corporaciones farmacéuticas. Señalan que sería inútil suspender las patentes puesto que los países del tercer mundo no tienen capacidades de producción y que se pondría en riesgo la investigación y producción de vacunas ante futuras nuevas epidemias.

No hay duda de que las grandes corporaciones farmacéuticas tienen derecho a tener ganancias. Eso es lo que las mueve. Pero hay algunos datos adicionales a considerar.  

Las farmacéuticas no han destacado en la investigación y producción de medicamentos para enfrentar enfermedades recurrentes en los países y poblaciones pobres. Cuando esto ha ocurrido ha sido pagada con recursos públicos y filantrópicos.

Y eso es justamente lo que ha ocurrido ahora. Desarrollar las vacunas contra el Covid-19 en tiempo record, en menos de un año, fue posible sobre todo por la avalancha de dinero que se les dio a las farmacéuticas para que se pusieran a hacer su tarea sin preocuparse por una rentabilidad más que garantizada. Las cifras son apabullantes, se miden en centenares y miles de millones de dólares.

El Congreso norteamericano destinó 10 mil quinientos millones de dólares a financiar el desarrollo de vacunas en la llamada operación Warp Speed. Entre marzo y julio del año pasado, para prender la mecha de las investigaciones se les otorgaron 465 millones de dólares –md-, a Johnson & Johnson; 483 md a Moderna; 1,200 md a AstraZeneca; 1,950 md a Pfizer y 2 mil md a Sanofi GSK. Más adelante ser añadieron más recursos según lo prometedor de sus avances.

Aparte está la Coalición para las Innovaciones en Preparación para Epidemias –CEPI- un organismo privado que el año pasado obtuvo 1,300 md de gobiernos y grandes fundaciones privadas y que destinó a financiar farmacéuticas. Por ejemplo, 388 md a Novavax; 328 md a Clover y 383 md a AstraZeneca.

Otro gran donante ha sido el gobierno Alemán que le dio 455 md a Pfizer para la investigación inicial y el gobierno británico con 111 md en apoyos sobre todo a Astrazeneca.

Ha sido una avalancha de dinero compleja y poco transparente. Pero hay señales de que fue más que suficiente para que las farmacéuticas no tuvieran que arriesgar sus propios fondos. Moderna la fabricante de la vacuna más cara, señala que los apoyos recibidos cubrieron el total de la investigación básica y las pruebas clínicas de su vacuna.

Esos enormes recursos públicos y filantrópicos que hicieron posible el desarrollo acelerado de las vacunas desembocaron en patentes privadas que ahora obstaculizan la difusión del conocimiento, la transferencia tecnológica y la posibilidad de producir vacunas y todo tipo de equipos y medicamentos en una verdadera gran escala.

La estrategia pudo ser distinta. Se pudo crear una bolsa internacional que apoyara a las farmacéuticas sin favoritismos nacionales o políticos, de manera transparente y negociando una ganancia razonable, para que, a final de cuentas, las vacunas fueran bienes públicos de la humanidad. No es el caso. 

Aún hay la oportunidad de que una suspensión temporal de los derechos de propiedad intelectual, apoyada por fondos para facilitar transferencias tecnológicas, permitiera poner en marcha multitud de unidades de producción esparcidas en todo el mundo para producir ventiladores, equipos de protección, pruebas clínicas, materiales sanitarios, medicamentos y vacunas. Entonces si podría decirse que la humanidad actúa unida y solidaria.

Solo así lograremos vencer a la pandemia.

lunes, 11 de enero de 2021

¿Invertir o reactivar?

 

Jorge Faljo

 

Ahora nos deseamos un buen año con más fervor que nunca antes. Lo necesitamos, pero tendremos que hacer mucho más que simplemente desearlo.

 

2020 fue un año terrible; año de enfermedad y muertes, de desempleo, de apretarse el cinturón en serio, de empobrecimiento masivo, de hambre o, dicho finamente, de deterioro nutricional. Y ahora, en la siempre temida cuesta de enero, hemos de cargar con el incremento de los contagios y la saturación de hospitales.

 

No sabemos a ciencia cierta cómo se comportará la pandemia en adelante; las incertidumbres son muchas. Van desde problemas en la logística de producción, compra y distribución de las vacunas a la amenaza de nuevas cepas más virulentas, es decir mutaciones del Covid 19 que, como en el caso de la simple gripa o la influenza podrían hacer mucho más difícil prevenirlo y obligarían a una carrera de larga duración entre el virus y las vacunas.

Algo que es innegable es que uno de sus peores impactos es en el bienestar económico de las personas; la destrucción de puestos de trabajo, la caída brutal de los ingresos de por lo menos 20 millones de personas el año pasado, las perspectivas del cierre de cientos de miles de micro, pequeñas y medianas empresas se asocian al empobrecimiento masivo de la población. Así ocurre en México y el mundo. Hasta en los Estados Unidos es nota cotidiana la situación de inseguridad alimentaria y hambre en que han caído millones; aquí no le prestamos suficiente atención a este asunto y nos falta información en tiempo real sobre la situación de bienestar, más bien malestar, de la mayoría.

  

Tarde o temprano, mejor temprano, controlaremos o aprenderemos a convivir con la pandemia y la prioridad será, más bien es desde ya, la reconstrucción económica y social. ¿Nos estamos preparando para ello?

 

Hay dos ideas en el aire. La primera, que parece predominar, habla de recuperación económica como un regreso a lo preexistente. Es un poco como nadar de muertito y esperar que las mismas reglas del juego, las del libre mercado, nos permitirán regresar a donde estábamos; justo a la situación que los mexicanos repudiamos en las últimas elecciones.

 

Regresar a lo anterior nadando de muertito es prácticamente imposible y es una meta indeseable sobre todo por pequeña. La pandemia exacerbó la situación, pero el objetivo tiene que ir mucho más allá de remontar la pandemia para remontar las décadas de empobrecimiento masivo de décadas de libre mercado y gobierno enano.

 

De acuerdo al CONEVAL en 2018 la mitad de la población vivía en pobreza o pobreza extrema, más de 25 millones no tenían una alimentación adecuada y más de la mitad de los trabajadores lo hacían en la informalidad. Si a esto último le sumamos la decena de millones que huyeron a los Estados Unidos queda claro el fracaso de la globalización.

 

No solo en México, buena parte de la población se empobreció, por ejemplo, en Alemania y en los Estados Unidos. El éxito de China no compensa el empobrecimiento mundial pero si señala que, a diferencia del libre mercado, una fuerte presencia del Estado, una alta capacidad regulatoria y una estrategia económica favorable a la producción más que al consumo interno terminó dando mejores frutos en el bienestar de su población.

 

Plantear la recuperación bajo el modelo anterior nos llevaría a que al final de este sexenio hayamos meramente superado el impacto de la pandemia y nos encontremos igual que al principio del sexenio. Lejos de ser el sexenio de la transformación sería el de la mera recuperación.

 

De acuerdo al INEGI 11.7 millones de mexicanos están dispuestos a trabajar, pero en su mayoría se han cansado de buscar empleo y por no buscarlo activamente dejan de aparecer en las cifras de la población económicamente activa, lo que lleva a una cifra muy engañosa de bajo desempleo. Un truco conceptual y estadístico.

 

El caso es que necesitamos reconectar a los millones que quieren trabajar, que tienen experiencia, saberes y capacidades para hacerlo, conectarlos con los innumerables talleres, locales, equipos y herramientas inutilizados o en crisis, para, a final de cuentas proporcionarse a ellos mismos lo que necesitan. Producir alimentos, ropa, calzado, vivienda, muebles y utensilios no requiere tecnología sofisticada; se puede hacer a prácticamente cualquier nivel tecnológico y eso es posible en un contexto de mercado adecuado.

 

No nos engañemos, la clave no se encuentra en la atracción de inversión externa, ni siquiera en nueva inversión nacional. No la desprecio, pero no es la solución.

 

La clave es reconectar las tres vertientes mencionadas que ya existen. Y eso no lo puede hacer, como no pudo antes, el libre mercado. Mucho menos cuando plantea que lo hará en el plano mundial y orientado por los intereses de las grandes corporaciones que más bien han contribuido muy activamente a la destrucción de las capacidades nacionales, regionales y locales incluso en países como los Estados Unidos.

 

Reconectar a nivel nacional, las ganas de trabajar, la infraestructura ya disponible y la satisfacción de necesidades demanda una estrategia de circuitos comerciales, es decir de producción, distribución y consumo que operen a nivel local, comercial y nacional. Requiere de mercados socialmente regulados con fuerte apoyo del Estado. Hablo de autosuficiencias escalonadas que hagan uso de lo ya disponible en abundancia.

 

Recuperar lo perdido el año pasado a partir de la inversión nueva sería lentísimo; reactivar es plantearnos recuperar lo perdido en las últimas décadas de manera muy rápida.

 

Combatir la corrupción y abandonar el gasto suntuario es bueno, pero notoriamente insuficiente. Necesitamos un gobierno decidido a ser fuerte, no autoritario sino, por lo contrario que opere guiado por las organizaciones y los intereses de base y que esté decidido a combatir la inequidad gravando con justicia la riqueza extrema, que es a final de cuenta la causa de la pobreza extrema.